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Viernes, 3 de agosto de 2007

SOCIEDAD

Vientre pobre se alquila

El aviso publicado por una joven cordobesa, madre de cuatro hijos, ofreciendo su vientre en alquiler provocó juicios de toda clase en los medios y obligó al gobierno local a callarlos otorgando un subsidio vitalicio. Detrás de esta historia particular, un debate sobre la maternidad en este siglo, con estas diferencias.

 Por Luciana Peker

Paola V. publicó un aviso en el diario para ofrecer lo que tenía para ofrecer: su vientre. La noticia corrió como un escalofrío en los medios. Paola ponía un aviso para alquilar el vientre en el que había gestado, con 27 años, a sus cuatro hijos: dos mellizos de tres años, una nena de dos y una bebé de ocho meses. “Muchas veces no he tenido qué darles de comer o no sabía qué hacer con 5 pesos, si comprar leche para la beba, pañales o alguna otra cosa. Es terrible que los chicos te digan que tienen hambre y vos no tengas qué darles. Es desesperante”, contó Paola, que para hacerse escuchar tuvo que poner en jaque la palabra vientre porque la palabra hambre ya no hace eco.

El Ministerio de la Solidaridad cordobés –como si la justicia social ahora no fuese un derecho sino una “buena onda” del Estado– se excusó diciendo que Paola recibía módulos alimentarios a través del municipio de Pilar y contención para ella y sus chicos.

Gentileza La Voz del Interior

Cuatro de esos chicos vivían con Paola, que creyó –¿quién podría discutir la lógica en la que creyó Paola?– que ese mismo vientre podía servirle, ahora, para mantener a sus chicos. Pero la noticia corrió. Y ésa es la única corrida que el poder parece entender. Una mujer tenía que ofrecer su cuerpo, pero el interior de su cuerpo –el exterior parece que ya no asombra ni es noticia– para ofrecerse como fábrica de hijos. La noticia escandalizó no porque ella no pueda mantener a sus hijos, sino porque demostró que no los podía mantener y que estaba dispuesta a más para mantenerlos.

A Paola, entonces, le ofrecieron un subsidio por seiscientos pesos y ella declinó aceptar las ofertas que recibió desde Córdoba, Chile y Uruguay –incluida una por tentación de 35 mil dólares, según Infobae– para bendecirse con el subsidio que apenas le alcanza para cubrir la canasta básica de alimentos (versión oficial) de $425 pesos para una familia tipo de matrimonio con dos hijos (ni hablar que para no ser pobre el Indec dice que hay que ganar al menos $925). Paola no integra una familia tipo y tiene cuatro hijos de un papá que se fue del hogar y no pasa alimentos, pero, igual, seguramente con los seiscientos va a tirar mucho mejor que sin ellos.

Lo ridículo es que el Estado no respalde a las jefas de hogar desocupadas, no les otorgue subsidios que –realmente– les permitan criar a sus hijos, no las capacite para salir al mercado laboral ni genere redes de jardines maternales para que las madres no tengan que hacer malabares para salir a trabajar o buscar trabajo. Sin embargo, ese Estado después se ve sorprendido por los malabares que son capaces de hacer las madres para mantener a sus hijos. La mirada social está tan invertida que Paola pasó de desesperada a suertuda y de mujer que pide sobrevivir a ganadora del loto del subsidio. Tan invertida es la mirada, que Paola se vio en la obligación de decir que no hizo todo esto a propósito, que dejó su decisión en puntos suspensivos y que está arrepentida.

La culpabilización de las madres pobres es un fenómeno cada vez más recurrente. Ellas no se cuidan, ellas tienen a sus hijos, ellas no los pueden mantener y ellas los descuidan para mantenerlos. Ellas están solas. Pero sólo a las que llegan a los medios les ofrecen un subsidio.

Igualmente, el aviso de Paola es un aviso también sobre las disparidades que plantea la maternidad en el siglo XXI. Por un lado, parejas, mujeres y varones ávidos de tener hijos con problemas para tener hijos. Por el otro lado, las mujeres pobres acorraladas –por robo, vulnerabilidad o desesperación– como proveedoras de esos hijos.

De hecho, el crecimiento del discurso de “no al aborto, sí a la adopción” no es solamente un fenómeno conservador sino parte de una demanda cada vez mayor de chicos adoptables. Por otra parte, el robo de bebés en Añatuya (Santiago del Estero) es un ejemplo de cómo en los lugares más pobres a las mujeres se las toma como una fábrica de producir hijos para parejas pudientes de la Argentina o el exterior. Ahora también, desde el propio vientre.

Pero no es que la técnica en sí misma tenga que ser rechazable. Aunque es un método comprometido y polémico hay experiencias innovadoras, por ejemplo, entre una madre que le presta su vientre a su hija para gestar a su nieto/a. No todo está dicho en el nuevo mundo de las nuevas familias. Y no hay por qué decirles no de plano a los métodos que permiten superar mitos, tabúes y enfermedades para poder concebir. Sin embargo, una cosa es el progreso médico –y el equilibrio en permanente replanteo entre ciencia, ética y deseos– y otra cosa es que el cuerpo de las mujeres siga reproduciendo desigualdades sociales –ahora también– intrauterinas.

Así como en la India existe la mano de obra barata que permite, gracias al trabajo esclavo, bajar el precio de los productos de importación, también en la India ya es habitual que familias de países del primer mundo lleguen en busca de mujeres que puedan llevar en su cuerpo a un bebé genéticamente del primer mundo, pero concebido –pago mediante– gracias a los cuerpos femeninos disponibles en el tercero.

¿Y qué pasa en la Argentina? “Acá no es una técnica prohibida, pero no es habitual. En cambio, en Estados Unidos o México se realiza una especie de contrato en el que las partes acuerdan correr con los gastos para que la mujer que alquila su vientre lleve adelante el embarazo”, explica Sergio Pasqualini, director de Halitus Instituto Médico. El no se opone a la división entre genética, embarazo y crianza: “Estoy a favor del alquiler de vientres porque es una modalidad que ayuda a tener hijos a mujeres que, por ejemplo, no tengan útero o sufran alguna enfermedad que les impida llevar adelante un embarazo”, propone.

Pero a Paola no se le pasó por la cabeza la justicia o el progreso. A Paola la partió la desesperación. “Me parece muy injusto haber tenido que tomar esta decisión para que se interesen en lo que me está pasando”, dijo para que la escuchen. Todavía sus palabras hacen eco.

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