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Viernes, 31 de agosto de 2007

DEBATES

La juventud no existe, mi amor...

Existen, sí, diversas maneras de ser joven. Y no sólo por un proceso de construcción de identidad sino por el modo en que la clase social o simplemente el lugar de nacimiento condicionan de por vida. Esta es una de muchas reflexiones que Luciana Fiorda quiso exponer como joven, como historiadora y como sobreviviente de la tragedia de Cromañón en un ciclo de charlas-debate en el Hotel Bauen.

 Por Roxana Sandá

Aquí estamos/ consternados/ rabiosos/ aunque esta muerte sea/ uno de los absurdos previsibles.” Los labios de la historiadora Luciana Fiorda pronuncian el poema de Mario Benedetti como un conjuro. Sabe, porque lo llevó pegado en la piel durante mucho tiempo, que la vida de su novio se perdió entre otras 193 a propósito de la desidia institucionalizada el 30 de diciembre de 2004. Dice que en Cromañón se le atragantaron las penas y la impotencia de sobrevivir: por mucho tiempo no pudo mirar a los ojos a los padres de Pablo, ni recomponer en solitario la vida que habían andado juntos. No hubo estrategia posible a sus 23 años, salvo el intento de ubicar palabras nuevas: “En todo este tiempo, pensar Cromañón significó darle valor a la reflexión, autoridad al pensamiento de las víctimas y empezar a desmantelar estructuras complejas que sirven a ciertos sectores, a los que les conviene reducir la tragedia a un Boca-River”.

Foto: Pablo Piovano

Es desde el Grupo Memoria y Justicia por Nuestros Pibes, que logró articular el dolor con instancias de expresión como la murga de familiares y sobrevivientes, “resistida por algunos al principio, pero entendida después como un espacio liberador, donde estábamos diciendo con el cuerpo lo que no podíamos transmitir en palabras”. Y en los ciclos de charlas-debate de agosto de Pensar Cromañón, en el Bauen, donde Luciana incomodó, sin proponérselo, a un auditorio de intelectuales, al descerrajar la hipótesis de una sociedad argentina atomizada, responsable de producir jóvenes sin espacios de pertenencia, desorganizados entre su propio desinterés y la confusión a la hora de posibles prácticas políticas. “Intenté poner un marco en relación a los jóvenes y por elevación lo que significa el ambiente del rock como espacio inclusivo. La percepción de individualidad tiene que ver con cómo desde 1976 se buscó crear individuos de pensamiento aislado. En el camino se perdieron los espacios de socialización y de militancia, y los jóvenes perdieron el valor de luchar por un colectivo.”

–¿Cómo talla el rock en ese contexto?

–Da un margen para repensarlo como instancia que reemplaza otros espacios de pensamiento, que en otras épocas fue la práctica militante. Las nuevas identidades juveniles surgen a partir de las bandas como territorios de pertenencia, en un contexto en el que esa franja aparece desorganizada y cargando estigmatizaciones. Resulta difícil leer trabajos serios, que den cuenta de los jóvenes como sujetos activos y promotores, y en cambio se los sigue viendo como un problema, incapaces de involucrarse. La no participación es real, pero involucra a toda la sociedad.

–Hablás de comparaciones entre décadas y procesos históricos particulares.

–No sé si se trata de comparar, porque generalmente a estos chicos, entre los que me incluyo, se los contrapone con el joven militante comprometido de los setenta, cuando en definitiva el escenario actual es consecuencia de la realidad que nos dejaron muchos de los que hoy nos estigmatizan. La falta de compromiso político, en todo caso, surge de una intencionalidad política concreta para que eso suceda.

–Entre otras cosas, Cromañón puso al descubierto la vulnerabilidad en que los jóvenes construyen sus vidas.

–Cromañón es el reflejo de la vulnerabilidad que va a seguir existiendo en tanto y en cuanto no cambien otras estructuras. De las charlas del Bauen surgió que, más allá de pelear por justicia, si no logramos transformar la realidad social de los jóvenes en un contexto más amplio, es posible que ocurra otra tragedia en una escuela, un shopping o en una villa. Hoy sólo se garantiza un mínimo de seguridad aquel que paga una entrada carísima para ver un espectáculo; los pibes y las pibas que no tienen recursos siguen yendo a lugares en peores condiciones aun que las de Cromañón.

–Da la sensación de que hablar de jóvenes o de juventud es decir poco.

–Primero debería analizarse que estamos en el momento de mayor diversidad, determinada por el contexto, la situación económica, el acceso a la educación. Por eso es irreal hablar de “la juventud” del mismo modo en que lo hace (Mauricio) Macri cuando se refiere a “el vecino”. No es serio. En este país, a un joven que debe trabajar para ayudar a su familia se le hace difícil la posibilidad de estudiar, de armar proyectos a largo plazo. La presión que le impone la realidad no le permite vivir más que un presente puro. Nadie tampoco parece preocuparse por la naturalización de la muerte de jóvenes como hecho cotidiano. Muchos están viendo morir a sus hijos todos los días, más allá de las posibilidades económicas. El impacto que significó Cromañón también apunta a que dejemos de ver la realidad a través del televisor y nos transformemos en actores para hacernos escuchar.

–En la última charla-debate hablaste de resignificar la vida a partir de una autocrítica.

–Si queremos cambiar en algo la realidad que nos atraviesa, no sirve debatir entre pares solamente si Callejeros es responsable o no. Por eso digo que estos golpes implican poder alcanzar una mirada superadora para resignificar la vida a partir de lo que nos ocurrió. En cuanto a la autocrítica, salvo casos puntuales, las bandas no emitieron palabra, algo necesario para identificarse no sólo en sus canciones sino a través de sus acciones. Creo que nos debemos una instancia más amplia de reflexión como sociedad. Todos, de alguna manera, contribuimos por acción u omisión a que sucediera Cromañón.

–Alguna vez escribiste sobre el deseo de que esas muertes modifiquen la vida de los argentinos.

–La tragedia impactó inevitablemente sobre toda la sociedad, pero eso no implica que pueda modificar algo. Quizás en primera instancia obligó a pensar; no es suficiente. Todavía faltan espacios de autorreflexión que trasciendan el impacto mismo: en la medida en que Cromañón siga siendo observado desde algunas pequeñas noticias que se buscan instalar, va a quedar sólo en una cuestión de aniversarios.

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