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Viernes, 5 de octubre de 2007

MUSICA

Cuando la dicha es buena

Aunque más conocida como locutora y actriz, Nelly Prince canta prácticamente desde que descubrió la voz. “Vos sos para el tango”, dice que le decía su marido, sin que ella le hiciera caso. Tuvieron que pasar muchos cumpleaños para que, por insistencia de su hija, Cristina Banegas, finalmente grabara su primer disco: Tarde, bautizado en honor a la demora.

 Por Moira Soto

La comediante casi devorada por la locutora, la cantante que redescubrió flechada ese tango que había hecho como un género más en otras épocas, irradia energía y felicidad. A una edad en que la mayoría de la gente suele estar retirada, Nelly Prince debuta con su primer CD de tango, Tarde, donde le canta al barrio plateado por la luna, a las promesas vanas de un amor, a los malevos que ya no son, al error de haber querido ciegamente... Canta descifrando sentidos con voz tersa y afinada, dándole un color y un acento diferentes a cada tema. Hace una versión sencillamente arrebatadora de “Fuimos”, se enciende con el viajero que no implora, que no reza, que no llora, y se suaviza para decir con delicadeza y pudor “que se echó a morir”. Y antes del cierre con “Tormenta”, de Discépolo, se manda una irresistible habanera con su hija Cristina Banegas. La guitarra, el guitarrón, el requinto y el laúd son de Edgardo Cardozo, acompañante de lujo, al igual que el acordeón de Lucas Nikotian en “Tarde” y el bandoneón de Fernando Añon Barros en “Naranjo en flor”.

Foto: Juana Ghersa

“La única vez que gané mucha plata fue cuando hice algo que no tenía que ver con actuar o con cantar, para lo que me había formado”, dice la rubia coqueta que sirve café en tacitas del tamaño de un dedal, como entona en la habanera anónima. Ella, que tiene un CV de muchas páginas donde apenas se citan los títulos de sus trabajos en radio (desde niña, con la Pandilla Marilyn), en televisión (donde hizo mucho más que avisos), en teatro (en la adolescencia empezó a subirse al escenario) y en cine (trabajó con directores tan disímiles como Julio Saraceni y Leopoldo Torre Nilsson, y más cerca en el tiempo, en 2004, estuvo en Un buda en Buenos Aires, del joven cineasta Diego Rafecas). “En realidad, yo no era locutora y dije: ‘Avisos, no’. Pero me insistieron: ‘¿Cuánto quiere por minuto?’. Pedí más que por un programa de una hora y me respondieron que sí. Es verdad que trabajé mucho, pero trabajaba como un burro de carga, de la mañana a la noche.”

¿Así fue como llegaste a un estrellato imprevisto en los primeros tiempos de la televisión?

–Sí, pero no es un tema que me entusiasme, porque protagonizar tantos avisos me coartó otras posibilidades artísticas. Se fijó esa imagen mía, y ahora aparece, por ejemplo, un periodista que me pregunta sorprendido: ¿de modo que ahora se le da por cantar tango? Yo estaba a los 16 haciendo tangos en la radio y en el teatro.

Tu aparición en los avisos coincidió con el momento en que se hacían en vivo, tenían esa frescura, era una forma de actuación. En tu caso, si bien la gracia y el carisma que te caracterizan no fueron ajenos a tu éxito, quizá también ayudó tu formación y experiencia como actriz.

–Es cierto, había que actuar y no negaré que ese trabajo me dio satisfacciones. Pero, como te decía, se me encasilló en un lugar que no era el que yo buscaba. También sufrí mucha guerra de los locutores del momento. ¿Sabés qué pasaba? Yo tenía cierto entrenamiento, leía algo y decía: “No, éste es un texto para la radio, ¿me deja que yo lo corrija, que lo haga más para la pantalla?”. Como se me daba por ser un poco payasa y me quería divertir trabajando, me salían cosas graciosas: todos los días, el mismo aviso lo hacía diferente. Y eso era lo que gustaba, inventaba historias. Si algo fallaba, lo convertía en una escena cómica. Por ejemplo, había un sofá que supuestamente se abría con un dedito, cosa que podía lograrse en un ensayo, pero cuando estabas en el aire corrías el riesgo de romper el dedito sin que se abriera. A mí no me importaba: me ponía a saltar arriba del sofá, imaginate... Después volví al teatro, me fue bien, pero el rótulo de locutora ya lo tenía puesto.

Un rótulo que se quedaba corto, porque lo tuyo estaba más cerca de Lucille Ball que de Pinky.

–Ay, gracias. Era, sí, una cosa medio loca que surgía de la inspiración del momento y que a mí me encantaba. Y te digo que sigo disfrutando del sentido del humor, en la vida y en la actuación. Pero a la vez, fijate que puedo hacer con mucho sentimiento temas tan dramáticos en el disco. Y Cristina, que es una actriz de tragedia, es capaz de hacer comedia con mucha gracia, como sucede en la película ¿De quién es el portaligas? O en algunos de los temas que canta. Aunque no lo parezca porque es ligera y te hace reír, la comedia es muy exigente. Cuando hice Boeing Boeing, donde había debutado Ambar La Fox –a quien reemplacé primero en el Astral y después fui a Mar del Plata–, interpretaba a la azafata americana. Había una escena con Osvaldo Miranda y Enrique Bianco –mirá qué gloria de actores– en que yo discutía en baby-doll. Entonces, Bianco hacía algo que no estaba marcado por el director: me agarraba en brazos, me tiraba por el aire y me recibía Miranda. La verdad, me daba un poco de miedo de caer al suelo y hacerme bolsa... Pero la gente se mataba de risa por mis caras, que un poco tenían que ver con el susto real, y otro poco con que exageraba desde la actuación. La comedia es un género muy agradecido, te da la posibilidad de mostrar más facetas. Yo realmente tengo muchas ganas de volver a hacer teatro, estoy muy dispuesta.

Es que vos, con todos esos años que estuviste apartada de la actuación, del canto, más allá de tu felicidad privada y personal, te quedaste sin mostrar un rico potencial.

–De todos modos, nunca dejé del todo el tema de la actuación. Hacía entrenamiento en el estudio de Lito Cruz, con Augusto Fernandes. En esos años viajamos mucho con Luis (Valenti), mi marido. Porque ésa es mi otra pasión, tengo alma de valija... Hicimos recorridos maravillosos; eso me colmaba, en un aspecto, claro. A él le gustaba que yo cantara tangos, siempre me insistía. Yo lo había hecho de muy joven, pero sin la pasión de los últimos años.

Como dice tu hija, cuando actuabas en el Club del Vino como invitada especial, te robabas los mejores aplausos de la noche...

–Qué rica, Cristina... Ella y Edgardo (Cardozo) se ríen conmigo, me dicen: “Sos como los niños y los perros en el espectáculo, salís y nos matás...” Me hacen sentir muy bien, el show que hacemos ahora está muy redondito.

¿Es verdad que empezaste a cantar casi desde la cuna?

–Creo que a los dos, tres años ya cantaba, me viene de familia: mi madre quiso ser actriz y cantante y no la dejaron sus padres. Ella cantaba muy bien. Mi padre era doctor en química y farmacia, tocaba el piano y el armonio. Mi hermano mayor, Roberto, también tocaba el piano y estudiaba trompeta y clarinete. Mi hermana mayor, que le seguía, era profesora de piano. Las dos últimas fuimos más vagas, es difícil aprender con tu hermana, cumplir los horarios. Me arrepiento de no haber estudiado música, pero sí canto, por suerte. Mi primera profesora fue Fanny Day, directora del coro estable de Radio El Mundo, muy buena. Después estudié con Andrea Berri, alumna de Susana Naidich, cada tanto vuelvo.

¿Tenían algún género musical favorito de chica?

–Español. Mamá era andaluza y tenía todo ese repertorio. Me encantaban las canciones españolas, y bailar flamenco no te cuento. Fijate que en el disco está esa habanera que cantaban mis abuelos, que venían de Europa y estuvieron prisioneros, como esclavos, en una fazenda de Brasil, con otra familia de andaluces con la que habían viajado. Mamá cantaba esa habanera, yo la aprendí, Cristina también. A ella se le ocurrió ponerla en el CD.

¿La relación con tu hija es tan idílica como se trasluce en escena?

–Para mí es apasionante trabajar con ella, nos entendemos tanto, hay mucho apoyo mutuo, nos divertimos. Nos gusta repasar el repertorio: el mío es muy amplio porque he hecho otros géneros. Cuando armamos el CD, fui juntando los temas que más me gustaban, e inevitablemente tuve que sacar muchos. Noventa y pico tengo, y pensar que hay quien cree que cantar es un berretín nuevo...

¿Cuándo te toma este fervor actual por el tango?

–A mí no me llamaba tanto el tango cuando era jovencita. En la época en que empecé a hacer TV me gustaba más la música moderna, bailarla. Después, en la medida en que fui creciendo, teniendo experiencias, sufriendo, les fui prestando más interés a esas letras, algunas tan profundas, tan poéticas. Me fui enganchando hasta que el tango me tomó totalmente, hace poco más de diez años. Mi marido tenía razón, ¿por qué no le habré hecho caso antes? “Vos sos para el tango”, me decía. Por eso le puse Tarde a mi primer CD, además ése es el título del precioso tema de José Canet. En un género muy distinto, infantil, había grabado hace mucho temas con Brizuela Méndez en el disco Calesita. Y aunque estuve en comedias musicales porteñas haciendo tango de joven, la verdad es que no tenía el compromiso de ahora, que me siento tan identificada: cada cosa que digo, cada palabra tiene un significado, me lleva a una actuación distinta. Atilio Stampone, que fue a verme varias veces al Club del Vino, en una ocasión se acercó a la mesa donde yo estaba y me dijo: “Sos una actriz que canta tango, y además sos una cantante que actúa muy bien...” Me desmayé.

Debutás con tu disco en un momento en que se multiplican las cantantes, algunas muy buenas, mientras que es difícil encontrar nuevas voces masculinas en tango.

–Eso sucede en medio de un gran resurgimiento del tango, es verdad lo que decís, un fenómeno muy interesante. Bueno, hubo una época de oro donde las mujeres mandaban bastante en el tango: Azucena Maizani, Rosita Quiroga, Sofía Bozán, Tita Merello... Me encanta que haya esa cantidad de voces femeninas.

En los años lejos del escenario y la pantalla, ¿extrañabas el canto, la actuación?

–Me pasaron cosas increíbles. Con mi marido estuvimos en la India y en Agra paramos en un Sheraton. El grupito que estaba con nosotros insistió para que cantara en la boîte del hotel, me resistí pero al final le pasé algunos temas a la orquesta. Canté cosas melódicas en inglés, italiano, portugués y castellano. Gustó lo que hice al público. Pero resulta que estaba la plana mayor del hotel, vino el director, me invitó a su mesa y me ofreció contrato por dos años para trabajar en la cadena. Esto fue en el ’79, y obvio que dije que no, aunque le hice algunos chistes a mi marido. Canté en Japón, en la Guardia del Hotel Imperial de Tokio, canté en el teatro al aire libre de Cesarea, Israel, siempre por situaciones que se daban casualmente. En un viaje a Rusia, cuando aún era la Unión Soviética, en la embajada argentina hicieron una fiesta por el 25 de mayo para los argentinos que estaban en Moscú, y canté tangos.

O sea que tenés una carrera internacional paralela y secreta...

–¿A vos te parece? Mirá otra cosa insólita que me pasó en mi vida, pero en Buenos Aires: cuando hacía Ahí viene el circo en Canal 7, de payasa, fuimos a realizar una transmisión desde el Luna Park, estaba el circo Barney, norteamericano. Yo, que había estudiado en un circo de Pompeya, tenía mis zapatones y mi atuendo clásico de clown. También me quisieron contratar, llevarme con el Barney. El sueño de cualquier chico, irse por los caminos con el carromato, armar la carpa... Imposible, tenía a Cristina chiquitita, y además no me habría ido de ese modo. Aquel fue un buen momento artístico para mí.

¿Tanto como el actual, a punto de presentar Tarde, de hacer giras, con proyectos de actuar?

–Este buen momento empezó en 1995 en el Club del Vino, como invitada de Luis Cardei, me impulsó Cristina. Hubo algo que me pasó por el cuerpo, por el corazón, cosas muy profundas. Después, fue hermoso preparar el CD con la gente de Acqua Records, muy sensible, les estoy muy agradecida. Estoy tan ilusionada que pienso en nuevos discos, anoto temas. Nunca miro demasiado para atrás, me interesa este presente tan lindo, el futuro. Me siento con energías para actuar, me gustó mucho estar en Los Roldán gracias a Sebastián Ortega, me habría interesado hacer el casting para el personaje de la dueña de la hostería en Cabaret, porque hay pocos personajes para mujeres grandes en la comedia musical que sepan cantar y actuar. Pero si aparecen, escucho ofertas.

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