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Viernes, 5 de octubre de 2007

MEGAFONO

El aire compartido

 Por Liliana Daunes

¿En qué cambia la programación de una radio cuando incluye las voces feministas? ¿En qué cambia cuando nos excluye? ¿Será la diferencia, el tratamiento de un conjunto de demandas que constituyen una agenda básica de derechos de las mujeres? ¿Será que incorporar estos derechos es también una forma de poner en debate los derechos humanos? ¿Se puede hablar de derechos humanos e invisibilizar los derechos de las mujeres? ¿Es el feminismo una perspectiva ideológica crítica a la opresión de género o es una posición que intenta poner en debate el conjunto de las opresiones: clase, etnia, género, etc.? ¿Será la palabra feminista algo más que una voz disidente dentro del coro patriarcal? ¿Será una manera de estar en el mundo no como costilla de Adán, ni siquiera con la desobediencia de Eva o la rebeldía de Lilith, sino estar de muchas maneras nacidas de una genealogía de cuerpos y de vidas que tienen algo para decir, derechos a conquistar y a defender?

Preguntas como éstas me hacía cuando pensaba si era necesario defender la continuidad del programa La Rosa Brindada en Radio Ciudad. Si se trataba de reivindicar el derecho de toda persona a un trabajo estable. Y sí, pensé, como laburante de la comunicación no tengo por qué naturalizar la zozobra cotidiana de un sistema de programación de la radio pública que nos coloca permanentemente bajo los humores del gobierno de turno. Pero no sólo, también es el derecho a la pluralidad ideológica, en medios que hegemónicamente reproducen la cultura androcéntrica. Es la posibilidad de que se exprese la mirada del mundo de una corriente histórica y de un movimiento, que se va creando a sí mismo identificando la opresión de las mujeres y relacionando las batallas de emancipación junto a otros y otras oprimidos/as. Es un feminismo que no se conforma con un cupo en la dominación, sino que aspira a deconstruir todas las dominaciones de una cultura en la que se refuerzan mutuamente el capitalismo, el patriarcado, el racismo, la violencia.

Entonces se trataba sobre todo de no retroceder en lo acumulado por el

movimiento de mujeres que, entre otras batallas, logró una Constitución que establece en los artículos 36, 37 y 38 que la C .A. de Buenos Aires debe garantizar la igualdad real de oportunidades y de trato entre varones y mujeres en el acceso y goce de todos los derechos y la incorporación de la perspectiva de género en el diseño y ejecución de las políticas públicas.

Por lo tanto, se dispone que el gobierno porteño debe respetar la perspectiva de género en todas sus políticas públicas, incluyendo las comunicacionales; lo que se afirma también en la ley 474, que crea el Plan de Igualdad de Oportunidades y de Trato entre varones y mujeres.

En estas cavilaciones me encontraba, informando la decisión de la dirección de Radio Ciudad de levantar el programa debido “a la falta de presupuesto” (tema que valdría otro análisis del tipo ¿por qué se terminó el presupuesto antes de que terminara el año? ¿en qué se gastó?), cuando se produjo una movilización de compañeras de diferentes redes feministas, de DD.HH. y de oyentes de la radio que, a través de declaraciones, cartas, petitorios, fueron respondiendo a esta decisión y reforzaron dos sentidos para mí fundamentales: la solidaridad y la voluntad de expresión colectiva de una demanda, no naturalizando que nos arrebaten espacios y posibilidades a nuestras voces. Con estos resultados ya me sentía bastante feliz. Para quienes vivimos más del aire que de los beneficios terrenales, la solidaridad es un regalo inigualable; y sentirnos parte de una acción colectiva es ratificar creencias e identidades. Pero además logramos un pequeño triunfo: desde el 1º de octubre y hasta fines de diciembre, La Rosa Brindada continúa.

Estaría más feliz, claro, si pudiéramos tener otros espacios en la radio

pública, como El desmadre (programa de Marta Dillon y Rosa Benvenister,

bajado de la programación el año anterior), así como otros programas en el que nuestras voces se expresaran. Sería más feliz si no tuviera clara

conciencia de que estos meses que ganamos son un soplo de aire fresco frente a los posibles cierres de espacios políticos que promete la próxima gestión del gobierno de la ciudad. Pero ya sabemos que la felicidad completa será siempre una manera de nombrar las futuras batallas del pueblo. No sólo por el aire. También por la tierra para quienes la trabajan. Por salud, educación y trabajo para todas y todos. Por una vida en la que podamos cada vez más decidir sobre nuestras acciones, nuestros cuerpos y nuestras maneras de estar en el mundo. Mientras tanto, comparto esta batalla ganada, esta rosa brindada, con quienes la hicieron posible, pensando, como dijimos en tan diferentes circunstancias, que “la única batalla que se pierde es la que se abandona”.

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