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Viernes, 2 de noviembre de 2007

OPERA

Mariposa atrapada en un sueño

Ni revoloteo de sombrillas, ni quimonos con todos los chiches, ni cerezos extendiendo sus ramas: en la innovadora puesta de Horacio Pigozzi que se estrena hoy de la ópera Madama Butterfly, con Mónica Ferracani en el rol central, el universo poético de la soñadora Cio-Cio-San se sugiere con refinada síntesis.

 Por Moira Soto

Llegar a uno de los últimos ensayos de Madama Butterfly, escuchar desde el hall la hermosa voz de Mónica Ferracani haciendo una de las arias líricas más conmovedoras que se hayan escrito, y ya en la sala, ver el depurado diseño escenográfico de Juan José Cambre, la delicada plasticidad de los movimientos de la cantante envuelta en un traje flotante que evoca imprecisamente un quimono, parecen datos más que suficientes para suponer que la función de estreno de esta ha de ser un acontecimiento que cerrará honorablemente –como se lo merece la pequeña mariposa japonesa atrapa en la red del arrogante marino norteamericano– la temporada 2007 de Buenos Aires Lyrica.

En esta oportunidad han coincidido felizmente nombres tan prestigiosos como los de Horacio Pigozzi (régie), Mini Zuccheri (vestuario), el citado Cambre (artista plástico y arquitecto), Gonzalo Córdova (iluminación) y Antonio Russo (dirección musical). El elenco está encabezado por Ferracani (con Patricia González como cover), Guadalupe Barrientos y Lucila Ramos Mañé (alternando el rol de Suzuki), Norberto Fernández y Sergio Spina (Pinkerton), Fernado Grassi y Alberto Jáuregui (Sharpless).

“Toda la puesta está pensada desde un lugar poético, porque así es el universo de ella, Butterfly, mientras que el de él, Pinkerton, es más prosaico, más torpe”, se entusiasma el régisseur Pigozzi en un alto de su trabajo, con un ojo puesto sobre el escenario. “Por eso el vestuario de Mini, que es extraordinario, está creado más desde el concepto que desde lo antropológico, sugiriendo una línea japonesa. Lo mismo te puedo decir de la escenografía de Cambre, que hizo un diseño muy refinado, está fascinado con la relación música-color. Sí, quizás haya algo de revisionista en esta puesta: las obras maestras siempre se pueden releer, no se agotan nunca. Por ejemplo, a mí siempre me hacía un poco de ruido la forma de representar a Pinkerton, dándole una importancia a ese personaje que no la tiene, ni por su rango ni por la vulgaridad con que se conduce. La edad de los confites, dice burlón cuando se entera de que ella tiene 15 años, con un tono casi procaz que choca con la ingenuidad de Butterfly.”

Según el puestista, la japonesa enamorada entra en un sueño, se inventa una novela, se queda adentro hasta el cruel despertar. Como es su costumbre, Pigozzi dedicó mucho tiempo al perfil de cada personaje, sus posibles antecedentes: “¿Por qué a ella no le cuesta tanto renunciar a su familia, a sus costumbres? Seguramente porque ha sufrido mucho, se ha sentido muy oprimida y cree encontrar –además del amor– una nueva vida, con más derechos como mujer y se amarra a esa ilusión. Hija única, seguramente fue despreciada al nacer por su condición femenina. Hay varios aspectos en este personaje: el religioso, el legal, el social... Ella queda fijada a Pinkerton también porque firma un contrato, eso está muy acentuado en la obra. Y el único que puede rescindirlo es él, ella se considera atada a la a ley americana. También tenemos en esta ópera el lado político: se trata de una sociedad, la japonesa, que está invadida por otra cultura que se le impone. El Bonzo representa la resistencia, la censura a ella cuando va a la misión católica. Entonces, el drama íntimo, doméstico, está muy rodeado por todas estas circunstancias. Más allá del exotismo con que se la suele caracterizar, la obra tiene cosas muy críticas respecto de cierta mentalidad norteamericana soberbia, conquistadora. Esto lo subrayé de diversas maneras: todos los cipayos y los norteamericanos entran por la platea y los tradicionalistas lo hacen por atrás; le puse a Pinkerton algunos amigos soldados que vienen a este simulacro de casamiento y comparten su actitud. Por cierto, él no es más que un oficial, no es el capitán del barco cargado de medallas como lo suelen poner: el vestuario de Mini, que viste a Pinkerton y sus amigos de marines provoca la asociación con invasiones norteamericanas más recientes”.

A Horacio Pigozzi lo preocupa encontrar el estilo en una ópera que “pasa de lo verista, a veces paulatinamente y a veces en forma brusca, a un tiempo poético donde todo tiene otro ritmo. En Puccini hay que encontrar la manera de hacer esos pasajes con fluidez, cuidando la mirada de los intérpretes, la dirección del cuerpo, el tiempo de desplazamiento, la música que mezcla Oriente y Occidente. Desde luego, en definitiva es una ópera italiana, eso lo tenemos claro, por eso no intentamos un Japón de reconstrucción sino de alusiones sutiles, opuesto al más basto y ramplón de Pinkerton. Al cónsul norteamericano, que está alerta para que los soldados no cometan abusos, lo imaginamos como un demócrata que está bajo un gobierno republicano. Butterfly es un gran personaje, tiene una desmesura fantástica, una fe inquebrantable, enfrenta a todos hasta que toda la desgracia se le viene encima. No le queda otra que morir con honor. El suicidio lo hacemos tal cual lo escribió Puccini: no vemos cuando ella se mata, se escucha el cuchillo que cae, vemos el velo que Butterfly toma para agarrarse la garganta...”

Dentro de este equipo donde todo el mundo parece trabajar con fervor y en armonía, el debutante (en la ópera) Juan José Cambre afirma que “Pigozzi es un genio de la régie, conoce cada personaje profundamente y reflexiona mucho sobre toda la obra, me encanta trabajar con él. Me enteré de que iba a hacer Butterfly, le pregunté si tenía escenógrafo y ahí surgió el ofrecimiento. Traté de pensar algo más que un look exterior. Este teatro es mediano, la orquesta está achicada, estos son datos importantes para hacer la escenografía en escala, disminuyéndola de manera tal que se agrande la sala. Darle a la escena un lugar para los cantantes y para que esa trama funcione. El tapete verde celadón es para delimitar, encima un óvalo rojo –un espacio dentro del espacio, el óvalo es una forma que siempre está en perspectiva– y sobre él, los dos marcos. La idea era que el rojo aludiera a la laca, un acercamiento a lo japonés. El marco da la posibilidad de hacer distintos encuadres, tiene una luz independiente de la luz de escena, como un espejo de diva, debe parecer de bronce, con la luz de atrás el ambiente se vuelve muy dorado. Como hay una larga espera cuando ella ve que está llegando el barco a lo lejos, Butterfly se queda de pie, quieta mientras cae la noche y termina la escena con el coro a bocca chiusa, un murmullo. Antes, Butterfly y Suzuki estuvieron recortando papeles, armando flores seudo origami, y cuando comienza la espera se desprenden de abajo hacia arriba cuatro telones con sombras agrandadas de adelfas, que siguen subiendo durante la intervención del coro. Lo primero que trabajé para esta escena fue una serie de colores, hice 18 monocromos que ahora voy a exponer en Brooklyn. El color en la pantalla del fondo va a estar dado por las luces: el primer acto es diáfano, del blanco al azul oscuro, en el segundo hay amarillo Nápoles, de tonalidad rosada, y en el tercero, hoy probamos...”

Aunque se quedó muy contenta con la versión del Colón 2000 en la que participó, Mini Zuccheri asegura que tiene motivos para que su interés se haya renovado: “Un punto determinante es la visión que Horacio tiene de Pinkerton, que comparto totalmente, bien distinta del capitán de navío elegante y apuesto que se suele mostrar. Su rango es menor y ni bien llega se puede advertir cuál es su disposición, tan diferente de la de Butterfly que con toda ingenuidad cae en la trampa alimentada por sus propios anhelos y necesidades, pero siempre demostrando mucha entrega y generosidad. Al poner a Pinkerton en el lugar que creo que se merece y al darle un contexto atemporal, la asociación con la conducta invasora norteamericana se acentúa. Por eso, recurro a uniformes originales de marines, que conseguí con cierta dificultad. Con ese traje, construido de manera muy calculada, ya hay algo plantado con bastante nitidez. Por otra parte, es estimulante trabajar con alguien como Cambre, que no te propone ningún dato anecdótico del mundo japonés, sino una imagen más abstracta –un cuadrado sobre un cuadrado, un óvalo–, formas muy puras, muy netas. De modo que no era el caso apelar a un vestuario naturalista, sino de buscar la mayor síntesis. Tratar de captar algo del espíritu japonés para diferenciar ambos mundos, pero sin incurrir en historicismo alguno”.

En la noche de hoy, Norberto Fernández interpreta el principal papel masculino, Pinkerton, un personaje para el cual “comprar la casa, armar la ceremonia no son más que trámites para conseguir una distracción del momento. No se toma nada en serio, no tiene en cuenta los sentimientos de ella. Cumple los requisitos para estar con su geisha, desoye los consejos del cónsul, hace bromas frívolas mientras que ella renuncia a tanto, se muestra tan confiada. Solo al final reconoce Pinkerton su vileza, pero al encarar la actuación, no puedo verlo como a un villano total, busco sus matices. Quizás hereda una tradición familiar, su abuelo, su padre pertenecieron a la marina, se comportaron de la misma manera. En consecuencia, Pinkerton no se cuestiona moralmente sus actos, es superficial. Pero en el último acto toma conciencia, creo que il rimorso, el remordimiento, lo va a acompañar toda la vida, cada vez que mire a su hijo. Es un rol muy exigente, por algo Puccini le da un descanso al tenor, con esa orquestación hay que cantar con plena voce”.

La cover Patricia González viene de hacer Butterfly en La Plata, en julio, una versión más clásica que la que propone Horacio Pigozzi: “A mí me costó llegar a entender a Butterfly desde que la empecé a estudiar, a tanta distancia del pensamiento actual, creo que incluso en Japón. Traté de ir hacia la japonesa de aquella época, de sostenerme en esa mentalidad, aunque es cierto que ella hace una conversión por amor, pero al final vuelve a las fuentes, a su tradición, con honor muere. Creo que esta puesta va a la interioridad de los personajes, sobre todo de Butterfly que es el eje absoluto, dejando al desnudo la emoción al estilizar tanto la escenografía, el vestuario... ¿Sabés qué? Esa aria final no puede estar mejor escrita, es un puñal en el corazón para cualquiera. Creo que sí, que Puccini tiene un costado muy femenino, que se trasluce especialmente en esta ópera”.

Mónica Ferracani hace por primera vez a la sufrida y leal mariposa, “un papel bastante complejo el de esta mujer que empieza siendo casi una niña, enamorada hasta la ceguera, que se convierte en madre y sufre fuera de la realidad. Es un personaje sumamente atractivo desde el punto de vista de la interpretación, tan fusionada con la música, con un crescendo emotivo hacia la melancolía, hasta llegar al dolor más brutal. Hay que dejarse llevar por esa tremenda corriente emocional, pero también contenerse un poco, para poder llegar al final... Es un rol de gran intensidad desde el comienzo, que va sumando emociones, que no dejar de amar ni en la peor adversidad. Es un personaje muy extremo que vive a pleno su propio delirio, Puccini le dedica una música exquisita a esta ópera, renovada en esta versión, con una puesta muy concentrada, sin adornos. Me ayudó mucho en la composición la mirada del régisseur, que no la ve totalmente japonesa sino entre dos culturas, con una ambivalencia que enriquece estar visión tan poética”.

Madama Butterfly, hoy a las 20.30, el 6, 8 y 10 de noviembre a las 20.30, y el 4 de noviembre a las 17.30, sobrantes de abono en el Teatro Avenida, Avda. de mayo 1222 o por Entrada Plus (4000-1010).

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Imagen: Juana Ghersa
 
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