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Viernes, 16 de noviembre de 2007

MUSICA

Manual para atravesar tormentas

A María Volonté la música la acompaña desde que tiene memoria. El amor la llevó a los sonidos y los sonidos, a comprender que no importa tanto el destino como el viaje, un trayecto en el que acaba de editar Sudestada, su nuevo disco.

 Por Rosaria Bléfari

María Volonté comenzó en la década del ochenta haciendo canciones propias, aunque se la relacione primero con el tango. En Sudestada, su último disco, siente que sintetiza todo lo que le interesa de la música que recorrió y lo comparte con otros músicos (Raúl Carnota, productor del disco, Walter Ríos, Caracol, Popi Spatocco, Daniel Mazo, Lucho y Martín González). Sin miedo a decir que su vida musical es parte de una búsqueda existencial, María canta el tango “María”, recupera la palabra dopados en “Los mareados”, pero a la interpretación de estos clásicos se suma escribir sus canciones como lo hacía en los tiempos en que estaba más cerca del rock, del candombe, de la música rioplatense. Su filosofía del viaje por sobre el destino final, de la recuperación, del tomar y dejar, de círculos que se completan para resolver y no clausurar, ampara sus sentimientos y sus elecciones. Lleva esta música, viaja para llevarla y hacerla oír en otras partes del mundo; o son las canciones las que la llevan de acá para allá para que las cante delante de oídos muy distintos, parecidos en lo que sienten en su decir y en su voz.

La música siempre estuvo cerca para hacerla y disfrutarla, pero no parecía que una vida pudiera construirse en torno de ella, menos la vida de una mujer. Siempre fue algo natural, una energía que fluía desde la mañana por toda la casa. Su padre había renunciado, por pedido de su mujer, a una vida de músico –con la nocturna y la bohemia que parecen venir de su mano–. “El nos formó y estimuló musicalmente pero no lo tenía pensado como una posible profesión para mí.” Sin embargo ya había dejado sembrada la inquietud en ella y sus hermanas. En el colegio siempre la guitarra, Violeta Parra, Chavela Vargas, Paco Ibáñez. En la adolescencia, la música de Brasil, del Caribe, de Colombia, el jazz. Y como Volonté cree en los designios que se cumplirán de todos modos, encuentra en su vida hechos que se encauzan: fue el amor una fuerza fundamental para animarse a hacer lo que su papá no tenía pensado para ella. Fue el amor del hombre de quien se enamoró el que hizo aflorar y acompañó su personalidad musical. Para ella se trata del “fabuloso poder del amor”, que lleva a extender los propios límites, a descubrir partes de uno a través del otro. El amor, como tema, propone infinitas variantes. “Sólo atreverse a vivir con intensidad permite descubrir todos los matices, los cielos de la realización amorosa y los infiernos de la pérdida. Lo que permite reflexionar a través de la pasión es el ejercicio de la flexibilidad y la entrega.”

Si alguna vez, tiempo atrás, cuando su repertorio podía pasar de un tango a una canción de Jacques Brel, algún acartonado varón del tango le pidió fidelidad exclusiva con el género, sólo consiguió afirmar en ella la convicción de que no sería así. Porque su tango le pertenecía como le pertenece a cada uno el suyo, y estaba desde siempre en su memoria emotiva sin pedirle más que ser cantado y entendido a su manera. Cantante argentina es lo que se siente ahora, porque las canciones que canta están enhebradas por un secreto hilo personal, no por un género determinado. Y ese hilo argentino reconoce determinadas similitudes emocionales en canciones populares provenientes de distintas culturas: la colección criolla-latina-europea que a veces es tango, a veces es fado, bossa, chanson, canzonetta. “Eso explica que al escuchar un tango un holandés se emocione sin entender la letra.” Este lenguaje es universal, “la vivencia intensa de la pasión conecta a personas tan diferentes”.

“Interpretar es reactivar la canción”, dice, oficiar de puente para que las canciones sigan pasando de una persona a otra. La elección de repertorio habla. Raúl Carnota en la producción artística le buscó una identidad propia a cada canción. Todo se fue condensando, “ahora puedo llevar siempre todo mi equipaje, y a la vez es más liviano y ocupa menos porque llevo lo esencial”.

Habla de la vida que a veces te premia y a veces “te da un dosveinte” o “te cachetea” sin piedad. Habla por la experiencia, ¿se necesita otro rigor de verdad? Ella sabe que esa “divina mentira del arte” se arma con luces, sonido, escenografía, vestuario, todo para la escena, pero la verdad que corre por debajo es lo único que la hace vibrante. Cuando empezó con el tango, pudo tomarse su tiempo para encontrar su propia voz. Recuerda aquella vez que con su querido amor, atraídos por el encanto de lo decadente, entraron en un cabaret de la 9 de Julio. Cuando la orquesta paró a descansar y las coperas se acercaron a los hombres solos, ella subió impulsivamente el escenario y cantó “La última curda” a capella. Al terminar las mujeres la rodearon, la abrazaron, le pusieron dinero en el escote. Nunca podrá olvidar cómo pudo palpitar la tremenda conexión que se establecía con la gente a través del tango. En la emoción llegó una especie de consigna sentimental: lo bueno y lo malo hay que poder atravesarlo con entereza. Ella lo llama convivir con las tormentas. “Y eso es el tango: la vida intensamente vivida, el duelo y la celebración. Hace 25 años vivo en La Boca, a orillas del río que pasa, de cara al viento sur. Las tormentas a veces vienen de adentro, a veces de afuera. La respuesta es una canción, como un refugio, como un abrigo. No importa dónde vamos, lo importante es lo que vivimos. La incertidumbre siempre está pero vamos igual, como quien camina entre dos abismos.”

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