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Viernes, 16 de noviembre de 2007

ENTREVISTA

La ruta de las camisas negras

La historiadora italiana Federica Bertagna, amante del fútbol, de la carne y el buen vino, encontró la forma de hacer pie en Argentina, el lugar donde las cosas de sus amores abundan: investigó en las rutas de la inmigración fascista a nuestro país y devela algunas perlas como el Movimiento Italiano Femenino, que por cada mujer contaba con un cura.

 Por Moira Soto

No es de sorprender que la italiana Federica Bertagna haya elegido la Argentina como país para investigar el tema de las migraciones desde la península: su interés por la historia a la hora de decidir en la universidad se incentivó gracias al fervor que le transmitió su profesor (luego director de tesis de licenciatura y doctorado) Emilio Franzina, “quizás la persona que más conoce sobre la historia de la emigración italiana, ocupándose sobre todo de América latina”. De ahí a quedarse con la Argentina, país vinculado a la memoria familiar de Bertagna (dos tíos abuelos vinieron en la segunda posguerra, uno de los cuales aún vive en Villa Carlos Paz), había un paso que la historiadora dio con naturalidad, influida indirectamente por los cientos de miles de italianos e italianas que en el siglo pasado vinieron acá a hacer la América. Pero Federica Bertagna terminó concentrando sus investigaciones en el contingente de vencidos de la Segunda Guerra que optó por enfilar hacia nuestro país, hizo el seguimiento de algunos de sus itinerarios individuales, analizó las relaciones con los fascistas que quedaron en Italia, con la colectividad local y con los grupos de poder económico y político durante el peronismo. El estimable resultado de tan concienzuda tarea es el ensayo La inmigración fascista en la Argentina, editado por Siglo XXI en la colección Historia y Cultura.

Licenciada en Letras antes de doctorarse en Historia, nacida en un pueblo de la provincia de Verona, FB se enamoró de chica de la literatura italiana aunque actualmente reconoce que sus escritores predilectos son los judionorteamericanos Saul Bellow, Bernard Malamud y “allá arriba”, Philip Roth. Entre los italianos, guarda un lugar especial en su corazón para Primo Levi (la lectura, apenas adolescente, de sus libros la inclinó hacia la historia para intentar comprender cómo pudo suceder la Shoah). Más allá de sus estudios, Bertagna tiene dos pasiones dominantes: el fútbol y el spaghetti western (“por supuesto, Sergio Leone: no sé cuántas veces he visto Il buono, il brutto, il cattivo, me conozco de memoria todos los diálogos”). Fan del Milan, a los 15 Federica coleccionaba recortes de diarios sobre Maradona (“¡lo juro!”). El martes pasado, ya en Italia y a punto de viajar a un congreso en Chicago, apenada y preocupada, escribe un correo a la cronista comentando la muerte de un hincha a manos de un policía y los choques violentos que ese hecho provocó en distintas ciudades italianas.

No hace falta aclarar que la autora de La inmigración... se siente a sus anchas en la Argentina: “Me encanta la gente, la cultura, su humor único, la carne, el vino, la propia ciudad de Buenos Aires... Y certo, cómo se vive el fútbol: ver los partidos en los bares con todo el mundo exaltándose y puteando, me hace sentir en casa...” Puteadas que Federica entiende en todos sus detalles porque desde que vino la primera vez en 2001, decidió estudiar castellano para poder comunicarse en la calle, leer los materiales, hacer las entrevistas a fondo.

“No sólo los fascistas, también los antifascistas veían a Perón como a alguien parecido a Mussolini, una imagen bien de derecha que se ha mantenido en Italia”, comenta Bertagna. “Creo que en mi libro dejé bastante claro que no hubo una Odessa italiana, ningún plan del gobierno peronista para atraer a los fascistas italianos. El tema nazi, en todo caso, va por otro camino. Si hago alguna referencia es porque las vías de escape de los nazis pasaban por Italia, por Roma, por la Iglesia Católica. Pero el caso italiano ofrece una diferencia esencial: la inmigración italiana fue en el casi ciento por ciento de los casos legal, mientras que la de los nazis fue ilegal, con Alemania bajo el control de Estados Unidos hasta fines de los ’40. En cambio, hubo una ley de amnistía en Italia en 1946 y casi todos los fascistas salieron de las cárceles. De los casi 6 mil que fueron condenados, quedaban en la cárcel en 1952 alrededor de 200.”

¿Había un camino abierto en más de un sentido, ya que algunos fascistas tenían parientes viviendo acá?

—Si una se fija en las redes que usaron los fascistas italianos, se advierte que eran casi todas las mismas a las que recurrieron los inmigrantes “comunes”, que se venían a la Argentina atraídos por la bonanza económica de esa época. Sí, claro que muchos tenían parientes, ingresaban con su pasaporte auténtico, todo legal. Pero necesitaban un contrato de trabajo, gracias al cual fue posible reconstruir su trayectoria.

¿Hubo reacciones populares frente a la amnistía?

–Las hubo, politizadas en algunas regiones como el centro de Italia, en particular en la zona de la Emilia, por la historia que había de la llegada al poder del fascismo a partir de los años ’20, con una tradición de luchas obreras socialistas. Cuando subió el fascismo, arrasó con todo: las cooperativas, los partidos políticos... Muchas reacciones tuvieron que ver con la revancha, pero ya en el ’48 los fascistas estaban en el Parlamento, ya existía el Movimiento Social Italiano, la Constitución lo permitía.

¿Cuánto tiene que ver la Iglesia con el pronunciamiento de esta amnistía?

–El partido de referencia de la Iglesia era el Demócrata Cristiano, entonces obviamente tiene bastante que ver. Encontré, por ejemplo, presiones de este Movimiento Italiano Femenino, el MIF, hacia los políticos democristianos, porque los fascistas del Movimiento Social no tenían mucho poder todavía, recién lo alcanzan en la segunda mitad de los ’50, cuando la Democracia Cristiana necesita los votos de la derecha.

¿Los fascistas vinieron a este país como a un segundo hogar?

–Justamente, el título de mi libro en Italia es Patria de reserva. Desde antes de esta época la Argentina tenía esta fama de país acogedor, ya había venido exiliados políticos. Pero por primera vez, en la segunda posguerra, llega gente de derecha, porque a partir del Risorgimento en Italia, vinieron acá muchos de izquierda, socialistas, anarquistas. En el imaginario italiano, Argentina era uno de los países preferidos como destino. Y lo siguió siendo, por ejemplo con el Plan Quinquenal que necesitaba inmigrantes profesionales, técnicos.

¿Hubo alguna organización fascista de mujeres que precediera al MIF?

–Este movimiento surge en 1946, pero no hubo antes ninguna entidad que se pueda considerar como antecedente. Sin embargo, durante el fascismo, el papel de las mujeres se había vuelto progresivamente importante en organización de tipo paramilitar. Durante la República Social Italiana, las llamadas auxiliares proporcionaban servicios laterales, de segunda fila. No está comprobado que hayan llegado a ser combatientes, pero formaban parte de ese ejército, como voluntariado. Es decir, había muchas mujeres que estaban relacionadas con la guerra por un lado, y que por otro cumplían funciones de tipo asistencial. Estas actividades ya habían comenzado en la Primera Guerra, de modo que ese papel de una parte de la población femenina en la vida del Estado, civil, militar, dura alrededor de treinta años.

Este tipo de organizaciones, así como luego el MIF, ¿se relaciona con la Iglesia?

–Casi siempre. En parte, ciertas actividades provienen del rol que cumplían las aristócratas como damas de caridad. El MIF tenía que ver con este origen, no hay más que ver el perfil de su máxima dirigente: María Pignatelli formaba parte de la nobleza, de la derecha católica. Muchas integrantes del movimiento, en nivel dirigencial, tenían apellidos reconocidos como Incisa, de la nobleza negra (con títulos otorgados por el Vaticano). El desarrollo del MIF es impresionante, llegan a tener sedes en todas las provincias italianas.

¿El objetivo específico era ayudar a los fascistas encarcelados?

–Aunque en el estatuto se habla en general de presos que se encuentran en estado de necesidad, todo el apoyo y la ayuda material era para los fascistas. Por cierto, al lado de cada secretaria del MIF había un cura que proporcionaba ayuda espiritual a los detenidos.

¿Pignatelli fue una fascista muy fervorosa durante el régimen?

–Ella había tenido durante los primeros años del fascismo una relación con uno de los llamados cuadriunviros de la Marcha sobre Roma, Michele Bianchi. La Pignatelli se había casado con el marqués de Seta primero, y en segundas nupcias con Valerio Pignatelli, militar condecorado que había hecho la campaña de Libia en 1912, combatiendo en la Primera Guerra y en Etiopía. También estuvo vinculado con los blancos en la Revolución Rusa y en una de las revoluciones mexicanas de comienzos del siglo pasado. Un personaje con una historia militar increíble. Mussolini había pensado en confiarle la organización de un cuerpo armado clandestino para que actuara en territorios en poder de los Aliados, por eso se supone que la Pignatelli habría ido al coloquio con el jefe de gobierno en Salò. Por los atentados que organizó en Calabria, el príncipe recibió una condena de 12 años, que apenas cumplió porque salió gracias a la amnistía de 1946. Entretanto, María Pignatelli había sido arrestada por los Aliados e internada en distintos campos, hasta que logró huir de Rimini. Ahí fue cuando la pareja encontró refugio en la propia sede vaticana, hasta que se pone en evidencia su pasado fascista y los echan. Pero las relaciones con la Iglesia no se rompen: recuerdo una carta de la Pignatelli donde le dice que el mismo Giovanni Montini –a cargo de una oficina pontificia, que ayudaba a prófugos de la segunda posguerra– le enviaba pedido de ayuda a ella cuando había problemas, es decir, fascistas de alto nivel. Pero tampoco es que hubiera un plan del Vaticano para ayudar a los fascistas, aunque está claro que había muchos curas simpatizantes. También podía haber retribución de atenciones, como en el caso de Cesare Maria De Vecchi, personaje de la Marcha sobre Roma, que había ayudado a la orden salesiana durante el fascismo y luego los salesianos lo protegieron mucho: estuvo viviendo acá en Buenos Aires, de 1947 a 1949 en una casa de esa orden.

La perseverancia y capacidad de organización de María Pignatelli merecían una causa mejor...

–Su actividad duró hasta mediados de los ’60, aunque ya en la mitad de los ’50 casi no había fascistas presos, La misma Pignatelli cuidó muchísimo el tema del archivo, hay como 90 cajas de material, mil y pico de carpetas, cada fascista con su legajo personal. El movimiento tenía un equipo de abogados, pertenecientes a la Democracia Cristiana y al Movimiento Social Italiano, que ayudaron de manera gratuita, llegando a facilitar la salida de la cárcel de muchos fascistas, aprovechándose de esta intención del gobierno de cerrar con el tema del fascismo. La Pignatelli se dedicó plenamente a esta causa, cuando ya no tenía sentido. El MIF tuvo una filial en Buenos Aires a través de Emma Castronuovo, una mujer de la que hay pocos datos. Mientras que en Italia había muchas argentinas comprometidas como socias de este movimiento.

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Federica Bertagna y Marïa Pignatelli, fundadora del Movimiento Italiano Femenino.
 
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