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Viernes, 11 de octubre de 2002

CINE

WOW, qué mujer

Fue actriz, sindicalista de los obreros del papel, diputada por Quebec, feminista, documentalista. Estas últimas dos cosas Monique Simard las sigue siendo. En su haber hay un número impreciso, pero abultado de documentales sobre mujeres. Empezó su carrera con Wow, una película que escandalizó a Canadá. Y estuvo en Buenos Aires para presentar su cortometraje sobre la Marcha Mundial de Mujeres contra la Violencia y la Pobreza.

Por Soledad Vallejos

En 1968, Monique Simard tenía 18 años, una carrera universitaria recién iniciada y la sensación “de que todo lo podía hacer en la vida”. Por empezar, puso la sensualidad de su rostro y su cuerpo en Wow, un film casi mítico para toda una generación de canadienses. Pero, caprichos de adolescente todopoderosa, jugar a ser actriz no terminaba de convencerla y decidió hacerse la distraída cuando unos cuantos querían canonizarla como chica-ícono para zambullirse de lleno... en política sindical. Lo suyo era la acción social, se dijo, y nada mejor para estar en medio de la lucha que convertirse en la única mujer sindicalista (“me di cuenta que para ayudar a las mujeres, tenía que ser una buena negociadora”) de un campo tan lleno de hombres como el sindicato de obreros del papel y la madera. Poco después, no le alcanzó y también se convirtió, por citar sólo algunos ejemplos, en diputada por Quebec, vicepresidenta de la Confederación de Sindicatos y miembro del Consejo de la Mujer. En una sociedad que se disponía a poner en práctica los arrebatos justicieros heredados del Mayo Francés, supo aprovechar su visibilidad de sindicalista y política para llevar el reclamo por la igualdad de la mujer a primera plana, y poco importaba si lo hacía desde su faceta de militante o como la apasionada cinéfila y productora cinematográfica que es. Porque, al fin de cuentas, la chica que emergió como figura pública tirándose desnuda a una pileta frente a las cámaras de una película alborotadora, luego se casó con un director de cine, descubrió que la producción podía ser apasionante y no contuvo sus ganas de probarse allí también. Resultado: una cantidad apreciable de films documentales que tienen por común denominador a las mujeres. En eso está últimamente, mientras cuenta que ahora está alejada de las bancas y toma un café en Buenos Aires, el lugar al que llegó para dar talleres del Festival Doc Buenos Aires y presentar uno de los resultados de dos de sus pasiones: Partition pour voix des femmes (Partitura para voces de mujeres), el documental que produjo sobre la Marcha Mundial de las Mujeres contra la Violencia y la Pobreza, la iniciativa que en octubre de 2000 movilizó a miles de mujeres en 161 países, y que, por cierto, también la contó entre sus organizadoras. Parece difícil definir a esta licenciada en historia y ciencias políticas canadiense (por lo demás, periodista de radio y televisión en sus ratos libres) que pone cara de no entender el asombro ante tanta versatilidad y entonces insiste:
“Hay mucho camino en el medio, pero no siento que haya para nada rupturas en mis cambios de campo de acción. Trabajo siempre sobre los mismos valores, los mismos objetivos, y trabajo también en algo que tiene que ver con la comunicación. No siento que haya habido cambios muy profundos, me siento muy cómoda.”

Del dicho al hecho
“En ese momento, sentía que no tenía límites”, explica Monique antes de agregar que el Canadá de fines de los ‘60 era una pura posibilidad, que por algo un buen día se reveló como uno de los rostros del momento en esa película rupturista en que nueve adolescentes fumaban marihuana, hablaban de trivialidades como el amor, las drogas, el sexo, la política y sus fantasías de futuro.
–Wow era uno de los primeros films en que se daba la palabra a los jóvenes. Aún más que la palabra, porque podíamos poner en escena lo que nosotros quisiéramos, y guionarlo y protagonizarlo. Hubiera podido hacer una carrera de actriz de cine en ese momento, pero preferí comprometerme más con la acción social.
–¿Cuál era la situación de la mujer en Canadá cuando empezó a militar y actuar en política?
–En esa época, era una situación fatal: había discriminación legal. Cuando empecé, no había leyes que aseguraran la igualdad de sexos, las mujeres siempre ganaban menos dinero por el mismo trabajo, no había leyes de aborto, no se garantizaban las guarderías para los niños cuyas madres trabajaban, ni se reconocían temas como el de las mujeres golpeadas. Yo pertenezco a una generación que había comenzado a luchar diciendo “no soportamos más esta situación”. Es una generación que luchó para el cambio, impulsó leyes. Fue una lucha colectiva, y ganamos bastante. Mi campo específico fue trabajar por la igualdad en el mercado laboral: licencias por maternidad, salarios. Y que me di cuenta muy pronto, a los 24, 25 años, de que la mejor manera de hacerlo era transformándome en una buena negociadora en el mercado de trabajo. Y tuve que negociar mucho en un sector predominantemente masculino. Allí gané mucha credibilidad como negociadora. Entonces, después puse esa credibilidad al servicio de las mujeres.
–Es interesante cómo pudo desarrollar una imagen y una tarea públicas en sentidos totalmente diferentes al de su primera aparición.
–Fue una combinación de circunstancias, yo no lo busqué. Simplemente se produjo de esa manera. Yo era muy joven cuando tuve cierta notoriedad, pero era una época de mucha ebullición, de cambios positivos en Canadá. Al mismo tiempo, las mujeres argentinas de mi edad vivían la dictadura. Creo que, si yo hubiera nacido aquí, probablemente sería una desaparecida, o una exiliada. En cambio, en Quebec, esa época correspondió a un tiempo muy progresista. Cuando lo comparo con otros lugares, pienso que fue fácil, pero la verdad es que la situación de la mujer en Canadá tampoco hoy en día es perfecta. Queda mucho por hacer, pero tengo experiencia para decir que se ganó mucho, y eso hay que reconocerlo. Y es necesario que todas las jóvenes comprendan que eso no vino del cielo sino que hubo quienes lucharon para ganarlo. Porque también tengo experiencia para comprender que nada está ganado de antemano. Por suerte, Canadá no es como los Estados Unidos, no hay movimientos de derecha. Por ejemplo, en Estados Unidos se cuestiona el aborto, mientras que en Canadá ya está, es un derecho adquirido y no se discute más, lo paga el servicio público. Creo que, después de los escandinavos, Canadá es uno de los mejores países en relación al tema mujer, por sus indicadores estadísticos.
Alejada de la política hacia fines de los ‘90, Monique se lanzó en alma y vida a producir documentales. Des marelles et des petites filles... (Las rayuelas y las niñas...), uno de esos trabajos, daría la pauta de una mirada curiosa y abarcadora, pero también capaz de rescatar los pequeños detalles que hablan de algo más grande que ellos mismos. En los cinco continentes, las niñas cantan y juegan rayuela, ese espacio simbólico que dibuja el camino entre el cielo y la Tierra, hablan del colegio, imaginan qué serán cuando sean grandes. Pero también en esos continentes hay un mundo de adultos y derechos no respetados: ignorancia, pobreza, trabajo forzado, delitos sexuales. Monique viajó a Yemen, Perú, Burkina Faso, Haití, India, Tailandia. Hizo hablar a esas niñas, las retrató con la ayuda de una directora. Las puso al aire en la televisión de Canadá, que tiene por norma financiar y difundir documentales.
–¿Por qué la producción y no la dirección?
–Porque no tengo talento para ser directora, simplemente. Pero sí pienso que tengo bastante talento para ser productora. Creo que sé elegir buenos temas, trabajo con artistas valiosos y, con mi experiencia de negociadora, soy buena para conseguir el dinero necesario para realizarlos. Tengo mi propio juicio artístico y lo ejerzo todos los días. Pero no tendría tiempo de hacer películas, aunque tal vez un día lo haga.
La celebridad (o el fenómeno de los famosos y mediáticos, en nuestro país) planteada como el nuevo “opio de los pueblos”, la eliminación de las terapias basadas en hormonas naturales para las menopáusicas, el olfato y los olores, la historia de Montreal a través de trece personajes de diferentes épocas, el encuentro entre una vieja dama francesa y una joven cineasta de Quebec, la vida después de la tortura y la condición de refugiado, esos son sólo algunos de los temas que Monique ha producido, con diferentes directores y directoras, para documentales en los últimos años. Hay otro, sin embargo, que impacta por el despliegue de producción disfrazado de sencillez extrema y la elocuencia de los resultados: Partition.... Registrado en cinco países bajo la mirada atenta de seis directoras (Anne Laure Folly, en Senegal, Pat Fiske y Nicolette Freeman en Australia, Deepa Dhanraj en India, Helene Klodawsky en Estados Unidos, y la argentina Carmen Guarini en el segmento de la escuela de mujeres líderes de Ecuador), el documental toma como eje la Marcha Mundial de las Mujeres para recoger historias de mujeres de Ecuador, India (la creación de una corte para castas bajas), Senegal (la escisión del clítoris), Estados Unidos (mujeres pobres organizándose para obtener seguro social) y Australia (un grupo de mujeres víctimas de violencia sexual que encontraron en el circo un arma efectiva para reconstruirse).
–Pienso que el rol que nos cabe a los documentalistas es, de algún modo, educar al público sobre temas internacionales. Nuestra responsabilidad es ir a los canales y convencerlos de que adquieran y difundan documentales sobre otras realidades. Cuando uno más ofrece un documental de calidad, más la gente pide eso, reclama calidad. Pero cuando más ofrece cosas malas, se pierde sentido crítico, y el público se torna mediocre. El desafío es no ejercer un efecto reductor, por ejemplo, en la elección del tema y, por supuesto, el tratamiento. Un mismo tema puede ser enfocado de miles de maneras distintas, y por eso también es interesante el documental, porque, a veces, a través de un solo personaje se pueden encontrar cosas de una profundidad extraordinaria, y sin necesidad de hacer algo “didáctico”.

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