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Viernes, 28 de diciembre de 2007

ENTREVISTA

Lo natural, como trampa

María Carman, ganadora del concurso Premio a la producción científica sobre discriminación en la Argentina –organizado por el Inadi y el Ministerio de Educación–, exhibe el modo en que con argumentos que aluden a la defensa del medio ambiente se excluye a los pobladores más vulnerables de la ciudad, como si sólo hubiera una “clase”de habitantes dignos de estar en ellas.

 Por Verónica Engler

El 2 de diciembre de 2004 una nota editorial del diario La Nación advertía: “Una nueva amenaza se cierne sobre la Reserva Ecológica Costanera Sur. (...) Son pocos los que saben que en una de las áreas de mayor biodiversidad, como lo es el borde del canal y el ceibal allí asentado, más de mil quinientas personas se apiñan desde hace años junto a un canal contaminado, donde obtienen bogas enfermas y coipos protegidos como alimento. Su urbanización cortaría la libre circulación de especies entre el canal y el resto de la Reserva, afectando el ecosistema y el desarrollo de la vida de los animales”.

Foto: Juana Ghersa

La “nueva amenaza” era la villa Rodrigo Bueno –bautizado con ese nombre en honor al cantante cuartetero muerto en el año 2000–, ubicada a 100 metros de la fuente Las Nereidas entre la Reserva Ecológica y la ex Ciudad Deportiva de Boca Juniors.

Por entonces se iniciaba un fuego cruzado que conduciría al desalojo de los habitantes del asentamiento, implementado por el gobierno de la ciudad a partir de agosto de 2005.

“Esa primera nota (en el diario La Nación) fue mi musa inspiradora, ese fue mi disparador, porque estaba tocando varios temas que yo venía trabajando respecto a los ocupantes de casas en el Abasto (Las trampas de la cultura, Editorial Paidós), que era esto de cómo se expropia la condición humana a ciertos habitantes de Buenos Aires considerados indeseables para poder ejercer sobre ellos la violencia, ya sea una violencia explícita o sutil”, cuenta la doctora en antropología María Carman, ganadora del Concurso “Premio a la Producción Científica sobre Discriminación en la Argentina”, organizado este año por el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) y el Ministerio de Educación de la Nación.

En Las fronteras de lo natural y las fronteras de lo humano, la investigación presentada en el concurso, Carman –investigadora del Conicet y docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires– trata el tema de la discriminación sufrida por los habitantes del asentamiento de la Costanera Sur, acusados de afectar el ecosistema, mientras que en la misma zona se desarrollan grandes inversiones inmobiliarias.

“Mi supuesto es que la operación simbólica de deshumanizar a los pobladores del asentamiento allana el camino para el ejercicio de la violencia pública”, escribió en uno de los apartados iniciales de la monografía premiada.

¿Cómo funciona esta operación de deshumanización? ¿De qué manera se fue consolidando en el debate público el argumento del daño ambiental en relación con los habitantes de la villa Rodrigo Bueno?

–En este caso concreto, por un lado el atribuirles comportamientos que tendrían que ver con la mera satisfacción más elemental de sus necesidades, como comerse especies protegidas, que no podrían ir más allá de la mera sobrevivencia individual y que no podrían procurarse la producción de signos o símbolos más sofisticados. Incluso se suele homologar a personas y cosas en esas enumeraciones en donde se cuentan que conviven las chatarras de los autos, porque ahí hay como un cementerio de autos, las baterías, porque hay un galpón con baterías supuestamente contaminantes, y la gente, como que formaran una especie de continuo, de una masa indiferenciada de desperdicios. Los propios habitantes de la reserva contestan frente a estos argumentos “parece que los animales tienen más derechos que nosotros”. ¿Cómo se les expropia la condición humana? Por un lado a través de estas construcciones culturales de pensarlos como gente con una distinta gradación moral.

¿Esta violencia simbólica es un paso previo necesario para, de alguna manera, legitimar luego el ejercicio de la violencia física?

–Sí, además sería totalmente inadmisible si fueran otros sectores de la sociedad, clase media o propietarios. Es fascinante la invisibilidad que tienen en muchos casos estos sectores populares, y más en el contexto de una ciudad progresista y de la exaltación de la multiculturalidad, es como que de eso no se habla.

De eso no se habla, o se habla en coyunturas específicas, como cuando se empiezan a cotizar los terrenos por los millonarios emprendimientos inmobiliarios que planean para determinadas zonas de la ciudad...

–Sí, el asentamiento está en el ojo de la tormenta porque está en Puerto Madero, que no cesa de expandirse capitalizando todos los terrenos susceptibles de producir renta, ligado al proyecto de la ciudad deportiva de Boca Juniors, donde se está proyectando el primer barrio privado cerrado de la ciudad, lo cual, además, está absolutamente prohibido por la reglamentación de la ciudad. El fuego cruzado lo inicia el ex director de la Reserva Ecológica, que escribe notas editoriales en el diario La Nación, a fines del 2004, donde el argumento principal es que la presencia de los habitantes de (la villa) Rodrigo Bueno en ese borde sur de la reserva estaría afectando la biodiversidad y la libre circulación de las especies. A mí lo que me interesaba trabajar es cómo ese postulado del intendente (Guillermo Jorge) Del Cioppo en la dictadura militar de que “no cualquiera puede vivir en Buenos Aires, porque hay que merecer vivir en ella” sigue vigente, aunque sin esa violencia explícita de la topadora que arrasa la villa miseria. Por eso me interesaba ver estas nuevas formas que asume el evolucionismo social, cómo sigue vigente en el sentido común de la gente. Algo interesante es que las organizaciones ambientalistas, que están enfrentadas al Gobierno, absolutamente en contra de estas torres elevadísimas que se están construyendo en Puerto Madero, sin embargo, coincidían con el gobierno de la ciudad en que había que echar a estos “habitantes indeseables”.

¿Cómo se articula esta cuestión entre lo ambiental y los pobres urbanos?

–Se construye cierto discurso de la naturaleza con mayúsculas, que no está contemplando a estos habitantes. Ese argumento que ahora incluso es apropiado por las propias torres-country de Puerto Madero en el que, si se rastrean las publicidades, hay como una especie de continuidad natural entre Puerto Madero y la Costanera Sur. Parte de la legitimación de esos proyectos es volver al entorno natural y tener la naturaleza salvaje y original de la ciudad allí, a pocos metros. Esta naturaleza con mayúsculas está funcionando como un recurso que contribuye a consolidar esta imagen de Buenos Aires como sitio único, leyendo la problemática dentro de esta competencia intercultural entre ciudades, en la que Buenos Aires trata de posicionarse como la capital cultural de América latina. Y además se le adiciona la cuestión de lo cultural-patrimonial en el sentido de que se trata de que sea declarado paisaje cultural de la Unesco. Entonces, se construye culturalmente, discursivamente, esta oposición entre lo intercambiable, lo superfluo, que serían estos habitantes precarios, que serían prescindibles, supernumerarios, y esta naturaleza con mayúscula que es considerada única, privilegiada, sofisticada. Sería como la búsqueda de reproducir ad infinitum esas especies vegetales y animales, y que tengan una especie de libre albedrío que no sea entorpecido por estos habitantes precarios. La naturaleza se va consolidando cada vez más como un recurso cultural, un recurso patrimonial, para reposicionar a Buenos Aires como una ciudad atractiva y digna de ser recorrida y visitada. Entonces, esta concepción de la naturaleza está implicando una concepción de lo humano en donde habría distintas gradaciones de humanidad.

Para referirte a la reacción que empezó a generar en determinado momento el asentamiento Rodrigo Bueno utilizás el concepto de principio de “máxima intrusión socialmente aceptable”, ¿cómo funciona este principio?

–Pareciera que hubiera implícitamente como un umbral de hasta dónde es aceptable una intrusión urbana. No es lo mismo vivir en una villa en un barrio imaginado para albergar a los sectores populares que en el corazón de la ciudad, y más acá (Costanera Sur y Puerto Madero) que es el centro del poder económico. Hay ocupaciones, como decía un editorial del diario La Nación, que son consideradas atrevidas, porque estarían vulnerando la distancia física que debe existir entre las clases sociales. Las clases sociales idealmente se deberían tocar lo menos posible en el espacio urbano, esto desde el punto de vista del sentido común de la clase media. O sea, la distancia debe ser física y social, y cuando se vulnera esta distancia física, esto produce un escándalo. Cuando un actor social realiza algo que no es lo esperado socialmente debe rendir cuentas al respecto. En este caso, si un pobre se instala a vivir en un barrio cotizado debe dar cuenta sobre eso.

En un texto que retomás en tu trabajo (Legisladores e intérpretes. Sobre la modernidad, la posmodernidad y los intelectuales), Zygmunt Bauman plantea que esta especie de gradación parece darse, de diferentes maneras, en distintos momentos históricos en los que la represión política se oculta bajo el disfraz de una “cruzada cultural”.

–Por supuesto. Yo en particular estoy discutiendo con (Philippe) Descola, este gran antropólogo contemporáneo francés que dice que estamos asistiendo al derrumbe del naturalismo, refiriéndose al movimiento del evolucionismo social de fines del siglo XIX, a esta primera gran corriente de la antropología. Para mí el evolucionismo, esta visión de que se van subiendo los peldaños de una escalera para pasar del salvaje al bárbaro y del bárbaro al civilizado, sigue absolutamente arraigada en el sentido común, y sigue operando como lógica a la hora de definir ciertas políticas públicas cotidianas que se están implementando efectivamente en nuestra ciudad.

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