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Viernes, 18 de enero de 2008

NOTA DE TAPA

El fin de la parranda

La edición del completísimo Libro de oro de Isidoro recuerda una época que veneraba la figura del varón juerguista y más o menos heredero o cazador de herencias: amante de la farra, obsesionado por exhibir mujeres como joyas, orgulloso de su ocio infinito... Aunque Cachorra no se quedaba atrás, el héroe siempre fue él. Tal era el modelo del playboy, esa especie nacida antes que la corrección política y que, con los años, fue extinguiéndose. ¿O todavía queda alguno?

 Por Liliana Viola

Un sarcófago que sólo la nostalgia pudo profanar, dejó a la vista –o mejor dicho, dejó salir de parranda– a Isidoro Cañones, compañero de infancia de argentinas y argentinos que hoy rondan los 40 y 50 años: llegó en versión cine primero, y ahora versión Libro de oro (Grupo Ed. Norma).

La distancia que Juan Sasturain señala ya en el prólogo –“Quinterno e Isidoro pertenecen a un mundo que ya hace mucho que no es el nuestro”– deja al descubierto, además, a una especie de hombre, modelo inalcanzable y en franca extinción. ¿Fue Isidoro el último playboy nacional? Si no fue él, ¿quién es?

Isidoro supo integrar una categoría familiar del desbande admisible, picardía de verano más relacionada con la adrenalina de canjear revistas en la vereda, primer trato comercial y de lectura, que con el modelo de varón –juerguista y mujeriego, parásito cazador de herencias– que representaba.

Poco tiene que ver ese fantasma de la nostalgia con la evaluación que pueda hacerse hoy al releerlo. Sus locuras hicieron furor en una época en la que la clase media bien educada no se molestaba por su liviandad en todo, incluso al delinquir, su himno a la falta de compromiso, sus espaldas a otras cuestiones de época como la liberación sexual y el avance del socialismo, su estirpe milica, moralista y terrateniente. Andrés Accorsi (citado en www.todohistorietas.com.ar) reflexiona: “Isidoro no estaba del lado de los buenos: estaba del lado de Isidoro. Si descubría las fallas del sistema, era en su propio beneficio y no para cambiar una situación injusta. La suya era una revolución frívola, que bien justificaba las infames estafas de las que se valía con tal de obtener guita, chapa y chicas”. Completa Oscar Steimberg: “Isidoro tenía el optimismo del pequeño triunfador cotidiano, a quien le importa lo que pasa hoy y no mañana”.

Las chicas de Isidoro

Considerar a las mujeres como una debilidad, junto con los caballos, el whisky y la timba, era entonces una gracia, más que eso: señal de hombría, un valor que sumaba más y más mujeres. Incluso para el viejo Cañones, prototipo de bonhomía anticuada pero bonhomía al fin, “cumplir con una señorita” era un asunto que merecía la vista gorda y hasta algunos billetes extras para el sobrino.

Las chicas de Isidoro son idénticas a Isidoro, preocupadas por despilfarrar el dinero que no ganan, por figurar en la última farra, cachorras de su misma clase, una oligarquía apoyada en tierra y armas. Y si no, son chicas de cabarets de la época (Karim), felices de pertenecer aunque sea desde su posición de mercancía decorativa. Es un mundo que llega hasta el oscuro 1976, donde la corrección política no ha nacido y cuestiones de género que hoy se pueden considerar básicas y fuera de toda discusión no figuraban en la agenda. Un ejemplo: en alguna viñeta de “¡Vivan los novios!”, el pundonoroso Coronel Cañones no duda en darle una trompada a su futura esposa cuando un equívoco le hace sospechar que lo está engañando con su mejor amigo –otro militar obviamente–, el coronel Metralla. No es un dato menor si se tiene en cuenta además que quien da la cachetada no es el tarambana del sobrino, ni siquiera el personaje desalmado de Arnaldo André que años más tarde castigaría como amo y señor a la Kuliok, sino el honorable Cañones, el personaje que representa el deber ser. Nadie lo detiene, no hay comentarios y la mujer no parece sorprendida. El tío, como Isidoro, queda soltero.

Lenguas muertas

En las vacaciones de invierno de 2007 apareció la versión cinematográfica (en los años de gloria se barajó darle vida en el cuerpo de Santiago Bal) con la voz de Dady Brieva para él, y la de Luciana Salazar para Cachorra. La estampa de Isidoro se puede ver por estos días repetida en golosinas y en paquetes de papas fritas como una invitación, bastante ignorada, a que los chicos se entusiasmen con su swing.

Como lectura de verano que fue, en este verano de 2008 llega El libro de oro de Isidoro, un ejemplar gigante con clara intención de homenajear: tapa dura color (¡roja!) que trae piezas raras como “Los travestis de Babilonia”, publicada en 1971 y nunca reeditada, “Cuarteles de invierno”, donde aparece una Cachorra que al principio fue morocha. La selección que había realizado el mismo Quinterno va desde el año de salida de la historieta, 1968, hasta 1976. Los nostálgicos deberán haber conservado además buena vista, ya que la edición gigante tiene letra chica, viñetas más pequeñas que las originales.

Padrino y sobrino eterno, nunca hijo y nunca padre, nacido a fines de la década del ’40 fue uno de los mayores éxitos de la factoría Quinterno, que lo definía con mucha propiedad y detalle para que dibujantes y guionistas no erraran: “Siendo bien nacido, lo que le da la prestancia y señorío natural, tiene ese innato don de ubicación del tipo que le gusta estar en todas, lo que le permite actuar con la misma soltura en un baile de embajada como en una francachela de tienda. Le gusta estar en todas, menos en el trabajo”. “Sabiéndolo cobarde, un guionista lo hizo saltar y subirse encima de una silla, histérico ante la vista de un ratón. Esta situación ha sido rechazada por cuanto se lo resentiría en su imagen de playboy y hombre de mundo. Isidoro no es esa clase de cobarde. Porque Isidoro no tiene inclinaciones feminoides.”

Isidoro tiene un cuerpo pequeño, se diría que es demasiado petiso y esmirriado para responder al modelo actual de lo sexy. Ni hablar de musculatura: diríase que tiene bracitos de pollo. Completa el look con polera negra, saco cruzado, lustrosos mocasines, pelo corto engominado y un vaso de whisky. Por momentos en la versión del cine parece un niño; la gimnasia en su época no era un atributo de masculinidad sino de corte marcial. El tío militar hace gimnasia, que no le modifica el cuerpo aunque sí alienta su espíritu enérgico. El escritor Luis Gusmán lo caracteriza como “playboy de otro tiempo, un tarambana, y a su vez un antihéroe algo querible a partir de sus fracasos, nunca demasiado malo ni demasiado cínico como para juzgarlo”.

Tan atrás quedó su tiempo que podría decirse que, como la Antigüedad, tiene su propia lengua muerta: ya no hay badulaques, tarambanas, mequetrefes, mentecatos que reciban sopapos, ni un gandul que pierda la chaveta en una boîte. Si se arma el merengue ahora habrá que hablar de muertos a manos de patovicas, o de mafias oscuras (¿fue Poli Armentano, asesinado de un balazo se dijo que profesional, el último playboy?). Las macanas están relacionadas con las drogas. Y la parranda, con la trata de blancas.

Los nombres de los lugares ya no remiten a ninguna parte: Mau Mau, Hippopotamus, Camerún, Acapulco, Bahamas, Marbella, paraísos tropicales y sobre todo fiscales, dejaron de ser destinos. Ya no causan gracia, es cierto, ni él ni su tío. Demasiado cínico o demasiado ingenuo según cómo se mire lo que se calla. Su destiempo, su falta de vigencia lleva a preguntarse a los mismos que disfrutaban de sus “locuras” dónde estaba el encanto.

¿Ser playboy o leer “Playboy”?

Pregunten a cualquiera qué es, qué significa playboy y la respuesta será: “una revista”, “revista con mujeres desnudas”. Buscar “playboy” en la web da como resultado unos 300.000 páginas para la obra que Hefner creó en 1953. El famoso logo del conejito diseñado por Art Paul resume un arquetipo. “Juguetón, coqueto y elegante”, decía Hefner, perfecta definición de la palabra playboy que no debe confundirse con galán, dandy, gigoló, variaciones de un mismo tema. Un playboy es un modelo de “varón seductor por antonomasia, en general de buena posición económica (debido al juego, las damas, las financieras, las herencias) que no trabaja, rodeado siempre, enamorado jamás, de mujeres famosas”.

Más inteligente y con más cintura, la revista demostró tener más vida que el personaje que le dio el nombre... Playboy incluyó además de cuerpos, columnistas brillantes –Joyce Carol Oates, Arianna Huffington, Susan Sontag, Doris Lessing, Margaret Atwood, Nadine Gordimer, etc.–, cuenta hoy con un 40% de suscriptoras mujeres y es una mujer, Christina Hefner, la ejecutiva de la empresa de su padre.

En cambio, a esta altura hay que navegar mucho para encontrarse con nombres de playboys de carne y hueso. Por ejemplo, Philippe Junot: “emperador de la noche, vividor, juerguista, mujeriego y soltero empedernido a cuya biografía se le agregaron estudios y fortuna para cuando la corte monegasca anunció el compromiso con Carolina de 19 y él de 36, luego de un crucero a las Islas Galápagos”.

Las pocas noticias que involucran a algún playboy ahora provienen de la pena, la decadencia o simplemente la muerte. De un tiempo a esta parte, cada país despide a su “último playboy”: “a los 64 años, murió de un paro cardíaco el príncipe Rodrigo D’Alenberg, el rey de las grandes fiestas de Punta del Este que se jactaba de haber impuesto como moda, en Montecarlo, el champagne con hielo en vaso largo”; la prensa de Río de Janeiro dio su adiós al “último playboy”, Jorginho Guinle, famoso por sus citas con Marilyn Monroe, Rita Hayworth y Anita Ekberg, que murió de viejo en un lujoso hotel del que una vez fue dueño... En una entrevista que concedió poco antes de morir, le preguntaron si encontraba diferencias entre los playboys actuales y los de su época. “Los actuales se equivocan –respondió–: trabajan.” “Rolf Eden, histórico playboy de Berlín, recibe la bofetada que muchas de sus conquistas desearon y no pudieron dar a este don Juan de 77 años y todavía activo: la única mujer que llegó a conquistar su corazón, una joven de 27 años, lo dejó plantado a sólo cuatro días de la que iba a ser su primera boda. ‘Lucharé por ella’, declaró Eden a medios locales.”

Una biografía, un guión cinematográfico y una mención en La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa, mereció el pionero Porfirio Rubirosa, que murió manejando su Ferrari por el parisiense Bois de Boulogne, justo cuando los demás empezaban, en el año 1965. Rubirosa cumplió con todos los item: hijo de un militar dominicano reconvertido en diplomático y destinado al París de la Primera Guerra Mundial, fue piloto de aviones y autos de carreras, boxeador, jugador de polo, amante, según algunas versiones, de Eva Perón. También de Ava Gardner, Zsa Zsa Gabor, Danielle Darrieux, Kim Novak y muchas otras. Cuentan su biógrafo y la leyenda que su primera mujer, la hija del dictador Trujillo, huyó de la habitación nupcial “al comprobar el tamaño del miembro que la apuntaba”.

El ideal del divertido vividor, que gozaba de las rentas, del excedente de las playas y los casinos pertenece también a un momento del capitalismo que fue decayendo a medida que otro modelo avanzaba. El ideal a fines de los setenta se fijó en un hombre también alcohólico pero sin copa de whisky en la mano. El yuppie –preparado en alguna universidad prestigiosa y workalcoholic– marca la decadencia del modelo playboy, personaje sin poder que quedó desnudo ante su incapacidad para producir ilusiones posmodernas, pura hojarasca.

¿Qué le hicieron a Cachorra?

Dejemos a Isidoro en su agonía y miremos un instante a Cachorra. El personaje de las historias originales escapaba por una ventana, pero escapaba al estereotipo femenino de la época. Es una joven soltera de buena familia que huye del casamiento y de todo compromiso aunque no necesariamente del trabajo intelectual –muchas veces es la gestora de las fechorías de su amigo–. Su condición de chica adinerada y de buena familia la aleja también del estereotipo de la copera de cabaret. A Cachorra le gusta la farra como a Isidoro. Es su alter ego pero no su novia oficial. De hecho, no aparece en todas las historietas. Isidoro había conocido a Cachorra en Mar del Plata, tres años después de empezada la tira. Le dice “maestro” a veces, pero lo supera en su habilidad para engañar al Coronel Cañones, que la cree una chica de familia, estudiosa, responsable y trabajadora. Lo aventaja también en que su abuelo, el misterioso general Bazuka, nunca aparece, siempre está de viaje. Cachorra es más libre, tan truhán como su amigo, piensa como un hombre.

Por eso, si de algo vale la pena mirar la aburrida, ingenua y anacrónica versión cinematográfica es para asombrarse del lifting conservador que le han hecho al personaje con voz de Luciana Salazar.

Primera escena: llega exultante Isidoro a contarle que por fin ha conseguido lo que todos sabemos que esperaba: el tío lo echó de su casa y le dio su parte de la herencia. Es hora de gastarla. Ella, que en otros tiempos le habría armado la fiesta, entorna pestañas y le dice que llegó la hora de que empiece a pensar con quién va a vivir... Isidoro no capta la indirecta y a partir de este momento Cachorra se convierte en angustiada, despechada Susanita que hará todo, incluso noviar con el villano, por despecho. Cachorra perdió independencia y gracia mientras repite la palabra “maestro” cada vez que ve a Isidoro.

Esta versión que no se molestó en actualizar la historia –apenas puso celulares y dibujos de culos en primer plano que Isidoro sigue como el baboso que nunca fue– por alguna razón se habrá visto en la necesidad de ponerle un toque de novedad (?).

Es así, a un playboy en decadencia se lo contrarresta con esta imagen de chica sufriente, nacida para el amor no correspondido y la familia tipo, garante de la corrección política de la masculinidad.

Dan ganas de hacer: Plop!

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