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Viernes, 25 de enero de 2008

SIN MOLDE

La Minerva de Francia

Los retratos oficiales de la historia y el cine armaron un canon de reinas europeas amantes del exceso, dedicadas al romance, la espada y la festichola. Pero conspiradoras, frívolas irredentas y ociosas todoterreno están, en realidad, lejos de más de una de ellas. O, al menos, eso dice una autora contemporánea, que desde hoy sale a la (arbitraria) búsqueda de vidas ejemplares que han sido olvidadas, en desigual combate.

 Por Fernanda García Lao

Conspiración, intriga o frivolidad ociosa. Las reinas europeas ocupan en nuestro imaginario un papel algo enrarecido. La historia y el cine se han encargado de recordar a las que se ajustaban a ese canon. Amantes del exceso, ávidas criaturas destinadas al romance, la espada o la festichola han opacado a otras figuras aparentemente menos sensacionales. Sin embargo, en los turbulentos palacios renacentistas se crió una mujer culta, instruida en varias lenguas y voraz lectora. Que además tenía voz propia.

Hubo una mujer en Francia, nacida en 1492, hija de Carlos de Angulema y de la muy influyente Luisa de Saboya, que recibió una educación humanista a juego con los tiempos de revolución cultural que movilizaban a Europa, pero inusual para su género.

Buscando su cara, tropecé con distintos retratos en los que se la ve más o menos atractiva, según la bondad del artista, pero en los que se advierte una particular manera de mirar. Decisión y complicidad. Algo infrecuente en una reina. En la misma página, observo sendos retratos de María Tudor, que mira como un verdugo, de María Antonieta, que lo hace con una mueca de asco o de María Cristina de Borbón, como si no tuviera nadie adentro.

Me quedo con Margaritas

Margarita de Angulema hablaba francés pero aprendió español, italiano, latín, griego y hebreo siendo casi una niña. Su hermano menor, futuro rey de Francia, era conocido tanto por su debilidad hacia el arte italiano, como por su inmensa nariz.

Tras la muerte de Carlos, viuda e hijos de Angulema se trasladan a la corte de Luis XII, primo del fallecido señor. Y la señora de Saboya, de gran talento para la diplomacia, convierte a su infante en el favorito del rey. Aprovechando sus contactos en la corte, también ofrece a Margarita en matrimonio al déspota de Enrique VIII, que en ese momento era un insulso mocosito de once años, aspirante al trono de Inglaterra. Afortunadamente para todos, es rechazada. Margarita tenía un cuello terso de diez años de edad. Y ganas de conservarlo en su lugar.

En el castillo real a orillas del Loira, la docta y virginal doncella lee a Platón, Petrarca, Erasmo o Bocaccio. Entre sus tesoros más preciosos, guarda un ejemplar del Decameron en italiano, que le dejara su padre. La imaginamos solitaria, penitente, asceta, abstraída en los jardines y en la alcoba. O atrevida, con los dedos negros y la mirada desafiante.

La empresa de desposarse

Siendo muy joven, es prometida a Gastón De Foix, sobrino del rey, que fallece en combate antes de la boda. No la imagino festejando, pero supongo una sonrisa discreta en sus labios al conocer la noticia. Su independencia se estira un poco más.

A los diecisiete años, Margarita contrae matrimonio con el duque de Alençon, con el que no tiene descendencia. Y el duque no tiene mejor idea que morirse, siguiendo la costumbre de los que lo habían precedido. Gracias a estos contratiempos maritales, goza de libertad para escribir.

Mientras tanto, su hermano había conseguido la mano de Claudia, hija del rey, accediendo al trono en 1515. Aunque bastante más torpe que Margarita, Francisco siente fascinación por el Renacimiento, hasta el punto de convertirse en mecenas de Leonardo da Vinci a quien invita a vivir en Clos Lucé, muy cerca de su palacio. Leonardo pinta La Gioconda –que Francisco hace colgar en su baño–, organiza fiestas o diseña trajes para el rey que lo tiene como protegido hasta su muerte. Sin embargo, no hay demasiado lirismo en la vida del soberano. Disfruta esencialmente, de batallas, alianzas sinuosas y persecuciones sangrientas, los pasatiempos inevitables de cualquier miserable con un poco de poder y una corona en la cabeza.

En un entorno de intereses espurios, entre conflictos religiosos y guerras, ella se proclama amante de Dios y de la literatura y discípula de Dante, al que lee con devoción. Toma como valet de chambre al poeta satírico Clement Marot, al que convierte en su protegido. Ahora entiendo su mirada de complicidad. Ella vuelve a sonreír en mi cabeza.

También tiene tiempo para ocuparse de la educación de sus sobrinas Carlota, Magdalena y de su homónima Margarita. Precisamente, la muerte de Carlota inspira su primera obra: Diálogos en forma de visión nocturna, oscuro relato de difícil acceso, editado nueve años después de haber sido escrito.

Icono renacentista

Durante su estadía en París, Margarita adopta los conceptos clásicos y la filosofía platónica, convirtiéndose en el centro de la cultura francesa de la época. La literatura gala se rinde frente al renacimiento italiano, y frente a ella. Se relaciona con la nueva intelectualidad: Rabelais, Montaigne y al citado Marot.

A pesar de su inteligencia, no puede librarse de un nuevo matrimonio. En 1527, a los treinta y cinco años, es casada con Enrique de Navarra, un rey sin trono pero bastante atractivo. El tal Enrique había intentado recuperar su reino de la invasión castellana en reiteradas oportunidades, sin éxito. Después de múltiples ataques frustrados, sirvió a Francisco I en las guerras en Italia, de donde salvó de milagro el pellejo. A su regreso, el rey lo recompensa dándole la mano de su erudita hermana. Crudo destino el de nuestra Minerva, unida a un guerrero sin espada ni corona. Para mantener sus territorios al norte de los Pirineos, el bello Enrique debía aliarse con su cuñado. Margarita le vino como anillo al dedo.

Después de dar a luz a un par de mozuelos –Juana y Juan– en ese orden, Margarita publica Espejo del alma pecadora (Miroir d’une âme pécheresse), obra mística francesa por la que es acusada de hereje en la Sorbona. Sus detractores intentan ridiculizarla poniendo en escena una obra cómica cargada de misoginia, en la que se burlan de la protagonista. Era un retrato disparatado y ofensivo, creado para desacreditarla.

A los Pirineos

Contra lo que pudiera esperarse, Margarita decide retirarse de la escena política y refugiarse en los escasos territorios que le han quedado a Enrique en la ciudad de Pau, al norte de los Pirineos. El guerrero la acompaña sin interferir en el desarrollo literario de su esposa poeta.

Los baúles de la reina no guardan escudos ni manteles delicados. No debieron transportar terciopelos pálidos o efluvios de seda. Margarita se mudaba con su biblioteca. Tremendas veladas las del castillo junto al fuego. Enrique se limpia la muerte de las uñas y Margarita se zambulle en el octavo círculo del infierno, entre rufianes y seductores dantescos.

Margarita restaura la antigua fortaleza y marca las iniciales de la pareja en las paredes y en los techos. Escribe unos poemas basados en los Cantos espirituales, utilizando la estructura poética de canciones profanas para sostener textos religiosos. Además, se da el lujo de refugiar en su pequeño reino a reformistas y protestantes perseguidos por su hermano Francisco, entre los que se encontraban Juan Calvino o Lefèvre d’Etaples, y apoyar a los autores Etxepare y Leizarraga, pioneros de la escritura en lengua vasca.

En 1545, comienza la escritura L’Heptameron des Novelles, en la línea del Decameron, su libro de cabecera. Diez personas –señoras y caballeros franceses– al volver de los Baños de Cauterets, deben refugiarse en un monasterio de los Pirineos. Una furiosa tempestad azota afuera. Allí encerrados mientras esperan el fin de la lluvia, relatan historias presentadas como verídicas.

Sus personajes funcionan como una síntesis de la corte francesa. Es más, algunos críticos han creído reconocer camuflados en los distintos personajes a familiares de Margarita. Así, Madame Oisille sería su madre Louise, una avejentada y sagaz viuda. Hircan, otro de los protagonistas, sería uno de sus dos maridos, aunque los expertos no lograron ponerse de acuerdo. Mientras algunos dedujeron que sería el duque de Alençon, otros apuntaban a Enrique. La esposa de Hircan en el relato se llama Parlamente, que no sería otra que Margarita, la mente parlante, o la perla amante.

Las narraciones son encabezadas por prólogos en los que la reina hace observaciones picarescas o da consejos con un tono moralizante, advirtiendo a cerca de lo que sigue. Los relatos ofrecen un cuadro de la sociedad del momento, donde la gente común afirma su individualidad, busca el deleite y actúa guiada por sus intereses, olvidando los preceptos medievales del pecado y el temor a Dios.

Clérigos incestuosos, mujeres adúlteras, jovenzuelos presos de amores no correspondidos, son los protagonistas de sus textos. Margarita aborda con ellos la evolución social que va de lo religioso a lo profano, del mandato divino a la asimilación del libre albedrío renacentista.

Ocaso

Dos años antes de morir, aparece Marguerites de la Marguerite de princesses (1547), una recopilación de poemas ó pieza teatrales. Sin embargo, su Heptameron queda inconcluso.

En septiembre de 1549, se instala en el Castillo de Odós, donde se refugia para escribir en soledad. Durante el mes de diciembre de ese año, al caer cada noche y a pesar de las heladas, sale al parque que rodea al castillo a la espera de una visión mágica. Y es que algunos autores habían pronosticado el paso del cometa Halley. Que no aparecía.

La que sí pasaría a visitarla sería la muerte, en la noche número veintiuno. La encontró en su dormitorio, en el primer piso del ala derecha. Con la mirada vacía.

Enrique no volvió a desposarse y murió seis años después que Margarita.

Su hija Juana III de Albret, reina de Navarra, calvinista y esposa en segundas nupcias de Antonio de Borbón, murió en 1572. Según rumores palaciegos, asesinada por orden de Catalina de Médicis.

Nombre y rostro de Margarita, después de haber sido una de las mujeres más influyentes de Francia en el siglo XVI, pronto quedaron en el olvido. Los juegos de estrategia, las conspiraciones, los déspotas, las infantas inclasificables, ancianos a los cuarenta, alborotadores, jóvenes maniqueos, señores sifilíticos, deformes de nacimiento, adúlteros y demás deformaciones, es decir, el estudio de las distintas líneas monárquicas europeas, concitaron sucesivamente la atención de los historiadores de turno, dejando a nuestra Minerva afuera.

En 1895 fueron hallados poemas, piezas teatrales y canciones inéditas de la perla de los Pirineos, recopiladas y editadas como Les dernières poésies de Marguerite de Navarre.

Para los que deseen visitar sus textos en versión original en francés, de manera gratuita, La Bibliothèque National de France, dispone del Heptameron en la siguiente dirección: http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k1014614

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