las12

Viernes, 18 de abril de 2008

SOCIEDAD

Un/a médico/a ahí

Si hay una especialidad científica capaz de definir las relaciones que el saber médico establece con las mujeres, ésa, sin duda, es la ginecología. Las visitas y consultas acompañan toda la vida, permiten la toma de recaudos anticonceptivos y también disfrutar de la sexualidad. Pero, a la vez, la relación cercana con quien pone sus manos y ojos ahí puede disparar temores y situaciones poco gratas. ¿Quién no ha escuchado, o vivido, al menos un relato de maltrato, de desconcierto o simplemente de inseguridad relacionado con la consulta? Algunas cosas, sin embargo, parecen estar cambiando.

 Por Moira Soto

En su erudita pero no por ello menos divertida y erótica novela Fanny, Erica Jong cuenta el encuentro de la protagonista con un grupo de mujeres expertas en hierbas y conjuros. Una de ellas le explica a Fanny, felizmente embarazada: “Son muchas las mujeres inocentes que han sido quemadas o ahorcadas en toda Europa e incluso aquí, en la alegre Inglaterra, porque sabían asistir los partos, curar a las mujeres con hierbas”. En esas fechas, pleno siglo XVIII, el poder médico ya había pasado a manos masculinas. Cuando llega la hora del nacimiento, Fanny es atendida a escondidas por una comadrona que le revela algunos secretos de su oficio y luego le explica: “Los médicos parteros y todos los de su especie tal vez quieran obligarnos a creer que el embarazo y el parto son aflicciones, no bendiciones, pero incluso en medio de los dolores que nos infligen, nosotras podemos vislumbrar alegrías”.

Por cierto, ese poder siguió siendo ejercido por los hombres y ya en el siglo XIX, según demuestran Barbara Ehrenreich y Deirdre English en su documentado ensayo Por su propio bien, la medicina occidental tendía a considerar a las mujeres casi como enfermas crónicas, luego de “descubrir” que las funciones femeninas eran eminentemente patológicas: “El cuerpo y la mente de la mujer quedaban englobados en su órgano reproductivo”. Citas textuales de grandes profesores dan por sentado que la personalidad femenina estaba regida por los ovarios y sus anomalías, incluso se le achacaba la tisis a la menstruación defectuosa. Los tratamientos mencionados por la historiadora Anna Douglas Wood, empleados en el siglo pasado, producen repeluz: sanguijuelas aplicadas directamente en la vulva o en el cuello del útero, por ejemplo. Hacia 1860, Isaac Baker Brown tuvo la siniestra idea, que se impuso por un tiempo, de extirpar el clítoris para tranquilizar a las pacientes.

Frente a este catálogo de horrores para controlar el cuerpo y sobre todo la sexualidad de la mujer, los tratamientos de la actualidad empleados en ginecología y obstetricia dan la impresión de que verdaderamente nos salvamos del infierno en la tierra. Sin embargo, tampoco es que hayamos alcanzado el cielo, pese a los indiscutibles y bienvenidos avances científicos, y a un todavía leve cambio de mentalidad en los médicos. En estas especialidades todavía persisten distintas formas de maltrato e incluso de mala praxis. Es decir, no se respetan en muchos casos derechos de las mujeres que el excelente reporte Con todo al aire, del Instituto de Género, Derecho y Desarrollo (Rosario, 2003), firmado por Susana Chiarotti, Mariana García Jurado, Analía Aucía y Susana Arminchiardi, resume así: “A recibir una atención de salud accesible, oportuna, apropiada, digna, personalizada; a exigir privacidad; a recibir información veraz, oportuna, completa y en lenguaje claro; a elegir habiendo recibido esa información; a una actuación protagónica en la toma de decisiones sobre aspectos relativos a su salud, su vida, su cuerpo, su sexualidad; a la información y orientación para el ejercicio de una sexualidad libre, gratificante, responsable y no condicionada al embarazo; a ser tratada y atendida por los servicios de salud como un ser integral, con necesidades específicas, de acuerdo a su edad, actividad, clase social, raza y procedencia; a recibir del personal de salud un trato digno y respetuoso de su cuerpo, sus temores, sus necesidades de intimidad y privacidad; a una maternidad feliz, deseada, acompañada, libre, decidida y sin riesgos”.

Una rápida encuesta entre mujeres de diversas edad y condición demuestra a las claras que estos derechos son vulnerados en muchas ocasiones: todas las interrogadas tienen en su debe por lo menos una queja por maltrato –de distinto grado– recibido de obstetras y/o ginecólogos/as. Desconsideraciones, humillaciones, chistes, reproches, manoseos, avasallamientos figuran entre los motivos de protesta. Alejandra Avendaño, ginecóloga y obstetra, actualmente en un hospital suburbano, y acompañante de partos domiciliarios sin violencia, reconoce que “el hospital te forma en un estilo de atención que tiene que ver con esta historia de poder sobre el resto de las personas. Vengo de ese lugar y en otro tiempo fui muy taxativa, muy rígida. O sea que siendo mujer formé parte de esa estructura muy masculina, autoritaria. Pero afortunadamente me fui corriendo de ese lugar. Cambié mis propias prácticas, entendí que ciertas cosas que les pedía a las mujeres en el parto eran una tortura china y no una buena forma de recibir a un hijo. Crecí, maduré, les di más importancia a las emociones de las pacientes. Por otra parte, tuve una experiencia personal muy fuerte al vivir varios meses en un hospital. Y me topé del otro lado con esto que yo había sido y que venía modificando. Mi hijo de 16 tuvo un accidente de moto y estuvo 20 días en coma. El segundo día me acerco a uno de los neurocirujanos, el que me daba el informe, le digo que no quiero que mi hijo se muera solo, que me permita estar con él. El médico me responde que no es su área, que hable con el jefe de terapia. ‘Mi tarea es atender a los pacientes, no contener a los familiares’, me contesta este jefe. A ninguno le habría costado demasiado decirme: ‘Puede entrar en horario de visitas, pero quédese cerca, cualquier cosa la enfermera le avisa’. Por supuesto que les reconozco a ambos su actuación médica, pero también creo que no se puede trabajar en estos lugares sin escuchar otras necesidades del paciente, de los familiares. Eso terminó de hacerme comprender que cuando una persona es atendida por el médico no está separada de sus emociones, que hay que contemplar si está bien contenida, si puede estar más confortable... Algún tipo de mirada sobre el otro, reconociéndolo, aceptando que es dueño de su cuerpo y de su vida, que no puede ser intervenido sin su consentimiento. Pero cuando he tratado de hacer entender este punto de vista a algunos médicos, es como si habláramos idiomas diferentes. Creo que se trata básicamente de respeto y compasión, una modalidad más satisfactoria para el profesional y el paciente. En ginecología, hay mil formas de maltrato, empezando por el altísimo número de cesáreas... Por algo empecé a acompañar partos domiciliarios, donde la intervención médica es mínima y las mujeres pueden decidir muchas cosas”.

“Que no las escuchan, que si hacen preguntas previas al médico o a la partera, les dicen ‘ya te vas a enterar durante el parto’ o ‘éstas son cosas que decido yo’, son las quejas más frecuentes de las mujeres después de haber tenido un hijo”, dice Claudia Alonso, obstetra, integrante de Dar a luz. “Como si cuerpo no fuera de ellas. Por ejemplo, no se les da razones para hacer la episiotomía cuando hay un montón de evidencia científica que demuestra que es preferible no hacer ese corte en la vagina. Sin embargo, todavía hoy se sigue practicando en forma rutinaria. De hecho, podríamos empezar por la posición de parir, con la mujer acostada, las piernas abiertas, los genitales totalmente expuestos, las piernas atadas, una situación de enorme vulnerabilidad. Si la mujer pide otra cosa, la respuesta suele ser: ‘Es lo mejor para vos y tu bebé’. Esto sucede tanto en hospitales como en clínicas, donde a la mujer no se le da otra opción. Y a los profesionales que trabajamos en otra línea se nos margina bastante.”

¿Están subvirtiendo el poder médico masculino?

–Sí, para dárselo a quien le corresponde. Porque ¿quién está poniendo el cuerpo? Nosotros estamos para ayudar, para facilitar, para intervenir en caso de necesidad. Para eso estudiamos medicina. Creo que hay cierta personalidad médica que se fascina con esto de poder manipular algo tan sutil y maravilloso como lo es el organismo humano, sucede en todas las especialidades. Pero quizás se acentúe en el caso de las pacientes mujeres, con la contribución de la industria farmacéutica, claro. Por suerte, ahora hay todo un cuestionamiento, la semilla está echada: pequeños cambios fuera del sistema en la medicina en general. Yo traté de cambiar algunas cosas en el hospital, no me dieron cabida. Me fui, no lo soporté. Te estoy hablando del Alvarez, donde sin embargo hay atención a prostitutas. Creo que el gran cambio tiene que venir de las propias mujeres haciendo valer sus derechos, denunciando el maltrato en los hospitales.

ALGUNAS FICHAS INTERESANTES

Para Débora Tajer, psicóloga, profesora adjunta de Estudios de Género de la Facultad de Psicología de la UBA, en este tema del maltrato, “una de las cuestiones es la no expectativa de que algo mejor pueda acontecer, en el sentido de que hay poca costumbre de ser tratada con criterios de confidencialidad, de cuidado hacia los sentimientos, el pudor. Por lo tanto, las mujeres, para poder resolver su problema se exponen ante los médicos como los sabedores acerca de la vida y la muerte. Otra cuestión muy importante es la no articulación, en la mayor parte de los ginecólogos, de lo que podría ser la salud sexual con la salud reproductiva. Casi ningún especialista pregunta ni habilita el espacio para poder incluir en la entrevista las prácticas reales de la sexualidad que estarían vinculadas con la salud. De este modo, se silencian muchos datos que podrían resultar importantes para el tratamiento de esa paciente”.

Según Tajer, “los efectos psicológicos de este tipo de maltrato son restar ciudadanía, restar autonomía, restar autocuidado. En la situación del médico tomando la decisión sobre la mujer sin preguntarle cuáles son sus expectativas, me parece que ronda esa idea de que ellas siguen siendo menores, muy fuerte en el dispositivo médico. Esta forma de conducirse incluso crea conflictos en mujeres con grados de conciencia muy altos sobre este tipo de cuestiones. Convengamos en que la postura ginecológica está pensada para que el médico esté cómodo, para que pueda accionar mejor. El tema es que el profesional ayude a la paciente a compensar esta falta de confort creando un espacio de confiabilidad. Esto es lo que falta muchas veces: acompañar la molestia para que la mujer supere bien el momento”. En cuanto a la conducta distante o desconsiderada de muchas ginecólogas y obstetras, la licenciada Tajer opina que se trata de mujeres que “tuvieron que demostrar que no eran mujeres para ser aceptadas como médicas. Hay en ellas como una asimilación al modelo hegemónico. Acaso porque no asimilarse de esta manera sería ser menos médicas que los ginecólogos varones. Reproducen las prácticas patriarcales para armar su identidad de médicas. Para no ser discriminadas como mujeres y ser reconocidas como médicas dejan de lado sus propias experiencias como pacientes, la propia sensibilidad y reproducen el modelo considerado como valioso. Creo que todo parte de un modelo no humanizado, no integral, de no considerar al paciente como un sujeto igual que el médico, quien sin duda tiene su saber técnico, efectivamente, pero que debe poner a disposición del otro. Me parece que la asimetría de las relaciones en el dispositivo médico, en el caso de la ginecología se ve más porque las pacientes son mujeres. Pero creo que el imaginario médico esta cambiando aunque se mantienen algunos núcleos muy fuertes, pero existe esa apertura. Me parece un buen modelo el de los médicos generalistas, de familia, que tenían una cabeza más humanista. Creo que ahí hay una ficha interesante. Y por otro lado, es muy importante algo que plantea el movimiento de mujeres: la calificación de la demanda. Mujeres que sepan, que puedan, que se permiten demandar desde otro lugar. Fortalecer la propia voz, mejorar los conocimientos acerca de estos temas, buscar un profesional que cubra las exigencias de cada una... También me parece que hay que poner una ficha por el lado de sensibilizar a los ginecólogos, hay gente del Cedes trabajando en esto. Hay avances”.

LA MEJOR PACIENTE ES LA QUE MAS SABE

Martín Attié, 37, médico ginecólogo, especialista en obstetricia y fertilidad, aceptó responder al cuestionario de Las/12, cosa que no sucedió con otros varones profesionales del ramo, que prefirieron abstenerse. Quizás la edad y el enfoque democrático –no tan frecuente entre sus colegas– del doctor Attié expliquen por qué accedió sin vueltas a esta entrevista. “Desde la Facultad, yo absorbí enseñanzas sobre la importancia de la relación médico-paciente, ni por arriba ni por debajo, en fin, lo que debería darse en cualquier relación humana, no puedo hablar de otras época ni por el resto de los médicos, pero para mí eso fue parte de mi formación académica, a la que se incorporaron en los 90, y aun antes, materias que aportaban a esa cuestión. Para mí es obvio que todo paciente tiene derecho a entender lo que le está pasando, las razones del tratamiento, Por otra parte, hay que decir que más que rebelarse, como suele comentarse livianamente, hoy los pacientes están teniendo una evolución, muchos exigen la mayor información, dan su opinión. Esto es bueno, pero yo creo que aunque esa demanda no exista, igualmente hay que darles todas las explicaciones. Porque, en ginecología por ejemplo, hay todavía muchas pacientes que tienen creencias equivocadas, como que el Papanicolau sirve para detectar cáncer de ovario... Creo que esos errores de información que se instalan tienen que ver con la falta de educación sexual. Yo no la tuve en el colegio, y hasta que empecé a estudiar ginecología, no sabía bien qué era una pastilla anticonceptiva. Ni hablar de cómo eran las cosas para atrás.”

¿Se advierte este cambio de mentalidad en médicos y médicas más jóvenes?

–Creo que sí: en general, no es lo misma la consulta con un médico de 30, 40 años, que con uno de más de ‘60, que puede tener más fácilmente esa actitud de subirse a un lugar de omnipotencia, decidir por la paciente. En lo personal, por el contrario, creo que cuanto más sabe la paciente, más me facilita el trabajo. Una mujer que conoce las ventajas de controlarse, ciertos mecanismos, no va a caer en las pavadas que dice una cadena de mails. No te podría enumerar la cantidad de consultas que generan esas cadenas que siembran preocupaciones infundadas. Creo que la nuestra es una generación bisagra, porque la de nuestros padres, al carecer de mucho elemento diagnóstico, estaba influida por los mitos que circulaban de boca en boca. Hoy en ginecología y obstetricia trabajamos con un montón de estudios complementarios que pulverizan aquellas creencias. Pero también la paciente tiene que hacerse cargo cuando no recibe información básica: encuentro mujeres que van por su segundo o tercer embarazo y que no tienen idea clara de por qué fueron sometidas a una cesárea. Y te estoy hablando de clase media, clase media alta. “Pero ¿vos no preguntaste?”, les insisto. “No”, me responden. Sentiría como un fracaso que alguien operado por mí dijese que no sabe por qué lo hice. Pensaría que ahí fallé como médico. Debo aclararte que creo que creo que el médico cura más con la palabra, con la contención, que con un acto médico en sí. Y te podría citar montones de ejemplos para corroborar esta afirmación. Aunque la medicina que se está practicando en la Argentina hoy, mal remunerada, falta de tiempo, no propicia este encuentro.

¿Por qué elegiste especializarte en ginecología y obstetricia?

–Mi padre es pediatra y yo pensaba seguir ese camino. En mi último año de formación se había introducido lo que se llamó internado rotario: un año por el que vas por rotando las cuatro especialices principales. Mi última rotación fue Pediatría. Y el primer día que entré en la sala de internación pediátrica, me asignaron un residente para que lo ayudara y tuve que agarrarle el brazo a un chico que empezó a gritar, me di cuenta de que eso no era para mí. Como me había gustado muchísimo un parto acuático que había visto en el hospital, hecho por Gustavo Katz, ese recuerdo me decidió, aunque también me interesaba la parte quirúrgica, pero me parecía que le faltaba la relación médico-paciente. Entonces, me decidí por estas especialidades que lo reunían todo. Por supuesto que durante la formación, uno idealiza mucho la profesión y después la práctica te trae a la cruda realidad. Me recibí en el ‘96, hice residencia, llevo siete años de práctica y debo decir que he tenido mucha suerte en cuanto a oportunidades.

Cuando hacías la residencia, ¿te chocaban algunas prácticas de los hospitales, donde no se tiene en cuenta el pudor medio de las mujeres, su estado de ánimo, el derecho a decidir?

–Tengo que reconocer que en el hospital donde yo estuve eran particularmente cuidadosos, sobre todo en el caso de adolescentes. Siempre explicando antes lo que se iba a hacer, no actuando nunca directamente. Personalmente, no concibo que sea de otra manera, me parecería francamente violento. Seguramente, existe esa forma de trato, pero en este hospital, aunque faltara el camisolín, se trataba de respetar el pudor aunque fuese con la ropa que traía puesta la paciente, nunca exponerla desnuda, más allá del grado de pudor que demostrara.

No se trata sólo de la desnudez en la revisación: un tacto no deja de ser una forma de penetración, por más justificado que esté.

–No hace falta decir que el médico debe disociar y tranquilizar a la paciente, crear un clima que la distienda. Si es el primer Pap, explicarle en qué consiste el espéculo, que no le va a doler, que cuanto más se afloje, mejor. Si es su primera experiencia realizada de esta manera, incidirá para que lo siga haciendo regularmente en su propio beneficio. Obviamente, no se trata de ninguna concesión, todo esto forma parte de los derechos de la paciente. Por otra parte, cuando yo tenga 50, aunque ahora hay otros métodos, quizás me tenga que hacer un tacto rectal por año por el tema del cáncer de próstata, y no me divierte la idea...

¿Frente a la necesidad de un tratamiento quirúrgico tu conducta es la misma?

–Al menos en mi caso, cuando indico un tratamiento quirúrgico es porque no hay otra alternativa, porque he descartado otros procedimientos menos invasivos. La decisión depende de muchos factores, entre los cuales puede figurar la edad de la mujer. Si se trata de una paciente de 35 que está en el tercer quiste, hay que buscarle la vuelta para que no se sigan recidivando, porque sacar el ovario es negarle otras posibilidades. Yo sé que hay cosas equivalentes que no me gustaría que me las hicieran a mí, entonces trato de darle a la paciente la mayor cantidad de herramientas para que pueda elegir. Si le doy pocas herramientas, la estoy induciendo, diciéndole indirectamente lo que tiene que hacer. Y eso no está bien.

¿Cómo te llevás con toda esa mitología teñida de cierto morbo que ronda la ginecología, los lugares comunes picarescos?

–Existen esos mitos, es cierto, y tengo algunas respuestas preparadas para esos chistes, respuestas que remiten a cuál debe ser la actitud del médico en cualquier especialidad. Por supuesto, como en otras profesiones, ha habido y hay abusos, incluso casos graves que han salido en los diarios. Así como también hay curas que han violado a seminaristas o a alumnos. Obviamente, se trata de gente perversa que hace cosas penadas por la ley. Creo que en Perú hubo un ginecólogo que dormía a las pacientes y las violaba. Según la información que manejo, son excepciones. Te aclaro que otras formas de abuso en el consultorio, que se podrían considerar menores, para mí están en el mismo nivel moral. En cuanto al trato de tipo más autoritario, como te decía antes, me parece reprobable y poco fructífero, pero también hay que decir que a veces es aceptado por algunas pacientes que no cambian, pudiendo elegir. O sea que es algo bilateral.

Por tu especialización, solo atendés mujeres. ¿Te interesan además como personas?

–Totalmente, creo que son tan interesantes como los hombres, hasta te diría que no hago una división tajante entre varones y mujeres, más allá de los datos biológicos. También esto se debe a que ellos y ellas han ido cambiando, han intercambiado cualidades en décadas recientes. Me parece un anacronismo inaceptable creer que la mujer vale menos que el hombre, aunque no voy a negar que el sexismo sigue existiendo. Tengo dos hijas, a mi mujer, una gata y una perra. Para mis hijas, deseo que sean lo más libres posible, para lo cual el conocimiento es una buena herramienta que se puede aplicar a muchas cosas, incluso, claro, a la elección de un tratamiento médico.

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Imagen: Charles Gullung
 
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