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Viernes, 18 de abril de 2008

INUTILISIMO

Claves para la dicha conyugal

Es la mala educación la que envenena los hogares. Los dos cónyuges pretenden tener razón y se dicen las mismas frases: ‘Nunca me quieres escuchar. ¡Qué mal genio tienes!’ En estos casos, el marido suele tener una expresión resignada y el rostro de la mujer se vuelve duro sin radiaciones, aunque se muestre dispuesta a sonreír frente a cualquier comentario del vecino. Sin embargo, en cuanto su marido abre la boca, el rostro de ella se pone agrio”. Así describía las situaciones de crisis entre marido y mujer, en los años ‘40 del siglo pasado el afamado doctor Julien Besançon, en su best-seller El rostro de la mujer (editado en la Argentina por Logos, recién en 1954). Según el galeno galo, nada apacigua a una señora que ya no confía en su marido, harta de sus excusas y de su falta de atenciones, irritada porque la magia de los primeros tiempos se desvaneció. El hombre también se hastía, reconoce Besançon, pero siempre cuenta con la posibilidad de recrearse “gracias a sus pequeñas aventuras con esas señoritas que tienen buen cuidado de no usar perfume. Entonces, el drama comienza cuando el desgraciado se olvida fuera de su casa el chaleco de franela...”

Empero, antes de que ocurra el naufragio, es muy posible tomar una serie de precauciones infalibles: “Si se aportan buenos modales y un carácter apacible, la felicidad conyugal se logra a la larga. Del mismo modo que los buenos lazos están hechos de hilos trenzados, la amistad, el interés mutuo, el amor a los hijos tejen con el tiempo fuertes vínculos”. Menos mal, suspiramos aliviadas. Sucede que el amor conyugal “no brota como un hongo, es una planta que se nutre lentamente en el suelo familiar”. Si se entendiese y practicase este concepto, habría menos divorcios en el mundo.

Naturalmente, en aras del bienestar familiar, el doctor de marras reprueba el trabajo de la mujer casada, puesto que ejercer un oficio le restaría tiempo al cuidado del marido y de los hijos que, sin duda alguna, se reducirán en número. “Hay mil otras razones, pero esas dos bastan y sobran”, cierra el debate el médico. Desde luego, el autor de El rostro... está de acuerdo con el señor cura de la parroquia en que “los jóvenes novios deben respetar a las prometidas, y que estas últimas, deben casarse señoritas, esto es, vírgenes: ahora es el médico el que os habla, no sabéis a cuántos males os expondría vuestra debilidad”.

En este capítulo magistral sobre la felicidad conyugal, Julián Besançon también aconseja a los caballeros: “Respetad a vuestras mujeres, señores. Salvo a las malas, pero recordad que su maldad está hecha de vuestra tontería. Si no tenéis una buena mujer, es porque no habéis sabido hacerla”. Ya lo decía una compatriota del benemérito galeno: No se nace mujer...

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