las12

Viernes, 25 de abril de 2008

Poner el cuerpo

 Por Luciana Peker

Ella siente el calor, siente el miedo, siente que su cuerpo se eriza, siente el tirón y el alivio del paso del incendio, hasta que la palmean y le dicen: “¡Date vuelta!”.

Esos sentires contaba una nota que escribí para Las12 hace diez años sobre la depilación. Creía entonces, a mis 24, que esa hoguera mensual en la que nos acostamos –y nos acuestan a las mujeres– es una metáfora de que los avances de la independencia femenina, muchas veces, terminan en el talón (nuestro, no de Aquiles): allí donde nos miran o nos sentimos miradas. Pienso, cada vez más, que ser mujer es poner el cuerpo.

Aun cuando son los hombres los que (se supone) la ponen –en esa diferencia que puede ser tan bendita o bendecida– ser mujer (y periodista cuando no se le escurre el sexo al oficio) es poner el cuerpo. Ponerlo para contar de un aborto espontáneo y del maltrato médico, contar del parto y del orgullo de tener una hija que patea y pisa la pelota, contar del placer al dulce de batata y de las caderas que piden un lugar fuera de moldes. Contar del sexo dulce de un hombre que sabe amar dejando que el cuerpo fluya y no que rinda.

Yo creo que el periodismo de género pide denuncias y, también, agradece algunos desnudos personales (para que la proclama no tape las debilidades por las que hacemos subi-baja casi todas). Y que el periodismo con mirada de mujer, también, tiene otro oído. A veces, incluso, hay que cometer un pecado periodístico: el amiguismo. Para escuchar, hay que ser –o escuchar– como una amiga. A las mujeres violadas, silenciadas, abortadas, burladas hay que escucharlas con un cuerpo que les cree y les confía.

Que no supone que las mujeres son infames, mentirosas, quejosas, chinchudas o brujildas. ¿A quién le cuenta una mujer que abortó la cara de espanto antes de entrar y el terror –fundado por la persecución hospitalaria– a ir a un hospital si la hemorragia se convierte en avalancha? ¿A quién le cuenta una mujer a quien echaron del trabajo por estar embarazada o que le hicieron un test para no tomarla si quiere embarazarse? ¿A quién le cuenta una mujer que trabaja igual que su marido (pero gana menos) y a la noche tiene que preparar la vianda de su hijo y siempre parece en deuda con la lista de tareas de la maestra jardinera?

No es sólo de los temas de los que se habla –tareas domésticas, aborto, violencia sexual, dictadura estética–; es desde el lugar en el que se habla. Las12 es esa amiga con la que la risa, la bronca, la denuncia, la queja y el alivio de saberse en otros espejos pone en palabras las sensaciones que arrastran las mochilas femeninas. A veces, entre risas y empujones de esperanza. Y, otras, con legítima rabia.

El suplemento no es cada nota y cada mirada, sino el mar que conforma la mirada periodística de las mujeres que arman Las12. Es saberse navegando, buceando, cayendo y levantándonos de un mar que va hacia adelante (aunque tenga chapuzones y retrocesos) en el que las mujeres calmamos nuestros incendios y buscamos lo que queremos, quiénes queremos ser y cómo queremos que nos quieran. En eso, 10 años es mucho y también es mucho –cada vez más– lo que se necesita que crezca. Para darnos vuelta –sólo– si decidimos que nos gusta.

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