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Viernes, 2 de mayo de 2008

CIENCIA

Areas restringidas

El Informe Internacional de la Unesco sobre Ciencia, Tecnología y Género da cuenta de la falta de políticas a nivel global para solucionar la disparidad entre varones y mujeres en todas las áreas de investigación y producción de saberes.

 Por Verónica Engler

Hace poco más de una década, en algún claustro de la Universidad de Buenos Aires se concursaba un cargo académico en el área de las ciencias médicas. Una docena de hombres y una mujer se postularon para ese cargo. Durante la evaluación hubo una sola persona a la que los tres señores del jurado le preguntaron si tenía hijos y si sería capaz de compatibilizar sus responsabilidades personales con las profesionales. ¿Adivinen quién fue?

La anécdota de la médica –forzada a responder algo que a ninguno de sus colegas se le había requerido– fue una de las tantas que la semana pasada salieron a la luz en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA durante la presentación del Informe Internacional de la Unesco sobre Ciencia, Tecnología y Género, en el que participó como contraparte local la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT).

El informe –que por ahora está disponible en inglés y que en breve estará traducido al castellano– es una especie de diagnóstico sobre las disparidades entre hombres y mujeres en el área de ciencia y tecnología, que pretende llegar a gobiernos nacionales y regionales, parlamentos, universidades y asociaciones científicas, así como también a empresas públicas y privadas, con la idea de generar conciencia sobre un problema acuciante de discriminación y también de promover políticas públicas tendientes a cambiar esta situación.

De acuerdo con los datos del informe, en Estados Unidos tan sólo el 21 por ciento de quienes se gradúan en física son mujeres, en Argentina estamos un poco mejor, las físicas son casi una tercera parte del total. Mientras que en los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) las mujeres son, en las regiones más equitativas, el 30 por ciento de los graduados en matemáticas y ciencias de la computación.

Que ciertas áreas del conocimiento queden reservadas para los hombres trae como consecuencia una ciencia sesgada y pobre, si se considera que buena parte de los recursos humanos que habrían podido alimentarla quedaron en el camino. Pero además, dice el informe, las mujeres que no acceden a ciertas áreas del saber hoy juegan en desventaja en el mercado laboral. Los puestos de trabajo mejor remunerados son los relacionados con la informática y las ingenierías. Y allí, claro, es donde las mujeres escasean. “Está faltando masa crítica para realizar trabajos calificados”, alertaba la neuróloga Silvia Kochen, investigadora del Conicet e integrante de la RAGCyT.

Ninguna de las organizaciones que suscriben el informe de la Unesco suponen que pueda haber algún tipo de inclinación genética hacia ciertas áreas del saber, sino por el contrario, admiten que el desarrollo de unas y otros forma parte de una construcción social en la que los estereotipos de género juegan un rol primordial. ¿Por qué las nenas juegan con muñecas y los nenes con autitos? ¿Por qué las computadoras familiares suelen estar en la habitación del hijo varón? ¿Por qué todavía maestras y maestros suelen estimar que las jovencitas pueden resolver un problema matemático gracias al esfuerzo mientras que los varones lo hacen simplemente por su inteligencia? ¿Por qué las mujeres tienen que demostrar que son capaces (de subirse a un rompehielos para buscar muestras de plancton en alguna zona antártica, pero también de compatibilizar sus responsabilidades personales con las profesionales) mientras que se da por supuesto que los hombres lo son?

La ausencia femenina, claro, no se da sólo en ciertas áreas del conocimiento sino también en ciertos lugares de la jerarquía académica y profesional. Lo que predomina, también en la mayoría de los países, en el Sur y en el Norte, es un figura en forma de pirámide que es la que sintetiza la presencia mayoritaria de mujeres hacia el comienzo de las carreras, en los estamentos más bajos, y su casi inexistencia en los niveles más altos, allí donde se toman decisiones y se dispone de más recursos.

Se podrá alegar que las cosas están cambiando, que en la Argentina, por ejemplo, no sólo tenemos una presidenta de la República, sino también una presidenta en el Conicet, que por primera vez en 50 años acaba de incorporar a una mujer (la doctora en física Marta Rovira) para presidir el organismo. Sin embargo, de acuerdo con los datos recopilados por la RAGCyT para el informe Unesco, el panorama en el país no ha variado sustancialmente. Como hace una década atrás, las mujeres son algo más de la mitad en el nivel más bajo de la carrera de investigador (la de asistente), pero cinco escalones más arriba, en el nivel más alto (el superior) las féminas no llegan al 10 por ciento. “¿Dónde desaparecieron? ¿Qué les pasó a esas mujeres?”, se preguntaba Ana Franchi, directora del Centro de Estudios Farmacológicos y Botánicos (Conicet) y también integrante de la RAGCyT.

Una de las certezas que se tienen en relación con el progreso de las mujeres en sus carreras científicas es que la opción de la maternidad resulta un punto de inflexión, mientras que para sus colegas varones la paternidad no implica un cambio sustancial.

Para las mujeres sigue siendo un problema recurrente el poder compatibilizar vida familiar y académica. Las becarias, por ejemplo, no tienen guardería para sus pequeños y tampoco suele tenerse en cuenta el cuidado de los niños en los congresos.

“No hay una política clara en relación al tema”, señalaba Silvina Ponce Dawson, directora del Departamento de Física de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. “No hay mecanismos institucionalizados para tener en cuenta los períodos en que las mujeres, por cuestiones familiares, no pueden trabajar.”

Un reclamo recurrente de las científicas suele ser que se extiendan para las mujeres con hijos los tiempos de las becas y los lapsos para empezar y realizar el doctorado, ya que este período de formación suele coincidir con la etapa fértil.

“Es necesario discutir en forma pública, poner estos temas en la agenda”, afirmaba la socióloga María Elina Estébanez, del Centro de Estudios sobre Ciencia, Desarrollo y Educación Superior. “No hay ausencia de información, sino de políticas.”

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