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Viernes, 16 de mayo de 2008

DEBATES

Tecnologías del tiempo

¿Le faltan horas al día? La mayor parte del tiempo la mayoría de las mujeres dirá que sí. Cuidar, alimentar, trabajar, gestar, criar, estudiar, divertirse; ellas son las que acumulan tareas como capas geológicas y para colmo pierden la noción de las horas que invierten en ellas. La socióloga española María Angeles Durán hizo la cuenta y con algunos resultados en la mano augura que pronto las mujeres dejarán, al menos, la gestación en los fríos brazos de incubadoras.

 Por Verónica Engler

Hace un año, cuando por fin llegaba a las librerías hispanas El valor del tiempo. ¿Cuántas horas te faltan al día?, el diario El País presentaba a su autora, María Angeles Durán, como “nuestra socióloga más internacional”. Antes, quizá por su colaboración con foros cívicos y movimientos sociales, el matutino El Mundo la había incluido durante tres años consecutivos en la lista que elabora con las quinientas personas más influyentes de España.

Durán, catedrática del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España (un equivalente a nuestro Conicet) y fundadora del Instituto de Estudios de la Mujer de la Universidad de Madrid, visitó la Argentina invitada por el Centro Cultural de España en Buenos Aires. El tema de su disertación fue “Visibilidad y ocultación del tiempo vivido”, uno de los tópicos sobre los que ha investigado, reflexionado y escrito en los últimos años. “Nada de lo que rodea al tiempo es inocente”, apunta en El valor del tiempo..., un ensayo en el que abundan los datos sociológicos, pero también las reflexiones y vivencias personales sazonadas con buenas dosis de humor.

De la mirada de esta aguda socióloga –que supo presidir la Federación Española de Sociología y formar parte del Comité Ejecutivo de la International Sociological Association– no se escapa ninguno de los momentos en los que dejamos, literalmente, la vida: la infancia (desde una perspectiva tan poco habitual como el tiempo que se dedica al cuidado de niños y niñas), la alimentación (en la propia cocina, pero también el tiempo que consume la agricultura y la industria), la limpieza (“Detrás de las cascarillas o los calcetines sin recoger hay mucha política, mucha filosofía y mucha historia”, afirma), el tiempo del sueño y también el desperdiciado en los embotellamientos, las horas de trabajo y las de ocio (que se van en “risa, fiesta y juerga”), y aquellas en las que gozamos de nuestra salud o padecemos la enfermedad (desde dos perspectivas: la de la esperanza de vida y la del tiempo consumido en prevenir y paliar enfermedades). Finalmente, arremete con un recorrido histórico sobre las innovaciones en materia de gestación y parto y se anima a conjeturar un tiempo en el que las mujeres “dejarán de ser vivíparas”.

Usted realizó un análisis socioeconómico de los hogares en España y encontró que casi dos tercios del trabajo se sigue produciendo dentro de la familia. Estas tareas domésticas no remuneradas que incluyen planchar, lavar, cambiar pañales y atender a las personas mayores o a las enfermas son las que generalmente realizan las mujeres. ¿Cuáles son las consecuencias sociales que trae aparejada esta división del trabajo hacia adentro de los hogares?

–En la medida que las mujeres tengan expropiada involuntariamente gran parte de su tiempo de vida, no pueden hacer otras cosas en ese tiempo. Es un problema de violencia social, aunque no tenga formas materiales de violencia. Pero el sistema fiscal y el sistema de pensiones español está basado en ese supuesto. En tanto que llega el momento en que se pueda cambiar, lo prioritario es hacerlo visible, y en eso yo vengo trabajando toda mi vida. Hacer visible el trabajo de las mujeres adentro del hogar y además hacer visible la conexión con todo el sistema fiscal y de servicios. Porque tanto el sistema fiscal, que es bajo porque no tiene que pagar ninguno de esos servicios, como los servicios que están muy por debajo de lo que necesitaría la población española, se mantienen gracias al trabajo no remunerado de las mujeres dentro de casa.

¿Qué pasó con la Ley de Dependencia (relativamente reciente en España, que dispone la atención por parte del Estado de las personas que están a cargo de otras)?

–Ha sido la ley más importante de la Legislatura que acaba de terminar en España. Es muy importante conceptualmente. Yo creo que ya no tendrá nunca marcha atrás, porque lo que la ley ha dicho es que el problema del enfermo que necesita cuidados no es el problema de una familia, no es un problema privado sino que es un problema político, y que el cuidador tampoco tiene una obligación exclusivamente privada, sino que es una obligación que comparte con toda la sociedad.

¿Qué efectos tiene sobre la subjetividad de las mujeres, y también de los varones, esta expropiación del tiempo que en general sufren las mujeres en el hogar y que está naturalizada?

—Así como está naturalizada para las mujeres de cierta edad, en las más jóvenes ya no lo está. Además, lo sufren más agudamente, cuando les toca esa situación, los varones que las mujeres. Por ejemplo, en las encuestas nos ha aparecido un dato muy curioso, y es que los hombres que cuidan, que son pocos, dicen que cuidan veinticuatro horas; mientras que las mujeres que cuidan, que son muchas, no dicen que cuiden tantas horas. ¿Por qué? Porque los hombres tienen que dejar de ocuparse de sus empleos las raras veces que cuidan, y entonces son muy conscientes de que lo han perdido todo. En cambio, las mujeres cuando cuidan, en la mayor parte de los casos, lo que hacen es acumular obligaciones, densificar sus tiempos de trabajo.

Usted dice que una de las revoluciones que han vivido los países desarrollados en las últimas décadas fue la desnaturalización de los nacimientos, el poder elegir en qué momento se quiere concebir un hijo, gracias a la popularización del uso de tecnologías como las pastillas anticonceptivas. Observando toda esta experiencia de control de la natalidad en su último libro (El valor del tiempo. ¿Cuántas horas te faltan al día?) se anima a augurar un futuro de mujeres no vivíparas. ¿Por qué las mujeres elegirán tener hijos pero sin embarazo?

–Tardará, pero creo que eso llegará. Yo me baso en que durante miles de años las mujeres casi no elegían cuándo querían tener hijos. Desde el momento en que eso se ha hecho posible por la disponibilidad de los medios de control de la gestación, resulta que en todas partes las mujeres han decidido tener pocos hijos. Eso lo que ha hecho evidente es que para las mujeres era una carga importante. La maternidad yo creo que es maravillosa, pero la gestación puede ser una carga muy dura, tanto física como económica, y en algunos casos de pérdida de la independencia personal. Las mujeres en todos los países desarrollados han reducido drásticamente el número de hijos que traen al mundo, ese es el primer gran paso. Ahora, tecnológicamente hemos entrado en una fase en la que ya no se plantea esa gran disyuntiva entre tener y no tener, empiezan a plantearse las disyuntivas del cuándo tener y cómo tener. En España veintisiete niños de cada cien ya nacen por cesárea. Es decir, ya no es natural el momento final del parto, y casi el cien por cien nace con algún tipo de planificación y con monitorización en el momento final. Las mujeres están haciendo un uso amplísimo de esa tecnología y lo hacen bastante voluntariamente. Y si para España el promedio de los nacimientos por cesárea es de veintisiete de cada cien, para la clase media y las mujeres universitarias se acerca a la mitad, y yo creo que esto marca tendencia. Y esto me parece que es nada más el principio. Ya están empezando a hacerse intervenciones muy tempranas en los embarazos en los que el feto está en riesgo de muerte, cuando se supone que extrayéndolo del útero se le puede aplicar una tecnología externamente que cura al feto de alguna enfermedad muy grave. Yo creo que una acumulación de tecnología en los próximos años va a hacer posible que se haga la intervención en casos en los que no hay riesgo de muerte. Todo esto ya empieza a formar parte de la vida cotidiana, se empezarán haciendo fuera del útero los nacimientos de los niños que intrauterinamente no hubieran sido viables o hubieran tenido grandes problemas, y al cabo de cierto tiempo, cuando la tecnología esté disponible, creo que muchas mujeres preferirán probablemente gestar uno, dos o tres meses, pero no los nueve meses.

El hecho de acudir más a la cesárea puede ser visto como un acto de autonomía o, a la inversa, como un uso invasivo de la tecnología que impide que las mujeres puedan transitar ciclos vitales como el embarazo, muchas veces coercionadas por las exigencias coyunturales.

–Sí, a veces, las mujeres no tienen otra opción que hacerlo así. No son fenómenos que tengan ni una sola causa ni una sola dirección, son más complicados, porque a veces se hace porque se quiere y a veces se hace presionado porque no se puede hacer de otra manera. Hay los dos movimientos. En España hay un movimiento de mujeres que se llama “El parto es nuestro” que está pidiendo, precisamente, un parto más natural con menos intervención médica, y este movimiento tiene bastante presencia mediática. Pero yo creo que a largo plazo la humanidad no será vivípara, es demasiado sangrante, es demasiado doloroso, económicamente es costosísimo y yo nunca he visto que la humanidad prescinda de una tecnología cuando esa tecnología existe. Creo que esa tecnología irá cada vez afianzándose y que llegará un momento en que habrá unas máquinas que sean buenos sustitutos de los úteros.

¿Qué cambios de actitudes implica la posibilidad de usar este tipo de tecnologías para manejar la propia reproducción?

–El primero es dejar de considerar el parto como sacro, divino, y el segundo dejar de considerarlo natural, y empezar a considerarlo social. En la tradición cristiana hay una figura importantísima, a mí me ha interesado mucho el momento de la Anunciación, en el que la virgen María se queda muy sorprendida cuando el ángel le comunica que está embarazada, y luego dice “hágase en mí según tu palabra”. Es un tipo de actitud religiosa, porque no es respecto a José, sino a una especie de embarazo místico, para salvar a la humanidad. Pero en los países más avanzados hay un fenómeno muy fuerte de secularización, se pierde parte de la fe religiosa y, de alguna manera, es sustituida esta fe religiosa por una fe en la naturaleza. Y también aparece en muchos sectores una creencia muy fuerte de que la naturaleza es intocable, de que no se puede modificar, hay una especie de edenismo, de pensar que el Edén es la salvación. Y luego hay otra actitud más pragmática, más realista. Yo creo que en este momento quedan restos de la religiosa, restos de la naturalista pura e indicios de esta otra interpretación que considera a la naturaleza simplemente como un statu quo de este momento, para la que “natural” es lo que hay hoy, pero eso no quiere decir que mañana no haya otra cosa ni que no se pueda modificar. Entonces, eso (el uso de tecnologías para la procreación no vivípara) sólo sucederá empezando por las mujeres que estén en esta tercera posición y con las resistencias, por supuesto, de todos los que estén en la primera y la segunda; con leyes en contra, habrá movimientos sociales en contra, pero yo creo que a largo plazo la tercera ganará. Porque nunca hemos dejado de usar ninguna tecnología una vez que estuvo disponible. ¿Por qué vamos a dejar de usar o de aplicar tecnologías a los procesos de producción de vidas humanas?

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