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Viernes, 13 de junio de 2008

LIBROS

La lectora impasible

Una nueva, última, traducción del mítico Las mil y una noches desarma de un plumazo ese encantador título –no hay ni una ni mil noches–, devela la voracidad de otras versiones por sumar cuentos que nunca existieron en el original –y que ni siquiera eran árabes– y rescata el erotismo y la sensualidad del original mil veces censurado y reinventado. Sólo Sherezade quedará en pie, aunque no intacta: se conserva su amor por la lectura, se pierde a la heroína que salva su vida a través del relato. Pero, claro, esta versión editada ahora por Edhasa no tiene por qué ser la última, apenas la más reciente.

 Por Liliana Viola

¿Quién puede desasirse de Las mil y una noches? Nadie puede. Están instaladas con sus guiños exóticos y hasta caricaturescos en la habitación de la infancia. De Las mil y una noches se puede recordar incluso lo que jamás se ha leído, y todos tienen algo que decir de Sherezade. Hoy mismo, cuando una estética cíber parece haber eliminado todo candor, este libro con sus insolentes versiones ilustradas, más literarias o menos, más árabes o lo que sean, cierran el circulo. La alfombra de Aladino, el cinturón de Simbad y la piedra que sólo se abre con “Sésamo” en “Alí Baba y los cuarenta ladrones”, se encargan de arraigarla más. Pero aun así, todo esto no quita la sospecha. Siempre es una sospecha lo que mantiene con vida a la ensoñación. ¿Y si acaso estas historias no fueran Las mil y una noches? Algo falta o algo sobra, algo definitivamente no coincide. Porque, ¿hasta qué punto las traducciones sucesivas no traicionaron los detalles, las relaciones amorosas, las sexuales, el perfil de los personajes y hasta lo que iba ocurriendo en cada uno de los cuentos? La duda sobre la fidelidad de estas noches estuvo desde siempre y es parte del encanto perverso que tiene el libro, lasciva invitación a aportar la noche faltante, la cierta. Eso es lo que hicieron, por dar apenas tres ejemplos, Pasolini, también Stevenson y el mismo Borges. Algo envidiable tiene Sherezade que lleva a tantos a querer imitarla, la mujer que cuenta y mantiene en suspenso la ira del sultán, capaz de hacer cambiar el orden del mundo, el razonamiento equivocado, la propia historia personal. Algo la hace encarnar el misterio y el poder de la literatura.

Pero tarde o temprano había que hablar del asunto. O volver a hablar, para después olvidarse. Una nueva traducción, aparecida en Buenos Aires en estos días, viene a confirmar lo bien fundada que estaba la sospecha de que las noches no eran tan ciertas. Ya en su Historia universal de la infamia Borges se divertía mucho poniendo en ridículo a uno de los traductores ingleses citando sus advertencias al pie: “Paso por alto un episodio de lo más reprobable (...). Suprimo acá una explicación repugnante. (...) Una línea demasiado grosera como para ser traducida me lleva a suprimir esta anécdota.” ¿Y si el libro que sirvió de ingreso a un mundo de sultanes, califas, harenes, eunucos y tanta infiel descuartizada fuera el fruto de esa obstinación occidental por ponerse a escribir cuando se trataba de leer?

INTERRUPTUS

El primer traductor europeo, Antoine Galland, responsable del gran malentendido pero también del encanto que provoca el libro hasta hoy mismo, quedará en la historia como el inventor de Las mil y una noches. En el sentido de descubridor y en el otro también. Coleccionista y filólogo, compró este manuscrito, que en realidad ya era una versión, en uno de sus viajes a Siria de donde solía traer objetos exóticos. Le llamaron la atención lo divertido y lo “fantástico” –palabra despectiva para la época– y se dispuso a la tarea de traducir, trabajo que consideró menor. El éxito del primer tomo sumado a aquello de las “mil noches” lo llevó a completar once tomos más. El objetivo, agradar y entretener a la corte de Luis XIV sin faltarle el respeto ni escandalizar a la concurrencia. El mismo advierte en su edición de 1703 que si en alguna ocasión se ha apartado del texto ha sido “cuando el decoro me impedía seguir el original”. Conclusión: una serie importante de orgías, descripciones minuciosas de encuentros entre las mujeres del harén y sus negros criados, ya que la infidelidad femenina suele ser detonante y arma poderosa para estas historias, han sido suprimidos. Si los lectores y lectoras han vislumbrado un atisbo y han sentido el interruptus, sepan ahora que estaban en lo cierto. Cierta celebración de los encuentros físicos y el regodeo en sus descripciones, que pone en suspenso toda moral constituye una de las mayores mutilaciones que había sufrido la obra. ¿Se puede reparar? La nueva versión, modernidad mediante, no está regida por esas limitaciones. En fin, la aparición de una traducción realizada hace muy poco por el prestigioso arabista europeo René R. Khawam –editada en estos días en Argentina por Edhasa– deja en evidencia lo mucho que a la historia de la lectura le costó salir de su habitación imaginaria. Este texto, según anuncia su autor, luego de 40 años de investigaciones sin pausa, se acerca como ningún otro a lo que el escritor árabe –que por anónimo no debe entenderse ausente– quiso decir. Por lo pronto, y he aquí la primera sorpresa, la versión que está disponible en estos días en español es la primera que se basa en los manuscritos antiguos y únicos confiables, que por otro lado siempre estuvieron a disposición. Vaya a saber qué caprichosa luna determinó que los otros traductores escogieran versiones posteriores, recopilaciones tardías o relatos orales. Como si hubiese un acuerdo tácito y unánime, no deja de asombrarse René R. Khawam, según el cual Las mil y una noches estuvieron condenadas eternamente a que no se les concediera la condición de texto como tal. ¿En razón de qué vergonzoso pecado? El libro fue condenado a ser hijo bastardo de un autor que no existe o que robó aquí y allá unos cuantos cuentos tradicionales de su tierra y salió corriendo. Tanto Rabelais como Shakespeare hicieron esto mismo. Y sin embargo hace rato que a nadie se le ocurre redondear sus palabras, sacar y quitar personajes según un gusto personal o en nombre del gusto en mayúsculas. Hablando del tiempo que ha costado acercarse a estas noches, hay que sumar que esta nueva versión escrita en francés a fines de la década del ochenta fue traducida al español recién el año pasado y ahora, a mediados de 2008, llega a nuestro país.

INFAMIA Y TRAICION = LITERATURA

Decirlo de una vez por todas: Las mil y una noches jamás fueron tales. Un error de interpretación hizo que aquella expresión en el título de la obra, “mil y una” que en árabe significa “muchas”, fuera entendida como un mandato por copistas y traductores. Salieron desbocados a buscar noches faltantes y en el fragor confiaron en otros manuscritos, en árabes amigos o simplemente advenedizos dispuestos a hacer valer sus imaginaciones. Es más, la edición original ni siquiera está dividida en noches. Cansados los traductores, como es muy posible suponer, las noches del final suelen ser más cortas que las del principio, las cosas pasan más rápido y de forma bastante inconexa, resultan cada vez menos árabes y más chinas, indias y hasta europeas. Cuenta la leyenda, por ejemplo, que la editora de la primera versión occidental incluyó por decisión propia y sin consultar al traductor dos cuentos turcos que le gustaron mucho y que según ella, tenían mucho que ver con el asunto. Hay más: la llegada de un narrador sirio al palacio donde trabajaba Galland, el traductor francés, conociendo el trabajo en el que estaba embarcado, le contó unos cuentos árabes muy hermosos que él prometió incluiría en algún tomo de Las mil y una noches. Y cumplió, ahí están.

Si alguien se tomara el trabajo de leer las traducciones francesas, inglesas y alemanas (las españolas son derivadas de éstas) que se han hecho hasta ahora, encontraría que la fantasía del traductor se descontrola a medida que avanza. A tal punto que ya ni se puede hacer comparaciones porque directamente cada uno va incluyendo cuentos diferentes. Basta esta introducción para que las lectoras y lectores hayan tomado asiento y se encuentren medianamente preparados para la noticia que se desprende de todo lo anterior: ni Simbad, ni Aladino, ni Alí Baba pertenecen a Las mil y una noches. A cambio del erotismo y las cuestiones políticas que se habían suprimido en anteriores versiones, se aconseja no buscar en vano estas historias que aparentemente fueron escritas unos siglos después que apareciera el original.

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE SHEREZADE

A todo esto, Sherezade intacta. Porque de todos los personajes, si hay uno que mantiene su perfil a través de las múltiples versiones, es la narradora. Hay una razón técnica para que se haya salvado: su historia se cuenta al principio, breve y pronto. El autor (nadie hasta ahora ha puesto en duda que fuera un hombre) no tenía el factor intriga en su horizonte. La historia del sultán vengativo y la mujer capaz de cautivarlo y suspenderle la ira con sus narraciones es la coartada para enlazar esta serie de historias populares que fluyen unas desde adentro de las otras en una especie de abismo sin caída. Lo mismo que un siglo más tarde haría Boccaccio con la peste y sus diez jóvenes narradores. Para eso, señalan quienes pretenden –de espaldas a otros muchos fragmentos– hacer una lectura feminista de este texto, Sherezade no se vale de la seducción ni del secreto encanto del sexo, como el resto de las damas que aparecen en la misma obra. Sherezade no es más bella ni más atractiva que ninguna. Tiene otro don: no la seguridad de los que escriben sino la seguridad de los que leen. Porque si un detalle suele olvidarse de este personaje es que el narrador se esmera en presentarla como lectora. Desde el comienzo sabemos que hubo dos sultanes hermanos engañados por sus mujeres, primero uno y después el otro. Que uno de ellos ha decidido, luego de matar a su esposa, casarse con una doncella, desflorarla a la noche y asesinarla a la mañana. Y nos enteramos también de que Sherezade corta la matanza casándose con el sultán y manteniéndolo entretenido durante muchas noches más, hasta que se le pasa la bronca. Con estas palabras, algunas más algunas menos, las personas consultadas al azar para esta nota –todos conocían a Sherezade– respondieron lo mismo. Sin embargo faltan muchos detalles. La imagen que todos recordamos es tan traidora por simple, como puede serlo cualquier traducción. Para empezar, Sherezade no es una víctima, al menos en el corto plazo: no está en peligro ya que es la hija del guardia del sultán encargado de matar a las doncellas. Ella encara a su padre y pide casarse con el asesino. Los primeros sorprendidos son el guardia, por amor filial, y el sultán, por simple lógica. A continuación, el narrador presenta a su personaje: conoce los anales de la historia de su tierra, las leyendas y los saberes de las diferentes dinastías, ha disfrutado de la poesía, disfruta de la filosofía y de la ciencia. Su padre trata de convencerla con una alegoría y ella le responde que si bien el relato es convincente, puede contar muchos otros que justifican lo contrario. Si él no la entrega se entregará ella misma al sultán. Sherezade tiene un plan y aquí las lecturas han olvidado a una mujer de crucial importancia: Duniazad, la hermana menor que forma parte importante del plan. Duniazad es la encargada de entrar cada noche, una vez el sultán se ha descargado en el cuerpo de su hermana, y pedir como último favor que Sherezade le cuente el cuento.

La historia de Sherezade y también los cuentos que ella elige para educar al “hombre en crisis” han sido objeto de lecturas forzadas, para algunos, emblema de la sumisión y para otros, evidencia de la capacidad libertaria de las mujeres. Ante la profusión de maridos misóginos y furiosos que no dudan en decapitar mujeres para evitar la menor sospecha, ante la cantidad de mujeres engañadoras y vidas de esclavos y de pases mágicos, poco puede hacer una lectura que siempre es tendenciosa cuando llega con siete siglos de distancia. La edición corregida, aumentada y reducida, difícilmente llegue a borrar las noches que ya están instaladas, pero significa un gran aporte. Por un lado confirma la capacidad de ciertos libros de burlarse de la gente. Y por el otro (se aconseja leer con atención todo el apartado dedicado a historias con protagonistas femeninas) los cuentos y ciertos fragmentos agregados confirman una visión más compleja de la que se ha pretendido instalar, no sólo en relación con la inteligencia árabe, sino sobre las representaciones de la mujer a lo largo de la historia.

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