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Viernes, 20 de junio de 2008

IN CORPORE

La fertilidad como negocio y como condena

 Por Soledad Vallejos

Ayudar a “dar vida”, tratar “disfunciones reproductivas incompatibles con la concepción natural” y el descubrimiento de “todos los secretos de selección que durante milenios la célula femenina había ocultado”, son sólo muestras de la retórica que mana de uno de los nichos más lucrativos abiertos por los desarrollos técnicos: el de la reproducción asistida. “La infertilidad es una enfermedad”, reza la proclama de quienes se encuentran juntando firmas (necesitan 300 mil) para que el Congreso trate una ley que incorpore los tratamientos de fertilización asistida al Plan Médico Obligatorio.

Las frases vienen a cuento porque junio es, desde hace unos años, el “Mes Internacional por el Cuidado de la Fertilidad”, una iniciativa de la American Fertility Association (AFA) de Estados Unidos retomada por el International Consumer Support for Infertility (ICSI). Gracias a la conformación de esa institución, la agenda de medicina cuenta con un mes al año para que avances y mejoras en las intervenciones para lograr embarazos se vuelvan un poco más presentes en más de 40 países distantes y muchas veces hermanados por la preocupación de los Estados ante tasas de nacimiento cada vez menores (Suecia, Dinamarca, Canadá, Francia, Corea, Japón, el Reino Unido, Israel, México, España, Australia, Nueva Zelanda, Alemania, Italia y Suiza son algunos de ellos). En esos lugares, distintas asociaciones médicas (en su mayoría privadas) abren las puertas para dar a conocer las maravillas en lo que a asistencia de reproducción, cuidado de embarazos para que no resulten múltiples y diagnóstico fetal se refiere. De toda Latinoamérica, la Argentina es el único país que forma parte de esa institución de “apoyo a los consumidores”. En nuestro país existe desde 1999 una Red de Medicina Reproductiva, asociada a ICSI, cuya presencia permite trazar un mapa posible: sus sedes se encuentran en Buenos Aires, La Plata, Rosario, Neuquén, Resistencia, Rafaela, Bariloche, Nordelta y Zárate.

El otro mapa posible –que se vuelve su reverso– es el que, entre el mes pasado y éste, describieron el seminario nacional “La reducción de la mortalidad materna: asignatura pendiente en la Argentina” y sus encuentros regionales posteriores. De acuerdo con datos del Ministerio de Salud, los índices de mortalidad materna son apremiantes: en la Argentina mueren 48 mujeres por cada 100 mil niños nacidos vivos. En Chaco, Formosa y Jujuy se duplica y hasta triplica el índice nacional; en Misiones, el índice es de 125. El seminario concluyó que una de las principales causas es –y no es novedad– la falta de acceso a abortos asépticos no punibles. En lo que refiere al NOA, una de las regiones con mayor mortalidad, se refirió que el 99 por ciento de las muertes son el resultado de una combinación que suena a tragedia aun cuando es remediable: pobreza, falta de acceso a la salud integral, a la educación y a la información. Estos datos no suelen ser agenda especial.

La desigualdad habla tan claramente que el corte de clase se lee desde el género: el problema de las mujeres pobres es no poder decidir cómo y cuándo ser madres (morir a consecuencia de un aborto no es otra cosa); el de las ricas, el poder realizar su maternidad en el momento que lo han decidido (los especialistas indican como gran causa de la infertilidad femenina la voluntad de ser madre a edades cada vez mayores). A unas se les va la vida; a otras, entre 1500 y 15 mil pesos en los tratamientos.

A este paso, por cierto, no se llegará al compromiso de la Argentina para los Objetivos del Milenio: lograr en 2015 un índice que no supere las 13 muertes maternas por cada 100 mil niños nacidos vivos.

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