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Viernes, 4 de julio de 2008

DEBATES

Cuando familiar quiere decir mujeres

Esta semana, campesinas, representantes de ONG e investigadoras de Latinoamérica se reunieron en Buenos Aires para compartir experiencias y debatir. Los encuentros fueron parte del seminario internacional de Equidad de Género en la Agricultura Familiar, que permitió acercar realidades tan distintas como las que atraviesan las mujeres de Bolivia, Brasil, Paraguay y Argentina.

 Por Gimena Fuertes

Lejos de las discusiones millonarias de los empresarios agropecuarios, en América latina sobrevive una forma de agricultura familiar en la que aquello que se entiende por equidad de género, división sexual del trabajo y la aparente separación entre el mundo privado y el público toman otro color. La concentración de la tierra por vía masculina, el trabajo no reconocido de las campesinas y el despliegue de toda una forma de vida hace estallar cualquier categoría reduccionista. “En el campo la forma de organizar la producción es anterior al capitalismo. La idea del trabajo productivo y reproductivo no debería estar tan presente porque es la familia la que se organiza para producir las formas de existencia. Primero hay que tener el grano y después hacer de eso la comida. Pero con el capitalismo se produjo la misma división sexual del trabajo que hay en la ciudad, y produjo esta idea que lo que hacen las mujeres en la casa no es trabajo. ¡Y aún más, se extendió a los trabajos considerados productivos que hacen que las mujeres, como criar las gallinas, plantar la huerta, y ahora no es reconocido como trabajo productivo sino doméstico!”, se queja la brasileña Nalú Faría, de la Marcha Mundial de las Mujeres.

Esta semana campesinas y representantes de organizaciones civiles se reunieron para pensar y debatir en el seminario internacional de Equidad de Género en la Agricultura Familiar que se realizó en el marco de la IX Reunión Especializada sobre Agricultura Familiar del Mercosur en la Cancillería argentina. Allí expuso Lilian Ferro, doctora en Historia Económica y Master en Perspectiva Feminista del Pensamiento Científico. Ferro realizó una investigación en el litoral pampeano en la que pudo entrever cómo se da la división del trabajo familiar en el ámbito rural, cómo los varones toman las decisiones productivas mientras que la producción y el comercio de las mujeres –que han mantenido a las familias durante los ciclos económicos negativos– no se mide ni se tiene en cuenta. Pero una de las conclusiones más impactantes de su investigación es la concentración y la herencia de la tierra en manos masculinas. Si bien la legislación argentina no dice que las mujeres no pueden ser productoras, la sucesión recae en el hijo varón que es seleccionado por el padre. A las hijas mujeres les espera una serie de mecanismos disuasorios, como el casamiento o los estudios en las grandes ciudades que, en el mejor de los casos, les proporciona un título universitario que podrán hacer valer en el ámbito estatal, ya que las empresas tampoco las seleccionan.

Atenta la escuchaba Adela Baltazar, de la Coordinadora de Integración de Organizaciones Económicas Campesinas de Bolivia, quien tiene otra realidad para relatar. “Allá en mi país, el trabajo que se hace en el área rural está unido por el núcleo familiar, participan todos, se hace división de tareas de toda la familia, pero hay que tomarlo con delicadeza para que no haya confusiones.” Adela cuenta que en Bolivia, en los años 80, aterrizó una serie de ONG con un discurso ya preconfigurado para tratar la perspectiva de género, y que no tuvo consecuencias positivas. “Trajeron el discurso del género en forma equivocada. Querían hacer respetar los derechos de las mujeres pero poniendo del otro lado de la tortilla a los varones, vinieron con que las mujeres tenían ahora sus derechos en contra del varón. Entraron en el área rural y las compañeras tomaron ese tema muy fuerte, no teniendo equidad sino desigualdad. Eso lo único que generó fue divorcios. Pero nosotras trabajamos con el género en el área productiva familiar para que se reconozca el aporte económico y el trabajo de las mujeres en el lugar donde están, queremos visibilizar nuestro trabajo, que está en toda la producción, desde la fabricación hasta la comercialización. También trabajamos para intervenir en áreas más macro, como la política y la participación. Las mujeres ganamos estos espacios a nivel de gobierno y en las organizaciones, a nivel local y departamental, y ahora queremos que sea reconocido”, reclama. Adela además es miembro de una cooperativa de 14 mujeres que producen mermeladas artesanales, tiene 39 años y cuatro hijos. Está entusiasmada con el gobierno de Evo Morales porque “dentro de las propuestas de la nueva Constitución se va a incorporar un artículo de acceso a la tierra para las mujeres”.

UN UNIVERSO PROPIO

Claudia García aportó su visión de la problemática de la equidad de género en el mundo campesino desde una perspectiva estatal. Ella es directora de Descentralización de la Secretaría de la Mujer de Paraguay y como funcionaria vio cómo muchas veces los programas estatales o de los organismos internacionales no daban los resultados esperados, ya que no tenían en cuenta las particularidades de cada región. Esta funcionaria da cuenta de que, en Paraguay, las mujeres solas generalmente tienen a las hijas mayores con sus parejas, que a su vez ya tienen hijos. “Están conviviendo dos o tres generaciones, y ni la vivienda tradicional ni los programas de acceso a la tierra y de acompañamiento de la productividad de la mujer rural lo registran.”

“Los programas de concesión de la tierra o la vivienda, en primera instancia toman al hombre como sujeto de derecho, acompañado o no de una mujer, y cuando toman a las mujeres como sujetos de derecho lo hacen desde el punto de vista que son buenas pagadoras, y no desde el punto de vista de que les corresponde un derecho fundamental como es acceder a la tierra y la vivienda. Es solo porque se percataron de que pagamos en término y es fácil seguir los programas productivos o de tierra y vivienda, que vienen acompañados con capacitación y actividades productivas. Era más fácil trabajar y cobrar el crédito desembolsado y por eso empezaron a ser más atractivas”, se queja.

Claudia García relata que a raíz de estas experiencias en Paraguay se generaron dos problemas. “Primero fue la violencia de la que son víctimas las mujeres por parte de sus parejas cuando acceden a la titularidad, porque son más cuestionadas y más discutidas. Es por eso que estos organismos tienen que plantear otro tipo de actividades de concientización, sensibilización y acompañamiento en la convivencia en la familia. Y, en segundo lugar, siempre las estructuras edilicias están preparadas para la familia nuclear: en una habitación están papá y mamá, en otra los niños, y cuentan con una sala comedor y cocina. No se tenía en consideración que existen familias que no están compuestas de forma tradicional y que algunas mujeres tienen su actividad productiva en el hogar y necesitan un espacio más para poder desarrollarse.”

Nalú llegó desde Brasil para participar del seminario y habla en un castellano trabado. “La experiencia reciente de las campesinas cuenta con la victoria de la Constitución de 1988, cuando luego de un amplio proceso de movilización lograron incorporar un punto muy específico, que era el reconocimiento como trabajadoras rurales, lo que implicaba poder tener jubilación y licencia materna, entre otros derechos”, cuenta. Ante el público, Nalú dispara una afirmación polémica: “Los movimientos de mujeres en el campo son más masivos y más articulados que en la ciudad, donde la fragmentación es mayor”. Luego, con más tiempo para explayarse, explica que en la ciudad las demandas están diversificadas. “Está el movimiento de mujeres por salud, por vivienda, contra la violencia, y así es más difícil de articular. Por más que el trabajo en el campo es más duro, la forma que tienen las trabajadoras de manejar su tiempo para la organización política, es mejor que en la ciudad porque eres dueña de tu espacio, a diferencia de una empleada, o mismo un ama de casa que tiene su tiempo mucho más establecido por la rutina. Esos son los factores objetivos, pero también están los factores políticos que tienen que ver con que el movimiento campesino que se constituye en una identidad más definida, por más que tenga una plataforma amplia”, explica.

Si bien el movimiento campesino de Brasil es uno de los más masivos de América latina, para Nalú “para poder luchar lado a lado con los varones hay que estar organizadas como mujeres”. “Los varones saben que son opresores, conocen los mecanismos de opresión. Cuando una mujer quiere ir a una reunión y el tipo le dice que no, lo hace sabiendo que él tiene un poder que no quiere perder. Cuando una militante está empezando a organizarse y el marido la descalifica, es una forma de minar su poder.”

Es por eso que Nalú sostiene que “no tenemos que incorporar el mundo masculino, sino que nosotras tenemos experiencias que tienen que ser recuperadas y reconocidas: la labor de cuidado, la agricultura, experiencias de gestión. No es que estamos en el mundo privado, estamos en los dos, pero como mujeres, con una experiencia y una práctica distintas. Queremos que se recupere y se reconozca eso para construir una nueva visión del mundo que mezcle las dos experiencias, lo que hay de positivo en la masculina y la femenina, incluso en la forma de organizarse, de construir movimientos y de luchar”.

Nalú argumenta que “la visión hegemónica del capitalismo se extendió en el campo, donde no estaba separado lo público y lo privado, y le agregó toda la visión patriarcal de que el hombre es superior, que tiene derechos sobre las mujeres y de que puede disponer del cuerpo de las mujeres”. Para Nalú, “el capitalismo aumenta la diferenciación entre las mujeres. Hay un pequeño número de mujeres que casi son iguales que los hombres entre comillas, porque tienen autonomía económica, participación, posibilidad de ir y venir, tener cuantas parejas quiera, hacerse un aborto en una clínica. Pero hay una gran mayoría de mujeres que ahora son más explotadas, más precarizadas y más pobres. El capitalismo incorporó parte de las reivindicaciones pero para un pequeño sector, a la vez que incrementó las desigualdades para el resto. Por eso este sistema no puede convivir con derechos de igualdad. La igualdad de las mujeres cuestiona la base en donde se produce la desigualdad que es en la explotación del trabajo”.

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