las12

Viernes, 22 de noviembre de 2002

SEXUALIDAD

EL GRAN DEBUT

El modo en que los y las adolescentes inician su vida sexual devela esos prejuicios y mandatos que han sobrevivido desde épocas ancestrales. Ellas lo hacen por amor; ellos, por cumplir con su rol. Las chicas preferirían esperar, pero los varones están obligados a reclamarles. La falta de información, las dificultades para hablar de lo que desean y lo que les gusta hacen que esa ansiada primera vez no sea siempre como se la ha soñado.

 Por Marta Dillon

El la hacía sentir muy importante. Imaginate, decía, tiene 24 años, está en la facultad; la otra vez me llevó a tomar algo a un bar que parecía bastante caro. Ella tomó Coca Cola, él cerveza, aclara Yamila moviendo la cabeza como esos perritos que antes se adherían a las lunetas de los autos. Los aros le llegan a los hombros y tiene los ojos tan pintados que parece que fuera noche cerrada. Pero no, son las dos de la tarde y Yamila admite contar su primera vez bajo juramento –la promesa no le alcanza– que jamás será publicado su verdadero nombre. Si sus hermanas se enteran, son capaces de encerrarla hasta que sea mayor de edad. De hecho, eso fue lo que intentaron hasta hace unos meses. Yamila no tenía permiso para dormir en la casa de ninguna amiga, ni para ir a bailar, ni para estar en la vereda más allá de las siete de la tarde. Pero a los dieciséis nadie quiere quedarse tejiendo calcetas junto a las hermanas casadas; Yamila descubrió una vez que para hacer lo que quería sólo hacía falta cruzar el umbral y soportar lo que viniera después. Es cierto, no le dan ni monedas para el colectivo, y a la vuelta tiene que limpiar y cocinar para la familia. Pero eso sucede después, cuando ya se cansó de hacer volar su pollerita en el Metrópolis de Palermo. Lo gracioso es que no fue ahí donde conoció a Pedro. Al contrario, empezó a hablar con él un mediodía de invierno, a la hora permitida y rodeada del recato que impone la luz del sol en el Parque Lezama. Y bueno, empezaron a charlar, él la convidó con gaseosa y helados, ella le contó de sus dolores, de su padre violento, de su mamá muerta de cáncer hace un año, del cerco de sus hermanas mayores. El le dijo que parecía mayor, más madura que las chicas de su edad. A lo mejor la experiencia de vida, la inteligencia. Yamila sintió que le estaban sacando una radiografía, era así, ella sentía la distancia con el resto de sus compañeras de segundo año, como que las demás estaban con eso del cantante favorito, el actorcito, la cumbia y las peleas a piñas en el recreo. Ella estaba para otra cosa. Y él parecía esa otra cosa. Durante una semana se encontraron en el parque o en la plaza Colombia, en Barracas. Se sentaban en un banco, gaseosa y cerveza, y se besaban. Las manos de él la buscaban bajo la ropa, pero Yamila, “no sé, qué sé yo, no sentía mucho, era un poco incómodo, porque dale con franelearme. A lo mejor yo no soy mucho de calentarme, no entiendo bien por qué”. Pero tampoco sabía cómo decirle que no, le gustaban los besos, “me gustaba como al principio, pero después no. El quería que yo lo tocara, a mí no me molestaba eso, qué sé yo, es como aburrido, o ridículo. Eso me parecía como ridículo. A la semana y media de estar saliendo tuve la primera vez. Yo no sé, no pensaba, no quería en realidad. El me gustaba y todo, pero no sé si era para tener mi primera vez, tanto no nos conocíamos. Y después quedé hecha mierda, porque él se borró enseguida. Yo creí que me quería, pero no. Lo peor es que se lo contó a todos sus amigos, ahí, en la plaza. Yo al principio estaba feliz, porque tenía curiosidad, no sabía cómo era. Me podían contar, pero no me había pasado nunca. No fue nada maravilloso, porque él se me subió encima y la quería meter al toque. Yo estaba nerviosa, costó un poco. Después me preguntó si me gustó. ¿Y qué le iba a decir, que no? Con el chabón que estoy ahora es distinto, porque me gusta cuando tranzamos, es como que siento más. Todavía no curtimos, pero tengo ganas”.



En una investigación realizada sobre un grupo de adolescentes mujeres que concurren a consulta ginecológica en el Hospital Argerich, surge que la mitad de las consultadas se iniciaron sexualmente antes de lo que hubieran deseado, fueron forzadas o aceptaron aunque en ese momento no querían. ¿Por qué? Un 23 por ciento de estas adolescentes reconocieron claramente haber sido coercionadas por sus parejas de distintos modos. Un 12 por ciento fueron violadas. El estudio que sus autoras, las sociólogas Edith Pantelides y Rosa Geldstein y las médicas ginecólogas Nilda Calandra y Sandra Vázquez, titularon “Yo no quería, pero...” se hizo sobre un universo acotado pero, según Pantelides, “con prudencia se puede decir que es un muestreo que puede dar cuenta de la realidad de las adolescentes de clase media baja y baja de las zonas metropolitanas”. La definición que usaron las investigadoras pertenece a las norteamericanas Heise, Moore y Tubia: “El acto de forzar a otro individuo a entrar en conducta sexual contra su voluntad por medio de violencia, amenaza, insistencia verbal, engaño, expectativas culturales o circunstancias económicas”. Las adolescentes no conocían esta definición, pero entendieron rápidamente de qué se trataba y hasta podían situar “el chamuyo” como una forma de presión, además de la amenaza de dejarlas, la necesidad que genera la negativa de tener que “buscarse otra” y hasta la fuerza física. En las conclusiones se dejó sentado que la mayoría de las respuestas que explicaban por qué las adolescentes son “incapaces de negarse aun cuando no se ejerce sobre ellas la fuerza física apuntan a la vulnerabilidad de las mujeres a causa de su amor por el hombre y su temor de perderlo”. Según la opinión de Pantelides, estas conductas son radicalmente distintas en chicas de clase media y media alta: “Por un lado son más astutas para enmascarar sus respuestas, contestan lo que querés escuchar, entonces casi no aparecen violaciones ni coerción. Pero también es cierto que es mucho más consistente el uso de anticonceptivos y la capacidad de tomar decisiones”. De todos modos, opina la socióloga, hay que tener en cuenta una gran variedad de matices. No hay una situación de igualdad entre varones y mujeres. “Ellas siguen heredando el mandato de decir no, eso es lo que se espera de ellas. Y el hombre sabe que está obligado a demandar, aunque no sea un tipo coercionador. Es lo que se espera de él.”
Analía nunca dijo la palabra vagina. No porque le diera vergüenza, sino porque se enteró qué significaba una vez que le preguntó a su marido sobre el afiche de una obra de teatro. Con Pancho no está casada, ¿dónde se iba a casar si ellos viven en la estación Esmeralda del subte C? Ahora ya los corrieron de ahí, pero siempre se vuelve, aunque sea a la escalera. Porque ellos hace como diez años que están ahí, abriendo puertas de taxis en la esquina de Lavalle y Carlos Pellegrini. “Ahora se llenó de giles, pero yo desde que tengo cinco años que me quedé. A veces me fui al hogar, pero siempre me escapé porque no lo aguanto, prefiero estar con los pibes.” Ella fue la primera en tener hijos de su ranchada, y a la nena la cuidan todos. En la parada una señora le regaló el cochecito. Cuando nació la chiquita, hace como un año, la municipalidad les dio unos días en un hotel. “Pero es al pedo, cuando te acostumbrás te tenés que ir”. ¿La primera vez? “¿Cuál primera vez? ¿Esa que el viejo de la otra cuadra me hizo tirarle la goma?”. Analía tiene derecho a provocar lo que supone el pudor de quién le pregunta, en realidad ella tampoco quiere contar esas veces. Prefiere hablar de su marido, como llama a Pancho ahora que son “como una familia”. Eso sí le da vergüenza “¿Qué querés que te cuente? Qué sé yo, no sé, estábamos ahí y bueno, nos tapamos con una frazada que teníamos ¿viste? Porque los pibes estaban durmiendo ahí nomás. Sí, me gustó, qué sé yo, me gustó. Yo le decía que acabara afuera, pero después ya no nos dimos cuenta. Me preñé al toque, pero todo piola”.



“Cada vez que se aprende más sobre la erótica de los adolescentes se simplifica menos. Los chicos y las chicas empiezan a hacerse preguntas por fuera de los mandatos tradicionales como cuál es la diferencia entre una relación con una pareja o con alguien casi desconocido. Y se dan cuenta de que en las relaciones ocasionales también les puede ir bien, pero si es con el novio no es que sea más lindo sino que hay más posibilidades de cuidarse, de comunicarse mejor y de sentirse menos solos”, dice Cristina Fridman, socióloga y especialista en educación sexual. Para esta investigadora y titular de la cátedra de Sexualidad y Salud de la Universidad de Belgrano, el principal problema de muchos y muchas adolescentes es “la extrema dificultad para hablar entre ellos. Entonces están librados a la suerte, a lo que pueda suceder arbitrariamente cuando se juntan las torpezas, falta de cuidados e inhabilidades de una pareja adolescente. No pueden decir lo que les gusta, no pueden guiarse en las caricias. Además, los inicios de los adolescentes están lejos del ideal, casi nunca tienen la intimidad necesaria, suele suceder en escaleras, boliches, baños de colegios”. Lo llamativo es que cuando se los invita a hablar, muchos chicos, sobre todo los varones que son muy presionados por lo que se supone que deben saber y desear, repiten los mismos estereotipos de siempre. “Hace poco unas alumnas hicieron un relevamiento en la zona sur del conurbano y se encontraron con entrevistas en las que un varón adolescente decía que todo lo que le faltaba saber era qué sentían las mujeres, el mandato era tan puro que él se presentaba como un semental eyaculante sin ninguna pregunta sobre sus sensaciones”. Para las mujeres adolescentes el estigma, la fantasía, siguen siendo el amor. Más del 80 por ciento de ellas se inicia sexualmente con sus parejas, para reforzar o continuar una relación amorosa. Casi un 25 por ciento de los varones sigue iniciándose con trabajadoras sexuales, por mandato social o para no mostrarse inexpertos. “Lo que no entienden –dice Fridman– es que cuando se paga se compra el fracaso. Las torpezas se dan en las relaciones simétricas y de eso se aprende”.
Victoria escuchaba hablar a sus amigas con una curiosidad inconfesable, tampoco quería que todas supieran cuánto le faltaba aprender de la vida. Acababa de cumplir los catorce; en la escuela el sexo no era un tema de conversación y ahí, dentro de su grupo de militancia, se sentía más segura hablando de los procesos revolucionarios que de chicos. Además, no había salido con ninguno de esos que sus amigas nombraban. Era como si el mundo se acabara en las jornadas solidarias y las marchas de estudiantes, todos se conocían, las parejas se alternaban como en un juego de la silla. Es que nadie más fuera del grupo entendía cabalmente de qué se trataba el sueño de un país justo, que ya llegaría, por el que había que luchar. Mientras tanto estaban juntos, a nadie le sorprendía que el mismo chico haya salido con dos o tres del mismo grupo. Que una dijera que se desvivía por complacerlo y otra que jamás tuvo que mover un dedo porque él, en la cama, se encargaba de todo. Victoria quería saber de qué hablaban, más que todo quería tener un compañero con el que compartir sus ideales y sus sueños. Y lo encontró, en una jornada solidaria, un Día del Niño. Se fueron juntos esa vez, cruzaron toda la ciudad de Córdoba para llegar a la casa de ella. Después, la mamá de Victoria se acostumbró a que la nena se quede en lo del novio; la militancia siempre le gana horas a la noche, era mejor que no viajara tanto. “Yo veía que en cualquier momento iba a pasar, porque él todo el tiempo me insistía, me insinuaba. Yo no quería, nunca lo había tocado a él. El sí, pero a mí me ponía incómoda, porque no sabía si estaba bien o mal lo que estaba haciendo, no sabía si quería o no. No sé por qué, tampoco soy tan católica, pero pensaba en la madre de él, en la mía. Fue en la cucheta de arriba, en su cuarto. Yo había arrugado un montón de veces y él me decía que bueno, que no me hiciera problema, que me iba a esperar. Pero por el tono de voz te dabas cuenta de que no me esperaba un carajo. Y bueno, pasó. No me gustó nada, me dolió. Al otro día sentía que todo el mundo me miraba, que se daban cuenta. Por eso se lo dije a mi mamá, porque me quería sacar el tema de encima. Lo único que me preguntó es si me había cuidado. Yo siempre me cuidé, nunca quedé embarazada. Pero lo que sí me pasó es que era yo la que me tenía que hacer cargo siempre de comprar los forros, como si fuera una cosa mía nada más. ¿Cuándo me gustó? No me acuerdo, después del primer mes, creo”.



Según la encuesta 2001 del Centro Latinoamericano Salud y Mujer (Celsam) en Argentina, el 51 por ciento de las mujeres se inicia sexualmente entre los 16 y los 19 años. El 11 por ciento lo hace antes. El 62 por ciento de las mujeres adolescentes no usa ningún método anticonceptivo. “En general –dice la médica ginecóloga Diana Galimberti, integrante del Celsam en nuestro país– sólo las de clase media alta reciben información y anticonceptivos de centros de salud o profesionales. El resto los consigue de pares o en farmacias, sin ninguna consulta previa.” De la misma encuesta surge que una de cada cuatro mujeres entrevistadas nunca recibió educación sexual. Entre las que sí la recibieron, el 72 por ciento lo hizo en la escuela. Menos del 25 por ciento tuvo esa educación dentro de sus casas. “La primera vez –según la opinión de Pantelides– dejó de tener ese peso estigmatizante de otras generaciones, pero en la transmisión de madres a hijas la prohibición sigue siendo importante. El debut sexual es una transgresión al mandato de la madre.” Las adolescentes tienen dificultades todavía para acceder por su propia cuenta a los centros de salud y también para recabar información más allá de sus pares. Sin embargo, el uso del preservativo se ha difundido en la última década y, a diferencia del resto de Latinoamérica, es el primer método utilizado por las mujeres como anticonceptivo –un 59 por ciento–, por sobre las pastillas –50 por ciento–. “En la anticoncepción para adolescentes lo que se busca, sobre todo, es un método que dé seguridad como las pastillas, que son muy seguras y fáciles de tomar. Pero la prevención de enfermedades como el vih obliga al uso del preservativo. Lo ideal sería o bien el doble método –pastillas y preservativos– o usar preservativos teniendo conciencia de que en caso de que se rompan o tengan algún problema, tienen la posibilidad de utilizar la anticoncepción de emergencia, la píldora del día después. Esto es lo que hay que difundir –insiste Galimberti–, más si tomamos en cuenta que casi el 72 por ciento de las adolescentes recibió la información que tiene de los medios de comunicación. Lo mejor es usar condones y, ante cualquier accidente, ir al médico o a cualquier servicio de salud. La pastilla Imediat-N es económica y no está prohibida.”



“Ya ni siquiera se lo contaba a mis amigas –cuenta Juliana, con un resto de pudor–, porque todas te miran como si fueras loca. Pero la verdad es que no sé, no me daba, tenía la ilusión de que me iba a dar cuenta cuando encontrara a la persona ideal. No te voy a decir que me estaba guardando para esa persona, pero no quería que fuera con cualquiera, ¿me entendés? Al final tuve mi primera vez y a los veinte días me peleé. Al principio creía que se me venía el mundo abajo. Después me tranquilicé, en realidad yo fui la tonta, ¿quién me mandó a mí a creer en el príncipe azul? Hace un año y medio que estoy en terapia. Empecé después de eso. ¿Ahora? Tengo 24, estoy de novia con un chico de la facultad; él ya está por recibirse, pero va a hacer un posgrado en Estados Unidos. Sí, tengo relaciones. Mi novio ni siquiera me preguntó si era virgen. Es como que era algo mío, no es que me lo hayan dicho. Pero tampoco soy una sexópata, no sé, es algo que tiene que pasar, pero yo no la paso así guauauuu... A mí hay cosas que me dan impresión. No, no usamos preservativo porque los dos nos hicimos el análisis”.
Aunque las investigadoras coinciden en que no se ha adelantado la edad de iniciación sexual, Cristina Fridman considera que hoy “guardar el agujerito está mal visto. Si antes había que guardarse las excitaciones, ahora se las exhibe. Aunque hay más de tocamientos, encuentros fugaces y exhibiciones que penetración”. El amor es el gran valor que mencionan las mujeres como motivo para retrasar su iniciación, aunque, como se dijo, esta conducta es más fácil de sostener dentro de la clase media o media alta. Para los varones los mandatos sociales apenas se han modificado, ellos tiene que ser capaces de tomar la iniciativa, tienen que saber qué hacer, tienen que estar siempre dispuestos. Y esto es igual en cualquier estrato social. Las cosas pueden ponerse difíciles para ellos, si ya saben todo es imposible aprender.



Hacía dos años que estaban de novios cuando llegó la oportunidad. Lo habían hablado cientos de veces, mientras caminaban por las calles de La Boca, esquivando canchas de fútbol dibujadas con ladrillo sobre el pavimento. Es difícil tranzar en ese barrio, cuenta Malen, hay gente en todas partes, hasta en la plaza. Ellos tenían su banco en la Almirante Brown, esa que en el barrio se conoce como “bron” por la dificultad general que plantea la doble v. Ahí se investigaban concienzudamente cada tarde, haciendo lo que les dictaba eso que les hacía cosquillas cuando empezaban a besarse, esos besos largos y húmedos que a ella le dejaban las mejillas paspadas por la barba de él, tan incipiente que no valía la pena afeitarse. Ella quería tener relaciones, lo que no le gustaba era eso de estar haciendo planes. ¿Y entonces cómo iban a hacer? ¿En la plaza se iba a dar? Tampoco era tan difícil, decía ella, mi mamá trabaja. Pero él no se animaba a violar el sacrosanto hogar de su novia. Hubiera quedado paralizado de por vida si los descubrían. Alguna de esas veces en que se tocaban hasta dibujar surcos en el cuerpo, él se había manchado los pantalones y ella había sentido algo parecido a la asfixia y el alivio. Conversando con una amiga, Malen supo que a eso se le llamaba acabar. Cuando pensaba cómo sería su primera vez, imaginaba escaladas al cielo en un solo acto, una unión increíble, la multiplicación del amor. Nada de eso sucedió, a pesar de que pusieron música, prendieron una vela y hasta un incienso. La verdad es que a ella no le pasó nada. Ni siquiera eso que tanto le gustaba cuando se tocaban. No se acuerda si fue largo o corto, fue antes de que se diera cuenta. Después la relación empeoró bastante, no por eso, había muchas otras cosas mal. Pero ella no tenía ganas de esa frotación inútil que no le hacía ni cosquillas. Malen se lo contó a sus amigas, hubo varias que entendieron de qué hablaba, a ellas también les costaba disfrutar, preferían “tranzar antes que curtir”, pero bueno, “una también tiene que dar algo, porque para ellos es importante”, le había dicho Solange. Malen daba lo que podía, pero no quería recibir nada más. Ahora que tiene otro novio, más chico en edad, la pasa mejor, se da cuenta de cuál era el problema. “Es que éste tiene más experiencia, qué sé yo, no sé cómo explicarte”, dice, tartamudea, se pone colorada, “me doy cuenta porque él sabe lo que le gusta a una mujer. ¡Sabe lo que es una concha! ¿Me entendés o no me entendes?”.

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