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Viernes, 22 de agosto de 2008

ARTE

Risas y luces rojas

Chicas alegres, ropas ligeras y dinero que cambia de manos con disimulo para que la idea del placer sobreviva rozagante. La bohemia, la legalidad de un negocio regulado por el Estado, lo anecdótico y lo trivial junto con los simulacros y las fantasías. Esas son sólo algunas de las imágenes (y los textos) que convoca Putas, una muestra con vocación de llamada al debate que puede verse en C.C. Rojas.

 Por Soledad Vallejos

¿Cuáles son los rasgos que hacen parecer, aun cuando no se sea? En esa brecha entre el ser y el parecer, en ese espacio que habla de los atributos y las maneras de acomodarlos para construir, a partir de ellos, una definición, ahí parece anclar una muestra que tiene más de puesta en suspenso que de afirmación tajante. Putas es, por estos días, la consigna en el Espacio de Arte del Rojas, el lema que convoca reproducciones, obras originales, contemporáneos, clásicos, nombres argentinos y extranjeros, porque lo que importa es más hablar de las ideas y representaciones que mueve la prostitución, más que de la prostitución misma: aquí, la puesta en cuestión se aboca al terreno de lo que se dice y se calla y se fantasea sobre y en torno de.

“¿Por qué no?”, responde Máximo Jacoby, curador de la muestra y coordinador del espacio cuando se le pregunta por qué montar esta muestra allí y ahora. En el brevísimo texto que acompaña la exposición, subraya la voluntad de reflexionar sobre las artes en tanto “parte de la construcción de lo social” y los “sentidos de la llamada más vieja profesión del mundo”; recuerda que “la representación de la prostitución se transformó en una de las imágenes recurrentes en el arte moderno” y no se queda ahí, sino que “impregna inconscientemente varias de las actividades de la vida cotidiana”. Eso explica que una de las estampas clásicas de la vida bohemia según Toulouse Lautrec confluya en el mismo lugar que una instalación en la que Daniela Luna (la única de las obras realizada puntualmente para la ocasión, a partir de bocetos preexistentes pero “sin una bajada de línea de la curaduría”) rastrea qué cualidades suelen pensarse como propias del mundo de la prostitución; que aquí alternen la modernidad irónicamente glam del peruano Aldo Chaparro con la crudeza y el humor negro de Liliana Maresca; Picasso y Berni; pero también registros textuales que van de lo documental histórico, con su carga de realidad nada dulce, a lo literario inundado de fantasías sobre los supuestos placeres de las mujeres dedicadas a la prostitución. Y es que las representaciones que convoca esta muestra ganan y dialogan en su imposibilidad de anclar un único significado.

“El tema es conflictivo, y no era la idea dar una opinión taxativa. No se trata de una crítica de la discusión en torno de la prostitución, o el debate sobre si una prostituta debe ser llamada o no trabajadora sexual; para eso hay organizaciones específicas. Acá se trata de las representaciones. Lo que hay son distintas opiniones autorales, obras que funcionan en la conexión –explica Jacoby–. Por un lado, está la prostitución en la obra de arte, moderno o contemporáneo; es interesante ver los lugares a los que se llevó la puta como musa, como participante del ambiente de la bohemia y todo el registro que hay sobre ese mundo en tanto programa estético. A partir de allí creo que hay texturas, colores, imágenes, sonidos, toda una construcción estética de ese mundo.” Muchos de esos atributos, curiosamente, son los que sobreviven en las representaciones actuales: una luz de cierto tono y determinada levedad, una alegría artificialmente inducida en el ambiente y los cuerpos, un aire que se induce a imaginar viciado de olores deliberados, son sólo algunas de las características que el sentido común asume como autoevidentes y, sin embargo, deben mucho a una construcción que va perviviendo y mutando con los años. “Un lugar habitual es el de la puta como musa, también como mujer con experiencia. Eso se representa, y ahí es donde aparecen las fantasías creadas en el discurso a partir de atributos sociales.”

“El negocio de la prostitución se llevaba a cabo principalmente en casas de citas que eran supervisadas por la policía, que pagaban impuestos a la Municipalidad y a las que, una vez por semana, verificaba el Departamento de Salud Pública. Si las chicas estaban bien se les sellaba la libreta con un ‘Sana’. Por lo general estaba a cargo de una madame francesa o polaca, que tenía a su cargo a unas diez o quince chicas importadas de Europa. En esos lugares, uno casi nunca se topaba con una chica argentina. La categoría de la casa y los precios de ésta dependían del lugar de la ciudad en que estaba. Y también de la calidad de las chicas, su edad, aspecto, etc. El sector de la calle Junín, cerca de Corrientes, era considerado como de primera clase.” El fragmento forma parte de La Buenos Aires ajena, testimonios de extranjeros de 1536 hasta hoy (compilado por Jorge Fonderbrider; este texto es parte del testimonio de Barnes), se cuela entre las imágenes y los textos, vuelve a la zona de la ciudad que fue legalmente roja en otros años, y se instala a metros de la esquina que menta como clave en el mapa del placer pago y los cuerpos tasados con las normas aplicables a cualquier ganado. (“El lugar tenía una mesa redonda giratoria en la que a veces las chicas posaban como estatuas vivas desnudas.”) Por esas cuadras, entonces, las puertas de los prostíbulos se identificaban con lucecitas rojas (obedeciendo las pautas legales), cuyo recuerdo inevitablemente casa con los destellos de la obra de Aldo Chaparro, choca con un fragmento de Fogwill (atado, cuándo no, a la pretensión de ser revulsivo, aun desde la ficción: “Ni ser puta ni su interrogación eran frases, sino sensaciones e impulsos de curiosidad acuciante, como la excitación y el placer de sentir la excitación y el placer de moverse por ese ámbito”), da un marco posible de lectura para todo lo demás. O no, todo depende de cómo se lo desee abordar.

En esa pluralidad y ambigüedad es donde pretende, precisamente, ahondar Jacoby, que también extiende los alcances de la selección al terreno de la palabra, allí donde “puta” puede dejar de ser sustantivo para volverse adjetivo, para identificar un terreno positivo, para marcar el alcance de una discusión vinculada con el género: “¿Qué pasa con esa palabra? ¿Por qué puede ser un piropo pero también un insulto? ¿Por qué la Real Academia plantea diferencias por género y da explicaciones totalmente disímiles para su uso en femenino o en masculino?”. El debate que pretende despertar el Espacio de Arte, que sumará actividades ad hoc y otras vinculadas, busca, también, llevar a planteos sobre lo “inquietantemente familiar”, a partir de las derivaciones que las palabras y las imágenes van teniendo. “Tiene que ver con el papel social que se puede adjudicar a ciertas personas y a las mujeres, con la palabra como metáfora y también como algo que estéticamente recae sobre las mujeres: el ‘gato’, la mirada sobre ciertas vestimentas, actitudes... Hay una actitud, por ejemplo, que puede derivar de la palabra ‘puta’ ya como modo de relacionarse y de comprender ciertas cosas. Sin ir más lejos, ¿qué pasa en Bailando por un sueño?” ¤

Putas puede verse en el Espacio de Arte del Rojas, Av. Corrientes 2038, hasta el lunes 29 de septiembre. Entre las actividades relacionadas, en septiembre habrá visitas guiadas y charladas, una de ellas con la activista Marlene Wayar (fecha a determinar).

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