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Viernes, 29 de agosto de 2008

LA NUMERO UNO

Acaso sin proponérselo explícitamente, Marcela Acuña, boxeadora vocacional, se convirtió en una pionera de ese deporte que excluía a las mujeres por considerarlo poco femenino. La Tigresa entrenó y peleó desde muy joven, desafió el mandato paterno y obtuvo la primera licencia profesional. El documental de Matilde Michanie que se estrena el próximo 4 relata esta historia de fe y tenacidad.

 Por Moira Soto

“Es un poco loco decir a esta altura de los tiempos que ella es la primera boxeadora argentina con licencia profesional, y por otra parte reconocer que en estos momentos es la máxima referencia del boxeo local: si tenés que tirar rápidamente un nombre en este deporte, surge inevitablemente el de Marcela Acuña”, dice Matilde Michanie, guionista y directora de Licencia número uno, documental que se centra en la historia y el perfil de la popular Tigresa, campeona mundial en varias categorías, y paralelamente va trazando un panorama de la situación del boxeo femenino en nuestro país. El film, que se estrena el próximo jueves, les da la palabra a otras boxeadoras argentinas y alemanas, a una pionera inglesa que hoy preside la Federación Internacional de Boxeo Femenino, también registra el testimonio de periodistas especializados, entrenadores, árbitros, promotores. En este elenco donde todos sus integrantes se interpretan a sí mismos, no falta la presencia de una estrella del espectáculo, Natalia Oreiro, que entrenó con Marcela Acuña para su rol en la telecomedia Sos mi vida.

Productora, periodista, investigadora, Matilde Michanie ha dirigido una serie de documentales que se inicia en la Argentina con Los descampados (1988) y Los únicos privilegiados, Los chicos de la calle en Buenos Aires (1990): “Me fui a compaginar este material a Alemania y terminé quedándome 13 años, completé mis estudios de cine y TV en la Universidad de Kassel. En ese momento, los niños estaban más concentrados en determinadas zonas, ahora la pobreza se extendió por la provincia de Buenos Aires y en la ciudad se ven más familias sin techo. En 2002, cuando vine, me sorprendió un fenómeno para mí nuevo: estaba en un bar de la calle Santa Fe y veo venir un carro de cartoneros, me impresionó esa imagen. Era tardecita, iba bajando la luz y cada vez aparecían más cartoneros, chicos y grandes, gente revisando la basura, no lo podía creer”. Con producción alemana, Michanie filmó en Cuba La Ceiba de Plata y la Espina de Oro, Las charangas de Bejuca (1992), película que dio origen a otro documental, Lo que Linda y Eumelia contaban (1994), sobre dos cubanas –una negra y una blanca– que vivían en pareja en aquel pueblito.

De regreso en Alemania, Matilde realiza Demasiado tarde para llorar (1995), sobre el sistema de cárceles temporarias de expulsión para extranjeros que ingresan de forma ilegal: “Me enteré de que cerca de donde yo vivía había una de estas cárceles, que obviamente ya existían en aquel entonces, un tema que se está discutiendo ahora. Me conecté con dos integrantes de la asesoría de la mujer de mi ciudad, me permitieron ingresar, hice una investigación y luego ese documental sobre inmigrantes latinas que estaban detenidas”. En 1997, siempre producida por Alemania, MM dirige el corto El Che vive, enfocando al Guevara icono religioso, venerado como santo con poderes curativos en algunas zonas de Bolivia. La patria chica (Argentina, 2003), para Canal 7, es un documental sobre un barrio de Flores donde convive gente de Medio Oriente, judíos, musulmanes y cristianos provenientes de Siria, “en una especie de zona de frontera, Avellaneda y Nazca, un lugar de encuentro. Después la población cambió porque llegaron los coreanos. Pero hay muchos templos judíos, una mezquita iraní. Era mi barrio de chica, andaba mucho por ahí, pertenecía a una de las comunidades porque soy de origen judío”.

También en 2003 la documentalista hace Hitler en Paraguay, inspirada en primera instancia por El Paraguay de Stroessner, de Rogelio García Lupo, “que historiaba todo el tema de la inmigración alemana en este país, que comenzó en el siglo XIX. Me sorprendió conocer el dato de que el primer partido nazi fuera de Alemania se fundara allí, en 1929. Buscando más fuentes, me enteré de que la BBC ya había hecho un documental sobre la colonia Nueva Germania, que funda en el XIX el cuñado de Nietzsche, famoso agitador antisemita. Armé el proyecto, conseguí el dinero y me vine al Paraguay, donde recorrí lugares relacionados con las distintas oleadas de la inmigración alemana, favorecida por gobiernos que les daban la posibilidad de arrendar tierras para establecer colonias agrícolas, que fueron prosperando, se construyen escuelas. Después de la Segunda Guerra expropian los colegios, pero luego aparece Stroessner, de ascendencia alemana... Durante la guerra, los alemanes recibían con simpatía la propaganda nazi. Cuando estábamos en San Bernardino, donde se sabe que estuvo Mengele, sin duda protegido, lo comentaban entre risas...

¿Cuándo y cómo descubrís a la Tigresa Acuña?

–En busca de un tema que me acercara a la Argentina, para filmar aquí, leo una nota de Las12 sobre Marcela Acuña, hecha después de su primera pelea profesional, donde contaba la historia de su vida. Todos los avatares hasta llegar a ese momento. Todos los sacrificios para cumplir un sueño viviendo de una provincia tan pobre y teniendo que superar tantos prejuicios en un ambiente tan masculino... Me pareció que era una historia de vida interesante en sí misma y que además me daba la posibilidad de hablar de cosas que me importan respecto del género, que de algún modo se podía universalizar el relato y tomarlo como símbolo de otras luchas de otras mujeres en otros lugares.

Porque la Tigresa es como una luchadora espontánea, alguien que tiene una vocación genuina, muy fuerte, y la lleva adelante contra viento y marea. Resiste y lo logra.

–Sí, tal cual: alguien que propone un objetivo complicado de alcanzar y persevera. Ni siquiera es que Marcela trate de ser la abanderada de algo que las mujeres están pidiendo en masa. Desde chiquita, ella transgrede, se pone a hacer un deporte súper violento, el full contact. Se va de la casa a los 14, se embaraza a los 16. Me gusta esa cosa de no conformarse con lo que estaba previsto para ella por ser una chica, por su propio origen. De salirse del destino asignado, de dar mucha pelea en todo sentido.

Ella sólo contaba con su pasión por el boxeo y con su voluntad, aparte del respaldo de su entrenador-marido.

–Sólo eso para meterse en un mundo de hombres, bastante hostil cuando ella empezó. Y finalmente salir victoriosa en todos los campos: sigue en pareja con Ramón, forma una familia, vence los prejuicios y los tabúes, cambia las reglas, se hace un lugar destacado.

Tenías para poner delante de la cámara a un personaje con carisma, que trasluce sinceridad, sencillez y también magnetismo.

–Ella tiene todo eso en la imagen, por suerte para la película. También me parece que resulta enriquecedora la presencia, además de las argentinas que han peleado, de otras boxeadoras europeas que viven una realidad diferente. Porque el boxeo femenino continúa siendo una rareza en el mundo, se lo sigue discutiendo. Sin duda, en los Estados Unidos está más extendida su práctica, pero en general no está bien visto.

¿Cuál es tu opinión personal sobre el boxeo?

–Me parece un deporte muy completo, donde hay que poner mucho la cabeza, más que el cuerpo incluso, como dice alguna de las chicas en la película. Creo que es un deporte tal como se practica en la actualidad y no como hace 30, 40 años o más, que había que matarse a golpes, sangrar. Eso fue cambiando, pero quedó la marca de las muertes en el boxeo, aunque también las hay en otros deportes incluso más brutales. El boxeo es la medición de la fuerza de uno contra otro, así desnudamente. Mirá los golpes en el rugby, en el fútbol mismo. Lo que impresiona en el boxeo es que se trata de dos personas que se enfrentan directamente entre sí, situación que pone en juego emociones, sentimientos personales del público, lo conecta con la propia violencia, la propia agresividad.

¿Por qué perdió esa atracción local que tenía en otras épocas, cuando se llenaba el Luna Park?

–Se dice que las trasmisiones de TV reemplazaron esa especie de fiesta que era ver en vivo una pelea de box. Tampoco aparecieron boxeadores de la talla de los grandes campeones. Porque no hubo estímulo, porque a nivel mundial otros deportes ganaron el interés de la gente. Pero en la Argentina, la tenemos a Marcela...

En Licencia número uno es neto el contraste en la Tigresa, pura intuición y determinación, y las boxeadoras alemanas, con un pensamiento tan estructurado.

–Marcela es un claro ejemplo de persona que se va haciendo sobre la marcha, quizá sin imaginar el lugar al que iba a llegar, siempre buscándose la vida. Es verdad que con el marido forman un equipo, pero la que pone el cuerpo, la que arriesga, es ella. También hay que decir que en este tipo de deporte siempre hay una relación muy estrecha entre el entrenador y el deportista. Y en muchos de los casos de las boxeadoras que he conocido, el entrenador es el marido, la pareja. La misma Barbara Buttrick, la señora mayor inglesa ahora presidenta de la WIBF, empieza a entrenar hace décadas con el marido.

Tienen su mérito estos hombres que no se achicaron frente al prejuicio, alentaron y sostuvieron a sus mujeres a hacer un deporte tenido por poco femenino.

–Por supuesto que sí. El del boxeo sigue siendo un ámbito masculino y a muchas de estas chicas tener un soporte que además es varón sin duda las ayudó a seguir dando batalla, a allanar un camino que sigue presentando dificultades específicas para ellas.

Películas como Million Dollar Baby o Golpe de mujer confirma lo que decías sobre el interés por el boxeo femenino en los Estados Unidos.

–Bueno, en ese país va mucho público a ver las peleas de mujeres. Pero también Regina Halmich, la boxeadora alemana que aparece en Licencia... es muy famosa en su tierra, te cuenta que sus peleas llegaron a tener por TV una cuota de siete millones de espectadores. Escribió dos libros, una novela, el periodismo siempre la quiere entrevistar. Pero todo le costó una barbaridad y tiene muy claro la doble o triple exigencia que representa ser una mujer boxeadora, lo dice en la película: los medios quieren que sea un objeto sexual también, como si las mujeres no pudieran despegar nunca de ese lugar.

¿De justificar que son bien “femeninas” para que no las confundan?

–Sí, existe esa mentalidad retrógrada. Como Heidi Hartmann tiene el pelo cortito y firmeza al hablar, no ha faltado quien me hiciera un comentario malicioso sobre su aspecto. Y da la casualidad de que a Heidi también la entrena su esposo, sin que esto signifique que haya que demostrar nada para ser boxeadora. Estamos hablando de prejuicios que habría que desactivar. El problema de que hay que justificarse permanentemente me parece que está muy presente en el documental. Hago esto, pero soy una mujer, soy madre, esposa, estoy arreglada.

¿Desde cuándo te atrae el boxeo?

–Yo tenía un vago recuerdo de la época mítica del boxeo masculino, me encantaban esas historias de boxeadores que salían de la nada, se sacrificaban para alcanzar la gloria. Y después el destino, a menudo trágico, que los llevaba a perderlo todo en un instante. En 2000, trabajé para un alemán haciendo investigación y preproducción para un documental sobre las Olimpíadas de Australia, con retratos de deportistas. Había estado muchas veces en Cuba y sabía que el boxeo amateur es muy popular allí. Fui allí a hacer un trabajo previo, empecé a leer sobre la historia, las reglas. Me atrajeron mucho las imágenes, la actitud cuasi religiosa del entrenamiento, la transformación del boxeador sobre el ring. Ese fue el germen que quedó latente hasta que vi la nota de Las12... Cuando empecé a reunir material, leí un texto maravilloso de Joyce Carol Oates, Del boxeo. Fue como mi guía, siempre lo tuve presente al hacer la película. Ella dice que no se puede establecer una metáfora, que el boxeo sólo es válido para sí mismo... Se lucha de igual a igual con alguien que está en las mismas condiciones, tiene esa cosa de la exposición cruda.

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