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Viernes, 6 de diciembre de 2002

DELIKATESSEN

Artesanos del jabón

Los nuevos jabones salen del reino floral y se internan en fragancias insospechadas, como la menta, la canela o el chocolate. Desde los que evocan formas eróticas hasta las enormes barras que se compran en rodajas, ya hace rato que los jabones abandonaron su funcionalidad y, en cambio, se han convertido en un objeto lúdico y evocativo.

 Por Victoria Lescano

La carta de sabores de las nuevas jabonerías recuerdan a las pócimas italianas con helado de chocolate y crema que Catalina de Médicis impuso en el 1500 al llegar a Francia: incluyen combinados de menta y chocolate, variedades de flores y frutas, que van de esencias de mango o uva a la familia de rosas, lilas y lavanda a especias como el romero y la canela.
Uno de los precursores fue Fresh, el reducto chic que una pareja rusa abrió en Nueva York a fines de los ‘90 con una oferta de piezas de lilas y limón con formato de terrones de azúcar y miniaturas para el ritual del baño a base de chocolate con leche. En simultáneo, la firma Lush subvirtió el concepto de los tradicionales jabones ingleses de lavanda desde sucursales de Inglaterra, Canadá y Australia: tienen en común una puesta con piletones de acero y barras de hielo para refrigerar bols de fresas, kilos de ananá, naranja y limones, y un pizarrón que advierte a las posibles consumidoras que, como esos insumos, los productos de tocador Lush tienen plazos de vencimiento equivalentes a los de alimentos. Y la advertencia vale tanto para jabones de banana y los de tomate a la venta en bloques con tamaño de barras de queso y también las envueltas en papeles como si se tratara de algún paté o camembert.
En Femenino singular, su historia de la belleza, la española Angela Bravo advierte sobre la existencia de baños de belleza con sales de potasio, tomillo y romero, pócimas de agua, leche y miel, y una versión más cercana a la coctelería como los baños de jugo de frambuesa. También que la expresión deriva de una fórmula extraída de la corteza del árbol palo jabón, que disuelta en agua fue usada para lavar la cabeza.
Francisco de Quevedo hizo referencia a “figurillas artificiales que usan bálsamo y olor para bigotes, copete y aladares, y de que usan mucho jaboncillo de manos”; luego, la publicidad de jabones fue un campo fértil para los mensajes camp, de las mujeres que deshojan margaritas en un clásico de Heno de Pravia a las bondades cosméticas de Flores del Campo o los ungüentos Palmolive “para mantener la complexión de una colegiala”.
El ritual de Cleopatra de sumergirse en piletas regadas con la leche de quinientas burras suele ser tan celebrado en el anecdotario de baños extravagantes como la escena de El signo de la Cruz en que la diva flapper Claudette Colbert se zambulle en una bañera de alabastro con espuma ideada por Cecil B de Mille y que impuso esa modalidad de baño entre las mujeres de los años ‘30.
Ignorando viejas expresiones populares como “los baños corrompen los cuerpos sanos” u “hombre de baño, hombre de pocos años”, el movimiento de soap crafters o artesanos del jabón contemporáneos llegó a la tiendas de decoración locales y también al cronograma de clases lúdicas de los colegios primarios.
En Buenos Aires, Sabater Hermanos trasladó la fórmula de citas gastronómica tan en boga a un pequeño local que combina recursos de verdulería, en la elección de parantes inclinados para exhibir jabones, ytambién la iconografía de las fábricas de pasta. Tiene una máquina para elaborar jabones a la vista con moldes de formatos diversos y las cajas contienen panes de jabón de menta y chocolate, uva, kiwi, canela, coco, lavanda, rosas, avena, miel y eucaliptus o aceite de almendra.
Pero allí la apuesta no es sólo estética: también incluye una historia de eximios perfumistas que documenta un serie de fotografías en blanco y negro donde el abuelo, Sebastián Sabater, posa en un laboratorio muy ‘70 probando esencias en pipetas; además hay escenas de operarias adornadas con cofias y rigurosos picos de metal clavados en los flequillos.
“Mi abuelo empezó a destilar aceites esenciales con alambique en los años ‘30, en Mallorca. Luego, para perfeccionar la composición aromática, estudió química y perfumería en Grasse, la meca de la perfumería en la Provence y, de regreso en Buenos Aires, fundó la firma Itasa y luego Sabater. Creó la Vieja Lavanda Fulton, también la línea de jabones Vierge, que venían envueltos en papeles crêpe de colores, de forma ovalada y se vendían en tiendas como Harrods y perfumerías elegantes”, dice Martin Sabater.
Imposible no mencionar que, durante algunos años en que se apartó del mandato familiar, el joven jabonero incursionó como pastelero en las cocinas de los hoteles Sheraton y Savoy. Y sus fórmulas de pâtisserie hoy se reconocen en el modelo After Eight, su fusión por encastre de placas de menta y chocolate, barras de kiwi, avena y miel y próximos desarrollos de coco, albahaca, salvia, tomillo y clavo de olor.
Sobre el proceso de elaboración, dice: “Parte de una reacción química llamada saponificación y otra mecánica, con mezcla y compresión en las que intervienen aceites esenciales, composiciones aromáticas con distintas notas sumadas a fijadores naturales. Todo surgió por accidente, en las cercanías de Sapo, una montaña cerca de Roma donde las mujeres acudían a lavar la ropa y al frotar percibieron que salía espuma, comprobaron que la grasa de los bichos que caían al agua sumado a los minerales de la montaña generaban una solución jabonosa, y el primer paso fue mezclar esa grasa con hidróxido de sodio”.
En la jabonería de Gurruchaga 1821, además de la galería de fotos del abuelo, hay cientos de añejos contenedores de esencias de Grasse y chiquérrimas cajas de esencias con frasquitos de cristal.
Advierten que la base de todos los jabones (cuestan entre 2 y 12 pesos) incluye un 20 por ciento de aceite de coco y lanolina, y que los primeros modelos, los ultraclásicos lavanda y violetas, fueron acuñados con la bota que simboliza el escudo familiar. “En la ruta del jabón hay mucho de ensayo y error, y buena parte del éxito radica en la tecnología que se usó en los aceites, de ahí que la lavanda de Grasse sea fundamental en mi carta de olores pese a que en Córdoba o en la Patagonia existan plantaciones maravillosas. Coco, vainilla, naranja, jazmín o canela son algunos de los más instaurados; ahora experimento con jengibre, melón, sandía, oliva y lima”, agrega Sabater.
Mientras planea nuevas puestas en vidrieras que reemplacen a las actuales piezas de nenas y nenes con formato jabón de tocador, y sin dudas versiones net de los antiguos Pibes y Coqueterías, Martín Sabater planea citar el espíritu revolucionario de la jabonería de Vieytes. Porque en sus vidrieras navideñas incluirá una línea de jabones-manifiesto sobre el caos económico y social, pero que nunca tendrá la crudeza de pasta de chancho ni de vaca originales del reducto desde el que se tramó la revolución.
Soap Opera, jabones a mano, es la propuesta de objetos en jabón que dan las hermanas y expertas escultoras Nanda y Gabriela Heras y Carola Beresiarte y adhiere a la modalidad de jabones objeto, piezas de glicerina con juguetes en su interiores que impusieron cadenas de básicos con gracia como Urban Outfitters. En el taller de una casa de Palermo, algunos jabones cuelgan de un perchero de ropa, otros descansan en un antiguo mueble para mapas. Hay esencias de canela, baby power, caramelo, malta, blueberry, ginger ale, que ellas reciben de una fábrica especializada de Virginia.
Como las tramas de telenovelas a las que hacen alusión, predominan variaciones de color. El punto de partida fue una línea porno fetiche con jabones pene (el más ostentoso se llama Big Bamboo y cita una expresión del turismo sexual en Jamaica), tetitas y vaginas esculpidas caprichosamente para las bateas de boutiques eróticas de Palermo y que causan furor entre los turistas gays por su hiperrealismo.
La línea incluye también otros modelos naïf, pero igual de taquilleros, como los que simulan chupetines o deliciosos helados de agua, aviones, estrellas, y el último modelo cita los trompos y juegos de encastre para niños.
“Siempre estuve atenta al ritual de regalar jabones de violetas de las tías o a perfumar los cajones de mi ropa con jabones en lo posible Roger Gallet o las piezas de frutas de Lush, porque siempre que viajo visito jabonerías y mis amigos me traen jabones de regalo”, cuenta Carola sobre los motivos que la impulsaron a asistir a un curso de jabonería básica.
Durante semanas se limitó a simples rodajas con fantasías en el interior y luego trasladó los pasos de fundición de la glicerina a sus amigas escultoras. La búsqueda temática se resolvió cuando la profesora de soap making pronunció: “A nadie se le va a ocurrir un jabón tubular”, y después esas amigas escultoras anunciaron la aparición de una tienda con objetos eróticos deco.
Acto seguido, con barras de base de coco, jabón nada traslúcido, moldería en caucho y silicona citando técnicas de efectos especiales y pruebas de esencia y el color –más mucha memoria emotiva–, lanzaron el modelo Big Bamboo. Cuestan entre 1,50 y 12 pesos, y se consiguen en [email protected]
Sobre el furor de los artesanos del jabón, las autoras de Soap Opera coinciden: “En el mercado local hay muchas esencias y mucha glicerina, pero no todas son buena calidad, algunos te ofrecen colorantes y aromatizante de velas que no están testeados en piel. Nosotras preferimos aromas muy americanos, luego comprobamos que los consumidores no les prestaban tanta atención como a la forma. Y decidimos agregar ventosas para pegarlos en los azulejos o soguitas para colgar de algún toallero y así cambiar la forma en que ingresan al recinto de ducha”, dicen mientras hornean su próxima apuesta lúdica, panes y pinos para la Navidad en glicerina.

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