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Sábado, 8 de noviembre de 2008

SOCIEDAD

En la punta de la lengua

Tan antiguo como popular, el chisme es todo un género que ha trascendido las fronteras del barrio o del pueblo para colarse en las pantallas de televisión y hasta en supuestas biografías no autorizadas. Sin embargo, el género más puro, ese que anda de boca en boca, también delata la inventiva popular –y bien femenina– y el ansia por descorrer esos velos que ocultan, justamente, lo que todos y todas compartimos: el amor, el deseo, la enfermedad, la muerte, la vergüenza...

 Por Moira Soto

Engendrada por la Tierra, la diosa Fama está dotada de muchos ojos, muchas bocas y viaja volando con gran rapidez, según Virgilio. Para Ovidio, habita en el centro del mundo, en los confines de la Tierra y el Mar. Su morada es un palacio sonoro con mil resquicios por los que se cuelan todas las voces, incluso las más tenues. Este palacio de bronce esta siempre abierto y devuelve amplificadas las voces que recibe. Desde un alto mirador, Fama vigila el mundo entero, rodeada de la Credulidad, el Error, la Falsa Alegría, el Terror, la Sedición y los Falsos Rumores. Palabras más, palabras menos, así caracteriza Pierre Grimal a esta divinidad mitológica que demuestra que el chisme es historia muy antigua y tiene múltiples ramificaciones y parentescos. La diosa Fama no es puro cuento, aunque sus recursos parezcan deplorables. Los griegos ya tenían claro que no se puede vivir sin el chisme.

Parienta modesta y local de aquella divinidad mirona, la chismosa de María Elena Walsh se describe con ritmo de chacarera y mucho humor: “Parece que están diciendo/ por toda la vecindad,/ que tengo lengua filosa/ lo mismo que yarará/ (...) “Pa’ver visiones/ beatas hay a montones,/ yo en cambio digo/ lo que vi tras el postigo./ Cosa que di por cierta/ si era mentira que me caiga muerta”/ (...)/ Estoy requeteocupada/ con ropa para lavar,/ que hay mucho trapito sucio/ en un pueblo que es tan familiar”. También con bastante gracejo, en el Inventario General de Insultos, de Pancracio Celdrán (Editorial del Prado, Madrid, 1995), se incluye en esa categoría una serie de motes relativos al chisme: boquirroto, bocazas, bocón, lenguaraz (toda gente con incontinencia verbal que incluye el cotilleo y la murmuración); correveidile (que lleva y trae noticias triviales y cuentos, alcahuete al que no aprovechan su mensajería de pacotilla); entrometido (persona que se mete en asuntos ajenos y ocasiona malentendidos y enfados); deslenguado (el peor de todos en el ramo, lengua de víbora, lengua de hacha por lo cortante y áspero de su vocabulario e intención). Nada de bueno ni de simpático, pues, según este manual, sobre quienes transitan el territorio del chisme tomado un poco a la tremenda. Ya casi llegando a La calumnia, sobre la que Rubén Darío derrochó execración, según aprendimos muchas en el colegio: “Puede una gota de lodo/ sobre un diamante caer;/ puede también de este modo/ su fulgor oscurecer;/ pero aunque el diamante todo/ se encuentre de fango lleno,/ el valor que lo hace bueno/ no se perderá ni un instante/ y ha de ser siempre diamante/ por más que lo manche el cieno”.

Salpimentando la vida

Laura Palacios, psicoanalista y escritora (Hadas, una historia natural, Alfaguara, 1994, en pos de reedición; Provincia de Buenos Aires, cuentos, Beatriz Viterbo, 2005) ha escrito recientemente un jugoso ensayo sobre El secreto y el chisme, donde apunta: “El cotilleo está inscripto en los avatares de la vida cotidiana, ya que ambos fenómenos aderezan y dan constitución al lazo social (...), se cuelan en la fiesta del lenguaje y en los pasillos de las instituciones (...). Nos recuerdan que somos luz y sombra, que hay pelusa debajo de la alfombra”.

¿Se puede vivir una vida sin chismes?

–Robinson Crusoe debía de aburrirse muchísimo, me da la impresión (risas). Sería una vida demasiado sosa y desinformada, creo...

Hablamos del chisme más o menos liviano, del pase de noticias frescas y condimentadas, del cotilleo. Aunque por extensión, y según las intenciones de la persona que cuenta el chisme, tenemos la maledicencia, el infundio.

–La rumoración, incluso la difamación. Es interesante observar algunas acepciones del chisme en otros idiomas. En alemán, el chismear está en relación directa con cortar, seccionar, clavar... Algo del orden de lo incisivo, doloroso. También tiene que ver con sxisma: dividir, separar. Una palabra contundente. En general, en todas las lenguas, el chisme está asociado de alguna manera a la maledicencia. Como si conllevara casi siempre esa porción de veneno, como si fuera un recipientito que transporta una idea teñida de hostilidad, algo que pincha. En el chisme suele haber una complicidad de dos en contra de un tercero. Aunque quizás habría que decir de una tercera, porque en los estudios, la historia del chisme aparece esa vinculación con las mujeres. Lafontaine decía que el secreto es una carga muy pesada y que llevarla lejos es difícil para las damas.

¿Ahí entra el parentesco del chisme con el secreto?

–Bueno, el chisme y el secreto pueden tener puntos en común, sobre todo cuando el que recibe el chisme promete no contar nada... El chisme siempre se vuelca de boca a oreja, establece esa complicidad cercana: no tiene el mismo sabor una hablilla por correo electrónico. Se trata de un pacto medio trucho, un poco tramposo, porque el chisme suele comenzar con la recomendación: “Por favor, esto que te voy a decir no se lo podés contar a nadie”. Un pedido que se hace sabiendo que de esa boca va a salir y, probablemente, se va a multiplicar.

Pero hay ocasiones en que no se solicita esa reserva: simplemente, alguien se anticipa a contarte alguna primicia sabrosa que va a circular de todas maneras. Basta que aparezca la palabra mágica “chisme” entre los mensajes del contestador para que reacciones pavlovianamente.

–Claro, es el primero que respondés, sin la menor duda.

¿Con un estremecimiento placentero?

–Y sí, ese mensaje está recorrido por el deseo. Como un alambrecito que engancha a dos en torno de una información que debe tener algo de sorpresa, fuera de la rutina o de lo previsible, que crea una complicidad instantánea. El chisme es un hecho de lenguaje y de deseo, excitante en diversos grados, según el interés de su contenido. Sin el deseo siempre un poquito apremiante de uno por contarlo, del otro por escucharlo, no hay chisme. También es un elemento que abrocha algo entre dos personas, que incluso puede apenas conocerse, pero si pronto una de las dos deja caer un chisme, ahí se arma algo de coparticipación: ya somos del mismo equipo, te hago depositaria de una información especial. Te puede pasar con una vecina a la que apenas saludás y un día te encara en el palier para susurrarte algo del vecino de arriba, y te guste o no, se crea un sobreentendido entre las dos, fuera de los temas del consorcio, en otro registro.

Esto de adjudicarle desde hace siglo la práctica del cotilleo a las mujeres ¿tiene que ver con las relaciones y alianzas que se tejían cuando estaban restringidas al mundo privado, donde importaban los detalles de la vida cotidiana? Por otra parte, a los hombres siempre les han dado un poco de resquemor las charlas íntimas entre mujeres, de las que ellos son excluidos.

–Es cierto que las mujeres no se preguntan de qué hablan los hombres entre ellos, mientras que los hombres recelan un poco de las conversaciones de mujeres. Por supuesto que existen las biografías, autorizadas o no, cargadas de chismes, los programas de chimentos del espectáculo, los diarios realmente íntimos, pero a mí lo que me interesa es el chisme como acontecimiento, como esas floraciones espontáneas, no esta situación de que alguien se pone a escribir un libro para relatar chismes. Me gusta la cosa espontánea, verbal, más de orden del chiste. Si se trata de algo escrito, ya hay una premeditación, un cálculo, se sabe que eso que vas a develar quedará registrado. Lo gracioso del chisme es su cualidad de deambular, mutar, expandirse. Y lo interesante del chisme hablado es que cada persona que lo trasmite va sumando algún aditamento, algún color. Se trata de un relato que cada uno va vistiendo, adornando, le abrocha subjetividad. El mismo esquema argumental contado por una persona puede ser apasionante; contado por otra, resulta que carece de toda chispa.

¿Un chisme que se precie tiene que ser un relato inspirado, picante, atrapante?

–Debe que reunir esas características, sí, ser especiado. Tiene que ver con el goce de la palabra, con la complicidad, con la alegría ansiosa de recibir una primicia total... Porque no cualquier asunto entra en el discurso del chisme: nadie llama a nadie a la medianoche para contar las bondades extraordinarias, las virtudes excelsas de un tercero. Llamás cuando a Fulanita la pescaste en algo que ella preferiría ocultar, por ejemplo.

¿Y si entra en juego el componente maledicente, murmurador?

–Antes, un chisme echado a rodar con mala onda o mala leche podía hacer mucho daño, pero me parece que eso ahora sucede en contadas oportunidades. En cambio, el chisme puede ser un aliado de la literatura. Más aún, creo que sin chismes, no estarían Puig, Proust, Flaubert... En Bovary es muy importante lo que se comenta de Emma en el pueblo, de sus escapadas. El hilo del chisme ayuda a tejer la trama, eso sucede, entre tantas otras obras, con Las relaciones peligrosas, de Choderlos de Laclos.

Lo que demostraría que el manejo de la chismografía no es patrimonio exclusivo de las mujeres.

–No necesariamente, pero tiene su tradición femenina. Fijate que en inglés es gossip, palabra que viene de cuando en Inglaterra, en el siglo XVII, no dejaban entrar a los hombres en el cuarto del parto. La gossip era la partera, la que venía a ayudar a traer al mundo el niño. Después, ella tenía que atestiguar que había asistido este nacimiento cuando el chico era anotado. Gossip pasó a ocupar un lugar de mujer, relacionado con una función femenina, luego a significar chisme.

Hay otro origen según el folklore político norteamericano para la palabra gossip: habría surgido cuando los asistentes de los políticos iban a los bares para escuchar las conversaciones de la gente, conocer sus opiniones. Estos informantes, mientras paraban la oreja, se tomaban unos traguitos de cerveza, siguiendo la orden: go sip.

–También acá en los pueblos se habla de comadrear, y se aplica sólo a la mujer. Por otra parte, en España se llama comadrona a la partera y también se usa el verbo comadrear.

Es verdad que, desde chicas, las mujeres nos relacionamos con mayor fluidez en el intercambio verbal que los hombres. Nos gusta parlotear cuando hay sintonía, hablamos más por teléfono, nos encontramos en un bar para charlar...

–Eso tiene que ver con la soltura de la lengua de las mujeres. Dos tipos pueden jugar al ajedrez toda una tarde sin transmitirse ningún episodio de su vida personal; en general, los hombres no se cuentan demasiadas cosas íntimas. En cambio, creo que dos mujeres no podrían dejar de intercambiar comentarios, información. Si una mujer tiene una buena o una mala noticia propia, enseguida la quiere compartir, aunque no se trate propiamente de un chisme. Siguiendo con las palabras que designan el chisme en otros idiomas, tenemos que en Francia se le llama potin, que era el nombre de un calentadorcito que usaban las mujeres francesas en el XVII: mientras hacían un aparte para hablar de política o de negocios, ella se juntaban a charlar con sus pequeños calentadores. Potiner quería decir, originariamente, hablar a la lumbre del potin, un artefacto muy femenino. Por otro lado, también en Francia se usa commère y commérage (comadre y comadreo). Seguramente, el chisme tiene que ver con esta cosa gregaria y conversacional de las mujeres. Damos curso a este bullente cúmulo de cosas pequeñas de la vía, detalles en los que los hombres no acostumbran reparar.

En tu trabajo reconocés el prestigio del secreto y la mala fama (con perdón de la diosa ídem) del chisme.

–En realidad, yo quería trabajar sobre el secreto, pero surgió espontáneamente esta conjunción entre secreto y chisme. El chisme es una especie de ratoncito que se mete, se entromete a husmear. Y si hay un secreto en algún lado, la propia naturaleza del chisme lo lleva a averiguar. Como si el secreto fuera un llamador a la función chismosa, como un señuelo. En un principio, yo pensaba que el secreto era una cosa muy solemne, muy seria, relacionada con la ética, el silencio, la dignidad. Pero cuando seguí avanzando, me di cuenta de que también podía ser una cosa medio tenebrosa.

¿El secreto es lo que quiere contar el chisme?

–¡Exactamente! La nariz del chisme se mete allí donde hay un secreto. Por otra parte, creo que el secreto en algunos casos puede ser más dañino que el chisme: un secreto herméticamente guardado te puede enfermar, mandar a la tumba... Un chisme es más liberador, de compuerta abierta, tiene que ver con la diversión.

En esta apreciación tuya ¿no entra la malevolencia alevosa sino más bien el relato un tanto pícaro y sinuoso?

–Así es. Yo quise centrarme en esa faz más liviana del chisme, no en la calumnia tremenda que te puede arruinar la vida. Observar esa cosa movediza y cambiante y entretenida, no como una cuestión psicopatológica. Esa faz casi del mismo registro que el chiste, con algo recreativo. Pero al concentrarme en el secreto ya no pudo ser tan leve el tratamiento, porque aparecen cosas más pesadas. No en vano es común decir: “Yo no cuento secretos, soy una tumba”, de quien los guarda: “Se los llevó a la tumba”. A su vez, sentencia el refrán: “Al que sabe tu secreto, siempre estarás sujeto”. En torno del secreto pasa algo denso: pactos que atan seriamente, que comprometen. Para hablar del secreto, los psicoanalistas enseguida encontramos relaciones con la analidad, con cajas cerradas, con el mal olor que se intenta tapar. Entre la persona que cuenta el secreto y su cómplice se establece un vínculo muy especial, alguna forma de interdependencia que no podés romper. La persona a la que le contás un chisme, sabés que temprano o tarde lo va a contar, porque la palabra hablada tiene esa cosa de tránsito, de abrir caminitos, significantes sin tanto pesar, sin penalidad.

Aunque durante los últimos años las novelas de la TV han introducido cambios, perdura el recurso de los secretos oscuros del pasado, que antes tenían que ver con el origen, la identidad del personaje principal. En Vidas robadas, durante la primera mitad, la heroína no sabía que su papá Astor era un villano tratante de mujeres.

–En el folletín era bastante habitual que se revelara hacia el final el verdadero linaje de la protagonista, que se lanzara la sospecha de que la pareja central quizás estaba formada por hermano y hermana. Y sí, estas situaciones tienen que ver con el chisme que quiere asomarse a todo aquello que se intenta esconder, negar. Creo que en chisme en la vida diaria te despierta, te despabila.

En casi toda reunión social pequeña, después de los postres, con el café suele llegar la hora de los chismes, y si hay hombres, seguro que participan. Es el momento de sacar el cuero...

–Tiene una chispita de sexualidad, algo que resulta excitante: correr una cortina, empezar a quitar velos. Ese es el mecanismo, aunque casi nadie lo reconozca. Si en esa reunión hay personas de distintos ámbitos, es posible enterarse de novedades y detalles que estaban fuera de nuestro alcance: se te abre una nueva carpeta temática. Proust dice que el chisme es maravilloso porque aun cuando se refiera a uno mismo, nos revela aspectos que estaban adormecidos. Entonces, el chismear es como un despertador. Mi teoría en este trabajo es que el chisme pone una especie de reflector en aquellas partes del otro, de uno mismo que habitualmente tendrían que estar veladas. Correr demasiado esa cortina, poner un reflector muy fuerte, encandilar: ya ahí se entra en una cuestión un poco porno, demasiado explícita. Como buscar roña a cualquier costo. En algunos de esos lamentables programas de chimentos de la tele, gente sin méritos se vuelve famosa por dar detalles obscenos, por insultar, lanzar acusaciones. Antes había programas de este subgénero que era como adivinanzas, daban las iniciales de los protagonistas de un romance clandestino, tiraban pistas... Acordate que durante años, Claudia Cardinale pudo mantener el secreto de un hijo que había tenido muy joven. Lo que veo ahora es un sesgo gratuitamente escandaloso. Es cierto que si hablamos de verdaderas estrellas, al lado de la necesidad de idealizar, también aparece el deseo de ver el lado humano, las flaquezas que hacen más cercanos a los ídolos.

Estamos en una época en que mundialmente todo se destapa y a veces pareciera que algunas figuras rivalizan en contar abusos, historias íntimas. Asimismo, cualquier desconocido tomado por sorpresa habla hasta por los codos, pero primero pregunta dónde está la cámara.

–Y también tenemos esas peleas de seudo vedettes que es evidente que están armadas, alentadas para provocar el morbo del público. Hay algo desagradable, hipócrita en el tratamiento de estos supuestos chismes, con conductores y conductoras simulando que se espantan de lo que ellos mismos provocaron. Creo que hay zonas de la intimidad que hay derecho a preservar. En un episodio del Cuarteto de Alejandría, Laurence Dürrell, después de la muerte de un personaje, otro se pone a leer sus cartas amorosas. Pero no puede seguir, le sube un malestar, siente que está forzando fronteras. Pero en estos programas de TV la verdad es que se dicen cosas muy fuertes en crudo, hirientes, degradantes. Y otros programas repiten esas escenas hasta el infinito. Por supuesto, nunca te enterás de las auténticas historias de gente con poder. En raras ocasiones se muestra al ídolo con pies de barro: Mirtha Legrand puteando en cámara fue un shock que todavía es usado por programas de chismes, de recortes, de humor. La superestrella rebajada a su condición terrenal. También tenemos casos como el de Maru Botana que a los pocos días de perder a su bebé se presta a ese primer plano donde habla de lo penoso que fue el velorio... Típico producto de esta época, donde casi todo en la tele se maneja en pos del rating, un recurso quizá marketinero para justificar que volvía a trabajar.

El tema de cuidar la reputación parecería hacer perdido vigencia, se puede volver de cualquier desafuero.

–Tal cual. Hemos tenido escándalos políticos, con funcionarios pescados in fraganti en un telo con el vibrador a mano u otros episodios que parecían definitivos, para terminar cualquier carrera. Pero, efectivamente, de todo se vuelve, como si la moral y la ética hubieran perdido peso. Un signo de los tiempos es que alguna gente ya no se le cae la cara al piso de vergüenza. La integridad y la coherencia son cada vez más raras de encontrar. El honor, salvo excepciones, suena a antigüedad.

En tu libro de cuentos, Provincia de Buenos Aires, se filtra la presencia del chisme ¿los pueblos siguen siendo caldo de cultivo propicio al cotilleo?

–En el pueblo el chisme funciona de otra manera porque todos te conocen, te sentís más controlada y si incurrís en un desatino grave, podés quedar marcada para siempre. Un rumor en un pueblo tiene más ese carácter de estigma que en las ciudades más grandes, donde se puede mantener cierto anonimato. En un pueblo hay que soportar la mirada del otro, responder a la imagen que el otro tiene de vos y que es raro que puedas cambiarla.

¿Dirías que cotillear a la ligera, lúdicamente, es un placer específico de mujeres?

–Creo que sí por las razones que citamos antes. A mí me encanta chusmear con mi hija, tenemos nuestros códigos y guiños, pero no me pasa lo mismo con mi hijo varón. Entre madres e hijas, entre amigas, entre compañeras de trabajo suele ser común esta propensión al intercambio de chismes leves, sin ánimo de causar daño, aunque te pueda dar gusto enterarte de que alguien que te traicionó, no le va tan bien... Dentro de ese estilo, el chisme puede salpimentar la vida social, el lenguaje, siempre refiriéndonos al cotilleo chispeante y colorido, simplemente.

¿A veces se vuelve difícil encontrar la línea que separa el chisme sazonado pero inofensivo y juguetón, del que viene con una carga de maledicencia que puede ser dañina?

–El límite puede volver difuso según el contenido y los acentos. Porque cada persona le pone su sal y su pimienta, pero también puede agregar su ponzoña. En principio, cualquier persona que recibe un chisme, ya sabe que viene con algún adobo, porque nadie va a pasar una información de este tipo escuetamente, asépticamente. Así como hay grandes contadores de chistes, también los hay de chismes, que saben retratar la escena, los personajes, dosificar el suspenso buscando el regodeo del oyente. Creo que el chisme sin maldad cumple la función social de ponerte al día, de aportarte información que te resulte útil, por ejemplo, para no meter la pata... Pero también, si no podés retrasmitirlo, puede ser una carga insoportable. Me acabo de mudar, una amiga vino a visitarme y me anunció: “Te voy a hacer un regalo, tengo un chisme maravilloso”. Eran las doce de la noche, había tomado unos vinos y me despabilé. Antes de que me lo pidiera, para que no se hiciera rogar, le juré que no lo iba a contar, haciéndome la cruz con el pulgar sobre mi boca, viejo ritual si los hay. Y resulta que ahora no puedo contarlo a nadie, estoy desesperada. “Te mato si lo hacés”, me amenazó mi amiga. “¿A mi hija tampoco?”, casi le rogué. “Menos que menos.” De modo que estoy atada. Me encantó ese regalo, pero quedó cerrado bajo siete llaves. Si no podés compartir un chisme tan bueno ¿cuál es la gracia?

¿Circular es la gracia del chisme?

–No puede estarse quieto, aunque se mueva en la sombra. Y tiene que tener su condimento. La cláusula que lo prologa es “no lo repitas, por favor” o algo por el estilo. Pura convención para que mantenga su clandestinidad transitoria. Porque te lo están contando para que lo cuentes. Esa es la esencia del chisme: hacerte creer que solo para vos, pero dando por sentado que vas a soltar la lengua. Salvo que hagas un juramento formal que te cosa la boca, y tengas que hacer el esfuerzo sobrehumano de callar. Doy fe. Cuánta razón tenía Monsieur Lafontaine.

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Fotos: Juana Gersha
 
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