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Viernes, 28 de noviembre de 2008

LIBROS

Lujo, ese bien común

Aunque la tarea de inclusión de las mujeres –sobre todo de las más pobres– que llevó adelante Eva Perón, mediante la fundación con su nombre, cumplía con los parámetros de género más conservadores, también hubo disrupciones cargadas de sentido: desde la democratización del lujo hasta la habilitación de la vida pública. Estos aportes son los que recupera La Fundación Eva Perón y las mujeres: entre la provocación y la inclusión, un texto editado por un grupo de investigadoras de la Universidad de Tres de Febrero, de la UBA y de la Universidad de La Plata.

 Por Verónica Engler

Eva Perón ofreciendo sidra y pan dulce –y también máquinas de coser y bicicletas–. ¿Quién no guarda una estampita como ésta grabada en su memoria socio-afectiva? No importa que la secuencia se haya presenciado efectivamente alguna vez, la imagen circula por el tejido social como icono de una época. Tanto peronistas como antiperonistas la evocarán en algún momento; para alabar al régimen o para denostarlo, según las afinidades ideológicas, los gustos e interpretaciones.

Detrás de las dádivas distribuidas por la primera dama estaba la Fundación Eva Perón (FEP), un organismo benefactor inventado por el peronismo al margen de las estructuras formales del Estado hace sesenta años, en 1948. Y en la cumbre de esta inmensa organización estaba ella, Evita –“el hada buena”, “la abanderada de los humildes”–, que no sólo se hacía cargo de la entrega de bienes sino también de la supervisión directa de una red institucional que abarcaba un amplio abanico de acciones en el terreno de las políticas sociales –construyó cuatro policlínicos modelo, seis hogares para ancianos, hogares de tránsito para mujeres, hogares escuela, la Ciudad Infantil y la de Estudiantes, ciudades universitarias en varias provincias y establecimiento de unidades turísticas en distintos lugares del país–. Entre las muchas iniciativas de la FEP, hubo tres en particular dirigidas especialmente a las mujeres: tres hogares de tránsito, la Escuela de Enfermeras y el Hogar de la Empleada. En estos establecimientos se invocó a las mujeres desde un lugar tradicional –que las suponía destinadas por ley natural al hogar, a la maternidad o actividades sucedáneas–, pero también se abrieron cauces de acción que, de alguna manera, desafiaban los estereotipos de antaño e insinuaban nuevas posibilidades. Sobre estas cuestiones hacen foco los textos que integran el recientemente editado La Fundación Eva Perón y las mujeres: entre la provocación y la inclusión (Ed. Biblos), editado por Carolina Barry, Karina Ramacciotti y Adriana Valobra –investigadoras de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de La Plata, respectivamente–.

Como señala en el prólogo la historiadora Dora Barrancos, los trabajos de este libro “revelan los pliegues materiales y simbólicos de un modo de intervención para la elevar la situación de las más desposeídas que, aunque alineado en una concepción convencional de género, pareciera exhibir aspectos inaugurales”. Uno de estos aspectos, analizado en detalle, es el sistema estético que rigió en los emplazamientos de los hogares de tránsito y en el Hogar de la Empleada. El lujo inusitado cuidadosamente dispuesto para las beneficiarias –livings y salas de estar decoradas con gobelinos, flores naturales, bibelots varios y sillones mullidos para que pudieran descansar o entregarse a tareas típicas de señoritas de clase media y alta– resultó una provocación no sólo para los sectores oligárquicos que veían en esos detalles dedicados a la “chusma” puros actos de demagogia o de corrupción de las costumbres (de clase). También fue una provocación hacia la propia subjetividad de esas mujeres (en el caso de los hogares de tránsito, algunas venían de vivir en la calle en las peores condiciones), “para muchas aquel pasaje feérico seguramente fue único e irrepetible”, observa Barrancos.

Por supuesto que esos ambientes primorosos tampoco formaban parte del ideario de izquierda de la época y mucho menos de la caridad cristiana, guiada por una moralidad ascética cuya ayuda iba destinada a suplir sólo las necesidades básicas de quienes la recibían.

La Fundación Eva Perón y las mujeres... resulta un trabajo doblemente valioso, como aporte historiográfico que localiza a las mujeres como sujetos sociales activos, pero también por la ardua tarea que implica el análisis de un período de nuestra historia sobre el que se cierne un “panorama documental árido”, como señalan las editoras. Sabido es que la la Revolución Libertadora de 1955 (también conocida como la Fusiladora), que destituyó a Juan Domingo Perón de la presidencia, dejó cientos de muertos y heridos, y también se ocupó de destruir todos los registros encontrados que representaran el régimen peronista. Además de la eliminación de documentación histórica, lo que se dispersó fue un miedo impronunciable que llega hasta nuestros días. Cuentan Carolina Barry y Karina Ramacciotti que muchas personas que vivieron el apogeo y la destrucción de la FEP en vivo y en directo, todavía hoy no se animan a hablar del tema. “Afortunadamente, mucha gente guardó documentos, quizá por el impacto que le generó el peronismo en sus vidas, y los tienen todavía en sus casas”, dice Ramacciotti y hace un llamado a la solidaridad: “Es importante tratar de rescatar tanto trayectorias de vida como documentación escrita. Quizás son herederos y encuentran una bolsa de revistas Mundo Peronista y no saben qué son y las tiran a la basura porque saben el valor histórico que tienen”.

Gran parte del material documental utilizado para este libro corresponde a aportes particulares que fueron cedidos a las autoras y que hoy forman parte del Museo Evita.

Ustedes destacan la estética como una divisoria de aguas entre lo que hacía la FEP y otras similares en cuanto a sus destinatarias. Lo que parece haber es una nueva mirada sobre estas subjetividades que las reubica, simbólica y materialmente, en otro lugar en el que no habían estado y que tenía que ver con la posibilidad del disfrute y de placeres antes vedados.

Karina Ramacciotti: –Hay una “democratización del bienestar”. Es un término acuñado por Juan Carlos Torre, que es muy claro en función de esto. Es una democratización de disfrutar un tiempo libre, un hogar de tránsito en determinadas condiciones habitacionales consideradas mejores. En salud implicaba el acceso de numerosas personas a rayos X, a dientes postizos y los lentes, algo muy marcado en la iconografía de salud del peronismo. Esto no es casual, estos elementos tenían que ver con el acceso de los sectores pudientes, eran caros, y poner estos elementos al servicio de las masas es una democratización.

Carolina Barry: –Por ejemplo, en materia de religión, los chicos de sectores más carenciados tomaban la comunión con un guardapolvo blanco. Pero en la Fundación también se ocupaban de los vestiditos de comunión. La democratización de que puedan acceder a las cosas que también accedían los sectores privilegiados. Después podemos poner en discusión el tema de dónde se obtenían los fondos para conseguir todas estas cosas, la discrecionalidad con que se daba, la utilización política que se le dio a todo esto. Pero lo que sin duda ha generado esto es un impacto en la población. En realidad tiene que ver con toda una política de inclusión social, de democratización de todos los sectores, y el acceso a bienes materiales y simbólicos y también espirituales, tiene que ver con una necesidad de integrar a sectores carenciados, pobres, que son incluidos a partir de una política de Estado.

El modo de intervención de la Fundación para elevar la situación de las más desposeídas parece estar alineado en una concepción tradicional de género (ama de casa-esposa-madre). Sin embargo, ustedes destacan aspectos inaugurales como el sistema estético que rigió en los hogares de tránsito y en el Hogar de la Empleada.

C. B.: –El cuidado del cuerpo, de los lugares, realzar la belleza femenina, son cuestiones a las que se les presta especial atención. Por ejemplo, la abanderada de la Escuela de Enfermeras era la afabilísima modelo Kouka (que luego se transformó en mannequin de Christian Dior). O en el caso de los hogares de tránsito, a las mujeres lo primero que se les hacía, además de despiojarlas, bañarlas y hacerles un ficha social médica completa, era entregarles ropa. Se les quemaba su ropa y se les entregaba ropa nueva, conjuntitos bien armados, había una intención muy marcada para realzar la belleza femenina y generar también a partir de eso un bienestar en las mujeres, lo mismo sucede con las enfermeras y en el Hogar de la Empleada (destinado a las chicas que venían del interior a trabajar a Buenos Aires, generalmente en la administración). En ese edificio, por ejemplo, había pisos destinados a diferentes temáticas: en la planta baja había una suerte de calle Florida en miniatura, era un shopping, tenía negocios, eso que hoy existe en los grandes hoteles; otro piso destinado exclusivamente a la joven casadera, tenías espejos, todo decorado en blanco, donde las chicas probaban sus vestidos de novia. Imaginemos una chica de Santiago del Estero que viene a trabajar a Buenos Aires como oficinista, este contraste y esta inclusión era una cosa tan descomunal, era una provocación también para ellas a un cambio y, por supuesto, también una adhesión al sistema.

Luego de la sanción de la ley de sufragio femenino en 1947, estas políticas sociales de inclusión destinadas a las mujeres que encaró la Fundación parecen acordes con una coyuntura signada por la inminente incorporación (en 1951) de la mitad del padrón electoral.

K. R.: –Claro, la mujer va a intervenir, va a tener una libreta cívica que le permite votar y ser alguien, salir de la casa para hacer política y trabajar, aunque se les diga que deben ser mujeres abnegadas, sacrificadas y que su primera función es la maternidad. Hay una mirada patriarcal, conservadora, no hay una ruptura, claramente hay una reproducción de los roles tradicionales pero, no obstante eso, hay disrupciones. Por ejemplo, hay mujeres que por primera vez cobran un sueldo, y eso es posicionar a las mujeres en un lugar público que quizás no tenían. Aunque no hay un proceso de autonomización de la identidad de género, porque no era la idea, sin quererlo, esto va a una línea de fuga que permite un paso hacia adelante. Por ejemplo, las enfermeras de la Fundación una de las materias que tenían era Defensa Nacional, que supuestamente era para socorrer en casos de guerras que les daba elementos para enfrentar un posible conflicto internacional. La primera intervención pública en casos de emergencia que estas mujeres tienen que dar es en el funeral de Evita, que es de una masividad notoria (dos millones de personas circulando por Buenos Aires), nunca antes vista. Estas mujeres tienen que actuar socorriendo las víctimas de desmayos, mujeres ancianas que querían ir ver el cuerpo de Eva, darles de comer, armar mamaderas. Son muy fuertes las imágenes de las enfermeras actuando en un espacio social y en un espacio político. A estas mujeres les implica la salida de un ámbito privado a un ámbito público con una misión concreta y esto evidentemente cambia sus vidas.

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