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Viernes, 2 de enero de 2009

Vendedoras, C/S Exp. Discreción imprescindible

 Por Roxana Sandá

Mediodía de oro en La Salada. Fin de semana entre fiestas, sol que castiga la infeliz decisión de transitar pasillos apretados, descubrimiento agrio de una clientela de clase media en éxtasis de precios módicos. En una de las ferias vecinas a la que publicita Chiche Gelblung trabaja desde hace cinco años Elisa Velazqui, probablemente un autobautismo express al momento de preguntar su nombre, porque advierte la joven que en el universo informal más grande de América latina rigen códigos que no deben quebrarse. Transpira Elisa, enredada entre su hijo de 4 años, bolsas de consorcio con remeras de Dolce & Gabanna abrillantadas y una mediasombra que se le cae de costado; resulta que los cables del tendido de luz “están puestos para el diablo”. Dicen de La Salada que es un destino fatal. Para los contingentes de unos 50.000 compradores semanales, la mayoría mujeres de entre 30 y 50 años dedicadas al negocio ambulante o a la venta a comercios minoristas, que deben llegar en tiempo record para obtener la mejor mercancía y porque ese flujo humano comprimido entre madrugadas puede costar las pertenencias o la vida. Para las que como Elisa trabajan en el territorio a predio abierto, entre la calle de la ribera y la barranca hacia el Riachuelo, el silencio es una cura en salud. No se observa lo que se carga o descarga y no se tropieza con los custodios de Punta Mogotes, una de las ferias más publicitadas por sus tours de compras, su radio, página de Internet y dos periódicos. “Aquí se trabaja y listo”, simplifica. “Hay que dar de comer a los críos, respetar al patrón y trabajar sin asco. Mientras no se venda droga ni armas, no hay por qué andar vigilanteando lo que se vende”, ni lo que se genera, unos 9 millones de dólares por semana en indumentaria falsificada. Cuenta que “hace un tiempo vinieron unas doctoras (sic) del Ministerio de Trabajo para hacer un estudio, pero me hice la que no les entendía. A ver si todavía eran inspectoras y me cortaban el chorro”. Sin saberlo, Elisa se refiere a consultoras de los Aportes a una nueva visión de la informalidad laboral en la Argentina, libro publicado este año por la cartera laboral que incluye un estudio sobre “La heterogeneidad del trabajo informal. Los resultados de un estudio cualitativo sobre los sectores del comercio textil, la construcción y el transporte”. Coordinado por el investigador de Flacso, Martín Campos, y realizado por las consultoras de la Subsecretaría de Programación Técnica y Estudios Laborales del Ministerio, Mirta Libchaber y Leticia Pogliaghi, el estudio traduce a La Salada como “fenómeno paradigmático de la informalidad impositiva y la ilegalidad”. Libchaber y Pogliaghi hallaron “una informalidad laboral casi absoluta entre los trabajadores de las ferias, tanto entre los independientes como entre los asalariados” de los talleres textiles, “lo que nos lleva a plantearnos la necesidad de pensar en los caminos que se deben seguir para su solución”. Pero Elisa ríe. “Aquí no hay soluciones. ¿Qué taller o empleada va a querer estar en blanco en este país? Si no fuera porque existen ferias como La Salada, las mujeres andaríamos en pelotas. ¿O me van a decir que las grandes marcas van a salvarnos para que las pobres no estemos desnudas en el invierno?”

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