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Viernes, 20 de marzo de 2009

CRóNICAS

Los útiles

 Por Juana Menna

En la primera reunión de madres de su vida le entregaron dos listas. Una incluía “un peluche que tu hijo adore”, corbatas, sombreros y ropa vieja, botellas plásticas de Coca-Cola, latas vacías de durazno, palitos de helado “que ya no hay que coleccionar porque se pueden comprar en bolsas”, botones, hilitos. Le dio un cierto disgusto pensar que todo aquello que ella había atesorado en lugares secretos cuando era chica, ahora perdía su magia y formaba parte de los “útiles”. Pero no dijo nada porque, bueno, estaba claro que Martín empezaba a formar parte de un mundo más institucional y ella lo había decidido así.

Cuando Martín cumplió dos años, Fernanda decidió anotarlo en un jardín maternal. Ella vive en Castelar y trabaja gran parte del día en Capital. Mientras tanto, a Martín lo cuidaba una “chica” (a Fernanda le suena un poco pretencioso lo de “niñera”). Pero le faltaban amiguitos de su edad. Ese fue uno de los motivos. También hubo otro. Cuando era pequeña, hace treinta y pico de años, ella conoció la educación formal al empezar la primaria. Pero ahora, como la mayoría de las madres son, además, trabajadoras fuera de la casa, algunos jardines reciben inclusive bebitos de pocos meses, como hizo su hermana menor.

En la oficina, pidió ayuda con la segunda lista para saber dónde comprar a buen precio, por ejemplo, goma eva o papel glacé 15 por 15 (“ése no se consigue en ningún lado, ni siquiera por Internet”, le dijo la telefonista, que iba por su tercer hijo en escuela). Así, guiada por sus compañeras, Mamá recorrió distintas librerías junto a Niñito y al final del día reunieron una mochila, fibras, lápices de colores, tijeritas, sobrecitos de brillantinas, papel crepé, ceritas, acuarelas y 10 plastilinas. Juntos se dedicaron a decorar una gran caja donde Martín pondría sus útiles. En la tapa, Fernanda escribió “Mis Cosas del Jardín de Infantes” en cursiva y él estampó unas pegatinas de papeles de colores, como vio en Art Attack, un programa de tele que le gusta apenas un poco menos que los dibujitos Mini Einsteins.

Durante la primera semana, Fernanda acompañó a Martín todas las mañanas un par de horas en eso que las docentes llaman “período de adaptación”. Las sillas Liliput y los afiches con duendes la hacían sentir más cerca de una inocencia efímera, aplastada luego bajo las ruedas de la combi que la llevaba al trabajo en Capital, con el chofer bufando y hablando por celular en plena ruta. También sentía que, por primera vez, Martín ya no le pertenecía del todo, a punto de asomarse a una vida nueva con otra gente. El era curioso como los Mini Einsteins, cuatro personitas en un plato volador. Fernanda deseó que, aunque no fuera tan sofisticada como una máquina Disney, la caja tuviera lo necesario.

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