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Viernes, 10 de abril de 2009

ROBERTO PIAZZA

La confesión que cortó el abuso

Roberto Piazza contó el año pasado en su libro Corte y Confesión que fue violado por su hermano Ricardo durante su niñez y adolescencia. El año pasado, Ramiro, su sobrino, le contó que su papá también lo abusaba a él. Desde principio de año que Ricardo está preso. Y esta semana la Justicia de Santa Fe le negó el pedido de anulación del juicio. El diseñador creó una fundación cuando descubrió el efecto dominó de alzar la voz y vencer el miedo para frenar los delitos sexuales cometidos –y repetidos– en el interior de las familias.

 Por Luciana Peker

“Yo fui abusado por mi hermano mayor, Ricardo, desde los 5 a los 17 años”, dice Roberto Piazza. Lo vuelve a decir. Lo dijo en su libro Corte y Confesión que se publicó en septiembre. Y lo dijo cuando el final de año trinaba entre las copas y él llamó a uno de sus sobrinos –uno de los tres hijos de Ricardo– y escuchó que Ramiro, de 24 años, también había sido violado. Igual que él, como él, después que él. Roberto lo ayudó a hacer la denuncia y a enfrentar los embates del proceso judicial. El relato de la violación de su hermano se tradujo en una causa judicial y en la creación de la Fundación Roberto Piazza contra el Abuso Sexual y la Violencia Familiar desde la que quiere escuchar, darles eco y respaldar a las víctimas de violencia sexual.

Su hermano ahora está preso en Santa Fe. “Esta semana su abogado defensor pidió la anulación del juicio con el argumento de que yo había creado un circo mediático desde Buenos Aires para inculparlo”, critica. El 7 de abril el juez Jorge Patrizzi le denegó la petición. Los ojos negros de Roberto miran fuerte, erguidos, entre la hilera de brillos que destellan sus vestidos. En su remera violeta brilla también la condición de VIP (very important person) que no esconde, sino que prefiere usar para que lo miren. Hablar no es (sólo) una catarsis mediática, es una estrategia en la que sus palabras trajeron más palabras y ahora espera la palabra de la Justicia contra los silencios que se aprovechan de lo que sucede puertas adentro de una casa.

¿Cómo es el proceso para probar el abuso sexual?

–Están las pruebas en las pericias y en las declaraciones de testigos. Es una locura que sucede en todos los juicios por violaciones pedir pruebas físicas de una violación cometida hace diez años a un menor de edad. El chico está destrozado moralmente y psíquicamente. Sobrevive con un psicoanalista, como lo hice yo, que ahora soy un ser exitoso, pero te la voglio dire. Yo hace 49 años tuve que enfrentarme a esto y no decir nunca nada. Y lo estoy diciendo ahora.

¿Cómo es el dominó de fichas que empiezan a caer a partir de relatar la violación?

–Por ejemplo, yo me enteré hace un mes y medio, por una prima hermana mía, que mi mamá –que murió hace 22 años– lo sabía y se lo había contado a ella. Pero calló la boca siempre. Mi vieja sabía eso y que mi papá tenía una amante y un hijo con ella que se llama igual que yo: Roberto. Yo no vivía en un palacio de 20 habitaciones. Yo vivía en una casa normal de familia con cuatro hermanos, mi mamá, mi papá, mi abuela y un perro en Santa Fe. Durante diez años fui abusado de las formas más aberrantes que se te pueden ocurrir. ¿Cómo no lo van a saber? Yo recuerdo que entre las cientos de veces que fui abusado, una vez, mi madre abrió la puerta de la habitación y la cerró. Todas las madres intuyen o huelen que el hijo fue violado por el padre, el tío o el vecino. Pero está el llamado Síndrome de Estocolmo que, con todo respeto, me lo meto en el orto porque creo que toda madre, si sabe que a su hijo se lo están violando, tiene que agarrar al violador del cogote, después denunciarlo y hacerlo pagar por el resto de la eternidad, si no la madre es tan cómplice como el violador. Yo la perdono a mi vieja, eh.

¿La perdonás?

–Sí, yo la perdono. Ella no tuvo padre, no tuvo madre, fue criada por sus hermanos y conmigo fue una mujer maravillosa, pero sufrió tanto tanto tanto que terminé siendo yo el padre de mi mamá.

¿Y por qué creés que tu mamá calló que te abusaban?

–Por miedo a los mandatos arcaicos y porque no sabía hablar. No se hablaba de mi homosexualidad, no se hablaba de la amante de mi papá, no se hablaba del hijastro. Estaba la imagen de la Familia Ingalls y detrás de eso era todo una porquería. Por eso me fui a los 18 años de Santa Fe y a los 22 años empecé a tener fobias y ataques y a hacer terapia para poder sobrellevar la vida.

¿Cómo fue que te enteraste de que a tu sobrino lo violaba su papá que en tu adolescencia te había violado a vos? ¿Alguna vez sentiste que tu historia se podía repetir?

–Una sola vez volví a Santa Fe y a mi hermano lo vi deformado, alcohólico, hasta verde. Lo vi diabólico. Y me dio mucho miedo que pase algo malo en mi familia. Pero yo estaba borrado. Vivía en mi mundo. No tenía diálogo con mi familia más que con mi hermano Raúl, que es el padrino de mi casamiento, y tengo muy buena onda. Para fin de año del 2008, no sé por qué, gracias a Dios y a los ángeles, llamé a una sobrina mía para decirle que el 16 de mayo cumplo 50 años, que voy a hacer una gran fiesta y que quería invitar a toda la última generación de la familia. Ella me pasó el teléfono de Ramiro y lo llamé. Yo creí que él no me iba a querer atender, que me iba a odiar porque yo lo había mandado al frente a mi hermano en el libro (Corte y confesión, publicado por Editorial Planeta, en septiembre). Pero cuando me atiende Ramiro me dice: “Hoooooola, tiiito ¿cómo estás?” y me encuentro con un tipo cálido, inteligente, afectivo. Hablamos por teléfono cuatro horas y después seguimos por chat. Me confesó que fue violado desde los 5 hasta los 14 años. El 31 de diciembre la llamé a la madre, Ana Redifficci, que se había separado hacía poco –después de 25 años de casados– porque él la golpeaba y le dije “Ramiro te necesita”. Decidieron hacer la denuncia y en enero empezó el via crucis. A la semana le prohibieron acercarse a 200 metros de la familia y a los 15 días lo mandaron preso. Ahora está en la Cárcel de Las Flores. Los abogados dijeron que “el famoso” hizo un circo de todo esto cuando, en realidad, yo soy famoso por mi ropa y por mi arte. No por ser un violado. No necesito ser violado para vender vestidos. No me gusta haber sido abusado, afectó mucho mi vida. Por eso, ahora estoy ayudando con la Fundación Roberto Piazza contra el Abuso Sexual Infantil y la Violencia Familiar.

–Después de una denuncia vienen las críticas, “vos destruiste la familia” o “mirá lo que nos hiciste”...

–El 80 por ciento de mi familia me ha dicho cosas espantosas. Algunos se abrieron de gambas, otros me dijeron que soy un aberrante, que destruí a la familia, que separé a todo el mundo, que cómo podía denunciarlo. Esas cosas me las paso por el orto, en do menor, para piano y orquesta. Lo que más me interesó fue la palabra de Ramiro, que me dijo que me debe la vida. En realidad, nos estamos ayudando mutuamente. Yo soy Ramiro y Ramiro es Roberto. Yo soy él cuando era chico y él es yo cuando soy grande. Nos pasó lo mismo. En la misma casa, el mismo dormitorio, la misma cama, solamente que a mí no me pegaban y a él sí, le pegaron mucho.

–¿Cómo está Ramiro?

–Le están cayendo fichas, que es lo que me preocupa, que no entre en crisis. Estudia arquitectura, lo tengo becado y se lo regalo con todo el corazón porque es un tipo súper inteligente y maravilloso. Está de novio con una chica divina. Y ahora me acompaña no sólo por la causa nuestra sino por la causa de todos. Estamos trabajando en la Fundación para que la gente se anime a hablar. El mensaje es “podés salir de esto, pero tenés que tener huevos y enfrentar al violador”.

–¿Crees que hablar abre caminos?

–Abre muchísimos caminos. Yo recibo 200 mails por día. Me escriben personas de 70 años que fueron violadas en su niñez o madres que saben y tienen miedo a denunciar.

–Mucha gente puede creer que tu denuncia por abuso sexual entra en la faceta desbocada de la televisión actual. ¿Cómo es tu estrategia para desnudar la violencia sexual a nivel popular sin que tu condición de mediático lo frivolice?

–Yo voy a todos los programas, pero soy un tipo respetado y no me presto a la chacota. Le estoy dando una entrevista a Páginal12 que es uno de los diarios que yo más respeto y también le doy una nota a Crónica o te voy a Chiche o a Susana o Mirta. La cosa no tiene que ser elitista y seleccionar a tres o cuatro diarios brutales y los demás no. Ser mediático no es malo. Si no estás en los medios no existís, es como si en vez de mandar un mail tendría que ir a buscar un buzón para mandar un correo.

–A pesar de que la gente se agarra la cabeza y dice “qué aberrante violar a una nena o un nene”, hay muchos mecanismos judiciales que se utilizan actualmente para frenar los juicios contra los abusadores.

–Todos dicen cosas y nadie hace nada. Decir, decimos boludeces todos. ¿Qué hacemos? Hay que hacer denuncias e investigar. Hay leyes que cambiar. Por ejemplo, no tiene que caducar la posibilidad de denunciar a un violador. Si te violaron a los 5 años y a los 30 recién tomaste coraje para denunciar. ¿Por qué no se puede?

–También está el prejuicio de que sos homosexual porque fuiste violado como si te hubieran contagiado una peste...

–Que seas violado no tiene nada que ver con ser homosexual. Es como si una mujer violada se tuviera que convertir en prostituta. Nada que ver, con todo el respeto que les tengo a las prostitutas. Violan a heterosexuales, homosexuales o animales domésticos. La violación no influye en la elección sexual. Yo le tenía asco a mi hermano. De hecho, hoy, siendo gay tengo problemas sexuales en mi relación íntima. Y lo declaro sin problemas porque todos tenemos problemas sexuales en algún momento con lo que fuera: el orgasmo, la eyaculación, que se te para, que no se te para. Sí, tengo problemas afectivos, de sexo, de melancolía, de tristeza. Yo ya tengo manggiado cómo protegerme pero tuve cuatro intentos de suicidio en mi vida. Pero, dentro de mis depresiones –que Dios me ayudó a no morirme– pude ser un tipo exitoso.

Más información: [email protected]

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Imagen: Juana Ghersa
 
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