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Viernes, 24 de abril de 2009

CINE

La gran monstrua pop

Susan se está por casar con Derek cuando se vuelve gigante. El la deja porque ella ya no le resulta funcional. Y Susan descubre, después de convertirse en monstrua, que tiene más fuerza de la que creía. El feminismo pop corn muestra cómo el entretenimiento puede hablar de la igualdad (y en grande).

 Por Luciana Peker

La chica está con el vestido blanco y sueña con París. La chica tiene los sueños que –dicen, sobre todo, dicen las pelis y las revis y la tele– tiene toda chica: casarse e ir a París. La chica –Susan Murphy– es una chica cualquiera que da vueltas de alegría el día de su boda mientras sus padres sienten que hicieron todo bien y su suegra la espanta y le tira el lado más luminoso de sus sueños –viajar a París– al piso de la iglesia donde está por decir sí, quiero.

El, su novio, Derek, es presentador metereológico televisivo (un icono de la necesidad de preverlo todo) y sueña con escalar posiciones saltando de ciudad en ciudad. Justo antes de casarse, ella le habla de su ilusión de conocer París y él le tira su ilusión al piso. A él acaban de ofrecerle un nuevo trabajo (uno que puede hacerle subir un escalón en su programada carrera hacia la meteorología nacional) y la convence de que vale la pena suspender la luna de miel porque no es sólo su proyecto, sino que ellos conforman un equipo y su futuro conjuga –según él– con la palabra nosotros.

Pero, en ese momento, sucede –es una peli– algo inesperado: un meteorito cae sobre la tierra y Susan se convierte en una mujer gigante. Ella lo levanta en su mano, pero él se escurre, a ella la atan y finalmente termina encerrada en una cárcel para monstruos oculta durante años a la sombra de las instituciones y la opinión pública.

Susan se hace amiga de los otros monstruos pero sólo tiene palabras para hablar de Derek, su matrimonio y su luna de miel. Ante una invasión extranjera, el gobierno decide usar sus armas secretas –los monstruos– y Susan despliega no sólo su gigante fuerza, sino también su solidaridad (salva a la gente sin pensar en que los ciudadanos son efectos colaterales), en la amistad (prioriza el trabajo en equipo que su liderazgo individual) y descubre su propia fuerza de voluntad.

Cuando puede salir en libertad, su único objetivo es volver a Derek, pero él la deja porque ella ya no es una buena pareja para él. El presentador del tiempo quiere seguir creciendo sin tener a su lado a una mujer más grande que él (y más allá del tamaño desproporcionado de Susan la idea de no tolerar a una compañera al lado con mayor dimensión humana o profesional es un latido de estos tiempos) y prefiere apostar a un trabajo mejor sin que ella le haga sombra.

Susan vuelve con sus amigos. Pero no llora. Grita “¡estúpido!” y se enfurece con él: “¡egoísta!”. Más allá de la rabia –que habita en cualquier desilusión y desplante–, Susan se da cuenta de que él no la quería si ella no estaba por debajo suyo y le era funcional y decide apostar al empoderamiento que le vino con su –supuesta– monstruosidad.

Incluso, sin su tamaño gigante logra ganarles a los villanos –con su redescubierta fuerza interior y su amor a sus amigos– convirtiéndose en una verdadera heroína del feminismo pop corn. Una chica que –más allá de las moralejas– enseña no sólo a ser independiente, a creer en una, a confiar en la fuerza, a no dejarse manipular por los mandatos ni por los proyectos ni por los novietes. Y todo eso no sólo no es poca cosa, sino que es una gran –tan gran como Susan– cosa en un proyecto entretenido (incluso puede verse en 3D) y que les da a las niñas otra dimensión de las ilusiones y virtudes que pueden tener las mujeres.

Cuando Susan se convierte en heroína, su ex novio Derek vuelve a buscarla (porque un canal de Nueva York le ofreció contratarlo para contar de nubarrones y días soleados si conseguía una exclusiva con ella) y ella lo rechaza sin dudar. Ya no confía en un “nosotros” que tenía una única conveniencia: la de él. En cambio, sí confía –y mucho– en ella. No intenta volver a tomar chiquitolina y se queda a gusto con su crecimiento y sus amigos. Como en toda película infantil, el final es feliz. Pero la singular felicidad –fuera de los cánones de barbies y princesas– es que ella es feliz sin galán.

Pueden decir que se trata del gran manual de la mujer independiente, hecho dibujito animado. Sí, pero no es poco, sino todo lo contrario. Susan dice, lucha, acepta y reivindica ser ella, mucho más de lo que creía ser y nada menos de lo que puede ser. En una época en que parece que seguir alentando la igualdad y el crecimiento femenino es demodé, el feminismo pop corn se agradece y –¡buenísimo!– se disfruta.

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