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Viernes, 29 de mayo de 2009

CRóNICAS

Qué bien se te botox

 Por Juana Menna

La mujer cruza las piernas y mira a su alrededor, buscando algo con qué entretenerse. Está sentada en el medio de tres banquetas color crema. A su derecha, un chico de pelo oscuro y revuelto, que no debe tener más de diez años. Lleva una remera con la leyenda “Big Time American Luxury” impresa sobre un Cadillac rojo cuyo morro parece salírsele hacia adelante desde el pecho. En la banqueta de la izquierda se acumulan una mochila, abrigos y una cartera gigante con el logo de Ricky Sarkany bien visible. La mujer y el chico tienen las mismas orejas exageradas.

En esta sala de espera no hay revistas, como en otras, sino sólo folletos de la clínica acomodados en mesitas ratonas y en exhibidores al lado de floreros de yeso. “Cirugía plástica-Medicina estética”, dicen los folletos, que reproducen un rostro femenino en primer plano. Una leyenda asegura: “Mereces verte libre de las marcas de preocupación”, y sobre cada uno de los pliegues que la mujer del folleto tiene alrededor de los ojos se lee “¿Una reunión ahora?”, “Me merezco un aumento”, “Todo lo tengo que hacer yo” y “Este año voy a estar fantástica”. El folleto recomienda la utilización de botox “porque no existen cremas cuyo efecto sea comparable”.

A un costado hay un gran mostrador que atienden dos chicas muy jóvenes. El ambiente huele a vainilla y reina un silencio extraño, casi amenazante, como si el ruido y la vida comenzaran mucho más allá de un par de puertas de vidrio por las que entran y salen las secretarias para anunciar a las pacientes que van llegando. Es que detrás de la mujer y el nene de orejas desmesuradas llegaron otras más. Por ejemplo, una con el pelo platinado que habla a los gritos por celular. “Sí, te digo que me vengo a hacer una lipoescultura porque en la tele, si no, me voy a ver como un ropero. Viste que yo trabajo en la tele”, grita la gorda mientras va y viene por los pasillitos del consultorio, cuya moquette mitiga sus pasos de tacos charol.

También llegan una adolescente con su madre o su tía. La chica tiene el rostro redondeado y mínimo como una nena y un corpachón gastado que parece pertenecerle por error. Lleva el pecho vendado, comprimido por vendas color piel que le cruzan por detrás del cuello y le llegan hasta el vientre. La mujer que la acompaña carga un ramo de flores envueltas en un papel amarillo chillón.

Pasan los minutos. Como la sala empieza a quedar chica, una de las secretarias busca descomprimir cierta atmósfera de fastidio repartiendo bombones. La señora del ramo le pide un vaso de agua y explica que vienen en tren de lejos, de Hurlingham, con el ramo a cuestas para la doctora, en agradecimiento por la cirugía a la nena, que ya no tendrá dolores de espalda por el tamaño desmesurado de sus senos. La mujer gorda hace un chiste sobre las chicas que se caen hacia delante vencidas por senos gigantes, pero a nadie le causa gracia. El nene de la remera Big Time American Luxury le dice a su madre que él no quiere operarse las orejas. Y una de las secretarias le sugiere a una clienta que la siga a una oficina lateral donde se hacen los pagos, que queda feo andar entregando cheques a la vista de todas.

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