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Viernes, 3 de julio de 2009

DIEZ PREGUNTAS

A Maria Claudia Pettinari

Es directora de la escuela 95 Simon de Iriondo, de Alto Verde, un barrio urbano-marginal lindero a la ciudad de Santa Fe. Tambien preside el Instituto Sarmientino. Cuando comenzo el frio, detectaron que los chicos no tenian abrigo para ir a la escuela y lanzaron un pedido a la comunidad, que respondio de inmediato con grandes cantidades de ropa.

¿Cuál es la situación social actual en Alto Verde?

–Se nota la crisis, la recesión. Acá había mucho auge de la construcción y se va cayendo. Mayoritariamente viven albañiles o gente que brinda servicio de electricidad, plomería, y se siente la falta de trabajo. Ahora dependen del dinero del día, ya no tienen sueldo. Muchas mamás que trabajaban en tareas domésticas también vieron mermado el trabajo.

¿Por qué decidiste recurrir a la solidaridad comunitaria para obtener el abrigo para los chicos?

–Un poco fue falta de previsión nuestra, estábamos con temperaturas de 30 grados y el lunes siguiente hizo mucho frío. Nos encontramos con que había pocos chicos. Era la falta de abrigo. Fue muy fuerte porque nosotros estábamos todos abrigados, y veíamos a los chicos en remera o sin medias. Ahí llamamos a los medios. Pero no imaginábamos tal repercusión, pensábamos que íbamos a rearmar el ropero escolar, pero hemos estado toda la semana yendo a buscar ropa, y ahora distribuyéndola. La biblioteca fue prácticamente cubierta de ropa.

¿En ese caso la escuela sale a asistir una necesidad que debería estar cubierta por otras instancias?

–Nosotros en realidad no tendríamos que estar haciendo esto. Debíamos haber previsto un ropero, y acudir a otras instituciones para que se ocupen. Pero cuando te encontrás acá, a las 8 de la mañana, con un chico en remera, te ocupás. Y tomás caminos más cortos pero más difíciles, lo mismo nos pasa con el hambre. Uno se ocupa de que a las 8 estén en el aula. Pero el chico tiene que salir a las 12.15 y pierde media hora de clase para ir a comer.

¿Obtuviste alguna respuesta de las autoridades educativas o del área social?

–Ante la urgencia sí. El problema urgente ya está resuelto.

¿Creés que la educación tal cual está mejora el acceso a las oportunidades para tus chicos?

–Ante la nada, lo que hay es bueno, pero tenemos que mejorarlo. Es lo único que hay. Pero hay que dar una respuesta política. ¿Cuál es la educación de las clases medias y altas? Es una educación de jornada completa, los chicos van a la mañana y vuelven a la tarde a la casa. En cambio, estos chicos ya vienen con desventajas nutricionales, de ropa, de cuestiones operativas y encima de la poca escuela que tienen le restamos tiempo para darles de comer.

Las escuelas marginales no pueden ser tratadas igual que las céntricas. Acá trabajar con 30 chicos es imposible, porque ellos están acostumbrados a estar en la calle, al aire libre, ya que sus casitas son muy precarias. Hay que pensar en grupos más reducidos, en contar con dos maestros por aula, también en una jornada completa.

¿Sentís que la única forma de alertar sobre la situación social son los medios de comunicación o ellos brindan una respuesta narcotizante?

–Nos equivocamos en recurrir a los medios, lo asumo. Luego lo conversamos y nos dimos cuenta de que hay otras instituciones con las que hablar. Los medios son un recurso, pero una vez que los llamamos, hay que hacerse cargo. Porque se ponen en juego discursos contradictorios, con conclusiones simplistas, como por qué los padres usan celulares y los chicos no tienen ropa. Y quien no conoce el barrio expresa juicios rápidos. Hay que estar acá para saber adónde estamos parados. Pero quiero expresar mi admiración a la gente, porque la respuesta fue inmediata.

¿Cuál es el aspecto pendiente más importante para la tarea educativa en zonas urbano-marginales?

–Encontrar otro modelo curricular, otra propuesta. Nosotros fuimos formados para una escuela para otra época. Todavía no estamos centrados en una propuesta que responda a este chico pobre pero digitalizado, que consume material basura de la informática, como son jueguitos o material audiovisual que no es para su edad. Como docentes no encontramos el eje que responda a la demanda de este niño, a sus intereses. El desafío es que la escuela y la comunidad se pongan de acuerdo y haya educación. Porque ahora existe una estafa académica, adonde hacemos como que está enseñando, creemos que el chico aprende, pero en realidad no aprende.

¿Te encontrás con dificultades en las relaciones entre niños y niñas?

–Es impresionante. Si bien son las mujeres las que están en la cooperadora, las que mueven el barrio, el tema del hombre, de la fuerza, está planteado. Porque es el varón que le pega a la nena, y eso también se ve en la familia. El hombre es el que manda y la mujer obedece. Eso se trabaja en aula, donde parece que a la maestra se la puede insultar porque es muy normal que a la mujer se la insulte o se la degrade. Y eso que se vive en la casa, a los chicos les parece muy normal, entonces acá tenemos que desnudar la situación, para trabajarla.

¿Cuándo te cuesta más decir no?

–Ahora, por ejemplo, que algunos chicos van a llegar tarde a desayunar en el comedor, y aunque yo sepa que tienen que venir antes, voy a hacer excepciones, porque no puedo decirles que se vayan al aula sin desayunar. O ante chicos que se portan muy mal, no sabemos qué hacer, pero siempre buscamos alternativas para que sigan en la escuela. Porque el no es una puerta que se cierra y yo trato de tenerla siempre entreabierta.

¿Para qué cosas te sentís imprescindible?

–En absoluto, no soy imprescindible para nada. Me encanta mi trabajo, pero quiero irme bien, quiero jubilarme bien. Quiero irme contenta, feliz.

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Imagen: gentileza diario Uno de Santa Fe.
 
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