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Viernes, 4 de septiembre de 2009

URBANIDADES

Salando las heridas

La semana pasada, en esta misma página, se reflexionaba sobre los diversos significados de “el aguante” en la cultura juvenil y sobre la ausencia de las voces de los protagonistas en los discursos mediáticos después del juicio Cromañón. Aquí, esos protagonistas que no están ausentes reflexionan “sobre el cinismo y el monolingüismo mediático en el acontecimiento Cromañón”.

 Por Colectivo Juguetes Perdidos *

Luego de la sentencia judicial, se volvieron a actualizar varios de los discursos y lógicas que circularon en el post Cromañón. Aun cuando la lógica de la indiferencia es la que opera con más fuerza sobre el acontecimiento, se volvieron a instalar con ímpetu los discursos de compasión y, fundamentalmente, de criminalización. La cotidiana indiferencia e invisibilización mediática hacia los pibes y pibas (sus voces, sus prácticas, sus experiencias) queda suspendida para que se le dé lugar a la criminalización: sólo así se les permite asomar la cabeza en la superficie mediática.

Vivimos un tiempo en que los monstruos mediáticos modulan la energía de los recuerdos; son los que deciden cuándo se abren las puertas para lo que debe ser recordado o no. Y los recuerdos así doblados por lo mediático se tornan una imagen monstruosa de nosotros mismos. Así, volvimos a escuchar con fuerza la criminalización de la cultura del aguante. O mejor dicho, de una determinada presentación de la cultura del aguante. La que la presenta como una celebración irracional y atávica de la autodestrucción, como un desprecio por el cuerpo y, completando la operación discursiva, se la circunscribe al rock de los últimos diez o quince años.

Nuevamente escuchamos que Cromañón fue producto de cerebros infraalimentados, de pibes irracionales, de nuevos bárbaros... Para este discurso, los pibes y pibas que militaban el rock como Plan Barrial y que expresaban un determinado saber (denominado aguante) son lo abyecto. Son vidas desnudas, vidas no dignas de ser vividas; vidas que están de más. Esta presentación de la generación Cromañón en el terreno mediático nos estigmatiza y nos aísla de la sociedad “sana, racional, moderada”. Luego de esta estigmatización, se nos aparta señalándonos como responsables.

El mismo discurso que considera a los pibes como la población sobrante los coloca, a su vez, como presupuestos y como condición de posibilidad para la existencia de una sociedad precaria. ¿Cómo negar las prácticas, como el aguante, que creamos para movernos en este suelo precario? ¿Cómo negar los terrenos que inventamos, las formas de vida que creamos allí y hacer oídos sordos a la precariedad? ¿Puede existir tal grado de cinismo?

Son muchos los opinólogos mediáticos que hablan de los pibes de esta generación como resaca de la década menemista (carne que camina...). ¿Habría que aclararles que por más que nos conciban como los residuos de la papelera de reciclaje de la sociedad neoliberal nosotros heredamos ese mundo (esa bomba de hoy, la que llevás entre tus manos, la que nadie te ofreció...), que fuimos arrojados en él, y que es el terreno de juego sobre el cual disputamos nuestras vidas? ¿Y cómo es que pueden esos opinólogos progresistas creerse tan a salvo del neoliberalismo como condicionante de época y condenar las prácticas que en ese suelo fueron creadas?

La sociedad precaria no sólo es la que se mostró al desnudo en Cromañón, también es la que nos acompaña cotidianamente: la del gatillo fácil, la de la flexibilización laboral, la de la incertidumbre y el hiperconsumo. Para esta sociedad somos a la vez insumo y vidas sobrantes. Pero mientras que los relatos mediáticos ven vidas desnudas, nosotros insistimos en ver cuerpos potentes (no bajamos nuestras banderas), disruptivos en cuanto cuerpos que no se dejan maniatar con discursos estigmatizadores de nuestras prácticas.

Otro ritornelo: se dice que los cultores del aguante son los despreciadores del cuerpo. ¿Qué cuerpo es éste que se nos dice despreciado? ¿Un cuerpo que en la desesperación por ser condenado a residuo pulsaba y pugnaba por encontrarse con otros, por vivir, y crear, aun en la precariedad, fiesta, alegría? ¿Por qué no se habla de los cuerpos que desplegaban una búsqueda y una responsabilidad allí “en” la precariedad? Apreciar el cuerpo implica afirmar las condiciones del presente y las chances que en él anidan.

Vemos el aguante no como un goce hedonista e indiferente hacia el otro, sino como una micro-resistencia que se activa en múltiples espacios de una sociedad precaria. Toda afirmación en la precariedad aprende a resistir a los tropezones, instintivamente. Lo que está en juego es la afirmación de nuestras resistencias y aprendizajes como generación; sólo desde ahí podemos hacer una lectura de Cromañón. Por eso no podemos juzgar o permitir que se juzguen nuestras formas de vida partiendo de su negación; eso significa olvidar lo que nos moviliza y encuentra. Todo juicio que denigra las creaciones que nos sostienen nos niega y nos borra de la historia.

Tenemos que salir a pelear por el significado y el sentido de lo que fue Cromañón, y disputar la modulación de la memoria social. Hay que profanar los discursos que pululan por estos días, para que no terminen de coagular y sigan fijando a los pibes como criminales o tontos. En los manuales de la historia del rock no puede figurar el aguante como una gesta trágica de suicidas y descerebrados. El aguante es el tesoro que supimos forjar en esta época precaria. Cromañón es otro golpe durísimo, que nos debe servir para aprender y repensarnos, pero nunca para dejar de crear e inventar desde lo nuestro y aceptar todo lo que no queremos ser.

* Texto completo en colectivojuguetesperdidos.blogspot.com

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