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Viernes, 25 de septiembre de 2009

PALABRAS MAYORES

La nariz entre las hojas

Viejas fábulas resignificadas en el pelaje y las plumas de animales de estas tierras del sur para primeros lectores y cuentos que pueden hacer temblar las estanterías de lo real para quienes ya saben algo de ese camino necesario y placentero: la lectura.

 Por Marisa Avigliano

El Correcaminos sólo detiene su febril carrera para poder ver cómo su perseverante cazador es víctima de su propia trampa. Ahí, aplastado por una piedra gigante, el Coyote escucha el “bip bip” del enemigo; Silvestre recibe violentos escobazos ante la mirada del infame Tweety que se hamaca en la jaulita y Jerry se recuesta de costado y cruza las piernas para mirar a Tom chamuscado. Engañador y engañado protagonizan las fábulas y puntualizan el don mágico de los duelistas. Los animales desempeñan un papel muy importante, fundamental en el simbolismo infantil gracias a sus conductas, a sus habilidades. De esta manera, como en contados escenarios, formas y colores despliegan la jerarquía de los instintos y vuelven profundo y edificante el gesto más primitivo.

El reino animal es el eje de La Chuña y el Zorro y otros cuentos de Laura Roldán que acaba de editar Longseller ($21, 90) y que está destinado a los primeros lectores. Ilustrado por Horacio Gatto, los cuentos de Roldán no narran historias nuevas, repiten aquellas fábulas que tantas veces nos han leído antes de dormir, esas mismas que alguna vez empezamos a leer solas entrecortando las palabras largas. Estos relatos son en realidad adaptaciones populares del norte argentino de aquellas clásicas historias de moralejas donde la vanidad se paga cara y con hambre, bien lo sabe el engreído cuervo que dejó caer el pedazo de queso (justo adentro de la boca de la astuta zorra) para poder mostrar sus veleidades de cantor; el libro de Roldán cuenta intrigas parecidas: una garrapata que compite en velocidad con un ñandú, un mono que se burla de un tigre –la autora se encarga de explicar que no se trata de un tigre rayado, como los que viven en Asia, sino un yaguareté (“verdadera fiera” en guaraní), al que también se le dice tigre o jaguar– o una chuña (ave pequeña del noroeste, en la fábula de La Fontaine era una cigüeña) que desafía y vence a un zorro mentiroso y hambriento. Vemos que el zorro es un animal muy solicitado en este tipo de historias, arrastra desde la Edad Media su estirpe de diablo, parece invencible en artimañas y manipulaciones, es un contrincante peligroso y por lo tanto ideal para ser derrotado por la astucia del más débil, un chingolo, por ejemplo.

Pensado para lectores en carrera, Liliana Cinetto ha escrito El pozo y otros cuentos inquietantes (también de Longseller, $21,90), una selección de historias con dibujos en blanco y negro de Manuel Purdía que rememoran algunas de las viejas ilustraciones de la colección Cuentos de Polidoro, en estos relatos Cinetto busca estremecer al joven lector y educarlo en angosturas cortazarianas con mundos posibles donde un pozo no se hace simplemente con una pala, donde un brazalete puede enroscarse tanto como una serpiente, donde no es sencillo ser un buen vecino, donde una tormenta en plena ruta puede ofrecer refugios tan inesperados como imposibles o donde dispone un medallón. Lo inquietante correrá por cuenta de la imaginación del lector, por una oración final que todo lo explica, o por las huellas que anticipan el horror, variedades de un registro eficaz para los pequeños lectores de estos tiempos que poco o nada han leído a Rudyard Kipling, Lewis Carroll o a Horacio Quiroga, pero que conocen los latidos perpetuos que duermen en una caja de madera que tiene labrada la palabra Jumanji.

Por eso estos dos libros necesitan ese lazo de pertenencia, de parentesco con sus textos inspiradores sin los cuales cualquier literatura para niños es un plato insuficiente, una cáscara cultural y pedagógica tan dañina como aburrida.

Que los chicos sigan leyendo, siempre podrán descubrir palabras nuevas, celebrar los privilegios de la oralidad y salir desesperados en busca de más literatura porque “el mundo está lleno de despropósitos. A veces no existe la menor verosimilitud: de pronto aquella nariz que se había separado del consejero de Estado e hizo tanto ruido en la ciudad, apareció nuevamente en su sitio, como si nada hubiese ocurrido; es decir, entre las dos mejillas del mayor Kovalev” (La nariz, Nikolái Gógol).

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