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Viernes, 2 de octubre de 2009

DIEZ PREGUNTAS >

A GRACIELA ROJAS INTEGRANTE DE LA ONG MUJERES TRAS LAS REJAS

“No pretendemos que las presas se sientan liberadas por hacer un programa de radio semanal, sólo queremos que la prisión las dañe lo menos posible.”

1. ¿Cómo surgió la experiencia de Mujeres tras las Rejas?

—Esto se desprende de un contacto que tuvimos con la licenciada Raquel Migno, cuando estábamos cursando la maestría de género y habíamos elegido las cárceles como tema. Pudimos ingresar al penal en octubre de 2006. Ese fue el primer contacto y a partir de entonces seguimos el trabajo de talleres. Las chicas pedían otras actividades, hicimos teatro, ingresó otra gente. Cuando comenzó la gestión de Mariano Bufarini como director de Asuntos Penitenciarios de la provincia se legitimó el espacio.

2. ¿Cuál fue el objetivo del trabajo?

—Visibilizar a las mujeres privadas de su libertad, sensibilizar, hacer fuerte hincapié en el derecho de ciudadanía. Las chicas pierden la libertad, pero el Estado debe garantizar que puedan ejercer todos los otros derechos. Ellas están presas y al mismo tiempo están en un segundo plano en el Servicio Penitenciario. Sólo en siete de los 200 artículos de la legislación específica se habla de las mujeres, el resto se refiere a los internos.

3. ¿Surgió de una iniciativa de ellas o fue una propuesta de ustedes?

—Se generó el 8 de marzo de 2008. Nosotros habíamos llevado un grabador, estábamos hablando de la semana de la mujer y grabamos muchos testimonios. Después nos preguntamos qué hacíamos con eso, no tenía sentido grabar algo para que quede entre nosotras mismas. Allí nos propusimos ver quién podía abrirles la puerta a mujeres presas. La única que lo hizo fue la radio comunitaria FM Aire Libre. Transmitimos todos los jueves, de 17 a 18, desde el penal, un jueves en la planta alta y el otro en la planta baja. Y luego comenzamos con otro proyecto que fue sacarlas del penal para que hagan el programa desde la FM, eso lo hicimos el 10 y el 17 de septiembre.

4. ¿Hacen también un taller de teatro?

—Sí, está funcionando. Hicimos obras de teatro en la sala Lavardén durante dos años consecutivos, pero el primer año no dejaron ir a las internas. En cambio, este año sí pudieron salir. Hicieron la obra Soñando Venecia, una adaptación de Venecia, de Jorge Accamo. Ahora sigue, pero no con tanta fuerza como el año pasado, decayó porque hubo un gran movimiento de internas, algunas chicas salieron, otras ingresaron y otras fueron trasladadas a la cárcel de Las Flores, en la ciudad de Santa Fe, eso influye en el trabajo.

5. ¿Cuáles son los problemas más graves que enfrentan en este trabajo?

—Trabajar con este colectivo social tiene sus dificultades, hay que tener en cuenta sus estados de ánimo, su situación física, las noticias relacionadas con la causa, a veces vienen noticias que les producen angustias, ya sean de familiares, si les traen los chicos o no, si tienen salidas o no, si les rechazan pedidos procesales. De por sí el penal crea un marco de reclusión tan grande que las mujeres pierden autonomía, se anula la individualidad. El sistema penitenciario arrasa con todo lo que tiene el sujeto. Eso hace que muchas veces tengan un desánimo muy profundo. El hecho de que la radio funcione adentro nos permite que participe la que quiere y la que pueda, hasta las nenas y nenes que viven con sus mamás.

6. ¿Qué valor les dan las mujeres detenidas al trabajo?

—Se sienten protagonistas, reconocidas como protagonistas. Es un espacio en el que poco a poco se ha ido construyendo el pensamiento, cosa que el sistema penitenciario rompe, desgarra. Los días no tienen principio ni fin, hay una continuidad de situaciones que son ajenas, y las ponen sólo en un lugar receptivo. En cambio la radio las pone en un lugar activo.

7. ¿Notaron modificaciones en la actitud de las internas a partir de esta experiencia?

—Sería ilusorio pensar que una actividad de dos horas por semana pueda cambiarle la vida a alguien. Esto les va a permitir tejer puentes, saber que son personas íntegras. Porque cuando estas mujeres llegan al penal han pasado un derrotero de exclusión absoluta, son mujeres golpeadas, madres adolescentes, tienen varios hijos. Traen enfermedades odontológicas, cutáneas, falta de salud, de educación. La prisión es un lugar más en este derrotero de vida, no las sorprende. Entonces, no es fácil pensar que por esta instancia que atraviesan con nosotros van a salir liberadas, como les hace creer la religión. Queremos que la prisión las dañe lo menos posible. Y atravesar estos espacios que les brindamos les acaricia el alma.

8. ¿Cómo es la relación con las autoridades?

—Una cosa son los funcionarios, con quienes la relación es excelente y otra la cotidianidad y la rutina con los guardiacárceles. En estos espacios, el que tiene la llave del candado es el que manda. Esos juegos de poder se dan en el campo de trabajo.

9. Desde el comienzo ustedes plantearon que hasta la cárcel de mujeres era invisible...

—En instituciones relevantes como las universidades, o distintos servicios públicos, el 80 por ciento no sabía que existía. En estos años hubo un recorrido y ahora mucha más gente la conoce.

10. ¿Esa invisibilidad tiene que ver con el mayor prejuicio que recae sobre las mujeres presas?

—Absolutamente, porque la mujer cuando está presa rompe con el paradigma de buena madre, buena mujer. Entonces, hay una doble condena. Además, es muy notable que el penal de mujeres está sustentado por mujeres, cae presa una mujer y la vienen a visitar la madre, la hermana, la cuñada, la suegra, las hijas y los hijos menores. Desaparecen las parejas, los novios, los amantes, los hermanos.

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