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Viernes, 9 de octubre de 2009

MUESTRAS

La vida bella

La fotógrafa y diseñadora gráfica Ana Armendáriz presenta en la galería y librería Cobra una muestra de jardines parisinos, retratados en un reciente viaje que surgió de un intercambio de casas, al que llama El tiempo impreso y que fue festejado con un picnic sobre el cemento de Caballito.

 Por Victoria Lescano

Ataviada con remera de estampa tropical y gafas, la fotógrafa y diseñadora gráfica Ana Armendáriz celebró en Cobra, una preciosa galería y librería situada en Caballito, el comienzo de la primavera con El tiempo impreso, su muestra de jardines parisinos con énfasis en los estilos de los franceses fuera de las pasarelas. Igual que muchos de esos personajes que fotografió en un reciente viaje, en la apertura hubo festejo con cócteles y manjares en la vereda, sonidos dub que celebraron sus amigos con las cuidadas impertinencias de sus looks, en reposeras o con picnics en el cemento. Mientras que, desde su jaula de mimbre, celebró también Dance, la mascota de esa pequeña galería donde prima una exquisita colección de literatura y libros de estética aptos para ser alquilados. Vale destacar que los viajes, ya por el barrio chino, el Tigre, pueblos ignotos o, en este caso, París y la exaltación de la luz natural y la vida bella al aire libre son una constante en las tomas de Ana y el registro parisino surgió de una experiencia de intercambio de casas similar al de la protagonista de la comedia romántica The Holiday. Ella realizó un trueque, con un amigo de un amigo, de departamentos. Y el piso que le tocó a ella en suerte tenía tantos dvd como la cinemateca francesa, pero sólo tomó fotos de las vistas del departamento desde el piso 23. La casa trajo consigo nuevos amigos y personajes cotidianos. Ana es fan de la vida al aire libre y dueña de un curioso sentido del humor y se arriesga: “Haría un picnic hasta adentro de una maceta”.

—¿Cómo elegiste esas cuatro tomas que llevaste a gigantografías en Cobra y qué representan un recorte de ese tour parisino?

—Me propuse mostrar sólo cuatro fotografías, pero inmensas. Una de ellas sucede en un picnic que organizó Anna, una amiga, para celebrar el cumpleaños de su hija, en el parque Montsouris, donde había mucha gente porque justo era feriado. Se ve a unas amigas de ella mientras sus hijos corren por ahí; la que fuma en primer plano es tan parisina, desde su peinado, vestimenta y cigarrillo, que me pareció una síntesis de lo que vi durante el viaje. Porque los parisinos lucen como el cliché del parisino: los hombres usan sweaters a rayas azul marino y blanco con cuello bote y pantalones rectos arriba del tobillo, con zapatos de vestir sin medias; mientras que casi el 80 por ciento de las chicas lleva el corte carré bien cortito a lo garçon y usa vestidos a la rodilla sobrios con zapatos o alpargatas o se viste como muchachitos con jeans y blazers gigantes. Todos fuman y beben vino en los espacios públicos y toman cafés en la vereda de los bares para mirar y ser mirados, como en aquel texto de Marshall Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire, en el que hablaba de la aparición de los boulevards. Otra foto la tomé en el Jardin des Plantes. En una imagen se ve a una nena entrado en una ligustrina donde entraban y salían niños, sorpresivamente, de los arbustos, y era genial. Ya en otra, un rayo de sol atraviesa un jardín de liliums e iris. Para mí representa la primavera de una forma muy icónica, como una explosión de flores, con una pareja por detrás caminando: el ideal de la felicidad, de la belleza. Al ver que todo era verde, y además tan colorido, no sólo por las plantas sino por la gente de todas partes del mundo que vive ahí: africanos, argelinos, chinos, japoneses, cada uno con su estilo particular. Parecía un edén. Pensaba que cualquiera podía ser feliz, tuviese o no trabajo o amor, ya con esos jardines accesibles a todos. Igualmente, con el paso de los días, entendí que sólo es así por unos meses porque el invierno es crudísimo y la política de (el presidente Nicolas) Sarkozy es cada vez más discriminatoria.

—¿Cuáles son los temas que rigen tus diarios en flickr y disparan tus búsquedas para “imprimir el tiempo”, como dice el texto de Andrei Tarkovski que elegiste para el catálogo-manifiesto?

—Se trata de fotografías de momentos compartidos o no, de la simple contemplación de un lugar, un objeto o una persona, generalmente, muy cercanos y en una situación de luz natural. En cuanto al texto de Tarkovski, pertenece al único libro de fotografías que compré en París. Es de un purismo y una ingenuidad, que me emocionó encontrarlo de casualidad, porque estaba pensando un nombre para la muestra en Cobra y pensaba en Le Printemps (primavera en francés), que a la vez suena a “Tiempo impreso”.

Cuando él habla de los haikus y su simpleza para describir, en pocas palabras, situaciones muy precisas de luz, espacio y tiempo dice que eso es el cine para él. La fotografía, en un solo fotograma, también es capaz de transmitir eso. Además, habla del paso del tiempo en las cosas y el concepto japonés del saba o pátina o la huella que imprime el tiempo en las cosas. Y en las fotos también está ese concepto, inclusive en su materialidad. Sigo sacando en forma analógica y las copias sufren un cambio de color, el papel se rigidiza, la cámara comienza a rayar un negativo porque entró arena y esa fragilidad me parece interesante también. Y el sacar fotos, desde hace un tiempo, también marca ese paso del tiempo, en el modo de mirar, en qué mirar. Puedo ver fotos de hace diez años y notar cómo estaba en ese momento. Además de observar en la mirada de quien mira a cámara y recordar lo que le pasaba entonces, además de cómo lucía. Es verdaderamente el tiempo impreso.

—Pasaste toda tu infancia mudándote por la provincia de Buenos Aires. ¿Por entonces ya sacabas fotos?

—Nos mudábamos cada dos años, porque mi papá era gerente del Banco Provincia y nos iban trasladando de sucursal en sucursal. Vivíamos en el mismo banco, en una entrada que estaba por una puertita lateral. Subíamos y, ahí arriba, estaba nuestra casa. Andar por los pueblos para mí fue muy bueno, ya que hacía amigos nuevos todo el tiempo. Pero no sacaba fotos; mis padres lo hacían. Nos sacaban a nosotros en casa, en alguna peña, con amigos o estando de viaje. Hay fotos de cuando yo tenía paperas, de cuando mi hermano se afeitó por primera vez, de cuando mi mamá estrenaba una licuadora: cualquier motivo era bueno para retratar. En cambio, con mi hermana no había caso, odiaba que le sacaran fotos y tenemos varias de ella en las que con un almohadón tapaba su cara y nos saludaba. Recién a los 12 años, con motivo de un viaje a Córdoba con la colonia de hijos de bancarios, pedí una cámara y comencé a sacar fotos.

—Veo un sombrero bombín en el mítico Café de Flore y alguien con las uñas bien pintadas y un plato con huevos. Los primeros planos de mesas con tazas de té o café son una constante. ¿Tenés noción de cuántos desayunos y bares llevás ya fotografiados? ¿De dónde surge esa compulsión por imprimir el tiempo transcurrido en bares?

—Me gustan los bares de viejos y Buenos Aires tiene los mejores. Solía ir al Portobelho, en la esquina de Bartolomé Mitre y 25 de Mayo, que, sorpresivamente cerró. Lo fotografié bastante porque era muy bello y, de algún modo, intuía que iba a desaparecer, como todo lo que acá es viejo y se destruye sin compasión. Lo mismo hago cuando voy a la Puerto Rico o al Saint Moritz, además de tomar ricos cafés, los fotografío. Cualquier mozo de oficio me inspira respeto y a veces me animo a retratarlo también. En Necochea, donde nací y todavía vive mi familia, queda un único bar antiguo —mis padres eran habitués de ahí de jóvenes—: el Bar Rex, en el que hacen unos sandwiches daneses fabulosos con fideos fríos. Cada vez que viajo a visitarlos nos gusta ir ahí. Hay algo del paso del tiempo en estos lugares que me atrae, las marcas en las mesas, pisos y paredes son tesoros para mí.

—¿Cómo te aproximaste a la escena de la moda francesa, con las visitas al estudio del diseñador Bernard Wilhlemm, un sucesor del grupo de Antwerp, surgido en Bélgica? ¿Las fotos de un placard que lucen cual moldes en tu flickr fueron tomadas allí?

—El contacto con Bernard Wilhlemm fue mínimo y se dio a través de Jutta Kraus, su socia desde hace 10 años, ya que ella es muy amiga de Anna, mi amiga. La conocí un día que nos pasó a buscar para ir a Versailles a ver la muestra de los trajes de María Antonieta. Llegamos con las hijas de ambas, que son mejores amigas, y nos dieron ganas de tomar helado y echarnos en el pasto bajo el sol y fue tanto el relax que nos dio fiaca formar la larguísima hilera para entrar al palacio y ahí es donde nos fuimos a caminar por el bosque y saqué la foto de ellas junto a los troncos apilados. Luego coincidimos en otros lugares y, el último día, cuando ya estaba regresando, le pregunté si podía pasar por su atelier para ver cómo trabajaban y aceptó. El estudio está cerca del Passage Brady, que es un una porción de la India en París, un barrio lleno de inmigrantes africanos, paquistaníes e indios de tiendas con venta de especias, telas, salones de peluquerías afro, lugares para comer al paso con deliciosos aromas de curry. El suyo es un atelier antiguo, con cuartos espaciosos en los cuales trabajan pocas personas, muy concentradas y en silencio. Jutta estaba preparando una muestra del estudio para octubre, juntando algunas piezas gráficas. Me mostró bocetos y fotos de la colección de verano.

El año pasado realizaron una gran exposición retrospectiva en Antwerp que fue un éxito y editaron un libro. Bernard vino a saludar muy tímidamente y dijo que adoraba el barrio, que vivía por ahí y que jamás cruzaba el puente, con lo que quería decir que nunca va a la parte más chic de París. Habló del uso de materiales nobles en todas sus prendas, que no usa nada sintético: sólo algodón, seda y lana. Halagó mi bufanda escocesa, de pura lana, que acababa de comprar en una tienda tibetana, y accedió a que le sacara fotos. ¤

Le Printemps. El tiempo Impreso se puede ver, hasta el 20 de octubre, en la galería Cobra, en Aranguren 150 (Caballito) / email: [email protected] / web: www.cobralibros.com.ar

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