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Viernes, 27 de noviembre de 2009

PANTALLA PLANA

El encanto de perder

Entre el culebrón, High School Musical y la nueva comedia norteamericana, pide la palabra Glee, una tira adolescente que pareciera no encontrar su lugar en el mundo (televisivo).

 Por Guadalupe Treibel

No es novedad que, en Hollywood, ser un perdedor está de moda. Que actorcillos como Jesse Eisenberg (Adventureland), Seth Rogen (Ligeramente embarazada) o Joseph Gordon-Levitt (500 días con ella) sean los galancetes nueva generación habla de una renovación temática y estética al viejo cliché masculino. Que mujeres como Tina Fey (30 Rock, en tele) tomen voz cómicoartística y, a su vez, tengan popularidad política, va reconfigurando el mapa estelar. Pero, hecha la ley, hecha la trampa... Porque, una vez “comprado” el paquete loser, la fórmula se repite, repite y repite hasta el cansancio. Sólo cambia la banda de sonido. Y, a veces, ni siquiera.

Con esa premisa como leitmotiv y el slogan “Ser perdedor suena bien” como bandera, la serie adolescente Glee vuelve a jugar la carta de la diferencia pero desde la mirada satirizada y la paleta de personajes –demasiado “personajes” para ser creíbles–. Veamos...

Un profesor de español quiere devolverle el “status” o la gloria pasada al club de baile y canto de su secundario –Glee–. Para hacerlo, cuenta con la estrella vocal Rachel, una “geek” –producto de la época American Idol– obsesionada con la fama que no hace sino practicar y practicar; Mercedes, la teen negra subidita de peso que se cree diva y no quiere hacer coros; Tina, la estudiante asiático-americana gótica y tartamuda, y Quinn, blonda porrista, archienemiga de Rachel y presidenta del club de celibato, fanática religiosa que no tardará en quedar embarazada.

En cuanto a los muchachos, está el popularísimo (¿cómo?, ¿por qué?) mariscal de campo, el gay fashionista, el guitarrista parapléjico y otros “excéntricos” niños que sólo quieren ¿rockear? Por supuesto, acompañan adultos poco convencionales: la consejera de secundaria que padece misofobia y sólo puede tocar al... profesor de español (hombre casado con una mujer insufrible, dicho sea de paso) y la directora de las porristas, una mujer sin nervio moral dispuesta a todo para desintegrar al clubcito de freakies, capaz de sacar la carta de la discriminación de género sin sustento, generar alianzas, filtrar “espías”, etc.

Irónicamente, el argumento de la tira no puede ser más convencional. Triángulos amorosos para todas las edades, estudiantes buscándose a sí mismos (mientras hacen coreografías semi instantáneas de alto calibre), corazones rotos, embarazos no deseados, psicológicos, mentirosos etc, etc, etc.

Es que Glee pareciera ser el hijo bobo de todas las producciones adolescentes hechas hasta el momento: desde un culebrón bien dramático hasta la comedia más ácida, pasando por el baile a lo High School Musical. Como el lado B(izarro) de un Fame sin matizar, donde la “fauna” adolescente convive en la canción.

Aunque las respuestas del público fueron, en parte, positivas, la crítica yanqui no se hizo esperar. Es que al programa estrenado en los primeros días de septiembre en Estados Unidos le falta elegir entre hacer una tira donde prevalezcan los personajes o las historias convencionales. El punto medio, al momento, le da tibieza al asunto. No por nada, The New York Times destacó la falta de originalidad del piloto y los personajes estereotipados (aunque vitoreó el talento de los chicos y el salirsedelmolde). O el Daily News habló de inverosimilitud (pero aseguró que la serie era “potencialmente conmovedora”). Una de cal y una de arena para la creación de Ryan Murphy (Nip/Tuck), Glee, y para sus mujercitas y niños perdedores que juegan tanto al paradigma del outsider con fines solidarios (seamos todos amigos) que se olvidan de profundizar la marginación.

Glee, jueves a las 22 por canal Fox.

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