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Viernes, 4 de diciembre de 2009

LIBROS

Una apuesta colectiva

¿Quiénes eran esas mujeres que fueron capaces de jugarse la vida por su militancia y a la vez parir hijos y a la vez hacerlo convencidas de que estaban alumbrando así al “hombre nuevo”? ¿Cuáles fueron sus contradicciones, sus voces y sus silencios antes de la muerte y la desaparición? Andrea Andujar, una de las compiladoras de De minifaldas, militancias y revoluciones. Exploraciones sobre los 70 en la Argentina se asoma a esas preguntas en un movimiento que de alguna manera la hermana con las mujeres que ya no están y las que testimonian: la apuesta por la construcción de una voz colectiva que no borre en este libro los diferentes matices.

 Por Sonia Tessa

En los últimos años, el velo comenzó a descorrerse. ¿Quiénes fueron –y son– aquellas mujeres y hombres que el terrorismo de Estado quiso borrar del mapa? ¿Quiénes eran y qué hacían antes de ser desaparecidas, muertas, detenidas? Con la premisa de mostrar a las militantes de los ’70 en acción se concibió el libro De minifaldas, militancias y revoluciones. Exploraciones sobre los ’70 en la Argentina, compilado por Andrea Andujar, Débora D’Antonio, Fernanda Gil Lozano, Karin Grammático y María Laura Rosa.

Las historiadoras reconstruyen distintos aspectos de la militancia de los ’70, con un amplio registro que va desde el impacto de la Teología de la Liberación en las religiosas hasta la represión a las mujeres en situación de prostitución en Mendoza. “Este libro viene a abrir una puerta compleja, invita a bancarnos el desafío de pensar ese pasado con seres humanos actuando en él, no con datos, y fechas, no con víctimas. Es correrse del lugar de la víctima para ver el lugar de la acción”, indicó Andujar, compiladora y también autora de uno de los artículos. Así, en cada uno de los capítulos se develan historias de mujeres que rompieron con los mandatos de género y se animaron a militar en organizaciones sociales, políticas y político-armadas, con la premisa, y la urgencia, de formar parte de una revolución que veían inminente.

Una de ellas fue la teniente Inés, que tenía 24 años cuando murió en el operativo de Monte Chingolo. Ella integró el Estado Mayor Central del ERP, tenía dos hijos, y le escribía a su esposo –que estaba detenido– sobre sus contradicciones, los miedos respecto de los hijos, de quiénes se harían cargo de los niños si ellos morían, como refleja el artículo de Marta Vasallo. “Me gustaría conocer a mis hijos más y poder también estar unos añitos con ellos”, decía una de las cartas incorporadas en el artículo. “Fueron madres inéditas que concibieron y parieron hijos en situaciones de extremo riesgo”, apunta Vasallo.

Dando un paso más allá de los numerosos testimonios sobre la militancia de los ’70 que se hicieron visibles en la última década, las historiadoras avanzan en la exploración de ese pasado todavía hegemonizado por discursos totalizadores y negadores. Uno de los velos que operan lo señalan Cristina Viano y Luciana Seminara, autoras del Capítulo 4. “La menor incidencia de las memorias femeninas en la construcción de la memoria social está en parte condicionada por dispositivos sociales y de género más que por decisiones voluntarias y singulares. Estas mujeres con visible protagonismo público, a diferencia de otros varones, han optado por recluir esos/sus recuerdos en ámbitos muy privados, obturando la posibilidad de que éstos circulen y se resignifiquen en otros espacios y por otras escuchas”, dicen las autoras de Las dos Verónicas y los múltiples senderos de la militancia: de las organizaciones revolucionarias de los años 70 al feminismo. La interpelación al silencio de las propias protagonistas sobre su militancia y sobre todo al silenciamiento de la participación de mujeres en la lucha armada sobrevuela este artículo.

Para Andujar, está claro que “esas mujeres que integraron el PRT, Montoneros, FAR, FAL, que estuvieron incluso en instancias fundacionales de esas organizaciones, hicieron una ruptura interesante respecto de ciertos modelos femeninos, de ciertos ideales que circulaban con fuerza en las décadas del ’50, del ’40, en varios lugares. Y una doble ruptura al participar de la lucha armada”. En ese sentido, el artículo de D’Antonio “marca bien de qué manera estas mujeres son vistas por los sectores dominantes y por quiénes encarnan el aparato represivo. Entonces entrañan una peligrosidad que tiene que ver no solamente con que la militancia ya implica una ruptura del ideal doméstico, sino que la militancia armada está implicando una ruptura de algo más”.

Tanto la compiladora como muchas de las autoras han enfocado su trayectoria de trabajo historiográfico a documentar esos años desde una perspectiva que dé cuenta de la complejidad en lugar de simplificar. “Durante mucho tiempo, nuestra sociedad le reclamó al ámbito académico una respuesta más afinada sobre lo que había pasado en los ’60 y los ’70. Y creo que buena parte de la academia dominante se negó a hincarle el diente al período. Al mismo tiempo, hubo también una necesidad de hablar que cada vez se hizo más fuerte. No solamente aparecieron un montón de testimonios porque era un éxito editorial, sino porque había demasiada cantidad de preguntas sin contestar, y demasiada cantidad de preguntas formuladas que buena parte de la academia se negaba a responder”, consideró Andujar.

Así, dispuestas a encontrar los pliegues y especificidades debajo de las generalizaciones, estas mujeres planificaron un trabajo del que Andujar subrayó una y otra vez su carácter de colectivo. En ese sentido, Andujar también plantea que el libro tiene posibilidades de ir un paso adelante. “Si me anclo en la perspectiva de género, este libro se puede enclavar en una tradición, en la cual hemos avanzado colectivamente y gracias a muchas de las mujeres que hace muchos años discuten y piensan historiográficamente y desde otras disciplinas y que tiene que ver justamente con que el libro ya no se piensa en un lugar de denuncia de ocultamiento de la agencia femenina”, indicó la compiladora, quien señaló en cambio que este libro “plantea la posibilidad de empezar no necesariamente a anclarse en esa denuncia, sino en ver justamente qué pasó con estas prácticas, ya sabemos que estaban, que no se habló de ellas, pero ahora estamos en condiciones de hablar, tenemos herramientas teóricas, podemos debatir con la historiografía, estamos más fortalecidas como comunidad militante y académica, podemos empezar ya a dar cuenta de esas prácticas que tuvieron las mujeres”. Y así, se puede desplegar el argumento del “siempre estuvieron” en experiencias concretas y palpables.

En De minifaldas, militancias y revoluciones..., los testimonios son algo más que la “fuente” para interrogar al pasado. Al contrario, Andujar considera que existe una deuda con quienes relatan su participación en aquel período. “No quiero dejarlos solamente en el lugar de la fuente de la historia. Amén de todas las reflexiones académicas que esto produce, estamos en deuda porque esos testimonios nos permiten encontrar una carnadura por la cual reflexionar, algo que además nos conduce al debate de nuestro presente y a cómo interpelamos a nuestro pasado”, expresó la compiladora, quien apuntó a darle dimensión a ese valor, algo que puede verse a la luz de los diferentes juicios contra responsables del terrorismo de Estado que se desarrollan en el país. “Estos testimonios que son sobre el pasado, permiten juzgar a quienes reprimieron. Es decir que tienen un valor jurídico innegable, y aún quiero remarcar que dar el testimonio en este país, habiendo pasado casi tres décadas de la dictadura o más, te cuesta la vida porque, ¿dónde está Jorge Julio López?”, subrayó la historiadora.

Ese jugarse la vida es un denominador común entre el pasado y el presente. Porque en el libro, todos sus artículos apuntan a desmontar cualquier idealización, al analizar relatos, documentos, experiencias, procesos. Pero no olvidan que “fueron seres humanos capaces de poner su vida en riesgo para cambiar la situación de un colectivo, con todo lo que ello implica, y entregaron la vida por esto”. Andujar subraya esa condición, y si bien la matiza respecto de errores, malas interpretaciones o falta de análisis, señala: “Ante todo fueron profundamente humanos, fueron parte de una práctica donde estas mujeres y estos varones estuvieron atravesados por muchas contradicciones que quizás a vos o a mí nos llevarían a otros lugares, hoy nos atraviesan otras urgencias, de alimentar a nuestros hijos hoy, de saber cómo sobrevivimos hoy, vivimos otras urgencias mucho más individuales y solitarias”.

La apuesta a lo colectivo puso en jaque diferentes aspectos de los mandatos de género. En ese punto, la maternidad es –según la visión de Andujar– un “nudo gordiano a ver, que se debe pensar también en relación y también con respecto a la edad. Ciertamente, algunas investigaciones sostienen que la tasa de maternidad de las mujeres que militaban en organizaciones fue hasta más alta que entre las mujeres que no militaban. Por supuesto no es una mirada que se pueda calificar como definitiva”. Las contradicciones que planteaba la maternidad quedan sobre la superficie en el artículo que recupera las cartas de la teniente Inés. Su historia es particular también porque fue una de las pocas mujeres que ocupó cargos de conducción en las organizaciones políticoarmadas, ya que si bien había muchas mujeres guerrilleras no eran tantas las que llegaban a puestos de decisión.

Ese es uno de los puntos que las sobrevivientes señalan. Y como muchas de esas mujeres, una vez en el exilio, se involucraron con el feminismo, es otra de las preguntas que el libro abre. Sobre todo porque la opresión de género no figuraba entre las preocupaciones principales de las militantes de los ’70. “Hay que seguir trabajando, arrojar mucha luz para interpretar y comprender mucho más, pero me parece que hay algunas preguntas muy interesantes que comenzaron a plantearse, que tienen que ver con que efectivamente, para las mujeres que militaban en las organizaciones políticas o políticoarmadas, el movimiento feminista de la llamada segunda ola y sus expresiones en la Argentina que fueron muy pequeñas pero un espacio de militancia muy interesante, eran considerados pequeñoburgueses. Esa contradicción incluso nos aborda y nos sigue generando preocupaciones en la actualidad si pensamos en política y no solamente en historia”, planteó Andujar.

Cuáles de las prácticas de aquellas mujeres durante su militancia anterior las llevaron a militar en el feminismo una vez en el exilio es una de las preguntas que deja flotando Andujar, como una invitación a leer el libro, al que describe como “un enorme esfuerzo colectivo”. Cada vez está más convencida de que la producción de conocimiento es siempre colectiva, expresó: “Lo más lindo de la cocina del libro fue haber transitado con un conjunto de autoras que quiero mencionar, porque la sensibilidad, la capacidad reflexiva y de enorme compromiso realmente ha sido maravilloso. Y la enorme coherencia que tiene el libro puesta en mostrar a estas mujeres actuando, creo que tiene que ver con esa maravilla de cabezas produciendo en colectivo”. Claudia Touris, Laura Rodríguez Agüero, Marina Franco, Isabella Cosse y Rebekah E. Pite completan la lista de las autoras. Y Andujar subraya “una segunda cosa ganancial” en De minifaldas, militancias y revoluciones.... “Está escrito en un lenguaje que no es el académico. Es decir, tiene una profunda seriedad académica pero ciertamente se propuso, y creo que entre todas lo logramos, hablar desde un lugar que fuese comprensible para mucha más gente que el grupito de 20 que nos escuchamos en las jornadas, en las clases, en las aulas, ésa fue una apuesta.”

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