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Viernes, 8 de enero de 2010

RESCATES

DETRAS DE TODO MAL HOMBRE

Germaine Germain, Manouche (1912-1982). Tal vez la más típica entre aquellas divinas mujeres que florecieron en los años 30 al costado de la mafia, de la delincuencia y de la estafa, Manouche, la mujer que sólo se acostaba con bandidos, fue objeto de novelas, escándalos, biografías y, finalmente, el largo silencio.

 Por Aurora Venturini

Promediaban los años 60 y yo me pegaba a París como una lapa a una piedra, allí estaba cuando apareció en un canal de televisión francés una señora obesa, su cabellera teñida de rubio y vestida extravagante, a quien le dirigían preguntas muy atrevidas que ella contestaba ferozmente. Por ejemplo: “Lo que no se consigue con la cara se consigue con el culo”. Habían pescado del fondo del abismo y resucitado a Manouche durante los ensayos de una película que tenían planeado titular “Carbone”. En su rol de empresario, Alain Delon visitó a la viuda de Carbone, Germaine Germain, conocida también como Manouche, para recabar datos sobre el señor Paul Bonaventure Carbone de quien se sabía había sido el rey de la mafia corsa. Estaban haciendo una película sobre esa vida. La idea de que fueran a titular con el apellido de su marido al film que era en realidad el suyo y el de su hijo desaforó a la viuda que gritó, aulló y casi agredió al postulante. Fue Jean Paul Belmondo quien propuso el nombre Borsalino aludiendo al chambergo alucinante de su papá. Alain Delon, ya famoso, obtuvo dólares; Jean Paul Belmondo, prestando genio y figura al mafioso, ganó en ambas cosas. Borsalino afirmó su graciosa bravura en la preciosa testa de Jean Paul. Manouche, una vez más Manouche estaba allí, presente pero en segundo plano.

Ella nació en Vincennes, en 1912, de un matrimonio disímil formado por Adrienne y Auguste; ella católica; el hombre, de fondín. Germaine quería al papá y despreciaba los consejos maternales. La nena se debió a un milagro de la Virgen de Notre-Dame desVictoires teniendo en cuenta que la esposa tenía 45 años. Esta señora resolvió que su hija fuera a un colegio inglés y la envió a Londres donde la adolescente en lugar de estudiar se iniciaba de amores con un lord de Albión llamado John. El noble joven se cansó al tiempo de su pareja y ella regresó, en opinión de Adrienne, deshonrada, por lo cual decidió casarla con el hijo del alcalde de Vincennes. Durante la fiesta, la novia revoleó el diamante engarzado que cayó dentro de la torta de futura boda, gritando “no quiero un pequeño diamante apolillado”. Conoció y eligió a Carbone, traficante de drogas y otras calamidades que lo mostraban ante la honorable soietá como un ser temible trajeado de negro y con su chambergo reclinado sobre el ojo izquierdo. Estaban juntos en un hotel de París cuando la ocupación alemana hizo destruir el Viejo Puerto de Marsella lo que hizo que Carbone perdiera su base de equilibrio. De ahí, la decadencia no tardó en llegar. Son incontables los pasajes aventureros de la pareja, pero sobresale de lejos el embarazo de Manouche que enorgullece al marido porque, esta vez, ella aceptó casarse. Habrá un heredero que el papá no llegará a conocer puesto que ahora ha volado con tren y todo el pasaje, a causa de una bomba. Manouche prosigue su vida parisiense junto a Ives Montand y en el Beaulieu con Edith Piaf la pequeña cantante. Cuentan que luego de la muerte de su padre y de este casamiento fallido, Manouche moría de dolor de muelas. Fue a ver al odontólogo Ben Simoun que nunca le cobró, la invitó al casino de París donde conoció a su par más famosa, la Mistinguette y su séquito de jovenzuelos que la artista prefería a los 60 años, luego de transitar numerosos estadios. Manouche ya se había conectado, sólo de piquito, con la nieta de un almirante francés, con una princesa belga y con algunas señoritas más llegando luego de tanta prueba a la conclusión que no le sentaba el clima de la isla de Lesbos. Pero la amistad con la Mistinguette, hizo a un lado al odontólogo. Su historia fue narrada en una especie de novela biográfica por el diplomático y poco diplomático escritor Roger Peyrefitte que le devolvió parte de su merecida gloria. La independiente mujer de la vida eligió con quién estar, de quién vivir y qué perdices no comer. Cuentan que aquel lord inglés que fuera su pareja inicial le escribía misivas amorosas que ella respondió hasta que él finalmente fue hasta París con libras esterlinas, joyas de la familia y título nobiliario. Desde entonces, almorzaron en el Ritz y cenaron en Maxim’s.

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