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Viernes, 22 de enero de 2010

MúSICA

El quid de la cuestión

Entre las letras bilingües y el pop sensible se pasea Genuine, el disco intimista de Catalina Vin, una cara nueva de la canción con proyectos varios y cuidada instrumentación.

 Por Guadalupe Treibel

Cuando llega enero y Buenos Aires se vacía, el ejército de personas –que supera el asfalto humeante– se alegra: la ciudad es suya. Catalina Vin es de esa troup. Armada con una victoriosa bicicleta amarilla, recorre las calles y piensa en sus canciones. “Voy por dónde quiero”, asegura la cantante y compositora ¿Musicalmente? También. “Si todo cambia, cambia / De dirección cambia”, canturrea en el último track de su reciénsalidodelhorno disco, Genuine. Y, más allá de la redundancia, el volante parece darle la razón. Un pequeño giro para la escena canción.

Es que, haciendo base en las canciones mínimas, la mujercita de pelo corto y buen talante le pone el pecho al preconcepto y compone letras en... inglés. “Comparto el prejuicio. Muchos lo hacen porque es más sencillo o suena más rockero, más canchero. En mi caso, no es así: el inglés es mi lengua materna. Tiene que ver con lo que quiero decir o cómo quiero decirlo. Hacer temas es un momento muy personal y, aunque suene a cliché, la música tiene que trascender el idioma”, explica ella.

Es que, como Catalina deja entrever, la historia personal la asocia al mundo anglosajón. Su mamá –guitarrista clásica de concierto– es de Iowa y, estudiando en Boston en los ’70, conoció a un físico argentino. “Estaban en la cuna del movimiento estudiantil y eran hippies al mango, del estereotipo instruido, de sentarse a hablar de la guerra de Vietnam. No era la figura vacía de la trenza sin cabeza”, cuenta Vin.

Así, sus papás se enamoraron, vivieron en una granja hippie cosechando frutillas y, al tiempo, viajaron juntos a Argentina para instalarse, trabajar y armar una familia de tres hijas: la menor, científica, vive en Suiza; la mayor es bailarina del Colón; la del medio, música... “¡Es una familia interesante! Se hablan como cinco idiomas, todo mezclado, caótico ¡Un lío!”, dice, entre risas.

Ojo, ella también probó suerte en la danza clásica y, desde los tres hasta los 15 años, le puso empeño. Incluso intentó ingresar al Colón, sin suerte. “Es un arte que se hace sacrificando todo o no se hace. Se ve que ese componente no es parte de mi personalidad. Me rebelé y dejé todo, pero el costado artístico seguía en la semilla”, recuerda la biciaficionada. ¿Qué había en la batidora? La misma cantante lo explica: “Mi mamá es el costado sensible; mi papá, el académico. Del revoltijo, salí yo. Soy bilingüe, multicultural, mezcla.”

De ahí que la adolescencia la encontrase con la guitarra colgada. Había aprendido las primeras notas a los 7, pero recién ahora el asunto comenzaba a ponerse serio: “Entré a la escuela de música Musineira, de Marcelo y Alejandro Devries, mis grandes maestros. Fue una revelación personal porque, además de aprender estilos, empecé a respetar la música desde otro lugar. Fue una formación bien completa”, explica Vin.

De la mano de sus profesores y –casi– por casualidad entendió que podía cantar y, sin más, llegó el próximo salto: la (primera) banda, con composiciones propias. “Se llamaba Batik y era un power trío pop, con guitarra, bajo y batería”, nombra ella y reconoce que escuchar la única grabación que hicieron le genera ternura, por la ingenuidad de los comienzos.

Del pop saltó al jazz, porque en 2002 decidió tomarse el buque a la Gran Manzana, su segundo hogar norteamericano. La intentona de establecerse duró un año e incluyó, ni más ni menos, lecciones con el gigante Barry Doyle Harris (pianista de Miles Davis); “una institución”, en palabras de Vin. Claro que la experiencia no fue sencilla: “Llegué sola a Nueva York y enfrentarte a la ciudad es complicado. Fui para encontrarme a mí misma pero si no están bien plantada, te confundís más”, recuerda a la distancia.

De vuelta en Buenos Aires, audicionó para ser el John Lennon de las Beladies, primera banda beatle femenina del mundo. Entró y comenzó a tocar a full. Pero, ojo, que va la aclaración: “Para mí es un laburo; mi proyecto personal es casi antagónico y mi corazón está en Genuine”, aclara. Es que, a decir verdad, la cantante no es fan del concepto “banda tributo”. Con todo, rescata el hecho de tocar y que la gente se divierta. “Que seamos mujeres le da un toque distinto y el público se relaja y engancha más; hay un millón de grupos de pibitos que suenan a imitación berreta”, define categórica.

Desde el vamos, la distancia está bien marcada. No por nada, Catalina usa nombres diferentes para cada proyecto. En las Beladies, se apellida Saraceno (nombre del padre); en plan solista, es Vin (de la madre). Como una heroína que resguarda su verdadera identidad, la muchacha se pasea por la canción con doble primera persona. “El cover tiene un techo; en Genuine está el alma”, define.

Pero antes del que ella llama su “disco debut”, hubo otro, producido por Ezequiel Spinelli: el homónimo “Catalina Vin”. “Eran seis temas, tipo EP, muy electrónicos. Lo hicimos a modo de dúo, con mucha exploración. Pero siento que mi nuevo material es lo que me identifica”, asegura.

¿Y qué es Genuine, su nuevo LP? Pues, un manojo de ocho temas (sólo dos en castellano), donde el pop y la canción se cruzan suavemente, se miran con dulzura, se entregan a la instrumentación cuidada. Introspectivo y melancólico, el disco parece reflejar la percepción que Vin tiene sobre sí misma: “Soy una persona que se hace muchas preguntas todo el tiempo y si no escribiera canciones, me volvería loca. Es lo más puro que hago en la vida. Cuando me relaciono con las personas, quizá pongo filtros. En la música no”, explica Catalina. Y algunas preguntas van por la reafirmación personal, como “Wings”, donde la artista pide (en inglés): “¿Cuándo vas a dejar / de referirte a mí como si fuera vos?”. El pedido es claro: A no proyectar, por favor.

Para trabajar las canciones, la compositora armó un dream team que la acompaña en el vivo, ayuda en los arreglos, colabora en la canción. ¿Los nombres? En guitarra eléctrica, Leo Fernández (Duke Jazz Trío); en bajo y teclados, Gabriel Domenicucci (Coiffeur y Superlasciva); en batería, Leonardo Alvarez (discípulo de Daniel “Pipi” Piazzolla, timbalista de Dancing Mood y baterista de varias obras de teatro); en violoncelo, Astrid Motura. ¿En la producción? El ex Jaime Sin Tierra, Juan Stewart. “Merecen una mención especial porque les dieron vuelo a las canciones, aportaron mucho. Es que, en sí, los temas salen rápido pero –después– los macero mucho en la cabeza, mientras ando en bicicleta, en colectivo... Es todo muy mental”, cuenta Vin sobre el proceso creativo.

Si algo es notorio de la cabeza al disco, es el protagonismo del piano en las canciones. En palabras de la compositora: “Me autoenseñé a tocar para explorar el sonido e incluirlo en los temas. Para mí, diferencia. No por nada, una de mis referentes es Fiona Apple, que toca el piano como los dioses”. ¿Otras musas inspiradoras? Vin da listita propia. Nina Simone, Ella Fitzgerald, Joni Mitchell, Janis Joplin, entre otras mujeres.

¿Pero qué es del piano sin las manos? Como la palabra no dicha, la mano que no toca, muere para Vin. En “Hands”, track tres, explora –otra vez en inglés– la metáfora del miembro: “Fui al funeral de mis manos / ¿Por qué no lloraste?”. “Es la falta de tacto, el contacto con el mundo, con el instrumento. La mano es mi cable a tierra; y si se muere es porque nadie la nota”, explica la chica que estudió tres años Historia en la Universidad de Buenos Aires y sueña con una gira por Europa.

“También soy traductora e intérprete, trabajo que me financia la música. Porque la música es mi plan A. Y siempre quiero estar tocando y tocando. La gente te tiene que ver. Es la única forma de darse a conocer”, revela la chica indie entre sonrisas amplias. Y después toma la bicicleta amarilla y ¡adiós!

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Imagen: Lula Bauer
 
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