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Viernes, 29 de enero de 2010

LA DECISION DE FRANCES

Debates En un fallo que parece querer ser aleccionador en cuanto al debate sobre la muerte digna o la eutanasia, una mujer que inyectó con heroína a su hijo que ya llevaba casi dos años en estado vegetativo fue condenada a cadena perpetua. “¡Vergüenza!”, gritó el público que esperaba el final del juicio acusando a su vez a los magistrados. Para Frances, sin embargo, la condena y la cárcel eran posibilidades que tenía en cuenta. Un precio bajo que estaba dispuesta a pagar para liberar a su hijo de ser sólo un puñado de órganos funcionando artificialmente. La decisión y la suerte de esta mujer dejan preguntas abiertas sobre la vida y la muerte que no se clausuran con una condena.

 Por Sonia Tessa

Frances Inglis se llama la mujer que pasará, al menos, los próximos nueve años en una cárcel de Inglaterra. Para los medios de comunicación de todo el mundo, es “la madre que inyectó a su hijo una dosis letal de heroína”. Thomas se llamaba el hijo y estaba en estado vegetativo desde julio de 2007. Desde entonces, Frances investigó sobre el cuadro clínico y se estaba formando como enfermera. Pero consideraba que la situación era irreversible, pese a los pronósticos alentadores de los médicos, en los que no creía. Logró “liberarlo del infierno en vida que suponía el estado vegetativo” –como ella misma lo describió– en el segundo intento, el primero había sido pocos días después del accidente. Entonces, los médicos, siempre atentos a mantener las funciones mecánicas del cuerpo, lograron revivir al joven. Pero Frances insistió en noviembre de 2008, y esta vez sí el chico dejó de respirar. “Lo hice con amor en mi corazón, por Tom”, argumentó ante el jurado. La dramática historia de esta inglesa de 57 años, condenada a prisión perpetua, habilita toneladas de preguntas. ¿Es posible soportar el padecimiento de un ser tan amado como un hijo? ¿Es ese hijo tan amado aquel cuerpo que está en estado vegetativo? ¿Cuál es el sentido de sostener la vida como un acto mecánico? ¿Se puede apelar al libre albedrío de alguien que está sin conciencia? ¿Cuál es la definición de compasión?

Thomas tenía 20 años cuando se tiró de una ambulancia. Lo llevaban desde el pub donde había participado de una pelea hasta el hospital con una herida en el labio, pero él no quería ir. Al caer, se golpeó la cabeza. Desde entonces, estuvo en estado vegetativo. A los pocos días del accidente, su madre ingresó por primera vez al centro médico, con una identidad falsa, y le puso una inyección, pero los médicos lograron revivirlo. Frances fue procesada por intento de homicidio, pasó 14 meses en la cárcel y quedó en libertad condicional. Más de un año después, la mujer volvió a ingresar al hospital –donde tenía la entrada prohibida– y le inyectó heroína a su hijo, que esta vez sí dejó de respirar.

Frances fue clara en sus argumentos frente al jurado. Dijo que había actuado únicamente por compasión y relató: “Lo sostuve en mis brazos, le dije que lo quería, tomé una jeringa y le inyecté en los muslos y el brazo. Le dije que todo iría bien”. Había muy poco espacio para el bien que prometió a su hijo y menos aún para ella, pero le resultaba imposible tolerar que su hijo fuera tratado de esa manera. Consideraba que en la clínica lo estaban torturando, y avizoraba una sola solución. Sobre todo después de saber que el camino alternativo que le proponían para que su hijo no siguiera convertido en un puñado de órganos que funcionaban a fuerza de un respirador mecánico era un largo camino judicial para que la autorizaran a quitarle el agua y la comida que se administraba por vía intravenosa. Morir de hambre y sed no se le aparecía a esta madre como una muerte digna, ¿por qué agregar una última tortura a ese hijo que ya no estaba ahí? ¿Por qué no darle una última caricia como la que le dio, una muerte rápida y sin dolor?

“La definición de asesinato es quitar la vida a alguien con malicia en el corazón. Entonces, no lo veo como un homicidio. Sabía que lo que estaba haciendo era contra la ley”, dijo también Frances.

La prensa británica publicó que “los miembros del jurado la consideraron culpable por una mayoría de diez frente a dos” y que “el juez, Brian Barker, dijo que, con independencia de cuál hubiera sido su intención, se trataba de un asesinato”. El mismo magistrado consideró el caso como “sumamente infrecuente y muy triste” y, pese a la sentencia, describió a Frances como “una madre devota” –tiene otros dos hijos– y “muy estimada” por su trabajo comunitario.

Más allá de las palabras del juez, el veredicto suscitó gritos de “vergüenza” de la galería ocupada por el público en el tribunal londinense y la familia pidió la revisión del caso.

Asesinato es una palabra demasiado dura, sin matices, para describir el acto desesperado de una mujer que se condenó a sí misma en el intento de liberar a su hijo de lo que consideraba una tortura. Y no fue un acto a contramano de los sentimientos de toda la familia. El hijo mayor de Frances, Alex, de 26 años, defendió a su madre alegando que “había actuado sólo por amor hacia su hermano” y le dijo al jurado: “Toda la familia y la novia de Tom apoyamos totalmente a mi madre. Todos los que amaban a Tom y se sentían cerca de él no consideran que lo que ha hecho es un asesinato, sino un valiente acto de amor”.

¿Por qué es inconcebible que el amor de una madre signifique provocar el fin de una vida de dolor? Una vez más, se ponen en juego conceptos como encarnizamiento terapéutico o eutanasia. Aunque desde la Justicia hayan negado que se tratara de eutanasia. Y sin embargo, eso fue lo que investigó Frances de manera infatigable durante el tiempo en que su hijo estuvo postrado en el hospital. Desde la bioética se plantea la cuestión de la voluntad delegada. “No puede hablarse de eutanasia porque no hubo un pedido del paciente”, argumentó Carlos Gherardi, experto en Bioética. Pero Tom no pudo pedirlo, porque estaba en estado vegetativo. Y a sus 20 años, jamás hubiera imaginado que sus seres queridos iban a encontrarse en semejante dilema, de modo que tampoco dejó un acta notarial con instrucciones.

Para Armando Schmukler, presidente del Colegio Médico de Rosario, del que integró durante años la comisión de Bioética, el caso se acerca “a una muerte asistida intencional con un producto que la provoca”. Si bien indicó: “El concepto que nosotros respetamos y queremos difundir es el de muerte digna en el sentido de no extender artificiosamente el final de la vida”, también consideró que “encuadrar a la madre como homicida sin atender a los atenuantes de la situación del hijo no tiene sentido. Una situación como ésta debe permitir un espacio de reflexión en el sentido de la vida y la muerte, sobre todo el final de la vida, que es justamente la muerte”.

Además, recordó que “si se trata de un estado vegetativo persistente, durante dos años, generalmente hay deterioro de la piel, de la nutrición, infecciones recurrentes, y eso provoca gran sufrimiento a las personas que están cerca del paciente”. La compasión consiste en no soportar el dolor ajeno y hacer algo para paliarlo.

Frances consideraba que su hijo había muerto por dentro el día del accidente, y por eso quería liberarlo de ser sólo un cuerpo. Ahora, pasará al menos nueve años detenida. Ella sabía que era una posibilidad, y –por lo que le dijo al jurado– le dolía muchísimo menos que ver a su hijo yacer inerme en la cama de un hospital.

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