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Viernes, 5 de febrero de 2010

RESISTENCIAS

Rueda de comadres

En el norte argentino el Carnaval empieza después de que las mujeres han puesto a cantar sus cajas marcando el son de las coplas. Costumbre ancestral que todavía se resiste a la colonización.

 Por Juana Celiz

En el NOA el Carnaval no empieza cuando se desentierra el Pujillay sino cuando las mujeres dan el primer golpe. Hacen temblar su tambor. Mujeres copleras, comadres, pachamamas. Hacen, de esta forma, empezar la fiesta.

La costumbre es más vieja que el ritual que impuso la conquista española. Viene de los pueblos originarios, y hace que Carnaval andino, esa comparsa pagana que convoca, además de tanto turismo, a (hombres disfrazados de) diablos, policías y curas borrachines y mucha chicha, serpentina, coca, bica y vino en damajuana, también tenga su previa.

“En la provincia de Jujuy todos los años, 15 días antes del sábado de Carnaval se realiza el jueves de compadre, primero, y el jueves de comadre, después —explican desde el área de cultura de la Casa de Jujuy en Buenos Aires—. El primero está dedicado a los hombres, se reúnen y empiezan con las primeras coplas, desde el mediodía dan rienda suelta a su alegría. El jueves de comadre es un día dedicado a las mujeres: se las homenajea y se reúnen en distintos lugares como la plaza, el mercado. Se desean un buen Carnaval, se invitan bebidas, comidas. Y lo más importante son las coplas que comparten, toda la tarde se canta, las ruedas se arman y desarman, la alegría es tan fuerte que se descansa el viernes y el Carnaval comienza.”

En los valles, como los de la Quebrada de Humahuaca, y en localidades jujeñas como Guerrero y Yala, el “topamiento” de comadres dicen que se mantiene intacto prácticamente. Y es muy emocionante verlo. Porque las mujeres bajan del cerro —muchas llevaban justo un año sin volver a verse—, y una vez que pisan el mismo suelo, arrancan. Copla va, copla viene. Y así se arma la “rueda”.

“La copla sirve para exorcizar, muchas de ellas que cantan son casadas. Es como un disfraz, un traje, que una puede ponerse y ayuda a expresar lo que se siente...”, explicó la periodista Lorena García, una porteña inquieta instalada en Tilcara, cuando estrenó su mediometraje Esta cajita que toco tiene boca y sabe hablar.

El jueves de comadre es el día que las madres, madrinas, amigas, vecinas renuevan los votos de su cofradía, prueban cuán fuerte está la red, agradecen el cariño. Se bendicen. Se dan abrazos de brazos cerrados.

“Las comadres se entalcan y enfloran, se chayan los mojones, se coplea. Es, para los quebraderos, el inicio mismo de las fiestas de agradecimiento por las cosechas. Si el Sol es protagonista del jueves de compadres, la Tierra lo es el del día de las comadres. Ambos, juntos, son necesarios para las fiestas sin lunas de los carnavales donde se agradecen las cosechas obtenidas.”

“Es un encuentro de mujeres, nada más”, cuenta Noemí desde San Salvador de Jujuy. Nada menos. Allí, entre edificios y televisores clavados en TN el ritual no se desvanece.

Tiene protocolo propio: la madre espera a su comadre con una ofrenda, un regalo hecho a mano. “Le entrega un pancito cocinado al que le llaman ‘torta de comadre’ —continúa Noemí—. En el norte lo adornamos, es algo así como un bollo. Y le ponemos al pancito, ahí encima, chupetines, caramelos, quesillos y la tradicional serpentina, que es lo que le da el color. Cuando llega la comadre, se le embadurna la cara con talco y se la adorna con serpentina, siempre después de pedir permiso, con respeto: es la segunda madre de tu hijo.”

Señora comadre,
ay, vidalitá,
la vengo a llevar;
llegando a mi casa
la voy a coronar

Noemí respiró talco y papel picado cada febrero desde chica. Entonces, su mamá y sus comadres se juntaban para cocinar; las mujeres no tomaban alcohol ni podían salir de casa si no salían con el hombre. Con sus maridos. El encuentro era familiar, tranquilo. “Pero viste ha pasado el tiempo y han cambiado las cosas. Ahora se juntan, así, en casas de familias y muchas personas. Después todos salen, van a bailar y el jueves de comadre es una de las fiestas más importantes del año.” Salen a bailar folklore tocado con bandoneón y sikuris. Es más, en Buenos Aires y en todos los lugares donde existe una peña jujeña, la excusa se repite.

Todavía la casa se adorna así: en un florero se encuentran un clavel y unas hojitas de albahaca. “Nardo con albahaca huele más rico”, sopla Noemí.

Esta costumbre data de los tiempos prehispánicos. Cinco siglos y más. Por lo tanto, cuando se habla de madrinas y padrinos no se habla de agua bendita ni sotanas ni de Eva hundiendo con su manzana a la cristiana humanidad.

Yo te bautizo
con agua de granizo;
si no sos mestizo
has de ser castizo

Es, también, una cuestión del corazón. Una cuestión de vida y muerte. “Cuando alguien querido muere en la familia, durante los 3 años siguientes se le hacen ofrendas. Se le hace mucho pan y muchas parejitas de pan, pancitos con formas. Y el dueño de la casa decide: si por ejemplo quiere hacer casamiento o bautismo”, explica Noemí. Y así eligen “cumpas” y “cumas”.

En esa mesa de ofrenda, esos pancitos con formas llamados “los turcos”, son el lujo del banquete. Son el alma de la ceremonia del “compadrazgo”: se entregan los pancitos con formas de bebés, se procede a un bautismo a su manera. No falta un paisano vestido como un cura que tartamudea un falso latín.

Luego alguien grita: “¡Vivan las comadres!”, y queda el pacto hecho para encontrarse, nuevamente y para siempre, dos días antes de que empiece el Carnaval. Y de las manos curtidas llueve papel picado.

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Imagen: Julio Pantoja
 
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