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Viernes, 26 de febrero de 2010

PANTALLA PLANA

La fuerza del cariño

El mundo de Dexter, el donoso asesino serial de asesinos, se está desbaratando en la cuarta temporada de la cautivadora serie, pero no porque falle en su trabajo diurno, tampoco en las cacerías nocturnas: su bebé Harrison es quien lo tiene a mal traer.

 Por Moira Soto

La progresiva humanización del ángel exterminador Dexter, ¿puede considerarse una traición a sus fans de la primera hora, cuando el protagonista de la serie era una impasible y eficaz máquina de matar malvados que burlaban la justicia? Paradojas que provoca esta hipnótica serie sobre un policía forense, experto en detectar la proyección de la sangre en la escena del crimen, que de día es un profesional intachable y de noche –cuando recibe el llamado de la otra sangre, la de los victimarios que andan sueltos– sale de cacería, reduce a sus condenados, los hace confesar sus pecados antes de matarlos, desangrarlos, trocearlos y ocultar el resultado de sus operaciones (cuesta llamarlas carnicerías por la precisión de cirujano con se desempeña, y la puesta en escena ritual que monta).

Si Dexter se hizo querer, o al menos despertó mucha empatía en las dos primeras temporadas, fue porque, con sinceridad, con humor indirecto, se presentó –mediante su voz en offf– como una especie de aparato exento de emociones, desde niño con esa indomable pulsión de matar seres vivos que su padre –el ya finado policía Harry– había orientado hacia la eliminación de bellacos de lo peor en situación de libertad. Otros motivos para aficionarse a Harry, además del encanto y la inteligencia con que Michael C. Hall lo viene interpretando, tenían que ver con su traumático pasado de hijo adoptado. Y con esa manera de tomarse las redadas nocturnas como una un sacerdocio. Dexter, alguien en cuyo árbol genealógico pueden hallarse vestigios de Hannibal Lecter y de Patrick Bateman (el de American Psycho), asimismo del Travis Bickle de Taxi Driver (y su manía moralista de andar limpiando las calles de pornografía), también se encuadra dentro de la temática del doble, que tiene su paradigma literario en el doctor Jekyll y el señor Hyde. Con la diferencia de que, mientras en la obra de Robert Louis Stevenson, H es el alter ego del buen doctor J, en Dexter el verdadero yo es ese exterminador en las sombras, en tanto que su doble diurno es una construcción meditada, una imitación de normalidad para poder sobrevivir, tener un trabajo, no despertar sospechas.... Desde el comienzo de la serie, basada sobre las novelas de Jeff Lindsay, sabemos que si Dexter podía sentir algo parecido al afecto, esto le sucedía con su hermana Deb, también policía (actualmente ascendida a detective), a la que no la atan lazos de sangre, ya que ella es hija biológica de Harry.

Ese universo escindido de Dexter se mantuvo estable, aunque no sin sobresaltos, hasta que apareció en pantalla la rubita sufrida Rita, dos hijos, casada con un despreciable golpeador al que Dexter –naturalmente– se ve compelido a suprimir. Más que la relación de pareja que entabla con Rita –una chica menos frágil y más determinada de lo que aparenta– lo que incide en el proceso de humanización de Dexter es la presencia de los chicos. Acaso porque su temprana infancia estuvo marcada por experiencias atroces, Dexter reacciona como una leona cuando advierte que están en peligro los cachorros de Rita, la dulce por fuera que lo va envolviendo hasta vestirlo de novio y casarse con él.

Así es que las vidas paralelas de Dexter se han disociado todavía más en la actual (4ª) temporada que empezó este mes por Cityvive: consustanciado con su simulacro, sin dejar de matar cada tanto y de atender su empleo, se fue convirtiendo en esposo, amo de casa, padre adoptivo, en la edición pasada que concluyó con Rita embarazada, es decir, llevando adelante sus propios planes ante el desconcierto irónico de su marido. Pues bien, el bebé ya nació, se parece a una antigua publicidad de Quacker y le cuesta mucho dormirse. La máquina Dexter empieza a fallar, comete errores en su trabajo, tiene un accidente de coche, no recuerda bien qué hizo con su último cadáver.

Aparte de los villanos de cuarta que Dexter sabe que debe borrar para siempre, está irrumpiendo ahora un asesino serial. Uno de esos depravados diabólicos con los que Dexter tiene algo muy personal por el desafío que representan. Su nuevo antagonista es Trinity, cruel y minucioso killer que desde hace 30 años mata a sus víctimas de a tres por vez, alucinantemente actuado por John Lithgow. Ya perpetró su primer crimen en una estremecedora escena ensangrentada que evoca al mejor Dario Argento. Y para colaborar por su cuenta en esta investigación ha llegado el señorial John Lundy (Keith Carradine, irresistible) del FBI, ahora retirado, ex amor de Deb, quien tambalea al verlo de nuevo. Al igual que el anteriormente aniquilado (ya saben por quién) sargento Doakes, Lundy causa intranquilidad en Dexter porque es alguien que puede descubrir su historial de justiciero por mano propia, si es que no hace la vista gorda. Estresado al extremo, exigido en todo sentido por Rita, teniendo –en plena faena nocturna– que cantarle a su bebé (nada menos que God Bless America) por teléfono para que se duerma, Dexter sigue sumando frentes de lucha. Ninguno tan poderoso como Harrison, el chiquito insomne que le roba el sueño, las energías, la claridad mental. Ni el crimen ni el trabajo extenúan tanto como el ejercicio de la paternidad.

Dexter, los miércoles a las 20 y viernes a las 0.05 por Cityvibe.

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