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Viernes, 26 de marzo de 2010

Mapa de las mujeres en la Argentina

 Por Luciana Peker

En la Argentina, las estudiantes universitarias, que llegan a recibirse, superan ampliamente a los varones que se forman como profesionales. Sin embargo, a pesar de la mayor capacitación, la desigualdad salarial es una injusticia que está borrada de la agenda política y afecta a los bolsillos femeninos: las mujeres ganan alrededor de un 20 por ciento menos que los varones. Pero el problema es más difícil de solucionar porque hay poquísimas sindicalistas para defender las condiciones de empleo de las trabajadoras. Todo esto, a pesar de que ya tres de cada diez familias dependen de una jefa de hogar. Mientras que la gran deuda de la salud pública es que la mortalidad materna prácticamente no baja desde hace 15 años y la principal causa es el aborto. Las estadísticas enlazadas en esta nota a partir de distintas investigaciones reflejan un país con grandes progresos, contradicciones, deudas pendientes, disparidades sociales e inequidades regionales.

Una radiografía de las mujeres argentinas que avanzaron en su capacitación, la mantención del hogar y el acceso al poder, pero todavía sufren discriminación laboral y económica –un problema absolutamente invisibilizado– y otras agujeros en las políticas públicas incongruentes con el nivel de desarrollo del país –como el embarazo adolescente o las muertes por aborto- que no logran revertirse a pesar de los reclamos y los compromisos internacionales. Un informe para saber quiénes somos, cómo estamos y todo lo que nos falta para que la igualdad sea una palabra que nos beneficie a todas.

LA MITAD MAS UNA

  • Mayoría: el 53 por ciento de la población está formada por mujeres y el 47 por ciento por hombres, aunque no en todos los lugares la distribución de sexos es igual. En el Noreste (NEA) las pobladoras llegan al 54 por ciento y los habitantes bajan al 46 por ciento. Pero en la Patagonia se presenta una paridad de género: hay un 49 por ciento de hombres y un 51 por ciento de mujeres.

  • Sí hay hombres: sin embargo, la idea de “ya no hay hombres” con la que se pretende asustar o aumentar esa fantasía de que las mujeres están en desventaja para conseguir pareja porque somos minoría –y eso repercute en la autoestima, aceptar relaciones no convenientes o parejas infelices– no es cierta. La diferencia entre varones y mujeres tiene que ver con la expectativa de vida y se siente más durante la tercera edad que en la juventud o la adultez, donde es el momento –no excluyente– pero en el que la mayoría de las chicas buscan, encuentran o se topan (y cambian) de novio. Tanto que entre los 18 y los 44 años hay más varones que mujeres en la población. A tal punto que desde la mayoría de edad hasta los 24 años las jóvenes representan el 15 por ciento de la población y los varones el 18 por ciento. Por algo sigue en vigencia la idea de “Damas Gratis”.

  • La diferencia está en la expectativa de vida: entre los 45 y 54 años el porcentaje de personas que entran al toilette de ladies o gentleman es todavía igualitario. Y recién a partir de los 55 años –donde las condiciones de salud empiezan a influir en la mayor expectativa de vida de las adultas mayores– la cantidad de mujeres aumenta en seis puntos con respecto al de los caballeros que peinan canas o ya tienen calva. Además, en muchos casos, las mujeres no necesariamente buscan hombres para formar una familia ni los hombres mujeres. Ya no todo es estadística, sino elecciones.

ELLOS NO SON FOBICOS

  • Ellos van más al altar: el 62 por ciento de los hombres está casado, en primeras o segundas nupcias. Esto significa que, a pesar de las propagandas que identifican a los varones como reacios al casamiento, a firmar la libreta o a cortar la torta, ellos buscan más las alianzas que ellas. Ya que el 54 por ciento de las mujeres está unida a un hombre legalmente (por un rato, al menos) y en cambio ellos permanecen o reinciden (mucho más que ellas) en el “sí, quiero”.

  • ¿Fobia al compromiso? Ese es el mito que une a los varones con la idea de que saltan de cama en cama. En cambio, la realidad indica que sólo el 7 por ciento de ellos vive separado o divorciado. Mientras que el 20 por ciento de las mujeres está sola, suelta o separada porque no se casó o porque, después de terminar con un matrimonio, no volvió a formar una pareja estable o con papeles.

SER ELLA NO ES LO MISMO QUE SER EL

  • Ser madre antes de ser otra cosa: de cada 1000 adolescentes, 64 ya tuvieron un hijo. “El nivel actual de fecundidad adolescente es de 64,0 por mil, una tasa que si bien está por debajo del promedio en América latina y el Caribe (72,2) por mil presenta muchas disparidades al interior de las provincias. Las tasas más bajas se encuentran en la Ciudad de Buenos Aires –que con un nivel de 34,0 por mil se distancia de todas las demás jurisdicciones– mientras que en el otro extremo Chaco, Formosa, Misiones, Santa Cruz y Santiago del Estero presentan tasas superiores al 80 por mil, esto es, por encima del promedio regional”, subraya el Fondo de Población de Naciones Unidas en la Argentina (Unfpa). Por lo que una adolescente porteña tiene un proyecto de vida similar al del primer mundo y una chaqueña al de una guatemalteca o salvadoreña. La disparidad regional se refleja en que esos países tienen un menor desarrollo humano que la Argentina. El problema no es –sólo– el embarazo adolescente sino la inequidad regional y la falta de ayuda estatal a las madres jóvenes para poder desarrollar otros proyectos de vida además de la maternidad.

  • Niñas sin muñecas: el 3 por ciento de los nacimientos en Argentina corresponde a madres menores de 15 años. Pero la desigualdad según la zona del mapa argentino quiebra los porcentajes y la vida de las niñas de las zonas más pobres. La misma cifra asciende –no asciende, se roba la infancia– al 4,2 por ciento en Santiago del Estero, al 4,7 por ciento en Formosa y al 5,5 por ciento en Chaco.

  • Cuidarse y quererse: “El 98 por ciento de las mujeres argentinas iniciadas sexualmente usaron alguna vez métodos anticonceptivos”, dice el informe “Situación de la Población en la Argentina”, de la Unfpa. A pesar de este alto nivel de conocimiento –que habla de un país con rasgos de progresos importantes en salud sexual– , sin embargo, apenas cuatro de cada diez exige el uso de preservativo en sus relaciones sexuales.

  • Morir por ser mujer: la gran deuda en salud en la Argentina es la alta tasa de mortalidad materna, en la que el 29 por ciento de las muertes se debe a no poder recurrir a un hospital público para interrumpir un embarazo no buscado. Un acto muy habitual ya que existen alrededor de 522.000 abortos clandestinos por año. En este sentido, el organismo de Naciones Unidas critica la falta de progreso en evitar los fallecimientos por interrupciones del embarazo: “Las complicaciones de aborto como primera causa de muerte materna han permanecido casi constantemente en los últimos 15 años y son relativamente elevadas en relación con los servicios sanitarios disponibles en el país”. La muestra más clara de la ineficiencia en la atención de esta problemática es que en toda Latinoamerica y el Caribe sólo Trinidad Tobago y Jamaica comparten con la Argentina la penosa estadística de que el aborto represente la primera causa de la mortalidad materna.

ESTUDIOSAS HASTA EL FINAL

  • Las mujeres están más capacitadas: la brecha entre varones y mujeres universitarios no sólo se equiparó sino que creció en los últimos años. La diferencia es notoria: el 18 por ciento de las mujeres tienen estudios universitarios completos y sólo el 13 por ciento de los varones alcanza el mismo grado de formación.

  • Las niñas pobres sí son más vulnerables: entre las poblaciones con menos acceso a los derechos básicos, sin embargo, pierden más las niñas, que se quedan cuidando a sus hermanos o realizando las tareas del hogar en vez de ir a la escuela. Entre las personas sin instrucción, el 9 por ciento son mujeres y el 8 por ciento hombres. En la primaria, la desventaja femenina continúa. Entre las personas que completaron la primaria el 38 por ciento son alumnas y el 41 por ciento alumnos. En la secundaria esta diferencia disminuye un poco pero sigue vigente: el 36 por ciento de las chicas terminan el nivel medio y el 37 por ciento de los adolescentes –que concurren a clase– reciben su diploma.

MAS TRABAJADORAS, PERO TODAVIA SIN IGUALDAD

  • Okupas: siete de cada diez hombres tiene trabajo. En cambio, menos de cinco de cada diez mujeres está empleada. Algunas de las catalogadas como “inactivas” (por el sistema de encuestas) son amas de casa por elección y otras no pueden trabajar por falta de redes estatales, familiares y sociales que les den posibilidades de que sus hijos estén cuidados. “La condición de inactividad presenta grandes diferencias de género. Entre las mujeres inactivas la mayoría son amas de casa, mientras que entre los hombres la mayoría es jubilado”, resalta la investigación “Rosa es distinto que celeste”, de la consultora de Gustavo Quiroga “epm”. Esto significa que los hombres tildados de inactivos (que no es lo mismo a desocupados que son los que buscan empleo) lo son cuando ya llegan a grandes e igualmente reciben el ingreso de su jubilación. En cambio, muchas mujeres son llamadas “inactivas” a pesara de realizar tareas domésticas y de crianza de sus hijos y no perciben ninguna retribución por esa tarea.

  • ¿Trabajas o estudias? A pesar de que las mujeres llegan a recibirse de profesionales más que los varones, el 24 por ciento de los hombres tildados de “inactivos” son jóvenes que no necesitan o deciden no trabajar para poder estudiar (son, en su mayoría, mantenidos por sus familias) mientras que las universitarias que pueden dedicarse exclusivamente al estudio representan sólo all 13 por ciento de las mujeres sin empleo.

  • Sin patronas: hay una gran diferencia, también, en los empleos y potencialidades y cargos de mujeres y varones. Por ejemplo, sólo el 19 por ciento de las mujeres son patronas o cuentapropistas y el 26 por ciento de los varones se manda a sí mismo y a sus empleados/as. Muy pocas mujeres son patronas, pero casi todas tienen patrones. Los costos no son gratuitos. “La sobrerrepresentación femenina en oficios precarios produce bajos ingresos, inestabilidad, falta de cobertura social y pobres condiciones y medio ambiente laboral”, advierte la Coordinación de Equidad de Género e Igualdad de Oportunidades en el Trabajo.

  • Oficios femeninos: ya las mujeres no pueden ser sólo maestras o tocar el piano y coser. Sin embargo, los estigmas de género siguen generando influencias: el 77,8 por ciento de las docentes son mujeres, el 70 por ciento de las integrantes de los servicios sociales y de salud (con el mandato de ayudar al prójimo) son trabajadoras sociales, enfermeras o médicas y apenas el 2,9 por ciento de los/las obreros/as tienen casco y son señoras o señoritas dedicadas a la construcción, a pesar de experiencias sindicales y de las Madres de Plaza de Mayo, que demostraron cómo las mujeres pueden colocar ladrillos correctamente y con un gran empoderamiento para ellas, su autoestima y su vida cotidiana.

  • Sin amos de casa: la tarea de quedarse full life en la casa, o ir a buscar a la puerta de la escuela a los hijos e hijas, coser los agujeros de las medias o preparar unos fideos para la cena sigue estando en manos de mujeres. Entre las mujeres que no trabajan, el 44 por ciento son amas de casa (lo que quiere decir que, en realidad, trabajan muchísimo pero en una tarea no reconocida socialmente), mientras que sólo el 7 por ciento de los varones sin empleo se dedican a mirar los cuadernos, ir a reuniones de padres/madres, sacar las telas de araña y limpiar el fondo de la heladera.

  • Dime cuántos hijos/as tienes y te diré cuánto puedes trabajar: no es cierto que donde comen dos coman tres, ni que es lo mismo criar un hijo que tres o cuatro. En la medida que las madres se tienen que hacer cargo de más hijos –que tendría que ser una elección libre y que no condicionara sus potencialidades si fueran debidamente apoyadas por el Estado y las condiciones sociales y familiares– son menores sus posibilidades de tener un trabajo. Seis de cada diez mujeres que crían un solo hijo trabajan. Pero ya cuando las madres tienen sus dos manos ocupadas por dos chicos/as las puertas abiertas se comienzan a cerrar. El 44,7 por ciento de las que cargan (a upa y todo lo demás) con dos niños o niñas se mantiene en el sistema laboral. Mientras que apenas tres de cada diez valientes a las que ya no les alcanzan las manos –con tres niños/as o más– se encuentran laboralmente activas. Esto quiere decir que entre las mujeres que tienen un hijo y las que tienen tres o más, las posibilidades de trabajar disminuyen a la mitad, según el informe “Políticas de equidad de género, talleres de negociación colectiva”, de la Coordinación de Equidad de Género e Igualdad de Oportunidades en el Trabajo, que incluye datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), del tercer trimestre del 2008. Si existiera un sistema con jardines maternales, redes de mujeres, subvenciones por hijos, etc, las mujeres no tendrían que ser rehenes de su maternidad sino poder realizarse en más de un plano de su vida.

  • Menos derechos: un gran agujero en el empleo femenino es que dos de cada diez trabajadoras es empleada doméstica. O sea que el 20 por ciento de las mujeres trabaja –cuidando los hijos o la casa– de las otras mujeres para que ellas puedan trabajar. Y, por otro lado, cuentan con sueldos precarios, no suelen estar en blanco y ni siquiera tienen licencia por maternidad, como el resto de las trabajadoras. Por eso, hay un proyecto para igualar las condiciones laborales de las empleadas domésticas al del resto de los y las asalariados/as. Mientras que, según datos del Ministerio de Trabajo, las mujeres están sobrerrepresentadas al máximo en este oficio, ya que el 97,8 por ciento de las personas que se ocupan de las tareas domésticas en otras casas o negocios son mujeres. El mayordomo Alfred sólo existe para cuidar a “Batman”, pero en la realidad, los hombres vuelan de los cuidados hogareños.

LA DESIGUALDAD SALARIAL ROMPE LOS BOLSILLOS

Bolsillos sin fondo: la brecha salarial entre varones y mujeres (la diferencia salarial por condición de género) es en promedio de 24,6 por ciento en la Argentina, pero llega al 26 por ciento en el sector servicios y al 33,1 por ciento, por ejemplo, en la intermediación financiera, según datos del Observatorio de Empleo y Dinámica Empresarial del Ministerio de Trabajo, del 2008. Entre otras cosas, porque los jefes les preguntan: “¿A vos no te mantiene tu marido?”, les critican que ellas faltan cuando sus hijos las enferman, subestiman sus ideas o les traban sus ascensos.

Injusticia salarial: “A igual calificación los hombres ganan más que las mujeres, cualquiera sea el estadístico que se utilice para medirlo. Por ejemplo, el sueldo promedio de un hombre cuya actividad es calificada como profesional es de $4064 mensuales, mientras que para las mujeres este valor desciende a $3409, es decir, un 16 por ciento menos. En el caso de personas que realizan actividades no calificadas el sueldo promedio de las mujeres es un 24 por ciento menor que el de los hombres”, sostiene el informe de la consultora “epm”, de Gustavo Quiroga, en base a datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), del segundo trimestre del 2009.

Jefas, pero de familia: Tres de cada diez mujeres está al frente de su casa: en el 35 por ciento de hogares las esposas, solteras o separadas son jefas de hogar. Ellas tienen la responsabilidad de estar al frente de los gastos, pero no ganan como necesitan –ni como sus pares varones– para que ese frente no les pese tanto como sucede en la actualidad.

El techo masculino rompe el cristal: “Los hombres no sólo tienen el sueldo promedio más alto que las mujeres (cualquiera sea la clasificación laboral) sino que, además, en todos los casos para ellos el techo salarial es mucho más alto que para el sexo femenino”, asegura Gustavo Quiroga. Esto implica que no sólo las mujeres ganan menos, aun en las mismas tareas que sus compañeros masculinos en la mayoría de los casos, sino que también gozan de menos posibilidades de ascender y ganar más. Si se tiene en cuenta que ya en tres de cada diez familias la responsabilidad de pagar las expensas, el supermercado y los libros del colegio, entre otras cosas, cae en la billetera femenina, la desigualdad salarial implica no sólo una desventaja de género sino un empobrecimiento para sus hijos e hijas.

Piso pegoteado: las diferencias laborales y salariales entre mujeres y varones ya constituyen una realidad registrada por estadísticas oficiales y que hay que cambiar, aunque haya que tocar muchas puertas (o techos) y dejar de pagar el derecho de piso, tan pegajoso como lo define la Coordinación de Equidad de Género e Igualdad de Oportunidades del Ministerio de Trabajo. Según esta área existen dos situaciones que perjudican a las mujeres: el techo de cristal (que alude a la dificultad para ocupar altos cargos o prosperar en las carreras) y el piso pegajoso (que habla de la concentración de las mujeres en trabajos de poca calificación y movilidad, con bajas remuneraciones). Basta de techos y pisos: puertas abiertas a más y mejores oportunidades.

Salud pisoteada: “Los problemas de salud ocupacional de las mujeres no son, en general abordados por los empleadores, sindicatos, investigadores y gestores de políticas, lo que contribuye a aumentar más las inequidades por razón de género en la salud ocupacional”, remarca el informe “Políticas de equidad de género, talleres de negociación colectiva”, del Ministerio de Trabajo.

¿Y ahora quién podrá defendernos? No es raro que la desigualdad salarial no esté en la agenda pública, mediática y política, no sólo por la falta de políticas de género sino por la falta de mujeres que puedan defender las condiciones específicas de trabajo de las mujeres: sólo el 23 por ciento de los puestos de dirigencia sindical están ocupados por otras mujeres que –si además tienen conciencia de solidaridad de género– se puedan ocupar de qué no sólo los gremios mayoritariamente masculinos –-como los camioneros, petroleros, mecánicos, etc.– consigan buenas paritarias sindicales, de pedir por la licencia por paternidad de, por lo menos, 15 días (para no quedarse solas cuando tienen hijos), mejores condiciones para dar la teta, que la maternidad no atrase sus carreras o la creación de jardines maternales y de infantes (hasta los cinco años para trabajadoras/es en sus lugares de empleo) que son beneficios que, generalmente, facilitan la posibilidad de mantenerse o ascender en el mundo laboral.

En fin, hay un sinfín de deudas de género en la Argentina (un país que, en el imaginario social mayoritario, se jacta de no ser machista) porque hay mujeres empresarias, en la política o en la universidad. Sin embargo, esos pasos adelante no representan el final de la igualdad, sino rasgos de un país contradictorio que, a veces, por mirar el promedio, se olvida de la más jóvenes, pobres y excluidas, de los cuerpos perdidos en camillas clandestinas y de los bolsillos rotos de las mujeres que todavía pierden por ser mujeres.

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