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Viernes, 2 de abril de 2010

MUESTRAS

Por amor al mono

Victoria Gutiérrez y Florencia Orunesu, jóvenes promesas de la plástica contemporánea, exponen sus paisajes y sus fantasías salvajes en una muestra que por algo han dado en llamar Las amantes de King Kong.

 Por Dolores Curia

King Kong (1933), de Merian Cooperde, fue la película que inauguró el género que luego se conocería como Películas de Monstruos, inspirando una seguidilla de criaturas escalofriantes que continúan apareciendo hasta el presente. En la época del estreno, los efectos de la Gran Depresión empezaban a hacerse sentir en la sociedad norteamericana que sublimaba sus peores pesadillas –crac bursátil, crisis financiera, desempleo– por medio del terror animado y la cultura pop. En la versión original de la historia, el gran primate habitaba en la Isla Calavera y era adorado por los nativos, que le rendían tributo entregándole a modo de ofrenda los cuerpos de las mujeres del lugar. Victoria Gutiérrez y Florencia Orunesu, jóvenes promesas de la plástica contemporánea, en homenaje a este clásico del espanto, se autoproclamaron devotas del gigantesco simio y bautizaron a la muestra Las amantes de King Kong. El título de la exposición –inaugurada en la galería Masottatorres– no fue azaroso, ya que nos transporta a un mundo salvaje que se palpa a primera vista en los trabajos de las chicas.

Los colores son explosivos y las artistas no temen desplegarlos sobre la tela en toda su potencia. No esquivan los tonos en estado puro, en todo su vitalismo. Arrasan con el espectador –sin mediaciones–, apuntando a sus sentidos. Los pigmentos nos brindan mucho más que puras sensaciones retinianas: se palpitan, se huelen y casi podemos remontarnos a los ambientes que evocan: la espesura ruidosa y selvática, las noches húmedas y estrelladas de verano, el paisaje y la brisa costera. Las jóvenes amantes –muy jóvenes, ambas sobrevuelan los ventitantos– nos capturan de entrada y nos invitan a zambullirnos en pequeños mundos donde no faltan los motivos orientales, la estética pop y el art nouveau, por nombrar algunas influencias. El hombre ni se asoma a este conjunto de obras, sólo ha dejado su huella en la arquitectura: “La gran mayoría de las pinturas son paisajes pero, si aparecen personajes, generalmente, no son humanos, son sólo criaturas”, comenta Victoria, quien empezó su romance con los lienzos a temprana edad, rodeada de madre y tía dedicadas a esta profesión. Si bien tuvo un flirteo pasajero con el diseño y la gastronomía, una vez apresado nunca más soltó el pincel. La técnica de la pintora incluye la experimentación con el automatismo: parte de la mancha y de “ver cómo se va moviendo la mano libremente adonde me lleve”, dejando lugar al accidente y al azar.

Las obras de Florencia evocan paisajes un poco más realistas, pero siempre desde una perspectiva onírica. Incitan al espectador a inmiscuirse en el limbo comprendido entre la vigilia y el sueño: “A veces comparo mis cuadros con el estado alpha, es decir, con las visiones y las sensaciones que tenés cuando te despertás, pero todavía estás medio dormido o cuando te estás por dormir, y todo aparece borroso”, amplía la pintora. En su caso, los primeros crayones vinieron de la mano de una amiga de su abuela y, luego, por las experiencias en el taller de Marcia Schwartz y en el Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA). “La pintura o la muerte”, contesta hoy Gutiérrez, altamente convencida, cuando se le pregunta si consideró en estos años alguna otra vocación. Por ahora le dedica tiempo completo al óleo, material que por su brillo y textura le permite explorar las transparencias.

Sus caminos se cruzaron en el taller de Duilio Pierri y Maggie De Koenigsberg. La yunta, en un momento, se ensanchó con la incorporación de tres amigos y así surgió el grupo Catástrofe, que a principios de 2009 expuso en Masottatorres y que fue seleccionado para participar del Mural del Bicentenario. Una de las peripecias del grupete fue el Proyecto Bunker, una especie de Gran Hermano creativo que consistió en encerrarse en un taller de Beccar, con agua y provisiones para tres días, a pintar una obra en conjunto, tamaño familiar.

Las influencias matisseanas sobrevuelan la sala pero, cuando se les pregunta por los pintores que admiran, ambas se declaran –al unísono y sin vacilar– fanáticas de David Hockney, íntimo de Warhol y quizás el representante más importante del pop-art inglés. Gutiérrez y Orunesu parecen haber venido a airear la escena gracias a sus reminiscencias pop, el redescubrimiento del paisaje y la efervescencia cromática. Todo muy fresco, muy contemporáneo. Duilio Pierri, autor del texto curatorial de la muestra, resume muy bien varias de estas características cuando las ubica dentro de la simpática categoría de “Movimiento Criollo Psicodélico”.

Las amantes de King Kong se podrá visitar hasta el 16 de abril, en Masottatorres, nodo de arte contemporáneo (México 459, San Telmo). Más información en www.masottatorres.com.ar

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