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Viernes, 23 de abril de 2010

El sol en la cabeza

INTERNACIONALES > Desde que la revolución islámica en Irán derramó su influencia religiosa sobre el Medio Oriente, las mujeres de países de tradición liberal como Kuwait también comenzaron a sufrir las restricciones que impone la sharia: segregación en las escuelas, obligación de taparse la cabeza, inhabilitación para participar en discusiones públicas. Algo de eso empezó a cambiar gracias a la militancia constante de muchas mujeres que lograron, entre otras cosas, que el año pasado cuatro de ellas pudieran ocupar bancas en la Asamblea Legislativa. Y sin usar velo.

 Por María Laura Carpineta

Desde Kuwait City

Las cuatro flamantes miembros del parlamento kuwaiti: Aseel Al Awadhi, Massouma Al-mubarak, Rola Dashti y Salwa Al-jassar.
Imagen: Raed Qutena.

Son las 9 de la mañana y el recinto de la Asamblea Nacional kuwaití está prácticamente vacío, excepto por algunos fotógrafos y un par de legisladores. De a poco se va llenando la moderna sala de paredes crema y muebles de madera, con dos pantallas gigantes al frente y computadoras personales en cada banca. Una fila de hombres tapados con túnicas color tiza hasta los pies y pañuelos en la cabeza del mismo color o rojos y blancos, según el origen de la familia, aparecen desde una puerta lateral y van en busca de sus bancas. Casi al final de la procesión resaltan dos mujeres, sin velo, ni maquillaje, ni joyas. No se parecen en nada a la mayoría de las kuwaitíes que pasean por las calles y la ribera de Kuwait City, la capital del pequeño país del Golfo Pérsico, dueño del 10 por ciento de las reservas mundiales de petróleo.

Rola Dashti y Aseel al Awadhi hicieron historia el año pasado cuando ganaron por primera vez un lugar en la Asamblea Nacional. Hacía cuatro años que las mujeres en el país tenían el derecho a votar, pero les tomó tres elecciones para animarse a utilizar masivamente ese derecho para elegir a las primeras legisladoras: Dashti, Al Awadhi, Masuma al Mubarak (la primera ministra nacional que tuvo el país) y Salua al Jassar. Mientras estas últimas usan velo por razones religiosas, Dashti y Al Awadhi se negaron a taparse y por poco no asumieron. “Los grupos radicales se opusieron, argumentando que la ley que otorgó derechos políticos a las mujeres en 2005 lo hacía bajo una condición y era que cumplieran con la sharia (ley islámica). Así se aprobó la ley, es verdad, porque el gobierno necesitaba los votos de los radicales. Pero la Corte Constitucional nos dio la razón y falló que no se puede obligar a una mujer a usar velo, es inconstitucional”, recuerda con una sonrisa triunfante Al Awadhi en una entrevista en su despacho.

“Todo es una pulseada”, agrega la doctora en Filosofía, dejando escapar un suspiro. A diferencia de otros países musulmanes con siglos de historia y tradiciones, Kuwait nació en 1961 como un país liberal con una Constitución que no distingue entre hombres y mujeres, y que otorga muchos poderes a la Asamblea Nacional democráticamente electa, por ejemplo, vetar los decretos del emir, la máxima autoridad de la rica nación. Mientras lo primero aún es en gran parte letra muerta, lo segundo se respeta. A fines de los ’90, el difunto emir Yaber al Ahmad al Sabah decretó que las mujeres podían votar y presentarse como candidatas a la Legislatura. Fue histórico y aplaudido en el mundo, pero los fundamentalistas islámicos en la Asamblea Nacional lo vetaron y lo cajonearon durante seis años.

Esa es la pulseada que enfrentan todos los días las feministas en Kuwait: las leyes –liberales y hasta garantistas en muchos casos– versus las tradiciones religiosas. No rige la sharia, como en los países vecinos de Arabia Saudita e Irán, pero casi todas las mujeres usan modernos hijabs, que sólo cubren el cabello y, según la corriente del Islam a la que pertenezcan, también el cuello, o están tapadas de pies a cabeza con túnicas negras. Caminar con el pelo al aire, en esa costa del Golfo Pérsico que se vuelve una postal sepia cada vez que el viento levanta la arena del desierto, es un acto de militancia.

Lulwa al Mulla es una de esas incansables militantes. Universitaria, casada, madre de tres hijos y abuela de una nieta de siete años, es la secretaria general de la Sociedad Social y Cultural de Mujeres, la primera ONG creada en Kuwait, en 1963. Es una señora paqueta, con una voz dulce y suave, que cuando le preguntan la edad sonríe como buscando un cómplice y se niega a revelar ese secreto.

Antes que Al Mulla llegara a la sede de la Sociedad, sus compañeras más jóvenes hacen un repaso de sus luchas. A fines de los ‘60 participó de las protestas estudiantiles que evitaron la segregación en las aulas y el campus de la única universidad pública –en 1996, la Asamblea Nacional finalmente aprobó la separación en las aulas– y años después fue una de las mujeres que lideró las sentadas frente a las diwanihas, las carpas o habitaciones en las que los hombres kuwaitíes se sientan a discutir política y religión. Aún es un ambiente mayormente de hombres, pero algunas diwanihas empezaron a aceptar mujeres, especialmente después de 2005, cuando sus votos empezaron a contar.

“Peleamos y vamos a seguir peleando porque esto no fue siempre así”, explica Al Mulla, señalando algunas fotos en blanco y negro. Son imágenes de las fundadoras de la organización, a mediados de los ‘60. Dos de ellas tienen minifaldas y botas largas, y sobre la mesa se ven varias botellas de vino vacías.

La pregunta surge instantáneamente: ¿era más aceptado que las mujeres no se taparan la cabeza? Las mujeres que escuchaban de refilón la conversación se empiezan a reír condescendientemente e intercambian miradas con Al Mulla, quien les devuelve la sonrisa antes de responder. “¡Las mujeres no se tapaban en esa época! En los ‘60 y los ‘70, las mujeres generalmente no usaban velo, ni cubrían su cuerpo. Las mujeres más grandes, mi abuela por ejemplo, usaban un pañuelo largo y se tapaban la cabeza, pero no la cara”, recuerda la activista.

Varios analistas e historiadores consultados coincidieron en que el gran cambio social en el país fue en los ‘80, por la influencia de la Revolución Islámica en Irán y la última gran migración desde el sur de beduinos de Arabia Saudita. Para una población tan pequeña como la kuwaití, que actualmente ronda el 1,2 millón de personas, el aluvión humano cambió profundamente el electorado y, en consecuencia, la Asamblea Nacional.

Durante la década del ‘90 se aprobaron leyes inéditas para el joven país. Segregación en los secundarios y universidades, limitaciones para las mujeres en el ámbito laboral y, aun más importante, se bloquearon los esfuerzos, del gobierno y de la sociedad civil, por deshacer las costumbres discriminatorias. Algunas no son tan distintas a las que existen en el resto del mundo, como la prohibición de mujeres en el ejército o la ausencia total de jueces de ese sexo.

Las mujeres alcanzan legalmente la mayoría de edad a los 25 años y pueden estudiar lo que quieran en la universidad o emprender cualquier tipo de negocio. Su dinero es suyo para hacer lo que quieran y, según la ley, no pueden ser obligadas a casarse. Sin embargo, las kuwaitíes sólo pueden ejercer esa libertad si pertenecen a un núcleo familiar, reconocido y aceptado socialmente. Casi todos los trámites importantes de la vida de una joven o una mujer adulta aún requieren la firma o el consentimiento de un guardián, una figura legal que normalmente representa el esposo o el padre.

Por ejemplo, si una mujer soltera queda embarazada, debe entregar al Estado su bebé después del parto. Uno de los conceptos más arraigados en la cultura islámica es que es el padre el que tiene el deber de proveer a su familia. Y como el Islam sólo reconoce una familia si existe un matrimonio, para el Estado kuwaití ese niño o niña no tiene padre y, por ende, nadie que le provea. Es un huérfano.

El mismo razonamiento se utiliza para las mujeres que se casan con extranjeros. Su esposo nunca conseguirá la nacionalidad kuwaití, más codiciada que la Green Card estadounidense (ver recuadro), y tampoco su hijo o hija. Según la lógica dominante, es el Estado del padre y no el de la madre el que tiene que garantizar el bienestar de esa familia.

A pesar de toda esa desigualdad, Al Mulla, de la Sociedad Social y Cultural de las Mujeres, confía en que Kuwait no es un país religioso extremista. “Puede parecer así de afuera, pero es sólo un simplismo. Como con el velo. La mayoría de las chicas jóvenes que lo usan, lo hacen como una moda, no por la religión. Abajo no tienen ropa religiosa sino ropa ajustada y reveladora de diseñadores. Es como en cualquier lado, romper con la costumbre, con lo que todos usan o dicen no es fácil; es un acto de rebeldía política”, explicó sin una pizca de dramatismo o frustración en su voz. No se desespera. Está convencida de que, en un país tan joven como Kuwait, las modas pueden cambiar rápido.

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