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Viernes, 30 de abril de 2010

RESCATES

La medicina mental

María Sabina Magdalena García
(1894-1985)

 Por Aurora Venturini

Nació en un pequeño pueblito de Huatla de Jiménez, ubicado en la sierra Mazateca, al sur de México. Criatura silvestre, sin escolaridad ni familia referente que, no obstante, figura en los anales de la farmacopea: era chamán. Lo cual quiere decir, en parte, que poseía poderes sacerdotales insignes, que realizaba sanaciones indudables que fueron reconocidas por la ciencia infusa. Fue vidente y augur, chjine chjota, es decir, “la que sabe todo”. Manipulaba unos hongos sagrados o “teonanácatl” a los que llamaba “niñitos santos”, y con emplastos y tónicos a base de ellos curaba llagas, gargantas irritadas y otras plagas, como sarampión y mal de ojos. Mientras diagnosticaba y aplicaba las curaciones, cantaba rituales muy antiguos mezclados con ritos católicos, de fondo tamboriles y bailes afroamericanos. Actuaba en los bosques la maga silvestre que no recibía dinero, “sólo algo para comer o vestirme”; inocencia doméstica de mamá o de ama de casa. Largos lapsos en pose de asombro la descubrían entre el saucedal y los girasoles en los “edenes del buen Dios”. Se abastecía sembrando papas y frijoles; los zapallitos caían del cielo “empujados por los ángeles”, decía ella misma. María danzaba cual derviche aciago hasta caer rendida entre la floresta, se transfiguraba y al rato, repuesta, volvía a su cocina a lavar la vajilla. Mascullaba unos vocablos en sordina, indescifrables. Le preguntaron qué era aquello que se cantaba a sí misma: “Hablo con mis herencias chamánticas; no diré de qué hablamos, son palabras sagradas y hay que saber usarlas”. Después de esos misteriosos diálogos con su misterio, pronosticaba temperaturas, soles, eclipses, tormentas, vidas y muertes. Una vez aconsejó cambiar de hacienda a los animales y no le hicieron caso, y los animales murieron de una peste cuyo origen nunca se supo. Alguien la motejó de bruja y ella aceptó el mote sin protestar. María aconsejaba sobre los tiempos aptos para las cosechas, viendo en el cielo mensajes de los astros que ella podía deletrear. Entonces viraba unas volteretas de trompo, saltaba como la ola del mar, gritaba torrentosamente. Acaso esta señora significara una fuerza ignara capaz de manipular milagros como si resultara tan fácil como conducir un automóvil. Durante las ceremonias vestía de blanco envuelta en sus propios giros de esperanza o desconsuelo para un público rústico y numeroso que la adoraba; y también le temían.

“El hongo sagrado me toma de la mano y me lleva al mundo que sabe todo. Les pregunto y me contestan. Cuando vuelvo del viaje que he tomado con ellos, digo lo que me han dicho y muestro lo que me han mostrado.” La voz monocorde y gutural de la pitonisa inspiró al escritor Camilo José Cela y abrió las compuertas de la percepción de los antropólogos y de los estudiosos de psicología y parasicología. Cela le dedicó a María Sabina Magdalena García un oratorio. El antropólogo Gordon Wasson se declaró deslumbrado ante la poderosa pequeñez de la mujer, ya anciana. El psicólogo Gabriel Zaid la incluyó en la primera edición de su Omnibus de poesía mexicana.

Es que María desciende de unos antepasados mazatecos dominadores de la medicina tradicional, mediante las artes de la botánica y la sanación por el ensalmo del cántico y de la palabra bella emanada de la poesía rural. Cantos y letanías, en suma, que conforman una medicina mental.

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