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Viernes, 28 de mayo de 2010

ENTREVISTA

UHART MULTIPLICADA

En un año de mucha acción para Hebe Uhart, con una obra de teatro en cartel, reediciones de sus obras y también con algunas nuevas, la escritora reflexiona sobre algunos materiales de su escritura, los viajes, los libros favoritos y la memoria auditiva.

 Por Rosario Blefari

Este es un año donde los textos de Hebe Uhart estarán al alcance del lector en diversos formatos; casi desde el comienzo de 2010 con el estreno en febrero de la obra de teatro Querida mamá o guiando la hiedra, en cartel, dirigida por Laura Yusem y basada exclusivamente en obras suyas, continuando por la edición de Un día cualquiera, un libro de cuentos nuevos y crónicas breves de viajes, personajes y lugares, a cargo de la editorial Malón. Las ediciones continúan en julio con una recopilación de cuentos que sacará Alfaguara, una selección a lo largo del tiempo hecha por la editorial. Y un poco más allá, en el 2011, se viene un libro de viajes, editado por Adriana Hidalgo, que incluye viajes por el sur de Italia, Río, Asunción, Ecuador, Perú, hasta los pueblos pequeños de Uruguay, Entre Ríos y más, donde no sólo se trata de las impresiones, que por supuesto también estarán, sino que incluye estudios e información sobre la historia y la literatura del lugar.

¿Los viajes que originaron estas crónicas son viajes motivados o relacionados con la escritura de algún modo?

–Bueno, a mí me gusta viajar y además colaboré mucho con El País cultural de Montevideo. En realidad yo viajaba por mi cuenta y ellos me decían “viajá, viajá más” y me pagaban por las notas. Fui a todo lo que llaman la zona del santoral en los alrededores de Montevideo: Santa Rosa, San Román, San José, Santa Lucía y también Polonio, Conchillas y Nueva Helvecia. Me encantan los pueblos de mil habitantes o menos, donde podés charlar con todo el mundo. En uno de ellos fue que le pedí a una señora en la calle que me convidara con un mate, porque tenía ganas de tomar unos mates y yo no viajo con equipo. En esa proporción de habitantes se puede hacer eso, decirle a alguien algo así, y la señora me llevó a su casa y me convidó mate. Acá no te lleva nadie. Los pueblos chicos me han gustado mucho. Y uno de los motivos principales es que me propuse curiosear por otros lados que no fueran los sectores habituales que ya conocía o sobre los que escribía y me fui a muchos pueblos de la provincia de Buenos Aires a atisbar cómo se mezcla la mitología antigua con lo actual, ver cómo se mezclan en la escena del lenguaje las leyendas del lobisón, por ejemplo, con lo que se recibe actualmente a través de la tecnología, por el celular, la computadora o el cable. Es recién un atisbo apenas de lo que pasa con el lenguaje, hay que profundizar más, pero fue el comienzo de ver qué ocurre en otros sectores que no son los urbanos. También recopilé refranes de campo, de los refraneros que encontraba en librerías. Y también aprendí cosas yendo al campo. Por ejemplo, ¿por qué tienen en una casa veinte perros, diez chiquititos y diez grandes? Porque los cuzcos despiertan a los perros grandes, que tienen el sueño pesado. Todo eso me explicaron una vez en una casa.

¿Y en algún momento encontraste resistencias para venir de la ciudad o algún otro tipo de obstáculo?

–En algunos viajes tuve traspiés, como me pasó en Tapalqué, adonde llegué porque alguien de Pergamino me dijo: “vaya a Tapalqué porque allí engendran refranes” y me voy a Tapalqué. Era un verano que no tenía dinero para vacaciones más largas (está en la crónica de “Malón”). Llego a la Terminal, que era una de esas que no tienen ni para comprar cigarrillos ni revistas, no había nada. La señorita que atendía déle hablar con ese que siempre está hablando con la gente en los pueblos, el que tiene tiempo. Pregunto por lo de siempre: un hotel modesto con baño privado, y el mirón de los negocios dice: “Acá no hay ningún hotel, el intendente lo estatizó, así que vaya a preguntarle al intendente”. Entonces le pregunto por una casa de familia, “lo de Pocha”, me dice la señorita, y el tipo: “Pocha está de vacaciones”. Yo veía que cada vez tenía menos posibilidades de encontrar un lugar donde ir a dormir, entonces le digo (también qué ridícula yo) que me dijeron que ése era un pueblo que engendra refranes, y el tipo enseguida responde: “el que le dijo eso estaba mamado”, y me mandó que vaya al día siguiente al museo adonde estaba su mujer. De parte de quién le pregunto y me dice “de Coco”. Me voy a la casa de alguien donde finalmente me dicen que podría pasar la noche y me tomo un taxi. “Hable fuerte porque de este oído no escucho”, me dice el taxista. Cuando llego a la casa de la señora en cuestión me pregunta: “¿comercio?”, no, le digo yo y le pregunto por los refranes, entonces me mira como si le hubiera preguntado algo impuro y me contesta: “Yo de mi casa al trabajo y del trabajo a mi casa”. Le pregunto dónde trabaja entonces, “en mi casa”. Di una vuelta por el pueblo, agarré el bolso y me fui a Azul.

¿Qué otros lugares aparecen?

—Tengo mucho de viaje hecho, tengo Perú, Ecuador, Asunción, un montón de Uruguay, Brasil, Cuba, el sur de Italia, pero no son sólo impresiones sino que leo, trabajo textos de escritores del lugar. Este año para completar los viajes me fui primero a Formosa, porque es una provincia de la que no llegan ni policiales, ¿es otro país? Sí, lo es. También fui a Rosario, que estaba precioso, a Montevideo, y me fui a Lima, Arequipa y Colca. Arequipa es precioso, pero la gente es muy conservadora. No conocía a nadie en Arequipa, pero me largué a la universidad y ahí hablé con un sociólogo y con una psicóloga que me llevó después a un historiador. Yo escribía y tenía miedo de cometer alguna incorrección porque si yo preguntaba algo él me decía —con un tono tajante— “¡no!”, porque hay varias versiones de la historia de Arequipa. Así que tenía el historiador presente para cotejar con él. Me hice medio amiga de la psicóloga, una mujer encantadora, que me contó muchas cosas. Claro, si hablo con la gente te hablan de la vida de ellos también, no sólo de las callecitas y las casas, que son divinas. Ella me veía que yo viajaba sola, y eso le encantaba, le parecía increíble. Me contó que las personas en general allí no se juntan en pareja como acá, se casan por iglesia o en algún caso especial sólo por civil, pero siempre formalizan. Recién ahora las que no son vírgenes se pueden casar de blanco porque hasta hace poco tenían algún detalle en el orillo del vestido, un color. Me contó también que las decisiones importantes las toma siempre el marido y no se extiende la tarjeta de crédito a la mujer. Está muy mal visto que una mujer esté con alguien menor aunque solo fuesen 7 u 8 años. A su edad le gustaría tener una pareja nueva, pero a los cincuenta años ya no se puede permitir pensar en eso en una sociedad así. Y acá sí sería posible. También visten las imágenes, costumbre que se conserva desde el virreinato. Se compran una imagen, la visten, la llevan a su casa, las bendicen en la catedral. Son sociedades muy interesantes. En Lima tengo parientes, unos primos, porque los hermanos de mi abuela italiana emigraron todos a Perú. Me llevó mi primo a una velada musical de valsecitos peruanos. Toda la tarde estuvimos ahí, tocaban y cantaban. Allí pasaron muchas cosas que están en la crónica. Una mujer grande que cantaba muy bien contó que iba a ir de gira por Alemania, pero tuvo un problema de salud y no podía caminar bien, entonces quería suspender, pero los alemanes le dijeron: “Usted canta con la boca, no canta con los pies”, y tuvo que ir igual. En un momento llegó el patriarca de los músicos, mezcla de negro e hindú, un hombre de más de 80 años. Mi primo decía “ojalá toque”, pero no quiso tocar. Es un renovador de la guitarra y el bajo y está casado con una amiga de Chabuca Granda. Hacía chistes y cuando entre los músicos alguien dijo un tecnicismo como “tocá en tres cuartos”, él dijo “tocá en tres cuartos, cocina y baño”. Yo estaba atenta a lo del lenguaje y todo eso aparece en las crónicas, por ejemplo el uso de los diminutivos: “por favor un lugarcito para una pasajerita que viaja solita”.

¿Será como una minimización de lo que se pide, como para molestar menos?

—Sí, el escritor peruano Alonso Cueto habla de eso y dice que es como pedir y no pedir. Además nunca dicen sí o no. Me pasó con un chico estudiante de turismo en Lima a quien le pedí una conexión para ver algún emprendimiento en algún barrio, alguna ONG, para ver cómo se manejaban en otros sectores sociales que no fueran solamente el de mis primos o el de los escritores y finalmente después de preguntarle “pero, ¿podés conseguirlo, sí o no?”, me dijo que no pero muy triste, porque no quería decir que no, es como de mala educación decir que no. Había otro chico al que le tenía que decir “traeme el café calentito y la cerveza fría”. El chico me miraba y me traía al revés y yo renegaba con ese chico. Y todo es así, a su manera. Muchas cosas, de Lima muchas cosas. Las iglesias son extraordinarias, las imágenes de las iglesias, las nuestras parecen muñecas de cuarta al lado de las de ellos. Son iglesias de 300 años, todo el barroco mestizo criollo. En las crónicas hay un poco de eso y un poco también de la vida cotidiana, de la calle y el lenguaje. Asunción me gustó mucho, es la ciudad más trucha que hay, pero la gente es encantadora. Venden todo trucho, hasta un presidente tenía un auto trucho, pero la gente es muy agradable, muy simpáticos son. Quito también me gustó mucho. Empecé a pensar en los diminutivos cuando entré en una iglesia en Quito donde el cura le pedía a la gente que repitiera un rezo diciéndoles “otra vecita”. Entonces me fui a fumar y tomar un café en una barra en una galería y la chica que atendía se había ausentado de la barra, entonces el dueño le dice; “mi hijita querida, si tú te ausentas....” Imaginate acá cómo le diría un patrón: “¿Dónde te metiste?, volvé o te rajo”. Hablaba de los diminutivos con el patrón y se ve que me entendió y me dijo: “Bueno, esperemos que el “friíto” de Quito no la perjudique”.

¿Ese tipo de texto, de relatos o impresiones de viaje, ¿te interesan como lectora?

—Sí, pero más que nada cuando se trata de lugares que tal vez ya no vaya a ir, como Africa, que describe muy bien Ryszard Kapuscinski. O por ejemplo un escritor joven peruano, Santiago Roncagliolo, que es muy bueno y tiene un libro llamado Jet lag, que es sobre lugares donde estuvo. En mis talleres he dado mucho a los escritores peruanos porque son muy buenos escritores. Son menos autocentrados que los de acá. Los escritores de acá son de decir que son escritores en el cuento, apareciendo siempre. Estos no, dan más hacia afuera. No es un problema de talento ni de capacidad, creo que es un problema de actitud.

¿Considerás que es algo nuevo o hay una tradición en esa actitud?

—Y, hay una tradición en eso de “mirar siempre lo mismo, me abismo”. El porteño es alguien que mira siempre su abismo, y además cree que ese abismo es incomparable con cualquier otra situación. Lo he pensado mucho, tal vez sea un problema de crianza y después algunos escriben desde ese mismo contexto. Si sos muy autorreferente, vas a estar vos por encima en cualquier observación. Somos para bien y para mal un poco más teóricos o más rápidos a veces que otros pueblos, más ambiciosos también, tal vez porque tenemos con qué. Pero no sé. Por ejemplo, lo de soy escritor y tengo que ponerlo en lo que escribo. Los peruanos, en cambio, tienen más sentido del humor con respecto a eso. Alfredo Echenique, escritor peruano, dice: “Todos dicen que escriben de 8 a 10, sin embargo yo los veo siempre en el café a esa hora”. ¿Viste cuando la gente boletea sobre las horas que escribe?, y hace cuentos de escritor a veces, pero se ríe de él mismo. En uno cuenta que se estaba “portando bien”; que le habían dado la beca Guggenheim y estaba en Canarias, entonces dice: “Estudié dos horas de alemán, una hora de italiano, escribí dos horas, yo tan Guggenheim” y se ríe de él porque si eso mismo lo decís en serio es mitificar más el rol del escritor.

¿Hay algo que hayas leído últimamente de argentinos que te gustó?

—Eduardo Muslip escribe bien; Félix Bruzzone, también. Laura Meradi hizo Alta rotación, que está muy bien también. Y hay uno bueno entre los últimos cuentos que he visto, de Sylvia Molloy —argentina que vive hace mucho en Estados Unidos—, en un libro que me vendieron, una antología de enfermedades (después dije para qué esto), y había otros dos cuentos de argentinos, conocidos, no voy a decir sus nombres, pero que me parecieron muy construidos, a los que vos ves la marca en el orillo. El cuento tiene que tener gracia y que no notes cómo se construyó. Pero eso es un problema de actitud, repito, no de falta de talento. Talento hay, por supuesto, y mucho.

¿Será que se quiere mostrar esa construcción, que se note el diseño o tendrá que ver, tal vez, con exhibir cierto conocimiento teórico?

—Pero yo le veo la pata de la sota, está bien, lo hizo así pero no suena verosímil, le falta un poco de soltura, de dejarse llevar, de soltar las riendas. O muchas veces en las notas periodísticas pasa también que quiero leer sobre tal persona y empieza el periodista y no termina más. En Uruguay por ejemplo no es así, el escritor en las notas se ciñe a lo que hay. Somos nosotros así. O los que ponen citas en inglés dando por sentado que vamos a entender. ¿Por qué esa complicidad donde se supone que compartimos esa comprensión? O en una antología erótica, ahí se ve que algunos tienen capacidad para el erotismo y otros no. Cada uno tiene que saber para qué sirve. Cucurto, por ejemplo, sabe, entonces escribe con gracia sobre eso, se nota que hay una experiencia. No se puede decir “vamos a escribir un cuento erótico”, no se puede construir todo solamente siguiendo ciertas pautas, porque sin experiencia y voluntad de lanzarte no te va a salir, en ese sentido del lanzarse decía también lo otro.

¿Seguís con tus talleres?

—Sí. Y a algunos alumnos les voy a dar ya un certificado de egreso. Me gustaría dar en otro lado que no sea mi casa para que me traigan el café y no ser yo la que tiene que hacerlo, tengo que tener la casa limpita, todo preparado. No escriben acá, no puedo aguantar que estén escribiendo, no escriben acá ni doy consignas, salvo que estén muy desmotivados. Trato de usar, eso sí, textos motivadores, por ejemplo para diálogos. Es difícil hacer buenos diálogos, acá no hay buenos diálogos, muy raro es, Puig sí. Eso es otra cosa de cómo somos, no tenemos buenos dialoguistas, los grandes escritores que tenemos como Borges y Cortázar no son buenos dialoguistas. Los norteamericanos dialogan bien. En las novelas es difícil un diálogo bien y tranquilo, es la parte más dura, en general. Acá son más monologuistas. Ese es otro misterio, ¿será que no nos escuchamos?

Pero conversadores somos, la charla de café es una tradición porteña, ¿o serán intercambios de monólogos donde escuchar es esperar el turno de uno?

—Bueno, eso es así, lo veo hasta en mí, hablo con una amiga por teléfono y estoy esperando el turno de decirle algo yo. Posiblemente seamos fuertes monologadores.

Vos incluís el diálogo. ¿Cómo lo hacés?

—Sí, pero es distinto al diálogo fluido de los norteamericanos. Lo que yo hago es incluir lo que dijo alguien como revelatorio.

¿Aparecen en estas crónicas?

—Sí, por supuesto. Como lo que dijo la mujer de mi primo: “yo no tengo memoria musical, pero memoria olfativa, sí”. Y queda ahí como algo suspendido, cosas que decía cada uno. Están también las palabras que me quedaron del Perú como calato, que quiere decir desnudo; entonces cuando nace alguien dicen que “nació un calatito”. Una chica dijo: “Yo tengo tres perros, uno de ellos calato” y en ese caso es pelado. Después hay palabras que te revelan la índole de un pueblo como cuando la cantante dijo: “Hay que volver donosa la canción”, nosotros no queremos volver donosa la canción, la queremos volver fuerte y que reviente un poco algo, ¿o no? Esas cosas que dicen ellos son de ellos. La donosura es la gracia, la armonía, tiene algo de música de ayer, como el valsecito. Pero la contracara de eso es toda la marginalia de al lado del hotel cuando de noche descargan botellas y parece la tercera guerra mundial. Ruidoso y violento. La donosura está en el refugio de lo folklórico, como está en los valses peruanos.

Entonces cuentos nuevos para los fans, cuentos seleccionados para el que aún no accedió a su literatura o para introducir a alguien, crónicas e impresiones de ciudades y situaciones, desde un pueblo ínfimo hasta la peluquería, textos de sus cuentos en boca de actores, conocimiento sobre otros escritores que ella nos presentará, costumbres de otros pueblos cercanos y lejanos, externos e internos, cambios en el lenguaje, todo en la palabra de una escritora que se disfruta en cada línea, como un monólogo administrado de tal modo que no lo quisiese nadie interrumpir... ¤

Querida mamá o guiando la hiedra. Dirección: Laura Yusem, sobre cuentos de Hebe Uhart. Funciones: sábados a las 19, en Patio de Actores, Lerma 568. Tel.: 4772-9732.

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Imagen: Juana Ghersa
 
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