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Viernes, 2 de julio de 2010

PANTALLA PLANA

Un placer de novela

De lunes a viernes, a la hora de la siesta, un entramado de amores, odios, traiciones y venganzas se despliega en la tira Secretos de amor, que protagoniza Soledad Silveyra como una abogada que retoma su oficio mientras se rompe su largo matrimonio y un hombre mucho más joven se prenda locamente de ella.

 Por Moira Soto

Clásica y moderna, a la nueva novela de la tarde –Secretos de amor, a las 14 por Telefe– parece no faltarle nada dentro del subgénero, y hasta brinda un plus de actualidad. Ya se sabe que no es lo mismo una tira de la noche que una de la tarde, y que las novelas en general –por la aceleración del ritmo de producción– suelen estar por debajo, en cuanto calidad formal y elección de contenidos, de los unitarios o semanales. Raras veces ocurre el milagro de una joya como Resistiré, añorada producción que, sin soltar el modelo del folletín por entregas, sorprendía noche a noche con originalidad en el diseño de sus personajes y sus inquietantes historias familiares, pasionales, con picantes toques de perversión, delirio y crueldad que incluían la fabricación de un conservador de la sangre (el inolvidable misterio de “la casita de al lado”).

La tira estrenada la semana pasada cumple puntualmente la convención de llevar la palabra amor en su título, aunque los secretos que ya comenzaron a destaparse no solo derivan de los romances intrincados y el pasado que no perdona –según mandan las leyes del género–, sino que también se relacionan con la mala praxis médica, premeditada y alevosa, que engloba elaboración marginal de psicofármacos analgésicos, distintas formas de soborno, utilización de pacientes o voluntarios como conejitos de Indias... Tenemos pues en esta ficción a ricos y a representantes de la clase media, más una mucama de riguroso uniforme pero que tiene voz porque trabaja en casa de gente buena. Tenemos, cómo no, a villanos 120 por ciento, villanos que se refocilan en su propio cinismo, lo que garantiza que sus desmanes no tendrán límites. Y una bitch manipuladora con motivaciones suficientes para el rencor que la motoriza.

Todavía buscando su camino, el cauce para que sus diversas historias interrelacionadas se desplieguen y sostengan –acrecentándolo– el interés de televidentes, Secretos de amor ya pinta como una tira con atracciones propias, capaz de crear placentera dependencia, con notables primores de iluminación y encuadre y un cast donde relucen algunas glorias de larga data en el género, que se compaginan con nombres más recientes. Soledad Silveyra, no hace falta decirlo, es carne (intervenida) de telenovela que se banca la exposición diaria con su carisma, sus modismos, ese estilo juvenil pícaro y sonriente que puede devenir dramáticamente serio si la ocasión lo pide. Cosa que viene sucediendo en los capítulos de esta semana, donde su personaje, Diana, la abogada cincuentañera que reabrió su bufete, viene a enterarse de que Antonio, su gentil y próspero marido a lo largo de 30 años, tuvo un affaire fugaz, allá lejos en su pueblo natal y hace tiempo. Del breve desliz, ay, nació una hija, Federica, que es quien ahora busca revancha, quiere integrarse a la familia y tener el status de su progenitor, que en realidad no la abandonó: fue la madre de la chica la que se apartó sin dar señales. Y Federica ahora reaparece, asociada a Nacho –el hijo descarriado y resentido de Antonio y Diana– que ensaya irresponsablemente nuevas drogas en humanos y encima entra en transas comerciales con alguien de su calaña, Eneas, rival de Antonio (Raúl Rizzo, relamiéndose de pura maldad).

El efecto dominó del género ya empezó a funcionar y habrá que ver la cantidad de fichas que almacenan las tres autoras –María Quiroga, Liliana Escliar, Marisa Grinstein– para ir encadenando situaciones y episodios que avancen entrelazando relatos sazonados por esa veta importante y aggiornada de la fabricación y empleo de medicamentos truchos.

El tema central –sí, el Amor– está a punto de explotar entre la madura Diana (cuyo apellido es Demare, en homenaje a Migré, por lo de las iniciales iguales que este autor solía usar en algunos personajes) y el joven (30) abogado –y pianista ocasional– Manuel, quien, al igual que en las comedias románticas, es descartado en primera instancia como integrante del estudio por la letrada que retoma su oficio. Se trasluce que el guión está escrito por tres mujeres de cabeza abierta que no creen necesario hacer hincapié en la diferencia de edad y que ponen el romanticismo en el personaje del varón, cada vez más en la luna de Valencia por causa de su enamoramiento. Aunque tratándose de una novela con semejante título, claro que hay chicas flechadas, tal el caso de Luz –-la preciosa y expresiva María Abadi– en la redes del tenebroso Nacho, a cargo de un actor que piensa su personaje, Juan Gil Navarro, aquí reencontrándose con su ex cómplice en Vidas robadas, Adrián Navarro, ya despojado de aquellas oscuridades, en el rol de Manuel, apodado Robin Hood por su amigo Bonardo (el siempre creíble Maximiliano Ghione), debido a su tendencia solidaria con causas perdidas.

Uno de los aciertos de Secretos... es el espacio que otorga cada tanto a las amistades femeninas: Diana se reúne con Rita y Tere (bien perfiladas por Rita Terranova y Mimí Ardú, si bien el personaje de la segunda se excede en su actitud de comehombres), se toman un café, platican entre ellas, bromean, se cuentan problemas... Quedan varios meses para saber si, una vez más, triunfará la familia tradicional superando todos los escollos, o si los ideólogos y las autoras osarán apostar a una pareja despareja en más de un sentido, porque Manuel vendría a ser una suerte de Ceniciento en este cuento.

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