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Viernes, 30 de julio de 2010

TEATRO

Sobre héroes, heroínas y tumbas

Osadía, belleza y creatividad en la puesta de la ópera Giulio Cesare in Egitto, de Händel, en el Teatro Argentino de La Plata. El director de escena, Gustavo Tambascio, proyecta la tragedia sobre paisajes de la historia argentina.

 Por Moira Soto

Si la versión de Glyndebourne 2005 –editada en DVD y vista este año por Film & Arts– con régie de David McVicar, le sacudió alegremente el polvo a las arias del Giulio Cesare de Händel, hay que decir que la relectura de Gustavo Tambascio estrenada el domingo pasado en el Argentino de La Plata, redobla, por no decir triplica, la apuesta. Porque si McVicar llevaba la acción al Egipto colonialista con un Julio César inglés y una hechicera Cleopatra –mezcla desenfadada de Betty Boop, Lulú y Gene Kelly–, Tambascio, con apabullante libertad, crea ámbitos aún más inesperados, va y viene en el tiempo y recrea zonas de la historia argentina desde su paisaje mental de exiliado durante la dictadura, del niño que fue en los tempranos ‘50, cuando Evita se moría resistiendo, votando, dando su último discurso con el último aliento...

Gustavo Tambascio remonta una muy intensa y ecléctica carrera como director de escena a partir de su exilio forzado, al que llega con una formación que arranca como actor infantil y prosigue con estudios diversos –idiomas, teatro, música– que aplicaría más tarde a la puesta de óperas, zarzuelas, comedias musicales, piezas de texto –yendo de Caracas a Montreal, Lyon o Kiev, estableciéndose en Madrid– con espíritu extremadamente abierto. Entre otras especialidades que cultiva, Tambascio es un gran conocedor del barroco, ese estilo que no es privativo de los siglos XVII y XVIII y que acepta lo bizarro, el libre curso de la sensibilidad y la fantasía.

El barroco en el que Tambascio se mueve como pez en aguas propicias (dirige el Centro de Artes Escénicas y Músicas Históricas, de Madrid) le dio carta blanca para pegar ese salto temporal hacia los ’50. Cuando empezó a desarrollar esta puesta, apareció la idea de la Argentina, “en el mármol, en el bronce, en nuestros próceres y héroes. En el drama cotidiano del pueblo y en el de las propias figuras que tiene que representar un papel hasta el final”. Así fue que se concentró en la figura de esa Evita que tenía que mostrase como se esperaba de ella aunque se estaba muriendo, “como una figura retórica impuesta por las pasiones, las emociones, una forma del barroco”. El director convocó imágenes de antaño, el recuerdo imborrable de aquel ejemplar del El Hogar donde estaba la foto de Evita votando en la cama, esa urna que lleva a otras urnas, imagen de incomparable patetismo. Y también otros escenarios que para Tambascio representaban la Argentina: los cementerios, la búsqueda de los cuerpos que no aparecen: “No se trata sólo de la tragedia de los ’70 sino de la historia argentina que se reitera, la gente que muere afuera, los cuerpos que no se repatrian, la cabeza de Lavalle que es llevada en una caja... Pensé en todo eso a propósito de esta ópera donde el protagonista in absentia en Pompeyo: todo gira alrededor de su muerte, sus cenizas. El muerto que sea en la historia nuestra”.

Gustavo Tambascio rinde entusiasta tributo al vestuarista Jesús Ruiz, “español talentosísimo”, al escenógrafo Daniel Bianco, argentino que vive en Europa, y a Yolanda Granado, “coreógrafa que conoce al dedillo todos los códigos de la gestualidad barroca”.

Si en su estreno de 1724, Giulio Cesare fue interpretado por un castrato, en versiones posteriores ese rol ha estado a cargo de mezzos: es el caso de la convincente Nidia Palacios en la versión del Argentino. Y si Sexto, el joven hijo de Pompeyo, fue cantado por una soprano a comienzos del XVII, ahora es la mezzo Adriana Mastrágelo quien brinda una admirable composición. Y en Ptolomeo, castrato también en aquella primera función se impone ahora la presencia y el canto del magnífico contratenor Flavio Oliver, mientras que Cleopatra (acá desdoblada en Evita) y Cornelia, viuda de Pompeyo, desde siempre en manos de intérpretes mujeres, en esta oportunidad con excelente rendimiento de Paula Almerares y Cecilia Díaz.

Según GT, todas estas expresiones ambiguas, camaleónicas, fluctuantes de la sexualidad remiten al comportamiento del mismísimo Julio César, “de quien se decía que era el enemigo de todos los maridos, y de todas las esposas... Pensé mucho antes de hacer la transfiguración en las dos Evitas, con Julio César de traje sastre. Porque al final, César y Cleopatra son dos caras de Evita: la militante aguerrida y la mujer enamorada, glamorosa, divina. Por eso en el discurso, ambas hacen los mismos gestos frente al micrófono”.


Giulio Cesare in Egitto, el domingo 1º a las 17 en el Teatro Argentino de La Plata, entradas desde $15, con descuentos. Servicio de ómnibus en Callao 237 a $40 ida y vuelta, 52377200, www.teatroargentino.gba.gov.ar

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