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Viernes, 13 de agosto de 2010

TEATRO

LA INSOPORTABLE LEVEDAD

Soy Rocío, dirigida por Verónica Schneck y Diego Echegoyen, aborda el vínculo de una madre y una hija adolescente en la década del ’90.

 Por Sonia Jaroslavsky

El espacio en donde transcurre la pieza es la cocina de un departamento modesto del barrio de Caballito. Es tarde y Tina (la madre interpretada por la misma Verónica Schneck) aguarda la llegada de Rocío (Sofía Lewcowicz). Su cuerpo llega marcado, su cara ensangrentada. Rocío calla, casi inmóvil. Tina la cura e intenta sacarle a cuentagotas información del suceso. Desesperada, llama por teléfono al padre (Roque) pero éste anda con otra mujer y no escucha, cuelga. “Le pegan porque es la mejor”, dice la madre refiriéndose a la capacidad de su hija de competir en las Olimpíadas de Matemáticas que se realizarán en Mar del Plata (ella está ahorrando peso a peso para el pasaje y la estadía). Pero Rocío, a diferencia de la madre, está orgullosa de recibir un golpe porque puso el cuerpo, “porque se la bancó”. Aunque parecería una situación propia del mundo de los varones adolescentes, las jóvenes mujeres también se agarran a piñas. Dice la directora: “Rocío en la obra lucha por trazar su camino. Está en pleno campo de batalla, en plena transición. Lo opuesto que la madre, que no toma partido por nada, pero quiere todo (como una nena pequeña y caprichosa). Desde el punto de vista de la madre, la piña aparece como castigo, por no haberse quedado estudiando. La diferencia en las interpretaciones acerca del golpe habla de lo insondable de la distancia generacional. No se trata de inteligencias, sino de sucesos que ocurren en los hijos, y a las que los padres no pueden acceder, ni están invitados a hacerlo y que necesariamente interpretan de forma moralizante”.

Si bien la obra no intenta reconstruir una época, hace el guiño para aportar especificidad al drama y permite asociaciones paralelas. Una televisión encendida de manera constante ingresa el contexto sociopolítico de la década menemista. El programa de Marcelo Tinelli, la telecomedia La banda del Golden Rocket o Mi cuñado se funden con las noticias al mando de Dromi, “el superministro de las privatizaciones”, las leyes del indulto y un avance sobre el caso María Soledad Morales. Para coronar la década, la frutilla de la torta: una publicidad con los viejitos “alegres” de Consolidar AFJP y un fragmento de La mujer biónica, donde se la oye repetir: “Odio la violencia, odio la violencia”. Lo curioso es que los personajes que transitan el pequeño departamento (la vecina (Marta Pomponio), el abuelo (Luis Gasloli) y su novia (Cristina Blanco), el padre (Adrián Silver), el tío (Nahuel Cano) o las mismas Rocío y Tina) no comentan acerca de lo que escuchan y ven en la caja boba porque no tienen un pensamiento político desarrollado y porque “están idiotizados noventosamente”, afirma la actriz y directora.

El realismo abordado desde la concepción de puesta en escena trabaja sobre una representación de época donde coincidentemente con lo que pasa en esta familia, la comprensión de lo público y lo privado, y lo íntimo y lo colectivo, estalla en mil pedazos y resulta promiscuo. El tono de actuación se aleja de personajes planos, muy por el contrario, propone un corrimiento: “Esta estridencia deriva en hiperrealismo y constituye en gesto fundante del tono de la obra. Toda esa contradicción permite que el espectáculo no proponga una lectura dogmática, ni una bajada de línea, sino más bien un repentino encontronazo con algo tan tristemente familiar”, opina Diego Echegoyen, el partener masculino en la dirección.

El énfasis en la competición aporta el dato de un tipo de educación vaciada de contenido: porque aquí lo importante es ganar. La madre proyecta en su hija sus frustraciones, por eso las exigencias. El viaje a Mar del Plata se vuelve única y exclusiva posibilidad de cambio y futuro prometedor. “Tina considera que su hija es una especie de biónica y que por eso puede zafar de correr la misma suerte que ella. Sin embargo, siempre subyace algo miserable en ella que espera que su hija, de algún modo, la salve”, aclara Schneck y continúa: “Hay algo en la relación de madre e hija que tiene que ver con un amor y con ese límite desdibujado, en donde la hija, muchas veces, toma la posta de la madre. Y ahí entran a jugar las exigencias del género y de las generaciones. En la obra eso está llevado al extremo. Son vínculos llenos de pliegues, promiscuos, plagados de tensiones de todo tipo, de feroces competencias e inconmensurables idilios. Ese territorio es fértil para la acción, para el drama. Es imposible resistirse a observarlo”.

Soy Rocío. Sábados 23.15 hs. Teatro Anfitrión. Venezuela 3340. Reservas: 4931-2124. $ 40 (Est. y jub. $ 25)

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